Aquí podrás leer novelas pulp (libros de bolsillo) de los más diversos autores, totalmente gratis y online. Si lo prefieres, también puedes imprimirlas, o descargarlas en formato pdf.
Todos los textos se publican con el permiso de sus autores. Si quieres compartir tu novela corta o tu relato, envíanos un e-mail a nuestra dirección de contacto (esrevistas@gmail.com).
Nota: Ten en cuenta que antes de la publicación, el texto ha de estar corregido y contar con una mínima calidad.
Aviso: Los textos e imágenes pertenecen a sus respectivos autores y/o a los poseedores de los derechos de copyright, y no pueden ser reproducidos sin su consentimiento expreso.

Perdición y fracaso de un poeta



Perdición y fracaso de un poeta
© Bia Namaran


Subí hasta una de las últimas plantas del edificio de Foome TV en Ginebra, y accedí a un amplísimo salón. Sentada al lado de unos ventanales mirando hacia el exterior se encontraba Astrid Sjoberg, sola, en un rincón del fondo. Sonreí y la saludé con mi mano, mientras hacía un movimiento gracioso. Ella me miró y ni se inmutó, volvió a dirigir su mirada a la noche helvética.

Comencé a recoger los restos de comida de la fiesta en varias bandejas, y llevaba un rato haciéndolo cuando, con voz pausada, me comentó Astrid:

- No has venido...

- No he podido. - Respondí.

- Mentiroso.

Me eché a reír:

- ¿Para qué? ¿Me habrías dejado bailar contigo?

- Pues tal vez... -Dijo, mientras se miraba las largas uñas de sus dedos. Sonreí:

- Ya, y luego salimos en la prensa: "Astrid Sjoberg y Phonix: noviazgo inminente", y te enfadas y tienen que soportarte durante semanas el mal humor.

- Me soportan igualmente. - Musitó.

Me detuve y dejé de recoger comida:

- Bueno, podemos bailar ahora...

- Tarde. -Dijo, rotunda.

- Siempre llego tarde a todo, es el sino de mi vida. -Dije, continuando con mi tarea.

- Ya te estás autocompadeciendo. - Comentó Astrid, y añadió-. ¿A dónde llevas todo eso?

- Para compartir con algunos sin techo...

Astrid se echó a reír:
- ¿Sin techo en Suiza?

- ¿Acaso crees que en Suiza no hay pobres?

- Estés loco...

La miré, haciéndole un gesto de afirmación. Entonces se puso en pie:

- Te ayudo.

- Ok. -Asentí.




Comenzamos a meter comida en bolsas y a guardarla en bandejas, y cuando vi que se acumulaban pregunté:
- ¿Dónde hay papel de aluminio?

Se encogió de hombros:
- Tres pitos me importa.

Me eché a reír. Me encantaban sus ocurrencias (aunque creo que era de las pocas personas a las que les hacía gracia el humor de Astrid)

- ¡Pero si eres la jefa!

- Pues por eso me importa tres pitos. -Recalcó.

- Bueno, la jefa no, "la jefaza"...

- Sí... - Musitó, seria, mientras guardaba canapés.

- "La superjefaza". - Insistí.

Se detuvo, y me miró, con el ceño fruncido, señalándome con un dedo:
- ¡A ver qué haces cuando la "superjefaza" no te saque las castañas del fuego y vengas llorándome: "mami, no me hacen caso, ríñeles"!

Me partía de risa con su imitación:
- ¿Cuándo ha pasado eso?

- Constantemente. -Y añadió a continuación-: ¿Sabes que tu último disco no llegó ni a los seis millones de descargas? ¿Te lo han dicho, no?

- ¿Qué quieres decir eso? ¿Que me vas a despedir?

- Quiere decir que si vendes una mierda te voy a tratar como una mierda.

- ¡Jajajajaja! -Me eché a reír de nuevo.

- Me alegro que te haga gracia -me decía Astrid-. Así te dolerá menos cuando te vayas a la puta calle.

- No me vas a echar.

- ¿Por qué mierdas crees que no? ¿Quién coño te crees que eres? He despedido a gente infinitamente más famosa que tú, tú solo eres un don nadie para mí.

La miré, de soslayo, sonriendo:
- ¡Jajaja! ¿Por qué te cabreas conmigo ahora?

- Porque tus canciones dan una porquería de beneficios.

- ¡Pero si solo las compras tú!

- Seguro...

- ¡Compras millones para no tener que echarme!

- ¡Cielo santo! Me parece tan ridículo lo que dices que si viniera de otra persona vomitaría ante tal despropósito.

Sonreí:
- ¿Y por qué si viniera de otra persona?

- Porque te conozco y conozco tus estupideces: el cantante que no quiere cobrar nada -y añadió, imitándome burlonamente- "¡oh, no quiero cobrar nada, soy cantautor, vivo del aire, todos mi beneficios para ti!", ¡pero qué beneficios, si tus discos no venden una mierda! ¡Si cuesta mas a la discográfica editarlos que las ganancias que se obtienen de ellos!

- Estás cabreada porque no he venido...

- Por mí puedes irte al cuerno; puedes quedarte en casa mirando páginas porno todo el tiempo que te dé la gana.

Decidí no insistir, porque conocía a Astrid y si seguía así, o se acabaría enfadando más porque no le hacía caso, o porque pensaría que me burlaba de ella. No quería llegar a ese punto así que me callé. Y eso era algo que le encantaba a ella:
- Podías irte a cualquier discográfica y ver lo que te ofrecen, a ver lo que durarías allí. Todos los músicos, cantantes, famosos, actores... estáis cortados por el mismo patrón. Pensáis que sois el no va más, que todos os admiran por escribir cuatro patochadas románticas sin ningún sentido. A las únicas que engañáis son a unas pocas quinceañeras con las hormonas en punto de ebullición y poco más. Vais de "enteradillos" y no sois más que unos creídos... ¿Y para qué vas a MM y pides una furgoneta? ¿Crees que las furgonetas se regalan? ¿Pero qué mierda te crees que eres? "Ah, guay, voy por ahí en plan aventurero con mi grupo por la carretera a tocar en fiestas de pueblo", ¿qué narices crees que dan las fiestas de pueblo? ¡Si en ellas no se gana nada! Estoy a punto de quitarte la tarjeta de combustible, la de crédito... Claro, joder, como todo lo paga ASSI, pues nada, ¡a tirar millas y a vivir la vida! Y mientras aquí, ¿quién se ocupa de todo? ¿Quién trabaja dieciocho horas al día? No sabes una mierda, no te enteras de nada, eres un engreído.

Me acerqué a ella. La hubiera besado en la mejilla, o la hubiera abrazado, pero eso sí que la enfadaría de verdad y no quería molestarla. La toqué tiernamente en el hombro. Incluso ante ese gesto se apartó, molesta:
- ¡Voy a buscar papel de aluminio! ¡No te vayas! - Le informé.

Pero cuando regresé, ya había desaparecido. Metí todo en un carrito tras envolverlo, y lo bajé en el ascensor hasta el parking donde tenía mi coche. Mientras lo metía en los asientos de atrás, se acercó un vigilante de seguridad:
- ¡Vaya cabreo que tenía Astrid! -Me comentó, agitando su mano.

- ¿Te sorprende? - Dije-. ¿Se ha ido?

- Se acaba de ir. Su auto debe tener las puertas de hierro forjado, porque los portazos que le da... Por cierto, escuché la bronca que te estaba echando, no se cómo soportas eso...

- ¡Porque tiene razón! -Exclamé.

- ¿Que tiene razón? ¿Y eso? -Me preguntó a su vez, sorprendido.

- Porque todo lo que dice es cierto.

- No todo lo que dice es cierto. El ser rica no le da la razón. -Enfatizó, con una firme expresión de su rostro.

- A ella sí. Y no es por ser rica. Es por ser inteligente.

- Estás ciego.

- Me da igual. Pero no quiero oír hablar ni una palabra mal acerca de Astrid. -Le dejé claro.

- Pues todo el mundo habla mal de ella, tendrás que taparte los oídos entonces, Phonix. ¿Y sabes qué?

- ¿¡Qué!?

- ¡Que no hay más ciego que el que no quiere ver! -Dijo, yéndose a paso ágil.

Me da igual. Me daba todo igual. Prefería poder estar a su lado y escuchar su voz aunque fuera riñéndome, que estar sin ella y no poder sentir cerca su presencia.

Me acerqué a la parroquia de Chrétienne y dejé mi auto en el patio lateral junto a la sacristía. Llamé a la puerta y tuve que esperar un rato hasta que el hermano Andrew me abriera. Por todo saludo me dijo:
- Pensé que ya no vendrías...

- Ya sabe que esas fiestas no tienen horas de finalización.

- Llamaré a unas cuantas familias para que vengan a recogerlo, ve metiéndolo todo dentro, ahora te echo una mano.

- De acuerdo.

Introduje en un pequeño salón parroquial bandejas de comida cubiertas con papel de aluminio, y varias bolsas. El hermano me ayudó y cuando terminamos le dije:
- He de irme...

- Espera. -Me pidió.

Empezaron a llegar algunas familias a recoger la comida, y no quería quedarme para no tener que obligarles a que me dieran las gracias, de manera que salí y me metí en mi auto. Casi veinte minutos después el hermano Andrew salió correteando hacia mi ventanilla:
- ¡Creía que te habías largado! ¡Iba a llamarte!

- No, decidí esperarle escuchando algo de música.

- Quisiera darte las gracias por habernos enviado la furgoneta de MM, nos vendrá muy bien para la parroquia...

- No hay de qué, supe que estabais en dificultades y me pareció buena idea. La usamos solo unos meses durante el verano, para una corta gira por las fiestas en los pueblos... Solo para escaparnos un poco de todo. Algunos miembros del equipo tenían ganas de hacer algo así.

- No quiero abusar de ti, pero esto es también muy importante, Phonix.

Me extendió un papel manuscrito, enseguida reconocí su letra. Me explicó:
- Se llama Mauro, es un inmigrante italiano, lo está pasando mal...

- ¡Andrew! -Protesté.

- ¡Espera! Sé que tienes contactos, sé que conoces a Astrid Sjoberg y que has hablado por más gente...

- ¡Sacarle un empleo a Astrid es como pedir que me saquen una muela!

- ¡Escucha, Phonix, habla por él, anda! Ha llegado a Suiza y está solo, no te lo pediría si no fuera importante...

Resoplé:
- Vale, veré lo que puedo hacer...

- Con eso ya es bastante. Tú inténtalo.

Puse mi MM en marcha y me encaminé hacia el hotel. En el parking hize una llamada a Estella, la directora general de VAV Records:
- Estella, soy Phonix...

- ¡Espera! Sé para qué me llamas...

