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La auténticamente humana



La auténticamente humana
© Bia Namaran


Capítulo 1

La sala de conferencias estaba ocupada por apenas veinte personas, pero en el exterior del edificio las medidas de seguridad eran notables. Los trabajadores de Biotenk no habían visto muchas veces un despliegue similar. Es cierto que la sala acogía una misteriosa reunión de hombres de negocios, algunos de los cuales eran mecenas millonarios que dedicaban bastantes millones a causas filantrópicas, pero no parecía tener razón ni sentido su presencia: era una conferencia de biotecnología.

O eso les habían dicho.

Dejaron sus coches y sus guardaespaldas por el exterior, y fueron reunidos en el hall hasta la sala. Allí, les sirvieron un refresco mientras esperaban. Por fin, apareció un hombre largirucho, de perilla desdibujada y calvicie incipiente, con gafas cuadradas que parecían a punto de caerle en todo momento. Era el doctor Karl. Bioingeniero jefe de Biotenk. O sea, el responsable de todo.

Se fue hacia el centro de la sala y una señora, con un moño encaracolado rubio, pequeña y regordeta, le acompañó. En una placa de su solapa podía leerse: "doctora Heidred Hans". O "HH", como la llamaban algunos de sus compañeros. Se sentó en un taburete, a cierta distancia de Karl que, de pie, se mantuvo en el centro de la parte frontal de la sala, junto a un proyector. Pidió silencio:

- ¡Señores! Hace trece años les reuní aquí. Les pedí dinero para un estudio del genoma humano, un complejo estudio de ADN. Sus fundaciones, algunos a título particular, tuvieron la gentileza de apoyarnos con su dinero para levantar esta compañía, Biotenk. Todo eso lo hicieron sin apenas información, solo fiándose de mi palabra.

"Aunque inicialmente fueron muchos cientos los interesados, al final solo quedaron... ¿Cuantos? ¿Tres? ¿Cuatro?... Ustedes, con su generosidad, me demostraron que el mundo de la ciencia no les es ajeno, que aún confiaban en nuestros recursos y en nuestras capacidades. Hace trece años todos me hicieron la misma pregunta: '¿Qué es lo que vais a hacer? ¿En qué vamos a invertir nuestro dinero?'. Les dije que haría esto con o sin ustedes, pero con ustedes sería más rápido y fácil. Sólo cuatro de ustedes se quedaron a mi lado. Uno de ustedes" -Karl miró hacia uno de los presentes- "gracias, señor Smith. Uno de ustedes especialmente me apoyó incondicionalmente. Me dijo que mi reputación era suficiente aval como para financiar mi empresa".

El hombre carraspeó. Los invitados le miraban, expectantes.

"Bien. Es hora de que les cuente a dónde se fue su dinero, y qué es lo que hemos conseguido".




"Desde hace muchos años, desde mi época de estudiante, una idea me rondaba la cabeza: ¿por qué son tan diferentes nuestras mujeres al resto de hembras de mamíferos? Quiero decir: nuestras mujeres, las hembras humanas, tienen menstruación, poseen siempre los pechos abultados, e incluso según los últimos estudios, han aumentado sus tallas en los últimos siglos...".

Los presentes empezaron a mirarse unos a otros, preguntándose a dónde quería ir a parar el científico. Los cuatro mecenas se miraron entre sí, temiendo que hubieran estado dándole su dinero a un loco. Karl los ignoró. Continuaba con su exposición:

"Ahí no acaban las curiosidades. A diferencia de todos los mamíferos, del resto de los primates, las hembras humanas son las únicas que sufren enormes dolores en el parto. La razón es que los bebés no están adaptados a su cuerpo o, si se quiere ver así, su cuerpo a los bebés. Por otro lado, se han realizado estudios: más del cincuenta por ciento de las mujeres sienten dolor en sus relaciones íntimas...".

Uno de los presentes levantó la mano. Smith le miró, serio, y entonces la bajó. Le dijo el millonario:

- Continúe, por favor.

Karl les miró e hizo un gesto de súplica:

- Les pido que tengan paciencia, lo entenderán todo muy rápido. Decía que las mujeres humanas poseen menstruación, la razón es bien conocida: es debido a que el útero necesita protegerse en la implantación para desarrollarse el feto. Pero, sin embargo, las demás hembras de mamíferos no requieren eso. Ni dan a luz bebés indefensos, es como si las hembras de nuestra especie dieran a luz niños "a medio formar". ¿O es porque, tal vez, no son realmente "de nuestra especie"? Le pedí a la psicóloga, la doctora Heidrid, que me diera una explicación a ello, pero me dijo que no había una respuesta científica fiable. Decidí encontrarla.

- ¿Encontrar el qué, doctor? -Esta vez fue el propio Smith, un hombre de unos cincuenta años y de pelo muy corto y cano, con cara llena de arrugas, quien le interrumpió. Karl abrió los brazos:

- ¡Encontrar la respuesta, por supuesto! ¡La respuesta a por qué las mujeres humanas son tan diferentes al resto de hembras de otras especie de mamíferos, y tienen características tan particulares!

- ¿Y la ha encontrado? -Dijo una señora, que acompañaba a su marido, realmente interesada. Karl sonrió:

- ¡Por supuesto! Pero déjenme continuar y enseguida lo entenderán todo. Es más: ahora puede que estén pensando que han malgastado su dinero. Pero se sorprenderán cuando descubran que han hecho historia. Hemos hecho historia. Porque durante este tiempo hemos estado en Biotenk trabajando esforzadamente para encontrar la razón. Y hemos secuenciado el genoma, comparado, verificado, analizado... La mujer humana, no es humana.

Empezaron a escucharse murmullos, e incluso risas. Karl se esforzó en mandarles callar, pero al final Smith fue quien, imponiéndose, lo logró. Y le preguntó al científico:

- ¿Sabe lo que está diciendo, doctor?

- Las mujeres humanas tienen un veinticinco por ciento de genoma procedente de neandertales. La explicación es bastante lógica: la especie humana, el homo sapiens, se cruzó durante su convivencia con otras especies de homínidos, especialmente con mujeres neandertales. Eso ha hecho que se haya producido un proceso de intercambio de genes, pero parece ser que a los humanos sapiens les atraía especialmente las neandertales, o que éstas tenían más éxito en sus conquistas amatorias, y por ello, la mayoría carga genética está en ellas. Los hombres modernos tienen aproximadamente un catorce por ciento de carga neandertal, y las mujeres casi el doble. Es por ello que su cuerpo no está diseñado específicamente para ser pareja de hombres sapiens, más bien son aptas para parejas de hombres neandertales.

- ¿Está diciendo que somos neandertales? -Inquirió seria la señora que había hablado antes, Yohanna Dunch, esposa del magnate de la televisión Donald Dunch, que estaba a su lado sentado, y el cual no podía evitar una sonrisa.

- ¡No! -Respondió Karl, rápido-. Lo que estoy diciendo es que son herederas directas de los neandertales, y su ciclo reproductivo tiene más de neandertal que de sapiens.

- ¿Para eso tantos millones de dólares? -Preguntó otro multimillonario, Frank Schelder. Karl le miró con ojos muy abiertos:

- ¡Claro! Pero no solo para eso. Les prometí que verían recompensado su dinero. Y lo verán. Porque no solo hemos realizado el estudio genético, sino que en Biotenk hemos limpiado el genoma de la mujer, eliminándole la carga genética extraña. Es decir: hemos creado artificialmente una hembra humana pura, una sapiens como debería haber sido, si la especie humana no se hubiera cruzado con las hembras neandertales.

Esas palabras sí que despertaron la expectación de los asistentes. Se pusieron en pie, comenzaron a hablar alborotadamente, y uno de ellos levantó la voz por encima del resto:

- ¿Es eso legal?

- Yo creo en la ciencia, no me importa la legalidad. Por eso los he reunido aquí, para que no salga de la sala nada de lo que he dicho. Pero por favor, siéntense. Supongo que querrán verla. -Los asistentes comenzaron a sentarse, fija su mirada en Karl-.

Señora. Señores. Ante ustedes... La primera hembra realmente humana. La única que existe en el mundo.

Karl abrió una puerta, y salió una joven hacia la sala. La doctora Heidred la cogió de la mano para que se pusiera a su altura, en el centro.

- Se llama Onna. Es... Un nombre curioso que se nos ocurrió, derivado de "one". La única. Ha sido creada artificialmente con tecnología de aceleración de tejidos, y por eso su apariencia es la de una niña de dieciséis años, a pesar de que solo tenga menos de la mitad.

Onna era extraña. Pero muy seductora, preciosa. Sus facciones exóticas eran delicadas, con tez fina, y unos extraños ojos semirasgados, grandes. Parecía con rasgos orientales, pero muy sutiles, aunque su piel era de color ligeramente tostado, levemente bronceada. Karl se puso a su lado:

- Onna no tiene la menstruación. No la necesita. Su sistema reproductor está capacitado para dar a luz humanos, sin molestias en la concepción, y completamente formados, sin cordón umbilical alguno. Sin ombligo. Así daban a luz nuestras madres hace cientos de miles de años, cuando estaban en Africa.

Todos eran conscientes de que Karl había cruzado una línea muy peligrosa. Pero también sabían que, si no se aventuraba el científico, nadie habría consentido que se hiciera aquél experimento. Y, finalmente, dijo:

- Podría decirse que Onna les pertenece, sáquense fotos con ella. Eso sí, por favor, no la aturdan. Para ella todo esto es nuevo.

Los magnates echaron a correr hacia la chica, y comenzaron a hacerse fotos a su lado, mientras la atosigaban a preguntas. Karl intentaba poner orden, y Heidred, separarlos. Los flashes de las cámaras se repetían sin cesar, cegando a la chica, la cual estaba atemorizada, cohibida. Los pocos guardaespaldas presentes, se empezaron a empujar entre ellos para defender a sus protegidos. Y en medio del caos, Onna, asustada, echó a correr. Desapareció de su vista en un abrir y cerrar de ojos. Karl se quedó perplejo, inmóvil. Smith gritaba: "¡Deténganla! ¡Deténganla!".

Salieron al pasillo, recorrieron las salas colindantes...