- ¿Lo sabes? - Pregunté, sonriendo.

- Siempre me llamas para lo mismo. y a cualquier hora como si fuera un buzón abierto las veinticuatro horas del día; ya no sé dónde meter la gente que me envías, les debo favores por tu culpa a todo el mundo, en los almacenes de los centros comerciales Vesak ya están a tope de plantilla...

- Es en Suiza, tendrás algún sitio para alguien aquí...

- ¡Phonix, Astrid se va a enterar, y cuando se entere yo no quiero estar en medio porque nos va a cortar la cabeza a ti y a mí!

- ¡Es una obra de caridad, mujer! No me fastidies...

- ¿Y quién me buscará trabajo a mí cuando esté en la calle?

- Te lo buscaré yo...

La directora se echó a reír:
- ¡Tú te irás a la calle antes que yo!

- Mira, me da igual como lo hagas, dale trabajo a este chico. Astrid tiene cientos de miles de empleados por todo el mundo, no le importará.

- Mi jefe me va a matar...

- Joder, Estella, ¡todos te quieren matar! - Me reí a carcajadas. - No le digas nada y andando.

- ¡Tengo que pasar por él!

- Dile que lo digo yo y si tiene algo en contra que me llame.

- No quiero meterte en líos.

- No te preocupes, hazlo. Gracias, Estella.

Subí a mi habitación y me quedé hasta tarde arreglando unas canciones, hasta tal punto que me dormí entre papeles y bolígrafos en el sofá. Me sobresaltó a primera hora el teléfono. Lo cogí, y una voz profunda, grave y varonil, con tono muy serio, me dijo:
- Phonix, soy Ryan Williams, ejecutivo de VAV, soy su consejero en el Consejo de Administración de la compañía...

- O sea eres mi jefe... - Dije, arrastrando las palabras, despertándome.

- Sí. Quiero que sepas una cosa, normalmente yo no me relaciono con los artistas que editan en VAV, me encargo de tareas de dirección y administración...

- Ya...

- Pero en tu caso me he visto obligado a hacerlo. Es solo para notificarte que en el próximo Consejo de Administración, informaré a la señora Astrid Sjoberg de tus actitudes, no se si sabes que eso es tráfico de influencias...

- ¿Lo de emplear a gente sin recursos?

- Llámalo como quieras. Estoy reuniendo información sobre el caso y se la voy a hacer llegar. Es solo para informarte, nada más.

- Ok, hágalo.

- Lo haré. Que pase un buen día.

Me vestí y mientras salía hacia la calle, llame a Estella:
- ¿Has conseguido un empleo para Mauro?

- ¡No conseguí nada, Phonix! Aquí hay un ambiente muy caldeado...

- Ok, déjalo cielo.

- No puedo hacer nada, lo siento...

- Tranquila, déjalo.

Inmediatamente tras colgar, llamé a mi mánager:
- Ronald, ¿puedes buscarle un empleo en Suiza a un chaval?

- ¿¡En suiza!? - Respondió, sorprendido.

- Sí. ¿No tienes algún contacto aquí?

- Creo que deberías preocuparte antes un poco por ti mismo, me han notificado...

Le corté:
- Ni me importa, no quiero oírlo. Tú busca eso, por favor.

- Envíame sus datos, veré lo que puedo hacer.

- ¡Gracias tío, eres genial!

Mucho más calmado, tras pasar por la iglesia San Chrétienne y decírselo al hermano Andrew, regresé al hotel para recoger mis cosas. Lo metí en el coche y viajé hasta Francia. Dormí a medio camino de Lyon y a media tarde del día siguiente entré en la ciudad francesa. Me dirigí a un hotel de Motelam y entregué mi tarjeta de cliente. El chico de la recepción, un joven con traje muy sobrio, negro, y camisa blanca y corbata, me miró muy serio:
- Su tarjeta está anulada.

- ¿Perdón? Vuelva a intentarlo, por favor. -Y mientras lo hacía, comenté-: Nunca me había pasado...

El recepcionista me la devolvió de nuevo:
- No funciona, lo siento.

Saqué de mi cartera la tarjeta de crédito de Elitebank:
- De acuerdo, pagaré con la de crédito.

El chico me miró con desdén, y tras pasarla por el lector casi la arroja ante mí:
- No, señor, está anulada.

Entonces sonó mi móvil. Cogí la tarjeta y descolgué la llamada mientras me encaminaba hacia el hall bajo la atenta mirada del recepcionista. Era Ronald, mi mánager:
- Estás en la calle. - Me lanzó. Me eché a reír:

- ¿Qué dices?

- Hoy hubo Consejo de Administración. Astrid lo sabe todo. Fulminó tu contrato con la discográfica, no le gustó nada tu actitud. Creo que no te gustaría saber lo que dijo sobre ti, así que no te lo repetiré...

- Pero... ¿Puede echarme? ¿Así, sin más?

- ¡Claro que puede! Joder, Phonix, ¿qué creías? ¡Has hecho enfadar a la mismísima Sjoberg!

Me resultó irónico oír aquello:
- Bueno, eso no es tan excepcional, teniendo en cuenta que siempre está enfadada...

- Dejo de representarte, mañana me voy a Nueva York, me han puesto a un rapero... No sé cómo se llama... Bueno, como sea, voy a conocerle.

- ¿Así, sin más? ¿Tan de repente? ¡Pero si nadie me avisó!

- ¿Y quién esperabas que fuera a avisarte? ¡Te aviso yo! Todo el mundo te lo advirtió, Phonix, pero hiciste oídos sordos a todos. Te aconsejamos una y mil veces que mirases para ti, Williams me dijo que habías contratado a casi dos mil quinientas personas en diversas firmas del Grupo ASSI, ¿sabes cuanta gente es esa? ¡Y encima gente sin preparación, gente sin estudios!

- Haré como si no he oído eso de parte de ti, Ronald...

- Claro, como siempre oyes lo que te apetece oír...

- ¡No, si quieres los llevamos a todos a la silla eléctrica! ¡Si quieres les mandamos a gulags a Siberia! ¡O mejor, les metemos en campos de concentración, como los nazis! Así molestan menos, así los quitamos de delante para que no nos estorben. ¡Y a Senegal, a Ruanda, a Burundi, les llenamos de bombas atómicas y de residuos nucleares y los borramos del mapa!

- Phonix, cálmate...

Suspiré:
- Suerte, Ronald, cuídate.

- Ya te llamaré. No te comas el coco, te buscaré algo, preguntaré a amigos en discográficas...

- No, eso es tráfico de influencias. Haberlo hecho por la gente que lo necesitaba de verdad.

Colgué la llamada y arranque él coche. Me dirigí a una estación de servicio y comprobé que hasta mi tarjeta de combustible (de Phospher, cómo no) no funcionaba. Busqué el número de Astrid en mi agenda, y la llamé. Una voz surgió tras el auricular:
- Este número no admite llamadas desde su línea.

Llamé a Adrianne, mi relaciones públicas y mi enlace con VAV:
- Adrianne, ¿puedes buscar el número de Ingrid Sjoberg?

- Claro, Phonix.

Con el dinero en metálico que me quedaba, compré comida y regresé de nuevo a mi auto. Era increíble, ¡me habían dejado totalmente colgado en medio de Francia, a miles de kilómetros de mi casa! Estaba atónito.

Por la tarde Adrianne me envió un correo con el número de Ingrid, y la llamé:
- Ingrid, soy Phonix, no se si te acuerdas de mí, soy cantante para VAV, la compañía de tu hermana...

- ¡Sí, claro que te recuerdo!

- ¿Puedes hablar con ella? Me anuló todo, y cuando digo todo es todo absolutamente: mis tarjetas, me bloqueó la línea, mi línea de crédito...

- ¡Uahu! Sí que la has enfadado... - Dijo, sorprendida-. ¿Pero no tienes dinero en el banco? Puedes ir con tu DNI y sacarlo en metálico...

Sonreí:
- Verás, esa es otra cuestión... Estoy en Francia. Además, cuando firmé mi contrato con VAV les dije que solo quería disfrutar cantando, que no quería cobrar nada...

- ¿¡Por qué hiciste eso!?

- Porque tenía crédito con la cuenta de Astrid...

- ¿La cuenta de mi hermana?

- Sí.

- ¿Y ella hizo eso?

- Sí. Bueno, supongo que no sería la misma cuenta... En todo caso era una a su nombre. Tenía confianza con ella y lo prefiero así.

- Hablaré con ella, a ver que me dice.

- ¡Gracias Ingrid, te lo agradezco muchísimo, de corazón, de verdad! Eres genial.

- No te preocupes. Te llamo esta tarde.

Puse la radio y recliné el respaldo para descansar. En teoría uno de mis sencillos estaba en la lista de éxitos de VAV Radio, pero no lo escuché durante toda la tarde. Me resultó esclarecedor escuchar las noticias musicales en el programa de las siete y media, en VAV FM:
- Desde VAV Records han informado este mediodía que se cancelan todos los conciertos y se anula la agenda de Phonix. Parece ser que desacuerdos entre el artista y la compañía que le dio a conocer ha llevado a que ésta rescinda el contrato y, por lo tanto, Phonix dejará de estar amparado y representado por VAV Records, de hecho su página web oficial redirige desde esta tarde hacia la página de inicio de VAV. Eso supone también que Electrada dejará de ser su patrocinador oficial, y Phonix, que hasta ahora era embajador de la marca, se quedará sin ese patrocinio.

Sonreí, y musité: "¡Desacuerdos! Sí, seguro...". Apagé la radio porque me llamaban al móvil. ¡Era Ingrid!

- Phonix, he hablado con mi hermana...

- ¡Qué bien! Menos mal...

- No tanto, está muy cabreada...

- Ya, supongo...

- Y creo que el que recurrieras a mí la ha echo enfadarse más... Verás, si algo no tolera mi hermana es que muevan los hilos a sus espaldas...

- Yo no lo he hecho, lo que hice...

- Déjame acabar, por favor...

- Vale...

- Me ha dicho que por el dinero no te preocupes, que confrontará lo que deberías haber ganado y que el departamento legal de VAV se pondrá en contacto contigo.

- No te llamé por el tema del dinero, Ingrid...

- Ya, pero para que al menos no te vieras en la calle...

- Te llamé por...

- Sí, Phonix, pero yo no le digo a mi hermana cómo llevar los negocios...

- Ya... Lo pillo.

- Lo siento.

- Sí, lo entiendo. Gracias Ingrid, de verdad.

- Conozco a mi hermana. Deberías haberle consultado a ella...

- Ella tiene mil cosas que hacer...

- Pues a su director general, sus consejeros... ¡los que fueran!

- Creo que eso ya es tarde. Gracias de todos modos, Ingrid. ¡Oye, una cosa más, por favor! Solo una última cosa, ¿dónde está tu hermana ahora? ¿En Noruega?