La doctora Heidred llamó a seguridad, y pidió que se cerraran todos los accesos a las instalaciones y se vigilasen todas las salidas.


Capítulo 2

Más de cien millones de dólares. Ese era el coste total de Onna. Una cifra monumental y, ahora, estaba libre por las calles. Era evidente que había "algo" que no había contado Karl. ¿Cómo era posible que hubiese desaparecido de las instalaciones, y cómo podría haber huido de allí? ¿Qué otras "capacidades", además de las mencionadas por el científico, había desarrollado Onna? Parecía obvio que esas capacidades eran propias del género sapiens, y éste las había ido perdiendo a medida que se cruzaba y se relacionaba con denisovanas y neandertales, en pro de prevalecer la especie neandertal, opacando a la misma sapiens debido a que, básicamente, quienes daban a luz los bebés fecundados por sapiens eran las neandertales. Pero una humana sapiens cien por cien, o al menos con un código genético casi totalmente sapiens, debía tener las capacidades de una sapiens, las mismas que en su momento llevaron al género humano a conquistar la tierra.

Capacidades que, tal vez, hasta el propio Karl ignoraba.

Sea como fuere, los magnates estaban rojos de ira:

- ¡Que nadie sepa ésto! ¡No puede enterarse la prensa! -Repetía el señor Dunch, mirando hacia sus colegas. Smith señalaba a Karl: - ¡Usted es el responsable! ¡Tienen que encontrarla!

Karl suspiró:

- ¡Tranquilos! ¡Daremos con ella! No puede estar muy lejos. Diré que es mi hija, informaré a las autoridades, pero necesitaría documentación falsa... ¿Conocen quién podría facilitármela?

Robert Dankovich era otro de los magnates. Hasta aquel instante prácticamente no había intervenido en nada. Tenía un sutil bigote, y vestía un traje negro hecho a medida. Preguntó tan solo:

- ¿Tiene fotos de ella?

- Sí, claro. -Respondió Karl.

- Yo me ocupo de darle esa documentación.

El científico chocó las palmas con un gesto de aprobación:

- ¡Bien, pues entonces quedamos en eso! Regresen a sus casas, y no se preocupen más de éste asunto.

- ¿Su equipo no dirá nada? -Preguntó Smith.

- Mi equipo es cien por cien confiable. Además, hay muy pocas personas que sepan realmente qué hemos estado haciendo. Está todo controlado, no se preocupe.

- Si se hace público, la comunidad internacional nos machacará... No quiero eso sobre mis firmas... -Dijo Frank.

- No se sabrá nada, ¡no saldrá nada de aquí, tranquilos! -Insistió Karl.

- Manténganos informados, por favor. -Pidió Donald, arrepintiéndose para sus adentros de verse implicado en aquella historia.

Todos salieron hacia el pasillo, quedándose en la sala solamente Karl y Robert. La doctora Hans fue a por las fotos. Robert miró a Karl:

- Creo que ha sido un error traer esa chica al mundo, doctor...

- Si solo os doy la noticia de la investigación, sin una prueba y una muestra real, pensaríais que habríais malgastado el dinero... Smith me cortaría las pelotas...

Robert se acercó a Karl, y le dijo con tono sutil:

- Tengo contactos. En Rusia. Son ex-agentes secretos, militares.

A Karl se le heló la sangre:

- ¿Qué... ? ¿Qué quiere decir?

- Sabe que ella es un gran problema. Podemos acabar con ésto rápido, y sin cabos sueltos. Es una chica sola, que apenas ha tenido contacto con el mundo exterior. Será fácil simular un accidente... Un coche que la encuentra, ella se asusta... Un atropello y asunto arreglado. Piénselo.

Karl tragó saliva:

- Es... ¡Es humana! ¡Costó años de inversión!

- Tiene el trabajo hecho, la investigación. Podrá estudiarla todo lo que quiera. Le traeremos el cuerpo.

Se oían los pasos de la psicóloga llegar. Robert tocó ligeramente el codo del científico:

- Acabe con ésto, o será el fin de su carrera. Decídase...

Karl no podía creerse las palabras que él mismo se oía decir:

- ¡De acuerdo, de acuerdo, hágalo! Pero sagazmente.

Heidred le extendió una carpeta a Karl:

- Aquí está. Y el informe.

Karl ni la abrió. Se la pasó a Robert que, cogiéndola con decisión, le miró serio mientras se daba la vuelta:

- Le mantendré informado.


Capítulo 3

Cuando Smith abrió la puerta de mi despacho, yo me encontraba intentando resolver un solitario en la semioscuridad. Smith era prácticamente mi único cliente desde hacía tres años. La mayoría de las veces me contrataba para vigilar a sus novias, una tarea ingrata, pero me pagaba bien por ello y, además, ¡a eso me dedicaba! O más bien debería decir "me había dedicado antes", porque desde que me retiraran la licencia, legalmente no podía ejercer como detective privado. Pero para Smith yo era valioso. Podía usarme sin tener relación directa conmigo, algo que no podía hacer, por ejemplo, con sus guardaespaldas. Y por eso me daba esas tareas a mí.