- No, viaja hacia Bilbao, mañana inaugurará una línea de montaje de vehículos comerciales de MM. ¿Vas a ir a verla? No lo hagas, Phonix, déjalo estar. No corras el riesgo de meterte en más líos.

- Tranquila, hay millones detrás de ella, no creo que me permitieran acercarme ni a medio kilómetro.

- Bueno, intenta descansar anda. Lo necesitas.

Descansar... Como si fuera tan fácil. Salí del coche y decidí dar un paseo por Lyon. Por la gran avenida Paul Santy la gente compraba en los grandes almacenes de Vesak; anuncios de Electrada y de los últimos modelos de MM aparecían por escaparates y en vallas publicitarias dinámicas. Cogí mi smartphone y marqué un número. La central de VAV en España. Julián Díaz, el director de contenidos, descolgó:
- ¿Sí? ¿¡Phonix!?

- Si

- ¡Vaya la que tienes liada! Te han borrado del mapa, macho. Y espera que ya se habla de que VAV emprenderá acciones legales contra ti.

- Si no tengo nada no creo que me puedan quitar nada...

- La imagen, el honor...

- Mejor no te digo lo que me importa eso. Pero oye, me debes un favor, acuérdate...

- El favor que te debo no es tan grande como para que me pongas a mí también en la picota, no quiero estar a mal también con Astrid...

- No, tranquilo, no es nada de eso.

- Ah, vale. Pues dime.

- Te voy a enviar un archivo. Una canción. Quiero que la programes entre la lista de escucha de la emisora...

- ¿Una canción?

- Es una canción que no ha salido en ningún disco. Hazme ese favor, y estamos en paz.

- Espera, espera: ¿me estás pidiendo que trastoque la lista de audición para que suene tu canción a cada hora? ¡Creía que me habías dicho que sería un favor fácil de hacer!

- Sólo mañana...

- Bufff... ¡Me matas! Me juego el tipo, macho, por ti.

- Pon esa canción...

- ¡Si nos han ordenado desde la ejecutiva que no pinchemos ninguna canción tuya!

- ¡Como si a ti te importase la ejecutiva, Julián!

- Vale, vale. Pero un día. ¡Un día!

- ¡Gracias! Ahora yo te debo una.

- ¡Y muy gorda! A partir de en punto la programo.

Llené el depósito de mi MM Mzero-x, sintonicé en el navegador la emisora por internet de VAV FM en España, y conduje hacia la frontera.

Estaba saliendo de Cataluña, cuando en la radio sonó mi canción por primera vez. El locutor solo dijo: "¡y ahora, Phonix con su tema 'Vivas donde vivas'!". Se lo agradecí a Julián, realmente el director de contenidos se estaba jugando el tipo por mí.

Te dije que prestaras
atención a mí,
pero mi voz apasionada
no te supo convencer,

y así vi que volabas
muy lejos de aquí,
que ya no eras parte
de este cielo gris.

Mi tristeza y mi melancolía...
abrazado a tu recuerdo noche y día...
al despreciarme me partiste en dos.

¡Ya ha pasado una semana
ya puedo olvidarte!
¡Ya ha pasado una semana
ya es hora de dejarte!

Y en realidad, me dijiste
que nunca me quisiste,
como un suspiro te me fuiste
y aquí estoy: destrozado y triste,
con la voz entrecortada...
sin ti no tengo nada.

Con la voz entrecortada...
sin ti no tengo nada.


Vivas donde vivas
que seas feliz
Astrid donde estés
todo te vaya bien.

Tu compañero de fatigas
sea digno de ti,
sin dudarlo yo aseguro
que sabrás elegir.

Siempre me ha tocado
el papel de perdedor,
estoy acostumbrado
a nadar entre el sudor.

Pero eso no te importe
no te dé dolor,

Sabes que mi alma está tendida...
enfocada a una ayuda convenida...
quien te hiera a ti, hiere mi corazón.

¡Ya ha pasado una semana
ya puedo olvidarte!
¡Ya ha pasado una semana
ya es hora de dejarte!

Y en realidad, me dijiste
que nunca me quisiste,
como un suspiro te me fuiste
y aquí estoy: destrozado y triste,
con la voz entrecortada...
sin ti no tengo nada.

Con la voz entrecortada...
sin ti no tengo nada.


Llegué a Bilbao y me dirigí al complejo industrial donde MM tenía su factoría de vehículos comerciales. Conocía bastante bien cómo actuaba el equipo de seguridad de Astrid, y no me fue difícil pedirles que me dejasen aparcar detrás de ellos. Cuando la visita terminó y, tras salir acompañada de varias autoridades, Astrid se encaminó hacia su coche, en lugar de acceder al mismo por la puerta que le abría el guardaespaldas, se dio cuenta que un automóvil que le resultaba familiar estaba allí. Cuando llegó a mi lado y abrió la puerta de mi auto, me sentí realmente aliviado. No dijo nada, solamente empezó a consultar un montón de documentos que había llevado bajo el brazo, señalando partes de los mismos a bolígrafo. Puse en marcha mi coche y me fui, mientras los autos de los guardaespaldas hacían lo propio y me seguían de cerca.

Pasaron varios minutos, en donde nos metimos en la autopista, y luego salimos de ella en los alrededores de Bilbao. No dije nada, porque no quería molestarla, y Astrid tampoco abrió la boca. Pero cuando entramos en Bilbao, sin dejar de consultar los documentos, dijo con voz muy firme:
- Mucho te gusta conducir.

- Sabes que sí. -Comenté.

- ...porque estabas en Suiza hace unas pocas horas, y ahora estás en Bilbao. - Y me miró, seria:- dicen que tiran más dos tetas que dos carretas, ¿verdad? Y sobre todo si esas dos tetas están cubiertas de dólares.

Me eché a reír a carcajadas. ¡Qué respuesta tan típica de Astrid! Ella ni se inmutó. Continuó, mientras seguía escribiendo:
- Querías ayudar a pobretones, y mira tú por donde, ¡ahora tú te has convertido en un pobretón! El famoso, atrevido y poético Phonix, ¡no tiene dónde quedarse muerto! ¡De la gloria a la nada en un día! Felicidades: has batido el récord.

- La fama solo era gracias a ti... -Comenté.

- Menos mal que lo reconoces. Lástima que sea tan tarde.

- Siempre lo reconocí...

- Sí, seguro que sí... Repítelo incansablemente, igual se convierte en verdad.

- Yo sé que no me quieres, a una persona que quieres o que estimas no la haces sufrir, eso lo sé...

- ¿Entonces para qué has venido? ¿Te lo digo? Has venido porque no tenías a dónde ir. Todo por empeñarte en ser un famoso pero a la vez un don nadie. Si nadie lo hace es para que no les ocurran cosas como éstas, pero tú lo crees saber todo y que nadie te dé lecciones.

La miré, ella seguía enfrascada en sus papeles.

- He venido para verte... - Aclaré.

- Mírame en fotos.

- No es lo mismo. Y sé que, haga lo que haga yo, tú no vas a cambiar.

- ¡Ah, menos mal! ¡Has tardado en averiguarlo! Pero aún te queda algo: que lo que tú pienses me importa un comino.

- Sí, bueno... Eso también lo sé, Astrid.

- Y entonces, repito: ¿para qué coño has venido aquí?

- Por la misma razón por la que tú te has subido a mi coche.

Fingió sorpresa. E incluso esbozó una sonrisa:
- ¡Ah! ¡Por esa!

- ¡Sí! ¡Por esa!

- Pero ilumíname, a ver: ¿cual es esa razón?

- Ya la sabes.

- Pero igual no es la misma y estás equivocado.

- Querías saber que estaba bien.

- ¿Y para eso viniste en persona? ¿No te bastaba llamar a mi hermana y preguntárselo, de la misma forma que la llamaste para que me rogara que te diera algo de calderilla?

Me eché a reír:
- Eso te ha dolido, ¿eh?

- Usar a mi hermana es de torpes. Pero viniendo de ti no me sorprende.

La miré, sonriendo:
- No la llamé para eso... -Musité.

- Bueno, ahora ya puedes ir con tus pobres y buscar junto a ellos un trabajo en la oficina de empleo.

Sonreí, mirando por el retrovisor los MM blindados que nos seguían:
- ¡Me echaste! No me lo podía creer...

- Nadie controla mis compañías por mí. De hecho les he dicho a mis abogados que busquen la forma de acusarte legalmente.

- ¿Me vas a llevar a la cárcel?

- Si puedo, sí.

- ¿Cómo que si puedes? ¡Eres Astrid Sjoberg! ¡Claro que puedes! El problema...

Hubo un silencio, ella no me dijo nada, de manera que continué:
- El problema es que allí no podrás visitarme, ni llamarme, cuando te apetezca.

- Nunca lo hago. Eres tú el que aparece.

- Por eso.

Me miró:
- Phonix, encantada de haberte conocido. Que te vaya bien en tu vida, en tus cosas, o en lo que sea que vayas a hacer.

Detuve el coche al lado de la acera, y los MM Magnus que nos seguían, se detuvieron también.

Astrid abrió la puerta, y le dije:
- Astrid... Gracias por subir.

Cerró la puerta de un violento manotazo. Subió al coche que estaba detrás de mí, y se fue.


****



Tras haberme rescindido el contrato con la discográfica de VAV Records, y prácticamente haberme anulado por completo, de la noche a la mañana me encontré con que todo lo que había tenido, dinero, proyectos, fama... se había ido al garete. Se había quedado en nada. Tampoco me importaba demasiado, porque era bien consciente que todas esas cosas se van de la misma manera que llegan, y que tarde o temprano acabaría pasando. En realidad, nunca las había tenido demasiado en cuenta ni les había prestado atención alguna.

Por fortuna tenía un pequeño terreno en propiedad en una aldea bastante alejada de la ciudad, y a varios kilómetros del pueblo más cercano, en donde había llevado mi caravana. También me quedaba mi coche, el MM Mzero-x, por lo que tenía mucho más que, por desgracia, muchísimas otras personas. De manera que me fui a vivir allí y le di la espalda a todo lo que había conocido: conciertos, espectáculos, giras, ruedas de prensa... Me dediqué a lo mío, escribir mis canciones, algún poema, y ensayar con mi teclado electrónico Electrada.

Durante las primeras semanas me llamaron de algunas compañías discográficas, menos de las que me hubiera imaginado, y con propuestas que no me motivaban demasiado. También me llamaron de medios de comunicación, pidiéndome entrevistas, opiniones, intentando convencerme para algún reportaje... Lo que querían era que criticase al Grupo ASSI, en el fondo o, más bien, que creara polémica con Astrid Sjoberg. No pensaba hacerlo y, además, me encontraba a gusto donde estaba, no me apetecía viajar a la gran ciudad para que me entrevistase la prensa del corazón.

Pero poco a poco eso fue pasando, la gente se fue olvidando de mí, y la mayoría de las páginas web, blogs o grupos en redes sociales que trataban mi música fueron cayendo en el olvido o cerrando. Pasaron cinco, seis meses, en los cuales solamente salía para ir al pueblo muy de cuando en cuando a por provisiones. Nunca necesité mucho para vivir, estaba acostumbrado a tener pocas cosas, y no necesitaba demasiado. Pero un día me llamó. Me llamó Ingrid Sjoberg en persona. Me sorprendió. Aún recordaba mi última conversación con ella, en donde venía a decirme que no la pidiese que se metiera en los negocios de su hermana, de forma que ignoraba para qué iba a necesitarme a mí ahora, si ya no importaba nada para nadie, si ya me estaban olvidando, que era lo que yo más deseaba. Caer en el anonimato y que solo hablase por mí, tal vez, mi música.

Tras preguntarme cómo estaba e interesarse un poco por mí, me pidió:
- Necesito que viajes a Barbados, y traigas a mi hermana Astrid contigo.

Me eché a reír. Me eché a reír durante un buen rato a carcajada suelta, a pesar de que no escuchaba reírse a Ingrid, cosa rara porque normalmente era muy simpática y siempre estaba bastante jovial. Así que, cuando terminé, dije:
- Perdona, perdona Ingrid...

- ¿Ya has acabado?

- Sí, perdona... Es que me resulta muy gracioso que me digas eso, cuando tu hermana me ignoró completamente. Además, ¿qué hace ella en Barbados, si puede saberse?

- Está allí con Reidun Hermansen, ¿sabes quién es Reidun?

- Ni idea. - Respondí.

- Es un actor noruego.

No acababa de ver qué pintaba yo en todo aquello:
- ¿Y? Pues... Yo que sé... ¿Felicidades?

- Desde que te fuiste... Bueno, desde que te echó, mi hermana está... Cómo decírtelo... Inestable. Necesito que entres en su vida, más bien lo necesita ella, aunque no lo quiera reconocer. Tú le aportas equilibrio.

- Mmm... Has dicho... ¿Inestable? -Me volvía a salir la risa floja-. ¡Venga, Ingrid!

- Escucha, Phonix, he discutido con ella... Nunca discuto con mi hermana, son muy contadas las ocasiones que nos desentendemos, pero hace una semana estuvimos hablando en Bothnia. Sé que quiere que estés cerca de ella, y le dije que por qué no intentaba hacer las paces contigo, si es lo que quería, pero se negaba a ver y a darse cuenta de que te quiere a su lado.

Suspiré. No me podía creer lo que estaba oyendo, ¡y más aún de alguien como Astrid! ¡Astrid, que parecía no importarle nada! Ingrid me continuó explicando:
- Está tomando pastillas, ansiolíticos, y nunca había necesitado mi hermana ansiolíticos. Nunca había salido con famosos, ¡y se ha ido con Reidun!

- Ingrid, creo que es mayorcita, además, ¿qué narices voy a hacer yo?

- Solo que entres en su vida, Phonix. Te necesita para tener estabilidad. No me preguntes cómo ni qué efectos causas en ella, pero si la quieres deberías ir a buscarla. Por favor.

- Llevo seis meses aquí, no soy de los que no saben marcharse cuando una chica les dice que no, ¿sabes? Yo no voy detrás de nadie.

- ¿Ahora también eres soberbio?

No sabía cómo hacerle ver mi punto de vista:
- Buf.... Ingrid, cielo, lo haría si me lo pidiera ella...

- Ella no lo va a hacer. ¡Te lo estoy pidiendo yo! Pero hazlo por ella. Sólo entra en su vida, solo te pido eso, no te escondas en... En a saber qué agujero habrás estado metido... ¡Solo entra en su vida! Eso la ayudará. No te pido demasiado, ¿no?

- No voy a sacarla de las garras del... ¡Del Hermansen ese! Así que dime cómo voy a hacer que salga de allí. Es más, cada vez que lo pienso, menos me gusta esa idea.

- Vale. Perdona por haberte molestado.

Di un salto desde la puerta de la caravana al suelo:
- ¡Espera, espera! Tengo una idea... Le pediré trabajo, así de sencillo. Y está. Pero ir a Barbados no es precisamente barato...
- No te preocupes, ve al aeropuerto. Te preparo un vuelo, te envío los datos al correo. En el aeropuerto te dejaré una tarjeta de crédito a tu nombre. El Grupo INSI posee un hotel allí, tendrás una habitación esperándote.

- De acuerdo, Ingrid. Pero si sale mal o lo estropeo, no me culpes.

- Solo quiero que lo intentes. Quiero que Astrid vuelva a ser la de siempre.

- ¿Y ahora qué es?

- Ahora está totalmente perdida.

Tomé el avión hacia Barbados y luego dejé mis pertenencias en el hotel. Ingrid no había escatimado en gastos: el hotel era realmente lujoso, y la suite que estaba a mi nombre era espectacular. Alquilé un automóvil de MM y me dirigí hacia la dirección donde estaban Astrid y Reidun, una pequeña mansión a las orillas del mar, en una colina con un robusto muro de piedra alrededor. Supuse que no iba a llegar y decirle: "¡Hola Astrid, aquí estoy!", pero tampoco sabía muy bien qué hacer. Y espiarles no era precisamente algo que me motivase demasiado. Pero había algo que a Astrid le encantaba: el trekking. Y si había una ruta de senderismo cercana, ella estaría por allí. Miré las rutas que había en las guías turísticas, y entre ellas había una de casi diez kilómetros. La distancia que le encantaba a ella, entre seis y doce kilómetros. De manera que solo tuve que esperar. Y una mañana aparecieron varios automóviles con guardaespaldas. Todos eran de MM. Me fui en mi auto hasta el final de la ruta, y salí del coche. Cuando ella apareció, yo ya estaba de pie. A su lado estaba un tipo alto, bien parecido, de cabello claro. Era Reidun Hermansen. Yo pasaba desapercibido para ellos, excepto para Astrid. Me vio enseguida. Esperé, de brazos cruzados, apoyado en un lateral del coche a que se acercase a mí. Y tras decir algo a sus escoltas y a Reidun -conociéndola, que la dejaran en paz, seguramente-, llegó frente a mí:
- ¿Quién te ha dicho que estaba aquí?

Empezaba su saludo como una reprimenda. Sonreí al notar que, realmente, no parecía haber cambiado tanto.

- Hola, Astrid. Bonita ruta, ¿verdad?

- No me has respondido. Odio que me sigas. Creía que todo había quedado aclarado.

- Puedo... ¿Puedo robarte un minuto, por favor? -Le supliqué. Suspiró, fingiendo hastío, pero miró hacia sus acompañantes y les dijo:
- Vuelvo en un rato.

- ¡Astrid, cariño...! -Hizo ademán de decir Reidun, pero ella le cortó:
- ¿Te has vuelto sordo o idiota?

Casi se me escapa la risa. Subí al coche y ella se sentó a mi lado. Puse en marcha el motor y tomé la carretera:
- ¿Cómo te has pegado a ese? Creía que no te iban los famosos...

- Tú eras famoso... O al menos eso parecía.

- Pues por eso lo digo.

- ¿Ahora qué eres? -Decidí no responder a eso. No obstante no hizo falta, por fortuna ella continuó hablando-. Tengo curiosidad por saber qué narices haces aquí.

- Pues... -La miré. Ella seguía mirando al frente, seria-. ¿Tendrías un trabajo por ahí?

- ¿¡Qué!? -Eso sí que la dejó impactada.

- Necesito... De lo que sea... Aunque sea para cortar el césped de tu casa...

- ¡No te daría un trabajo, ni de limpiador de cristales! ¡Y menos en mi casa!

Tragué saliva:
- Ah... Vale. Supongo que estarás muy ocupada buscándole papeles para encajar en alguna película de Foome Productions a Reidun...

- Pero... ¿Qué piensas que eres?

Me encogí de hombros:
- ¡Creía que no salías con famosos! ¡Vamos, mírate! ¡Astrid, Astrid Sjoberg! ¡La mismísima Astrid Sjoberg, saliendo con un actor! ¡Pero si odiabas salir en la prensa rosa!

- Yo no odiaba salir en la prensa rosa, odiaba salir con invenciones sobre mí.

- Bueno, que ahora tengas como pareja a ese actor no es una invención.

- ¡No es mi pareja! ¡Es un amigo íntimo!

- ¿Amigo íntimo? ¿Ahora se llaman así? -Me eché a reír-. ¿Desde cuando se lleva a un amigo íntimo a un viaje a Barbados?

- ¡Porque lo necesitaba!

- ¿Tú o él?

- ¡No tengo por qué darte explicaciones, joder! -Protestó. Detuve el coche en el arcén y la miré, muy serio:
- ¿¡Amigo íntimo!? ¡Jamás habrías permitido que, fuera de tus hermanas, nadie supiera nada de ti! ¡Y mucho menos jamás tolerarías a nadie de amigo íntimo! ¡Ni ese, ni yo, ni nadie! ¡Sólo amigas, e íntimas, eran tus hermanas! ¡¡Astrid solo tenía confianza en ellas!!

- ¡No me grites! ¡Y de ese trabajo ya puedes irte olvidando!

Puse las manos en el volante:
- De acuerdo, de acuerdo... Relajémonos...

- Ya no quiero seguir hablando contigo. Volvamos.

- Vale.

Dejamos de hablar. Tomé la carretera de vuelta al aeropuerto. Cuando ella se dio cuenta que no regresaba hacia atrás, me increpó:
- ¡Creía que había dicho que volviésemos! ¿¡Ahora estás sordo!?

- Te estoy haciendo caso, lo he oído. Estamos volviendo. Volviendo a Suecia.

Me miró. No dijo nada. Solo me miraba. Cogió su smartphone e hizo una llamada:
- Hola, soy Astrid. Necesito tomar una plaza para un vuelo a Suecia, desde Barbados...

- Dos. - Puntualicé.

Me miró de reojo. Se recostó en el asiento, acomodándose la melena:
- Dos plazas. Oye, haz que recojan mi equipaje y lo envíen, por favor... Vale, gracias.

- Estaba...

Puso una mano ante mí:
- ¡No me hables! ¡No digas nada!

Entonces dije, en voz más baja, y más despacio:
- Que estaba pensando que en lugar de a Suecia podríamos ir a Miami...

- ¡A Tegucigalpa, no te fastidia!

Me costaba esfuerzos tremendos evitar soltar una carcajada:
- Piénsalo, Astrid. En Miami hay varios hoteles de Motelam, podríamos pasarnos unos días allí de lo lindo. En lugar de coger un avión y pegarnos una paliza de vuelta a Europa...