Me extrañó que viniera acompañado, sin embargo, con una señora. Una mujer que no podía disimular su nerviosismo, bajita y algo entrada en carnes. Smith buscó a tientas una silla, y se la ofreció a ella para que se sentara, diciéndome a la vez:

- ¿No tienes para pagar la luz, o qué?

Suspiré, no podía enfadarme con mi cliente principal. Bueno, ya el único.

- La lámpara da luz suficiente para lo que estoy haciendo.

- ¿Tienes permiso de armas?

- Ya no. -Respondí.

- Vas a necesitarlo esta vez.

- ¿En serio? ¿Sales con una agente del servicio secreto? ¿O con una militar?

Se sentó. Mi descortesía no le había hecho gracia. Traté de arreglarlo:

- ¿Qué es lo que ocurre?

- Esto es más grave de lo habitual. Necesito que recuperes a una chica. Ella es la doctora Hans, es su hija.

Miré a la doctora. No parecía ser la clase de doctores que yo solía visitar. Smith me aclaró:

- Es psicóloga.

- ¿Qué le ha pasado a su hija? -Le pregunté.

- Se ha escapado. -Respondió ella.

Smith me tendió una foto:

- Es ella.

Se veía a una chica, rodeada de varios hombres, a los que se les había cortado la cara para que no se les identificase. Todo aquello me parecía muy raro. Miré a mi cliente:

- Smith... Nos conocemos de hace mucho, sé hasta los líos de faldas que tienes...

Ésto no es propio de ti...

- ¡No es mi amante, joder! -Bramó, asustando a su amiga. Le miré, devolviéndole la foto con desdén:

- No soy estúpido. Si esa chica es su hija yo soy Mahoma.

Smith se llevó las manos a la cara. Parecía limpiarse el sudor:

- ¡De acuerdo, de acuerdo! Sabemos que la quieren matar...

- ¿Quién?

- Robert Dankovich...

Me levanté. Busqué entre unas botellas:

- Necesito un trago.

Dankovich era un cabecilla de la mafia rusa. Un pez gordo.

- Ya sé... -Empezó a decir Smith. Le corté:

- Esto me supera. Creo que hasta te supera a ti.

- Ella es especial. -Intervino la señora.

- ¿En qué sentido? -Pregunté, llenando mi vaso de soda. Les ofrecí y se negaron.

- En todos los sentidos. -Respondió ella.

- ¿Qué ha robado? ¿Qué ha hecho? -Pregunté, volviendo a sentarme. Smith apretó los dientes:

- ¡No te interesa saber qué ha hecho o no! ¡Sólo recuperarla y traérnosla!

- Si voy a jugarme la vida con la mafia rusa, necesitaría saberlo. -Aclaré.

Heidred dijo, mientras movía sus brazos con gestos:

- Tiene... En su sangre... Trabajo para una organización de investigación médica y genética... Ella transporta en su sangre un compuesto especial...

- ¿Es peligroso? -Quise saber.

- De ningún modo. Valioso sí, pero no peligroso. -Respondió la señora. No me lo creía, pero sabía que, de momento, no iba a obtener nada mejor. Smith me miró:

- ¿La tarifa de siempre?

- Quiero gastos ilimitados. Y toda la información que tengáis de ella.

- No tenemos mucho más... -Dijo Smith.

- ¿Qué necesitas? -Intervino Heidred.

- Huellas dactilares, sitios que visitaba en Internet, amigos...

- No tenía. La teníamos recluida en las instalaciones.

- ¿Qué instalaciones? - Biotenk.

- ¿Podría acceder a ellas?

- Ni en sueños. -Habló Smith-. Nadie debe saber que te hemos contratado.

- La mafia rusa... Si la encuentran, la matarán, ¿lo saben, verdad? -Aclaré. Ambos respondieron afirmativamente con la cabeza-. Pues no tienen mucho con lo que pueda empezar a trabajar...

- Desapareció de las instalaciones. -Dijo Smith.

- ¿Cuándo? - Esta mañana.

Miré mi reloj:

- Pues llevamos bastantes horas de retraso. -Dije, poniéndome en pie y dirigiéndome hacia la salida, para abrirles la puerta.

Smith dejó pasar primero a Heidred, que se detuvo ante mí, y me suplicó:

- Encuéntrela, por favor.

Evité que Smith saliera fuera, diciéndole a la señora:

- Espere ahí un momento.

Cerré la puerta, y volví tras mi escritorio. Me senté en una esquina de la mesa:

- La mafia rusa. Esos disparan y luego preguntan, si doy con ellos mala cosa.

- Lo sé. No puedo recurrir a nadie más. Hazlo, por favor, y tráeme a esa chica. Y te pagaré tanto que podrás retirarte.

- Si no es tu hija, ¿qué es para ti?

Smith resopló:
- No creo que saber eso te ayude a encontrarla.

Y, dicho esto, salió. Cogí la foto de encima de la mesa. Parecía una chica extraña, no sabría decir muy bien por qué razón, tal vez sus facciones, su mirada, sus ojos, o su extraño color de piel. ¿Realmente era un experimento científico? ¿Para qué? ¿Para curar el cáncer? ¿Un arma de combate tal vez?