Lo decía porque no me apetecía regresar de nuevo, después del largo viaje hasta Barbados. Ella no decía nada. La miré:
- Tú y yo. Solos.

Hizo una mueca de sonrisa:
- ¡Menuda compañía!

Cogió su smartphone de nuevo:
- Kajsa, cambia los planes. Volamos hacia Miami. Sí. (...) Ah, vale, ahora la llamo. Gracias.

Colgó la llamada y marcó otro número. Nada más verla sonreír, intuí quién sería:
- ¡Hola, Ingrid! (...) Estoy llegando al aeropuerto, ¿has ido a Bélgica, al final? (...) Sí, está aquí, conmigo... (...) Lo sé, no, tranquila.
Cuando acabó de hablar con su hermana, decidí preguntarle:
- ¿Qué era eso de "lo sé"?

- ¿El qué?

- ¿Por qué respondiste "lo sé"?

Hubo un tenso silencio de varios segundos. Finalmente musitó:
- No me da la gana decírtelo.

Detuve el coche ante un semáforo, y aproveché para extender mi brazo y cogerle la mano a Astrid. Nunca había hecho algo así, pero lo hice. Y se la apreté, diciendo:
- Eh, ¡eh! Estoy aquí...

Ella no dijo nada, y el semáforo volvió a ponerse en verde, así que le solté la mano. Pero el hecho de que me dejara cogérsela ya era un logro enorme para mí. Cuando entramos en la carretera hacia el aeropuerto, me dijo:
- Reidun... No...

No quería hacerle pasar ese mal trago, además, ella no estaba acostumbrada a mostrar sus sentimientos:
- Ya. No pasó nada y tal... No tienes que darme explicaciones.

- Eso, no tengo por qué dártelas.

- Pero gracias.

Aparqué el coche frente al rent a car de Ten Place. Apagué el motor y, antes de salir, dije:
- ¡Alucinante! ¡Voy a viajar con Astrid Sjoberg!

- Pareces tonto, ni que fuera la primera vez que lo hayas hecho...

- Pero no solos.

Tras devolver el auto, caminamos hacia la terminal.

Subimos al avión en un vuelo convencional, aunque nos llevaron a la clase business. Allí dejé a Astrid sentarse junto a la ventanilla, mientras yo iba a su lado. Le pregunté:
- Supongo que no has hecho esto muchas veces. -No decía nada, continuaba absorta viendo las nubes-. Me refiero a coger y largarte, sin más...

Ella no era una buena compañía, de hecho para nadie era fácil viajar con ella, y yo no iba a ser una excepción, desde luego.
Y como ella no decía nada, y ni siquiera parecía prestarme atención alguna, decidí seguir hablando yo:
- Estos últimos meses... No me he sentido tan mal, ¿sabes? Me ha encantado volver a ser anónimo, y he descubierto que en realidad hay poca gente a la que le importe... Bueno, a casi nadie le importo, aparte de mi mánager... O ex-mánager, después de las primeras semanas todo el mundo se olvidó de mí. Solo me he sentido mal... Me he sentido mal por no poder saber nada de ti, creía que me llamarías... Bah, bueno, déjalo, es tontería...

Miró hacia mí brevemente:
- ¿Y por contratar gente a mis espaldas no te sentiste mal?

- No digas eso. Sabes que no haría nada que te dañase... Solo intenté ayudar a través de mi contactos en el ASSI Group a personas que de verdad lo necesitaban, nada más.

- ¿Nada más? ¿¡Nada más!? ¡El ASSI Group no está para eso, si quieres hacer obras de caridad hazlas tú, no las hagas corriendo yo con los gastos! ¡Eso no es ayudar, es entorpecer! ¡Y para ayudar en ese aspecto ya creamos mi hermana y yo la Fundación! ¡Joder, eres penoso! ¡Prefiero no pensarlo porque me dan ganas de tirarme de este avión!

Decidí dejar un rato de silencio. Y luego dije:
- Te pareces a tu hermana Etdrid...

Me miró, seria:
- ¡Tú no sabes nada de Etdrid! ¡No digas gilipolleces!

Y seria y malhumorada, se levantó yéndose hacia los aseos. Una azafata se acercó:
- ¿Quieren tomar algo?

- Traiga un refresco de pomelo y sandía para ella, por favor. Y para mí un té. Muchas gracias. Y algo para picar.

- Sí, de acuerdo.

Astrid regresó cuando ya teníamos allí las bandejas con los refrescos y unos snacks. Sin mencionar palabra, bebió un trago y volvió a quedarse mirando hacia las nubes. Le pregunté:
- Astrid...

No dijo nada. Insistí:
- Astrid, cielo...

- ¿¡Qué!? - Respondió, sin mirarme tan siquiera.

- ¿Estás bien?

- ¡Vete a hacer puñetas!

Sonreí.
- Gracias por venirte conmigo... -Musité.

Entonces, se giró, y me miró. No dijo nada, pero me miró. Sonreí:
- ¡Odio que hagas eso!

Siguió sin decirme nada, así que añadí:
- No te enfades conmigo, anda... -Y me acerqué a ella, puesto que al volver ella se había sentado frente a mí-. ¡No sé qué haría sin ti!

- ¿Te pidió mi hermana que vinieras?

Me quedé boquiabierto. Me sorprendió totalmente aquella pregunta, y entonces recordé que estaba frente a una de las magnates más poderosas del planeta. Y era por algo. Insistió:
- ¿Te pidió mi hermana que vinieras?

Me acerqué más a ella. Y susurré:
- Tú das estabilidad a mi vida.

- Sí, claro. Cualquier cosa con tal de no responderme, ¿verdad? No es una pregunta tan difícil.

- No me abandones, Astrid, por favor, te lo ruego...

Se puso más seria aún:
- ¿Crees que soy tu madre?

Entonces le dije:
- Me llamó Ingrid. Me dijo dónde estabas. Y me dijo que no podías estar sin mí...

Apreté los labios... No tendría que haberle dicho aquello... Esperé una reacción desproporcionada, yo que se, que saltase, que gritase, que mandase detener el avión... Pero para mi sorpresa, no dijo nada. Solo me miraba con una expresión impenetrable.

- ¿Te dijo eso?

- Me dijo que si yo te necesitaba... Tú también me necesitabas a mí.

- Yo no te necesito, Phonix...

- ¡Lo sé!

- Ni tú me necesitas a mí.

- Eso creo que lo sé yo mejor que tú, ¿no crees?

- No te quiero, Phonix. Ni tú, ni tus canciones me dicen nada. Para mí eres patético. No me haces sentir nada, eres para mí como algo vacío, sin importancia alguna.

Me acomodé en el asiento:
- ¡Ya, claro, vaya noticia! Si no no hubieras hecho lo que hiciste...

Volvió a mirar a las nubes:
- Sin embargo... Creo que por alguna razón... -Se puso en pie, y pasó a sentarse a mi lado-. Gracias por venir a buscarme.

Así era ella. Así era Astrid. Incongruente e inexplicable.

- ¿Por qué no me lo pediste tú misma antes, Astrid?

Se apartó un mechón de cabello de su cara, en un gesto muy coqueto.

- No te necesito para nada. - Respondió.

Aterrizamos y mientras conducía en un coche alquilado con ella a mi lado, recibí un mensaje a mi smartphone. Era de Ingrid, y me ponía solamente: "Gracias". Era solo una palabra, pero me reconfortó, ¡qué diferente era Ingrid de su hermana! No me extrañaba que todo el mundo la prefiriese a ella.

Llegamos al aparcamiento de Motelam, y sin esperarme Astrid caminó a paso rápido a la recepción. Allí nos esperaba ya una de las empleadas, tras el mostrador. Le entregó una llave a Astrid:
- Necesito dos habitaciones. -Dijo su jefa.

- ¿Viene acompañada? Es que... El hotel está completo, nos ha sido difícil hacerle hueco, hemos tenido que cancelar una reserva... En todo caso es una habitación doble.

Astrid se puso seria. Más aún: se la notaba iracunda. La llevé aparte, diciéndole a la chica:
- Está bien, no se preocupe.

Y le expliqué a Astrid:
- No pasa nada, duermo en el coche.

- ¡Si me hubieras dado tiempo habría traído dinero! ¡Eres estúpido!

- Te he dicho que no pasa nada, ¿qué más quieres que te diga?

Se fue hacia el ascensor, y dejé que se alejara. Pero a medio camino se detuvo, diciéndome:
- ¿A qué esperas? ¡Vente!

Cualquiera hubiera preferido dormir entre zarzas que estar con ella compartiendo habitación, pero yo quería su compañía. Me fui a su lado y subimos hasta la habitación. Nada más entrar sonó su smartphone. Era una suite amplia, bien iluminada y realmente lujosa. Astrid descolgó la llamada. No había que ser un lumbreras para averiguar quién la llamaba, en seguida lo noté: Reidun Hermansen, el actor. Lo primero que le dijo ella, mientras yo le servía su zumo favorito, fue:
- ¡No soy tu condenado "cariño", así que no me llames cariño!

Sonreí. Se sentó en un amplio sofá y continuó hablando:
- No sé si puedes entender que no tengo por qué darte explicación alguna de lo que haga o deje de hacer, me fui porque me dio la gana. (...). Estoy con quien me apetezca, Phonix lleva conmigo mucho tiempo, nos conocemos muy bien. (...). Ya te llamaré yo, si me acuerdo, tendré que mirar mi agenda. Adiós Reidun.

Me agradó oír eso de que "nos conocíamos muy bien". Se puso en pie:
- Me voy a duchar, pide algo para cenar, ¿podrás hacerlo?

- ¿Y qué quieres cenar?

Se giró, mirándome, y caminó hacia mí. Musitó, a mi lado:
- ¡Necesitas a tu mami! - Dijo, mientras descolgaba el teléfono del hotel-. Suban dos cenas dentro de hora y media. Sopa de verduras, nada de fritos. Dos tortillas de patata y perritos calientes. Yogur y cuatro envases de zumo de pomelo y sandía, y otros cuatro de zumo de manzana.

El zumo de manzana era el que me gustaba a mí. Agradecí que lo pidiera. Colgó el teléfono, y me miró:
- Lo que te dije en el avión...

- Astrid... No me separes de ti... - Le rogué.

- No volveré a darte esta explicación, Phonix. Lo haré una vez nada más: no te quise dañar. Solo quería ver qué te ocurría porque me gusta saber lo mucho que me necesitas. La mayoría de gente que está a mi lado solo buscan que les haga favores, que cumpla sus deseos, fingen quererme, admirarme, darme desinteresadamente su amistad... Desde que te conocí eres como un niño perdido...