Me puse la cazadora y metí la foto en mi bolsillo. Era hora de ir a probar suerte. A ver si podía ganarme la jubilación, ya no tenía edad para esas cosas.


Capítulo 4

Llegué a las instalaciones de Biotenk casi a media noche. El frío era considerable, y una prueba de ello era el abundante vaho que salía de mi boca. Por fuera de la zona vallada todo parecía estar dentro de la normalidad. Caminé por los alrededores intentando hacer el menor ruido posible, y me adentré en un bosquecillo que se internaba en la colina. Escuché ruido, y me arrimé al tronco del árbol más cercano.

Saqué de mi mochila mis pequeños prismáticos. Con la claridad de la luna, pude distinguir varias sombras caminando en lo alto de la colina, en la linde del bosque.

Eran profesionales, y estaban bien equipados, con gafas de visión nocturna. Musité: "¡Joder!". No podía hacerle frente a aquello. Bajé por el sendero por donde había subido, y pisé una rama. Unos faros de un pick-up se encendieron delante de mí.

Alcé mis brazos, mientras dos hombres armados con subfusiles salían del vehículo, apuntándome:

- ¿¡Qué hace aquí!? -Me preguntaron con acento ruso.

- ¡Busco a mi perro! ¿Lo han visto?

- ¿Tu perro? -Dijo el que era conductor. El otro, su compañero, parecía más agudo: me encañonó más de cerca:

- ¿Y dónde has dejado la correa, si puede saberse?

"¡Mierda!" -pensé- "¡Eres tonto! ¡Estás perdiendo facultades!".

En ese momento se escuchó por la radio del pick-up a alguien decirles: "¡La hemos encontrado! ¡Chicos, venid!". Los tipos se miraron entre ellos, y el de mi izquierda le preguntó al conductor:

- ¿Qué hacemos con él?

- Llevémosle, a ver qué dice Dimitry.

Caminaron hacia mí, con las armas apuntándome, y el que estaba más cerca me ordenó:

- ¡Date la vuelta! ¡Pon las manos a la espalda!

Lo hice, despacio. Como los faros del pick-up alumbraban hacia mí, obviamente la parte trasera del vehículo estaría a oscuras. Decidí aprovechar esa ventaja. Cuando se hubieron acercado lo suficiente, me giré, cogí el cañón del arma del de mi izquierda y, mientras corría, arrojé a su propietario contra el otro, empujándole. Uno cayó sobre otro, estorbándose mutuamente. Lanzando improperios, el copiloto se levantó de un salto, disparando a mi espalda. Cegados por los faros de su propio vehículo, creían que estaba corriendo lejos, sin embargo apenas corrí tres metros.

Me agazapé en la parte trasera del vehículo, mientras las balas pasaban silbando a poca distancia. El conductor empujó el arma de su compañero:

- ¡No dispares! ¡Tenemos que irnos!

Caminaron hacia la cabina del pick-up, y mientras abría la portezuela, el acompañante preguntó:

- ¿Y qué diremos?

- ¡No diremos nada!

- ¿Y si han oído los disparos?

- Que creíamos haber visto algo. Diremos que había una sombra ante nosotros, que era un jabalí y que disparamos para asustarlo...

- Eso le hará enfadarse.

- ¡Más le enfadará si le contamos la verdad!

Arrancaron el pick-up, y yo me agarré a su trampilla, poniendo mis pies en el paragolpes, para permanecer agazapado y no desvelar mi presencia.

Ascendieron por un camino de grava a través de la colina, hacia una pequeña explanada donde había una especie de almacén, una nave de una planta de escasas dimensiones. Allí ya esperaban varios vehículos, con cuatro o cinco hombres armados.

Nada más verlos un hombre se fue hacia ellos. Vestía una cazadora de cuero marrón oscuro, y su rostro, con mejillas chupadas, se mostraba muy serio. Les preguntó en voz baja, pero con furia:

- ¿¡Qué estáis haciendo, estúpidos!? ¿Queréis despertar a toda la ciudad?

El acompañante del conductor respondió rápido:

- ¡Era un jabalí, Dimitry!

- ¡Te voy a dar yo a ti jabalí, Olev! -Dijo, haciendo ademán de golpearle, mientras el otro se protegía con su brazo. Pero entonces se oyó un grito, un grito de mujer.

Dimitry miró hacia atrás. Una chica intentaba zafarse de dos hombres que la agarraban.

- ¿Qué hacéis? -Preguntó Dimitry, malhumorado, dirigiéndose a ellos.

- La llevo en mi coche...

- ¡No, yo la llevo! -Dijo el otro, un tipo de abrigo.

- ¡Eh dicho que iría conmigo! -Dijo Dimitry.

- ¿Por qué? ¿Por qué no puedo llevarla yo? -Insistió el de abrigo. Dimitry se fue hacia él:

- Porque yo soy el que manda. -Y, cogiendo a la chica de la muñeca, miró a todos-. ¿Qué os pasa? ¿Os ha picado un bicho hoy?

Olev y el conductor del pick-up se acercaron. Preguntó el primero:

- ¿Es ella?

- Es guapa... -Dijo el conductor.

- Qué rara es... -Opinó Olev.

- ¡Basta de cháchara! -Ordenó Dimitry, llevándose la chica hacia él. Pero el de abrigo y el otro se acercaron:

- Pienso que debería llevarla yo...

El otro tipo, alto y de imponente aspecto, le arrebató la chica a Dimitry:

- ¡Yo la encontré!

Dimitry no podía creérselo. Se enzarzaron en una aguda discusión, empujándose unos a otros. La chica, agazapada, se refugiaba tras una camioneta, mientras los otros se embrollaban en una pelea más y más violenta por momentos. Me escondí tras los vehículos, acercándome a Onna, le pedí que se callara, y la cogí por la muñeca.


Capítulo 5

Entramos en mi coche y puse el motor en marcha. Los vehículos de la mafia rusa nos pisaban los talones, colina abajo, haciendo un ruido espantoso de sus neumáticos contra la gravilla. Yo sabía que tenía que pisar a fondo el acelerador y escapar, pero a la vez no podía apartar mi vista de ella. Era una chica embriagadora. Había algo en ella que me enloquecía, y no sabía por qué me turbaba tanto. Más aún: ¡nunca me había ocurrido eso con ninguna mujer!

Me adentré en la ciudad entre disparos de los rusos, pero por fortuna un coche de policía se encontró con ellos, y aproveché para meterme en un suburbio, donde la luminosidad era casi nula, y estaba lleno de almacenes abandonados.

Detuve el motor y miré a la chica. Estaba muy alterada, me miraba con temor. Le dije:

- Tranquila, vengo a sacarte de ahí. Voy a llevarte con tu madre.

Si es que Heidred era realmente su madre. Ella musitó, con una vocecita encantadoramente femenina:

- ¿Ellos...? ¿Ellos son los malos?

- Sí, la mafia rusa... -Pareció no entender-. ¿Rusa? ¿Entiendes?

Me acerqué. Le acaricié la cara sin poder evitarlo, primero para calmarla, luego por imperiosa necesidad. Sentía unas ganas tremendas de besarla, arrojarme con ella en el asiento de atrás, desnudarla... Me noté sudando. Casi a rastras, salí del coche y cerré la puerta. No podía ni tenerme en pie, de la descorazonadora turbación que aquella jovencita me provocaba... ¡Si podía ser mi hija! Me decía a mí mismo. Pero mi cerebro no me hacía ni puñetero caso, mis instintos más obscenos y primarios se despertaban en mí, me ardían, bullían en mí. Saqué mi móvil, y marqué un número:

- Nerea... ¡Ven, por favor! ¡Rápido! Necesito un favor.

Nerea era una buena amiga. A veces trabajaba para mí, cuando necesitaba un "toque femenino" en mis investigaciones, aunque eso había sido ya hacía mucho tiempo.

Oí ruido dentro del coche. No quería ni mirar. Entreabrí la portezuela:

- ¡Quédate ahí! ¡No salgas! ¡Es peligroso!

Ya más relajado, volví a coger mi móvil. Marqué el número de Smith, y cuando descolgó, le dije:

- La tengo...

Le noté de inmediato su tono de alegría:

- ¿¡La tienes!?

- Sí, pero... ¿Qué es esta cosa? ¡Joder! ¡Ella no es humana, Smith! ¿Qué coño es? ¿En dónde me has metido?

Smith se echó a reír:

- ¡Te equivocas! ¡Precisamente ella es más humana que todas las mujeres con las que hayas estado nunca!

- Voy a entregarla a la policía...

- ¡No! ¡Te pagaré el doble!

- ¡Ni doble ni mierdas! -Bramé-. O me dices la verdad, o se va a la comisaría.

Smith cambió de tono, y puso una voz más grave:

- ¡De acuerdo! ¡Traela! La doctora Hans te lo explicará todo, te estaré esperando con ella.

- Pues levántala de la cama, porque voy para allá. -Dije, y colgué al ver el coche de Nerea acercarse. Me puse en pie, y caminé hacia ella, mientras mi amiga salía del auto:

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás aquí? ¿Y por qué me llamas a estas horas?

Señalé mi auto:
- Dentro hay una chica. Quiero que cojas mi coche y la lleves a casa de Smith. Yo te seguiré en el tuyo.

Nerea me miró como si me hubiese vuelto loco:
- ¿Por qué no lo haces tú?

Tragué saliva. No estaba para explicaciones, además, ni yo mismo lo entendía, pero dije, metiéndome en su coche:
- Ella... Ella está mejor contigo.

- ¿Y eso por qué? -Insistió mi amiga, encogiéndose de hombros.

- ¡Porque eres mujer! ¡Por cierto, se llama Onna! Y no la asustes, ha pasado una noche de perros la pobre.

Arranqué el coche y las seguí. Cogimos la autopista sin contratiempos, por fortuna no había ni rastro de los rusos. Luego, tomamos una desviación, y entonces me empecé a fijar que delante mi auto hacía cosas raras. De improviso, dio un frenazo y se detuvo en seco en el arcén. Nerea salió, abriéndole la puerta a Onna, y gritándole.

Corrí hacia ella al ver que quería golpearla. La separé, cogiéndola por la cintura y prácticamente arrastrándola, mientras yo le gritaba a Onna:

- ¡Vuelve al coche! ¡Vuelve al coche!