- Espero que no me digas que soy como el niño que nunca tuviste... O como la mascota que nunca te compraron.

Entonces me abrazó, algo inusual en ella. Me quedé asombrado. Nunca había hecho eso, ¡Astrid abrazándome! ¡La mismísima Astrid!

- Eres mi juguete favorito.

Y, dicho esto, volvió a adoptar su serio semblante habitual y caminó hacia el baño. Me dejó allí, impactado. ¡Su juguete! ¡Era su juguete! ¿Qué narices había querido decir con ello? ¿Era bueno o malo? ¡Me estaba volviendo loco aquella mujer!

Mi móvil Electrada sonó. Era Ingrid. Descolgé la llamada de inmediato:
- ¿Dónde estáis?

- En Miami. Acabamos de llegar al hotel. -Dije.

- Gracias por conseguir sacarla de Barbados.

Caminé despacio hacia una de las camas, y me senté:
- Tu hermana me ha dicho que soy su juguete...

Ingrid se echó a reír a carcajadas. Continué:
- ¿Qué ha querido decir con eso?

- Ni idea. Pregúntaselo.

- Sí, ya... Creo que mejor no. Y a dicho que mis canciones son insulsas y vacías...

- Dile que entonces por qué no dejaba de escuchar la canción de "Vivas donde vivas".

- ¿La escuchaba?

- Creo que todo el tiempo.

- Bueno, quizá por eso no despidió a Julián Díaz, el director de contenidos de VAV Radio en España.

- ¿Cuanto tiempo vais a estar ahí? -Quiso saber su hermana.

- Un par de días. Espero. No creo que su agenda le permita mucho más...

- Haz que lo pase bien, Phonix... Lo necesita, y se lo merece.

- Lo intentaré. Pero es difícil estar con tu hermana, creo que solo es feliz cuando estáis juntas.

Se echó a reir:
- Recuérdala que casi se vuelve novia de un actor, eso seguro que le gustará oírlo.

- Sí, claro... Tú quieres que me eche a patadas otra vez...

Al poco de acabar de hablar con Ingrid, un botones llegó con nuestras maletas de Barbados. Me alegré de tener mi equipaje, aunque no pude evitar una irónica sensación por la enorme eficiencia en ese tipo de transportes cuando se trataba de alguien como Astrid. Grité, mientras abría mi maleta:
- ¡Llegó el equipaje, Astrid!

Escuché, desde el baño:
- Pon mi smartphone a recargar, ¿sabrás hacer eso?

Sonreí, y decidí seguirle el juego:
- Creo que sí.

Abrí su maleta y busqué entre el equipaje de mano su cargador. Lo encontré cuando descubrí algo más en su neceser. Mi disco. El disco que yo le había dedicado, justo mi primer trabajo. Con una dedicatoria que terminaba en un corazón dibujado con rotulador rojo. ¡Lo llevaba con ella! Aquello me emocionó. Salió del baño con el pelo húmedo y vestida tan solo con un albornoz. Volví a guardar el CD rápidamente. Se fue hacia su equipaje:
- Necesito un secador...

- Déja tu cabello así, estás muy guapa, y es más saludable que seque al aire...

- ¡Me importa un pepino estar guapa para ti!

Entonces llamaron a la puerta: era Inga, la jefa de seguridad. Nos informó:
- No hay sitio en este hotel, hemos alojado al equipo en el Motelam New Century, pero no deberías irte de esta forma, Astrid, es peligroso...

- Inga, deja a la gente imprescindible, el resto que regresen a Suecia. Me voy hacia allí mañana.

- Pasado mañana. -Corregí. Astrid miró a su experta en seguridad:
- Hay gente, Inga, que no sabe cumplir una orden -refiriéndose, obviamente, a mí-. Sé que tú no eres una de ellos.

- No, claro que no, señorita. - Le dijo la mujer, de pelo rubio muy corto y de duras facciones.

Me acerqué, y me llevé a Astrid aparte conmigo, pidiéndole a Inga que aguardase:
- Mañana nos vamos de compras, tú y yo, solos. - Recordé que le había prometido a Ingrid distraerla.

- ¡No me agrada ir de compras! ¡Y menos contigo!

- Y anunciamos nuevo disco en Radio Ibérica, aquí, en Miami. Tienen un locutor de un programa de música muy bueno, y aquí se venden muchos discos.

- ¿Un nuevo disco? ¿¡Tuyo!? - Preguntó, sorprendida.

- Lo he estado preparando estos meses. Lo anuncias conmigo. Me encantaría.

- ¿Pero quién te ha dicho que ibas a volver a editar en VAV?

- Tus ojos.

Hizo una mueca rara, y musité:
- Astrid, cielo...

- ¡Vale, vale! -Dijo, dando un paso hacia atrás para evitar que pusiera mi mano en su cintura. Miró hacia Inga por encima de mi hombro:
- ¡Inga, nos vamos pasado mañana!

- Sí, señora.

Cuando Inga se fue, hice ademán de abrazar a mi amiga:
- ¡Gracias, Astrid!

Me evitó, regresando al baño:
- ¡De acuerdo, pero no me abraces!

Tras cenar en silencio, Astrid se quedó inmersa en sus negocios, ante el ordenador y hablando sin cesar por teléfono, respondiendo a una llamada tras otra, en la pequeña salita de la suite. Decidí acostarme y ella aún seguía allí, por lo que ignoro a qué hora se durmió.

Por la mañana desperté temprano, y para no molestarla me vestí, y salí. Compré un zumo en una máquina del hotel, y la esperé en el coche. Cuando bajó con sus escoltas ni siquiera me saludó. Me ignoró totalmente.


****



Llegamos a Radio Ibérica en donde Jorge Admiral, el locutor, junto con el director de la emisora nos recibieron entre gran expectación de los empleados. Nos llevaron a una sala de reuniones y, aunque Astrid no iba a ser entrevistada (por supuesto a ella no le agradaba nada), sí dejó claras unas pautas: que no me hiciera preguntas sobre mi marcha y sobre las razones de VAV al tomar esa decisión. Por supuesto, Jorge se quedó sorprendido, como diciendo: "si no hablo de eso, ¿de qué voy a hablar?", pero no se atrevió a contradecir en modo alguno a Astrid.

A continuación me dirigí con Jorge al estudio y, ante la atenta mirada de Astrid y el director tras los controles, el programa comenzó. Tras la cabecera musical, Jorge empezó a hablar con voz muy animada:
- ¡Muy buenos días, chicas y chicos! Soy Jorge y este es tu programa musical favorito, donde encontrarás entrevistas y la mejor música del momento. Y hoy os traemos una gran sorpresa, no os lo perdáis. Os doy una pista.

Puso una de mis canciones y luego me presentó diciendo:
- Seguro que ya lo habéis descubierto, ¿verdad? Pues sí, tenemos aquí al mismísimo Phonix en persona, en carne y hueso, puedo estirar mi brazo y tocarlo. ¡Hola Phonix! Bienvenido a Radio Ibérica en Miami.

Phonix- Hola Jorge. Muchas gracias. Un saludo para ti y para todos tus oyentes.

- ¿Qué tal te está tratando Miami? ¿Habías estado aquí alguna vez antes?

P- Sí, bueno, grabamos el segundo disco en el estudio VAV Records de Miami...

- ¡Sí, es cierto! Entonces conoces la ciudad...

P- Si te soy sincero no es que lo conozca mucho, pero siempre me resulta muy agradable estar aquí, hay muchos hispanos y el ambiente es fabuloso. Es un sitio muy vivo.

- Pero no has venido para grabar, quiero decir, no estás en pleno trabajo de estudio ahora mismo inmerso...

P- ¡No, no, que bah! Ni mucho menos.

- Estos meses nadie ha sabido de ti. Has desaparecido del mapa, todos los conciertos anulados, incluso has desaparecido de las redes sociales y de la web...

P- He estado escribiendo canciones, componiendo, alejado del mundo y aislado casi completamente.

- Algunos rumores decían que te habías hartado porque ya no vendías lo mismo...

P- Según mi jefa no vendo ni para amortizar el tiempo de grabación en el estudio...

Jorge se echó a reír:
- ¿Tu jefa? ¿Te refieres a los directivos de VAV, o a la misma Astrid Sjoberg?

P- Bueno... Me lo ha dicho Astrid...

Vi claramente cómo Astrid se cubría el rostro con las manos, tras el cristal. Me miró e hizo un amenazante gesto de que si seguía por ese camino cortaría la emisión. No dudé en que lo haría, así que decidi no mencionar sus comentarios sobre que mis canciones no le gustaban... Sobre todo tras encontrar mi disco en su neceser.

- ¿Realmente vendes tan poco para llegar al punto de plantearte la retirada? No se, creo que seis millones de copias no son poca cosa...

P- Ya, pero si lo comparas con una discográfica que tiene entre su catálogo a artistas que venden varios cientos de millones de descargas, sí lo es.

- Pero ahora has decidido volver, ¿por qué?

P- Realmente nunca me he ido del todo, Jorge. Lo único que he hecho fue seguir haciendo lo que realmente me gusta: componer. Si mis canciones venden mucho mejor, y si no pues me da igual, eso no me preocupa.

- Dices que no te preocupa pero bueno, esto es un negocio, así que si no vendes esto se acaba...

P- Me pasé muchos años cantando en tugurios y publicando discos con un PC para regalarlos por internet sin problemas, puedo seguir haciéndolo. Los tejemanejes y la codicia de las discográficas no me interesan en absoluto.

- Háblanos de tu próximo trabajo.

P- Bueno, todavía está en esqueleto, pero creo que será uno de mis discos más íntimos y personales de todos, uno de los más relajados y en el cual vierto mis sentimientos.

- No te gusta que te califiquen como cantante ni como artista, según tú siempre has dicho eres un simple cantautor.

P- En efecto, Jorge, no soy más que un sencillo cantautor que escribe lo que siente en rimas y que intenta transmitir sus impulsos sentimentales hacia otras personas que sepan interpretarlos o que se sientan identificados con ellos.

- ¿VAV será de nuevo tu discográfica?

P- Probablemente sí. Es con la que me siento más a gusto, son los que primero apostaron por mí y, si puede ser, no me gustaría separarme de ellos.

- Durante estos meses que has estado fuera de la actualidad, por decirlo de alguna manera, ¿qué es en lo que más has pensado? ¿Qué momentos o qué acontecimientos te venían a la memoria y recordabas con más satisfacción?

P- Sin lugar a dudas el apoyo del público, en especial la firma de discos. Ver que llegas a un lugar y hay personas esperando desde tres, cuatro o cinco horas antes, solo para verte en persona y que les pongas tu firma en un CD me parece impresionante. Aún se me eriza la piel solo de pensarlo.