Esa reacción no era normal en Nerea... Esperé, cogiéndola con fuerza, a que se calmara:

- ¿¡Qué coño te pasa!?

- ¡Mierda! -Dijo.

- ¿¡Pero te has vuelto loca!?

Me hizo soltarla, y regresó a su coche:
- ¡No puedo volver con ella! -Y, mirándome muy alterada, exclamó-. Tío, no sé de dónde ha salido esa chica, pero algo le pasa...

- ¡Dime una cosa! ¡Espera, no te vayas! -Pedí, al ver que ponía en marcha el motor.

- ¿¡Qué!?

- ¿Qué sentiste por ella? ¿Atracción?

- ¿¡Atracción!? ¿Qué dices?

- ¿El qué? ¡Necesito saberlo!

- ¡Celos! ¡Odio! -Dijo, pisando el acelerador y huyendo a escape.

Suspiré. Ahora sí que estaba metido en un buen lío. Llamé a Smith de inmediato:

- Pásame con Heidred.

- ¿Ya estás aquí?

- ¡Pásame con Heidred o no podré llevártela! -La doctora se puso al teléfono-. Dígame qué es este engendro y cómo hago para llevársela.

- Es una humana, con genética cien por cien humana.

- Ya, ¿y yo que soy? ¿Un koala? - Escuche -habló la doctora con parsimonia-, usted tiene un porcentaje de genes de otros ancestros homínidos, ella no. Ella es tal como seríamos los humanos si no se hubieran cruzado nuestros antepasados con otras razas.

- ¿Por qué sienten los hombres tanta atracción por ella?

- Los hombres sienten atracción, y las mujeres rechazo. Es por nuestra base genética. Ella atrae el lado más sapiens de ustedes, porque es su pareja natural pero, a la vez, es la competencia natural para las mujeres neandertales. Las hembras actuales de humanas tienen un alto porcentaje de genética neandertal, por eso no la toleran.

- Y si eso es cierto, ¿por qué se extinguieron y acabaron perdurando ellas, y no las humanas sapiens? -Quise saber.

- Porque las descendientes eran más robustas, fuertes, y resistentes. Mira las estadísticas: las mujeres tenemos muchísima más longevidad que los varones. Probablemente eso hacía que en las tribus primitivas las ancianas protegiesen a sus hijas, y la mayoría de ellas eran neandertales o de descendencia neandertal. En esos tiempos donde había peligros por todas partes, eso era vital para la supervivencia. Y al final las sapiens acabaron arrinconadas, y terminaron por desaparecer.

- De acuerdo. Y ahora la pregunta del millón, doctora: ¿cómo se la llevo?

- Lo que le hace volverse loco por ella es su aroma, sus feromonas. Su sistema no está acostumbrado a ello, y pierde el control. Junto a él, su vista... Está mirando su pareja natural. Y su cuerpo no ha visto nada así en su vida. Simplemente, su lado más primario sapiens sale a flote. Debe intentar dos cosas: no mirarla, y no olerla.

Sonreí:

- Ya... Eso es muy fácil de decir.

- Pida que vaya al asiento trasero. Aparte el espejo interior del coche, y póngase un pañuelo mojado en la cara.

- ¿¡Por qué no me avisó de todo esto antes!?

- Es información confidencial... Es alto secreto.

- ¡Váyase al cuerno!

No necesitaba un pañuelo. Abrí el maletero, y saqué una mascarilla. Era alérgico, y había aprendido lo útil que a veces viene en ciertos casos. Saqué también el ambientador en spray del coche, y me empapé de él hasta las cejas. Desde fuera, le pedí a Onna, abriéndole la puerta:

- Cielo, pasa al asiento de atrás.

- ¿Qué? -Preguntó dulcemente. Empezaba a notar el sudor solo con escuchar su voz.

Insistí:

- No hables, por favor. Solo pasa para atrás.

- Vale.

Apreté los dientes, pensando: "¡Joder! ¡Te he dicho que no hables!".

Me fui hacia el otro lado del coche, entré, y nos pusimos en marcha. Abrí la ventanilla para que se disipasen todos los olores, no quería estar rodeado de las atrayentes feromonas de ella.


Capítulo 6

Conduje mirando hacia alrededor y vigilando nuestro entorno. Los rusos no daban señales de vida, pero era indudable que nos estarían buscando. Vi a lo lejos un auto de policía, a un lado de la carretera, y respiré aliviado. Sin embargo a medida que me acercaba mis dudas crecían, el coche patrulla tenía un faro roto, y había marcas de disparos en su carrocería. Al pasar a su lado, un tipo con un subfusil apareció por detrás; en la parte del conductor un policía yacía muerto en el asiento. Miró hacia nosotros. Intenté aparentar normalidad y resistí la tentación de pisar el acelerador, pero lo hice al ver por el espejo retrovisor que el tipo se iba hacia la calle, y se quedaba de pie, observándonos. Al momento siguiente comenzó a dispararnos.

Viré en la primera bocacalle para no ofrecer un blanco fácil a los disparos. Onna, en el asiento de atrás, se tapaba los oídos. Amanecía ya cuando me adentré en un callejón lleno de basura, salí y tras abrirle la puerta, cogí a la chica de la mano:


- ¡Vámonos! ¡Vámonos, tenemos que caminar! -Dije, sin dejar de mirar hacia atrás.

Tiré la mascarilla al suelo y eché a correr, mientras varios coches entraban en escena, destrozando todo a su paso por el callejón. Mientras corríamos, cogí una bolsa de basura y me la arrojé por encima. Prefería oler a latas de conserva, a fruta putrefacta, a pescado... A lo que fuera, menos oler su aroma. Subimos por una escalera de metal hacia una calle superior, y nos encontramos de lleno con un mar de gente que, en aquella mañana, empezaban su jornada laboral. Al pasar a su lado, los hombres miraban hacia Onna, algunos no se cortaban un pelo y le lanzaban piropos, diciéndole: "¡Guapa!", o "¡Qué niña más bonita!". Las mujeres todo lo contrario.

Sobre todo las chicas más jóvenes, llegaban a insultarla, llamándola "¡zorra!" o incluso palabras más fuertes. Sin soltarla, hice que corriera y nos metimos en el asientos posterior de un taxi:

- ¡Arranque! -Pedí con nerviosismo.

- ¿A dónde vamos? -Me preguntó el taxista, un hombre de unos cincuenta y tantos años, algo fofo, con cierta papada.

- ¡Al centro! ¡A donde sea, pero arranque!

El taxista puso el coche en marcha. Nos internamos entre el tráfico, justo cuando llegaban a la calle los rusos, mirando a todos lados. Dimitry corría entre el tráfico, forzando su vista para distinguirnos entre los viandantes. Entonces el taxista se detuvo tras otros autos, en un semáforo. Dejé de mirar hacia atrás, y al mirar hacia adelante vi que él estaba mirando hacia nosotros, concretamente hacia Onna que, modosita, jugueteaba con sus dedos. El taxista sonrió:

- ¡Hola, guapa! ¿Cómo te llamas?

Abrí la ventanilla:

- ¡Déjela y concéntrese en conducir!

Pero el tipo no hacía ni caso, de hecho el semáforo estaba en verde, y ya los coches detrás de nosotros nos pitaban, llamando la atención de los rusos. Sin embargo el taxista, haciendo caso omiso a todo, seguía en su empeño por cortejar a Onna.

Estiró su mano hacia ella para acariciarle la mejilla:

- ¡Qué linda eres! -Decía, sonriendo.

Abrí la puerta y cogí a la chica de nuevo de la mano. Salimos a escape entre el tráfico. Uno de los coches del otro carril tuvo que frenar para no atropellarnos.

Dimitry nos señaló y gritó hacia los suyos. Corrimos hacia un edificio, en donde acababa de ver que un tipo había salido y la puerta se estaba cerrando. Solté a Onna y salté a su interior para que no se cerrara. Luego la abrí, y ella entró. Echamos a correr escaleras arriba, cogidos de la mano:

- ¡Vamos, nena, aguanta! -La animé, al notar que le costaba cada vez más ascender.

Llegamos al último piso, y salimos por una ventana a la azotea. Nos fuimos al tejado del edificio de al lado y, luego, salté un pequeño desnivel hacia otro edificio, de apenas metro y medio, que daba a un estrecho callejón. Le tendí la mano a la chica:

- ¡Vamos! ¡Puedes hacerlo!

Ella saltó, la cogí, y mientras la ayudaba a llegar a donde yo estaba, en el tejado, sonaron varios disparos. Los rusos acababan de llegar y nos disparaban desde la azotea. Uno de ellos impactó de lleno en Onna. Sentí su cuerpo pesado, me soltó, soltó el canalón en el que se apoyaban sus rodillas, y aunque me lancé para cogerla, no lo conseguí y cayó al vacío. La vi estrellarse contra la calle. Me giré, tumbándome de espaldas sobre el tejado. Suspiré. Adiós a mi jubilación. Escuché a los rusos bajando por las escaleras de incendios para recoger el cuerpo. Tal vez, después de todo, eso había sido lo mejor para ella. Tal vez la doctora Heidred ignoraba que, si solo los genes neandertales habían prevalecido entre las féminas, era por algo más que por sus suposiciones. Tal vez así se les quitase a esos científicos locos de la cabeza jugar a cambiar la evolución. Me puse en pie. Ahora sentía todo el cuerpo dolorido, era extraño porque con Onna no había sentido nada de eso. El enardecimiento que producía, me nublaba. Rompí de una patada un cristal de una ventana en el descansillo, y accedía a las escaleras del interior del edificio. Salí a la calle intentando limpiarme con un pañuelo las magulladuras de mis manos. Una amable señorita se acercó, rubia, de pelo largo, con pantalones de cuero ajustados que dejaban admirar sus sugerentes curvas. Me preguntó con voz dulce:

- ¿Se encuentra bien? La miré:

- Sí... -Y sonreí-. Sí, gracias. Ahora sí.

Tenía que dejar ese trabajo. Me estaba volviendo viejo para esos ajetreos.


FIN

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| BiaNamaran |

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