- ¿Y el momento más duro? ¿El que te ha dolido más?

Me quedé un instante pensando:
P- Cuando Astrid me confesó que no le transmitían nada mis canciones...

- ¿Es eso cierto? ¿En serio?

Al otro lado de "la pecera" vi a Astrid gesticular. No me extrañó cuando la emisión se cortó y empezó a escucharse música por nuestros auriculares. Jorge miró hacia los técnicos con cara de incredulidad. Le dí la mano y salí, siguiendo a Astrid por el pasillo, iracunda. Se paró delante de mí:
- ¡No me puedo creer lo que has hecho! ¡Eres un vengativo!

- ¡Dije la verdad! ¿Qué querías que hiciera? No iba a mentir, me preguntó lo que sentía y lo dije.

- ¡Te dije que no hicieras mención a nada de eso! ¡Te lo advertí!

Vi una sala vacía y me metí con Astrid dentro, para que no nos oyeran discutir. Cerré la puerta:
- ¡Tal vez si para otra vez midieras mejor tus palabras, no me haría falta mentir! Tus palabras hieren, ¿sabes? Deberías pararte a pensarlo.

- ¡Digo lo que me da la gana!

- ¡Pues luego no te enfades ni te pongas así cuando ocurren estas cosas!

Puso ambas manos ante mí:
- ¡Está, se acabó, es suficiente! ¡Se terminó, no quiero hablar más de este asunto!

Salió del edificio y se fue hacia el auto de su escolta. La toqué por la muñeca:
- ¡Ven en mi coche! Me hizo caso omiso. Insistí- ¡Astrid, ven en mi coche! ¡Vamos!

No quería oírme, de manera que me metí con ella en el coche de la escolta.
- Creía...

Colocó la mano abierta frente a mí pidiéndome silencio, mientras no dejaba de operar en su smartphone. Suspiré. En ese momento recordé:"un juguete, un juguete eres para ella". Así que abrí la puerta cuando llegamos a un semáforo para bajarme:
- Me voy.

- ¿¡A dónde vas!? -Me gritó ella. Sonreí, y miré desde fuera el interior del MM Magnus:
- Te dije que nos íbamos de compras... Venga... ¡Venga, mujer! -La animé. Finalmente, salió entre las advertencias de sus escoltas.
Dos de ellos, que nos seguían desde un auto, se bajaron y se pusieron a seguirnos a prudente distancia. Miré hacia Astrid, sonriendo:
- ¡No te enfades, Astrid! -No dijo nada, su rostro serio continuaba impasible-. Además, ahora ya estamos en paz.

- ¿Era eso? ¿Querías quedarte en paz contigo mismo?

- No. Quería que supieras que lo que dices me duele de verdad. No me importa mi carrera, ni el éxito, ni las ventas: me importas tú. Al fin y al cabo si canto es para ti.

Se echó a reír, y la cogí cariñosamente por el hombro:
- ¡Te has reído!

Llegamos a la altura donde estaba mi auto aparcado, y subimos a él.

Muy poca gente podía decir lo mismo que yo: que habían estado caminando al lado de una de las hermanas Sjoberg. Que habían salido con una de ellas de compras.

Sin embargo no podía disfrutar de esos instantes con Astrid porque, conociéndola, sabía que algo pasaría que la acabaría molestando, enfadando o malhumorando. Y probablemente todo eso ocurriese mas pronto que tarde.

- ¿Qué es lo que tienes que comprar con tanta urgencia? -Me preguntó, mientras aparcaba mi MM Mzero-x en el parking de los grandes almacenes de Vesak, situados en Medley.

- Nada en especial. Solo quería mirar.

- ¿Te empeñas en que vengamos hasta aquí, solo para mirar?

- ¿Y qué mas te da? Estás de vacaciones, ¿no?

- ¡No es pasar un día mirando tiendas contigo la mejor idea que tengo yo de unas vacaciones!

- No, mejor con... Con ese actor en Barbados.

Caminó hacia el coche de sus escoltas:
- ¿Sabes que tienes una facultad innata para cabrearme? Compra tú mismo lo que te dé la gana, y mira cuantos escaparates quieras. Pero solo.

Se metió en el auto y salió de allí, dejándome de pie, inmóvil... Sorprendido. Como solía hacer ella.

Decidí dar un paseo por la ciudad, y luego regresé al hotel. En la habitación solo había un miembro de seguridad, le pregunté por Astrid, y me dijo:
- La llamaron de VAV, se ha ido a hacer una visita a la mansión de Alfonso Esteban.

Alfonso Esteban era un famoso cantante, era una de las joyas de VAV Records, uno de los artistas hispanos que más vendían, y uno de los más rentables.

- ¿Sabes la dirección, Heis?

- Ni idea.

- ¿Podrías averiguarla?

- Lo intentaré.

El escolta hizo una llamada, y me dio la dirección, tras lo cual me preguntó:
- ¿Vas a ir allá?

- Sí. -Le respondí, mientras tomaba un tentempié de entre la comida que habían pedido los guardaespaldas para la habitación.

- Phonix... ¿Por qué no la dejas en paz?

- Le dije a su hermana que no lo haría.

- ¿A Ingrid?

- Sí.

- ¿Y por qué no te vas con ella? Dicen que es infinitamente mejor... No quiero meterme donde no me llaman, pero Astrid te desprecia bastante...

- ¿Crees que no lo sé? Seguramente tú también serías así si te dieras cuenta que la gente solo te quiere y permanece a tu lado por el dinero y el poder que tienes.

Conduje hasta la puerta de la enorme mansión, una gran construcción de piedra blanca, con hermosos jardines, piscina y vistas a un acantilado. Me abrieron la puerta al ver que era Phonix, dentro había chicas en bañador, con algunos hombres tomando el sol de la tarde, y otros escuchando música. Pregunté por Alfonso Esteban y me indicaron un gran patio interior con cortinajes de color celeste que colgaban de las terrazas. En el centro, con suelo de brillante mármol, estaban varios sofás y mesas circulares con bebidas. Alfredo se levantó de uno de ellos y vino hacia mí:
- ¡Phonix! ¡Por fin te conozco!

Nos dimos la mano:
- ¡Bienvenido a Miami!

- Gracias. -Le dije-. ¿Astrid está aquí?

Señaló la salida, hacia un mirador circular:
- Está allí, con negocios. Está hablando por teléfono.

- Gracias.

Hice ademán de dirigirme hacia allí, pero me detuvo:
- ¡Eh! ¡Es Astrid! Si la interrumpes se enfadará, ¡no quiero enfadarla en mi casa!

- No creo que se enfade contigo, tranquilo, ¡le haces ganar mucho dinero!

Sonrió, y bailoteando me dijo:
- ¡Hey! ¡Me gusta tu estilo!

- ¡Buen disco el último! ¡De folklore! -Dije, mientras me alejaba.

- ¡Flamenco, Phonix! ¡Se llama flamenco!

- ¡Eso!

Recorrí una ondulosa acera de color blanco, con pequeña barandilla, por el exterior, y entré en la terraza. En medio, Astrid hablaba por teléfono. Me vio, pero ni se inmutó. Comentaba sobre algunos negocios, daba órdenes firmemente y con voz segura. Cuando terminó la llamada, pedí:
- Deja el móvil un momento, por favor.

Me miró de reojo, seria. Continué:
- ¿Es una visita de cortesía a Alfonso?

- Esta noche me quedaré aquí, en su casa. Es un buen sitio. Puedes esperar a mañana en el hotel, hasta que llegue la hora para que cojas el avión.

- ¿Tú no vienes a Suecia?

- No. Partiré de aquí hacia Montreal.

- ¿A Montreal? Creía que vendrías conmigo a Europa...

- Tienes mucho trabajo para el lanzamiento del disco, deberías empezar a prepararlo todo para que llegue al mercado estas navidades.

Me acerqué a ella hasta ponerme a su lado, apoyándome en la balaustrada:
- Ven conmigo, puedo preparar el disco en Bothnia.

- ¿¡En mi casa!?

- Necesito tu inspiración. ¿Qué haces aquí? Esto no va contigo, este no es tu sitio. Esto no va con tu estilo.

- ¿A qué te refieres? Y, ¿desde cuando sabes tú cual es mi estilo y cual no?

- Me refiero a esta casa -intenté explicar-, ¡a Alfonso! ¿Vas a dormir aquí, en su casa? ¡Pero si no escuchas ni sus canciones!

- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Es mejor estar contigo, soportándote en Suecia?

Junté mis manos en actitud rogante:
- ¿Por qué siempre te enfadas tanto conmigo?

- Me saturas, Phonix, de verdad. Me hartas.

Dicho esto, se dio media vuelta y regresó dentro de la casa. Me crucé de brazos, cansado. Ya no sabía qué hacer, si dejarla, seguirla, insistir o darme por vencido con ella. No sabía qué quería de mí. Y lo peor es que, aparte de ella, no conocía a nadie en aquel lugar que pudiera ayudarme... Aunque quizá no tenía por qué estar en aquel mismo lugar. Saqué mi smartphone del bolsillo y marqué el número de Ingrid. Se lo expliqué:
- Siento deseos de irme y dejarla, Ingrid.

- ¿Por qué? ¡Tú siempre te llevabas fenomenal con mi hermana! ¡Eras el único con el que se sentía bien! ¿Qué le has hecho?

- ¡No se qué ha pasado! ¡Intento hablar con ella, pero se enfada enseguida! No me da tiempo ni a darle explicaciones.

- Estoy muy ocupada ahora, Phonix...

- Vale, lo entiendo.

- Escucha, tienes que intentar comprender lo que necesita, te está enviando un mensaje, tienes que buscar la forma de descifrarlo. Todo eso que está haciendo es por algo, lee entre líneas lo que te está diciendo...

- ¡Suena difícil, así que ponerlo en práctica no quiero ni pensarlo! -Exclamé.

- Si te hubiera querido echar de su vida lo habría hecho. Hay algo que no estás entendiendo. Intenta encontrar la forma de dar con ello, por favor. Antes de darte por vencido. Yo conozco a mi hermana, y sé que ella te necesita. No la dejes.

- Vale, Ingrid, muchas gracias. Cuídate. Gracias por todo.

Cuando corté la llamada, me sentí mucho mejor, como si las fuerzas y los ánimos hubiesen regresado a mí. Decidí averiguar qué estaba ocurriendo, y me sentí contento por haber tenido la idea de llamar a Ingrid.

Entré en la casa y me dirigí al salón, donde Astrid conversaba con Alfonso, y con varios amigos y amigas que había invitado.

- Mi idea era el videoclip con tomas desde la Torre Eiffel... ¡La Torre Eiffel! La gente hubiera alucinado... -Decía el cantante.

Astrid miró hacia mí. Estaba a un lado, escuchando las anécdotas que contaba Alfonso.

- Existen gráficos 3D... - Dije. Alfonso me miró:
- ¡El 3D no es lo mismo! Se nota demasiado artificioso. Los planos en vivo son ideales, se percibe en ellos la realidad, son más espectaculares...

Continuaron hablando, uno de los invitados era diseñador, y exponía sus ideas. Me acerqué a Astrid y me senté a su lado:
- Podríamos... -Musité. Me pidió silencio con su mano, sin mirarme siquiera. Recordé lo de "leer entre líneas" que me había pedido Ingrid, pero era difícil leer entre líneas situaciones como aquella. Si por mí hubiera sido, me habría largado de allí pitando.

- Phonix, ¿por qué regresaste? -Preguntó, entonces, una de las chicas. Astrid se adelantó a mi respuesta:
- Al parecer, por mí. -Respondió, secamente.

- ¿Por... Ti? - Preguntó Alfonso, extrañado.

- Mi hermana se lo pidió. Según ella, sin alguien a quien reñir estoy... - Astrid me miró, con desdén-. ¿"Inestable"?

Todos se rieron, mientras se servían bebida en sus copas. Me puse en pie:
- Os voy a contar una historia.

Uno de ellos, un tipo alto y con la cabeza afeitada, aplaudió:
- ¡Me gustan las historias!

Pero Astrid se levantó:
- Sí, historias para no dormir. Escuchadlas vosotros, yo estoy cansada de oírle. Su voz me agujerea los tímpanos.

Se marchó hacia el pasillo, cerrando la puerta tras de sí. Algunos se quedaron sorprendidos, Alfonso me recriminó:
- ¡Te dije que la harías enfadar!

- ¿Desde cuando te importa eso?

Echó a correr tras ella, no sin antes decirme:
- ¡Cuando regrese, hazme el favor de no estar aquí!

Me fui hacia la zona de césped:
- Hasta luego, chicos.

Nadie me respondió. Tampoco lo esperaba. Me acerqué al aparcamiento, y me apoyé en mi coche. Miré hacia la ciudad, a lo lejos, hacia la zona de playa. Metí las manos en mis bolsillos, pensando en qué hacer, si irme o esperar, y di varios pasos por un lateral de la casa, donde había un cenador. Bajo una pérgola enorme, al lado de unos bonitos rosales, Alfonso caminaba al lado de Astrid. Los seguí con la mirada. Él hacía aspavientos, esforzándose en resultarle simpático. Y entonces, lo entendí. Lo entendí todo. Lo comprendí al verlos juntos. Corrí a mi MM Mzero-x. Entré y llamé a mi manager, Ronald:
- No se si lo sabes, pero grabaré de nuevo con VAV...

- No... ¡No tenía ni idea! ¡Oh, qué alegría, Phonix! Entonces, ¿todo se ha arreglado?

- No es tan fácil, pero haré que vuelvas, quiero que sigas conmigo, por favor... ¿Lo harás?

- ¡Sí, claro! Cuenta con ello.

Sonreí:
- Te lo agradezco. Ahora hazme un favor, es muy importante: ¿recuerdas cuando nos conocimos Astrid y yo?

- Sí... Claro...

- ¿Qué día era?

- Un tres de septiembre.

- ¿Y qué hice? Estabas allí...

- Sí, sí... Le entregaste un sobre.

- "Este es el día más importante de mi vida, a partir de aquí empiezo a vivir y todo lo anterior es como si no tuviera valor"...

- ¿A qué viene eso, Phonix?

- "... Y te lo demostraré siempre, para que nunca lo olvides..." - Musité.

- ¿A qué viene eso?

Grité, golpeando el volante:
- ¡Estúpido, estúpido! ¡Lee entre líneas, lee entre líneas!

- ¡Me estás asustando!

- ¡Qué estúpido he sido! ¡Tenía que haberlo supuesto! ¡Ella es muy inteligente, no se le pasa nada!

- Pero... ¿Me quieres explicar? - Me inquiría Ronald, ya desesperado.

- Ya te lo contaré todo, ¡cuídate!

Aquel iba a ser mi tercer disco, y hacía tres años que nos conocíamos. El tres era un número muy importante para Astrid, ella había nacido la última, era la número tres de las gemelas. Lo que ella quería es que me diera cuenta qué suponía para mí estar sin ella. "¡Todo lo anterior es como si no hubiera vivido!", le había dicho yo. No me había echado de VAV, ¡me había dado seis meses para escribir canciones! ¡Seis meses que había estado dispuesta a sufrir para que supiera que era tan importante yo para ella, como ella para mí! ¡Me estaba diciendo...! ¡Me estaba diciendo mucho más de lo que yo podría haberme imaginado nunca!

Saqué mi cartera. Dentro había una bolsita, con un envoltorio de color rojo metalizado. Siempre lo llevaba conmigo. Lo cogí en mi mano, y recordé el día que Ronald nos presentó, junto a otros artistas, en una visita que ella había hecho a VAV para inaugurar una emisora de radio. Yo acababa de llegar, nadie esperaba nada de mí, solo era un cantautor más de entre los miles que había fichados por la discográfica; Ronald me había ofrecido grabar un disco tras escuchar mis canciones por internet, en formato virtual. Pocos meses después se convirtió en un disco físico, y ese mismo año saqué un segundo. Tenía mucho material para grabar. Cuando llegó mi turno y Astrid me dio la mano, le entregué un sobre, en que le había puesto un CD con algunas canciones que había elegido para ella, y una tarjeta de promoción en la que le había escrito:

"Este es el día más importante de mi vida, a partir de aquí empiezo a vivir y todo lo anterior es como si no tuviera valor. Y te lo demostraré siempre, para que nunca lo olvides. Porque tú inspiras en todo momento mis canciones y eres el impulso que hace surgir los sentimientos del corazón, convertidos en latidos con tinta y palabras".


Nadie sabía que le iba a dar aquello, de hecho probablemente ni me hubieran dejado, de saberlo. Ella ni abrió el sobre, se lo pasó a su guardaespaldas, que extrajo del mismo un colgante en forma de corazón. Todos se echaron a reír. El escolta se retorcía de risa. Ronald me miraba como diciéndome que estaba haciendo el ridículo, avergonzándose de mí. Astrid cogió el colgante y lo miró con una mueca de extrañeza. Le expliqué:
- Es el logo de su Grupo y el logo de mi nombre artístico, lo he hecho yo mismo.

- Ya, no me interesa. - Me había dicho, impasible.

Giré el corazón, y en lugar de un corazón, se volvió un tres. Y entonces algo ocurrió. Se detuvo, absorta, mirándolo. Y su semblante cambió. Me lanzó:
- Cuando creas que me importas algo, regálamelo.

Caminé por el césped, hacia ellos. Alfonso estaba intentando cogerle la mano a Astrid, por supuesto, ella se apartó, con decisión. Algo le decía él, mientras señalaba la puesta de sol que estaba aconteciendo. Probablemente que era una escena muy romántica. Me miraron acercarme, y ella me preguntó, seria:
- ¿Aún sigues aquí?

- ¿A ti no hay forma de echarte? -Dijo también él.

El tres de septiembre sería el día siguiente. Tres años con ella, tres años viéndola, tres años escribiéndole canciones. Y tuve que esperar tres años para entregarle aquello. Se lo di, extendiendo mi brazo:
- Vale, perdóname...

- Y ahora, ¿qué es esto? - Me preguntó, incrédula.

Ella abrió el envoltorio. Sacó el colgante. Alfonso lo miró y se puso a reír a carcajadas:
- ¡Un corazón! ¡Un colgante de corazón! ¡Pero qué cursi eres, Phonix!

Pero se tuvo que callar en cuanto Astrid se puso a llorar, e hizo algo inusual: se fue hacia mí y me abrazó. Alfonso se quedó petrificado, y le oí musitar:
- Joder...

Abracé a Astrid:
- Perdóname...

Ella sollozaba:
- No es un corazón... ¡No es un corazón! ¡Es un tres!

Le acaricié en la mejilla:
- ¿Lo querías?

- ¡Te dije que me lo guardases! ¡Creía que no te ibas a acordar!

- Pensaba que no lo querías... ¡No sabía que aún recordaras ese momento!

Llevó la mano al cuello y se quitó el colgante que siempre llevaba: el que había sido de su madre. En su lugar puso el mío.

- Astrid, no te quites ese... - Le pedí. Me parecía demasiado que por llevar el mío, se quitase el de su madre, que tanto apreciaba ella.

- Cada tres de septiembre llevaré el tuyo. - Explicó. Me cogió de la mano -. Ven.

Tras nosotros, Alfonso preguntó, sin moverse:
- No... ¿No te quedas a cenar, entonces...?

Cogió su bolso del interior del coche de escolta, y nos metimos en mi MM Mzero. Tras sentarse a mi lado en el asiento del pasajero, abrió el bolso y me entregó un papel arrugado, lleno de huellas, manoseado... Tenía signos evidentes de haber sido doblado una y otra vez, y haberse desgastado por todos lados. Pero aún así reconocí enseguida mi nota, ¡la llevaba siempre encima! Que Astrid hiciera eso me parecía extraordinario, no podía creerme lo que de verdad me estimaba. Pensé que todo hubiera sido más simple si, sencillamente, me lo hubiese dicho. Pero a ella esas cosas no le iban. Le gustaban la complejidad y la sutilidad.

La miré:
- Te puedo escribir otra...

Me sonrió:

- ¡No!

- ¿No?

Se llevó la mano al cuello, acogiendo en ella cariñosamente el colgante:
- Ya no es necesario. La sé de memoria.

Le cogí la mano y se la besé:
- Volvamos a Suecia, Astrid. Quiero enseñarte las canciones que tengo compuestas y que tú elijas las que te gusten para el nuevo disco.

- Me encantaría enormemente.

- ¿De verdad?

- Sí, Phonix.

- ¡Guay! Porque así tendremos un largo viaje en avión, y podré contarte lo mucho que te he echado en falta estos meses.

- Yo te contaré otra cosa.

- ¿El qué?

- La de veces que he estado repitiendo las letras de tus canciones deseando que marcaras mi número de teléfono...

Me volví a ella, y la abracé:
- ¡Cielo, perdona! -Musité.

- ¡No sabía ya qué hacer para que te dieras cuenta!

- No pensaba que te acordases...

Me acarició en la sien, y susurró:
- No pensaba que pudieras llegar a olvidarlo...

- Nunca olvidaría el momento en que te vi y pude coger tu mano...

Me sonrió dulcemente, y deseé que el tiempo se detuviese en aquel instante en que tenía a la mismísima Astrid Sjoberg entre mis brazos.

FIN

Haz click para imprimir el texto completo.






| BiaNamaran |

No hay comentarios:

Publicar un comentario