Desafío tercero: Polos opuestos (Saga "El Interrogador")
© A. Bial Le Métayer
Imagen: Flora Westbrook
El interrogador
Desafío tercero: Polos opuestos
La compañía de seguros "Franz LZ Insurances" no era uno de mis clientes más habituales. De hecho, si la memoria no me fallaba, apenas había tratado un par de veces con ellos. En cualquier caso y en cuanto le vi, reconocí de inmediato a su máximo responsable y dueño de la misma, Franz Lengyel Zsoldos, un tipo fornido y con una constitución física que imponía a pesar de su edad y de que, al menos sobre el papel, no estaba en servicio activo y su labor, en la mayoría de ocasiones, se reducía a tareas de escritorio. Pero, como se suele decir, "quien tuvo retuvo", y al señor Lengyel todavía le quedaban bastantes pruebas del estilo de vida activo y aventurero que había llevado.
Me citaron en una céntrica cafetería, y hablo en plural porque cuando llegué me di cuenta que Franz estaba acompañado. Sentado a su lado se encontraba un hombre de mediana edad, elegantemente vestido, que no cesaba de mirar su reloj, seguramente mostrando su disconformidad con mi retraso - culpa de mi desastroso Peugeot de nuevo - o también con el hecho de que el jefe de la "LZ Insurances" hubiese decidido acudir a mí. Me lo presentó como Paul Davis, al parecer un famoso investigador de relojes. Me senté a un lado de la mesa, entre los dos (ellos estaban uno frente al otro), y Franz comenzó a explicarme el motivo de mi presencia allí, entre notorios signos de desaprobación de Davis, como por ejemplo que prestaba más atención a su café que a lo que decía Franz, o que me miraba escrupulosamente, como incitándome a que comentase algo, o a que me sintiera incómodo. O ambas cosas a la vez.
- Paulina de Hoz es una famosa ladrona de joyas, de hecho, está especializada en relojes, en concreto en la marca que más beneficios aporta.
Se produjo un breve silencio. Supongo que ambos esperaban que dijera yo la marca, pero no tenía por qué hacerlo. Además, sinceramente, no tenía ni idea de relojes. Davis miró a los ojos a Franz, y podía leerse claramente en su gesto un: "¿Ves? ¡Te lo dije!". Franz continuó:
- Que por supuesto, es Rolex y Tudor. - Pues vaya, sí que era fácil de averiguar.
Para demostrar que él sí sabía del tema, intervino Paul:
- Los relojes de Rolex son, con diferencia, los más vendidos del mundo. No son los más caros, pero precio por lote sí son los que más beneficios generan, y algo muy importante: los más fáciles de colocar en la calle. Un Bovet, marca que solo fabrica unos sesenta calibres por año, puede que sea mucho más caro, pero es tan sumamente exclusivo que, para los profesionales, sería muy fácil seguirle la pista.
- Paulina de Hoz comenzó haciendo hurtos de poca monta - siguió explicando Franz, mientras la camarera se acercaba y ponía un café ante mí que yo no había pedido, pero que seguramente le habría encargado el señor Zsoldos que hiciera en cuanto alguien se sentase en aquella mesa -, hasta que llegó a Europa. Aquí la "adoptó", en cierta forma, "El Gran Croupier".
- Le llamamos "El Gran Croupier" porque nadie conoce a ciencia cierta su identidad. Lo único que tienen las autoridades de él es una oscura y mala foto hecha en un casino madrileño, captada por las cámaras de seguridad hace unos años. Se le atribuyen miles de robos y estafas relacionadas con relojes de alta gama por toda Europa. - Explicó Davis.
- Parece que su "padrino" le dejó esa parte del negocio a su "pequeña", Paulina, permitiéndole hacerse con el lucrativo campo de la casa Rolex para ella sola. Eso le permitía llevar una vida de excesos y de lujos.
Bien, ya estaba puesto en situación, ¿y ahora?
- ¿Y que pinto yo? - Quise saber.
Franz me miró fijamente, y me dijo dándole un tono ceremonial a su voz:
- Tenemos a Paulina.
Davis hizo otra mueca, seguramente pensando: "¡no era necesario que se lo dijeras tan pronto!". Pero ya que estaban así las cosas, fue el investigador de relojes quien me dijo:
- Franz cree que puedes ayudarnos a descubrir el paradero de "El Gran Croupier", y también que ella nos diga dónde esconde unos valiosos relojes que queremos recuperar y que ha robado aquí, en España, así como entresijos de su operación. - Lo hizo mirando en ocasiones al dueño de la "LZ Insurances", como transmitiéndole: "lo dice él, no yo".
Sonreí:
- ¡Un momento! ¡Soy mentalista, no mago! - Intenté dejar bien claro.
- Eso ya lo sé. - Escuché a Davis decir, aunque supongo que su primera intención no era decirlo en alta voz.
- ¡Vamos, Arq! Solo échanos una mano. Sabemos de lo que eres capaz. - Me animó Franz.
¿En serio lo sabían? ¿No seria más bien que no tenían muchas más alternativas?
- Aunque lo consiga, es demasiada información la que quieren. No estamos hablando de un delito que haya ocurridso hace una semana, o un mes. Estamos hablando de algo mucho más complejo, experiencias y vivencias que su cerebro ha ido asimilando durante años. Esos "candados" son más difíciles de romper, sus defensas no se debilitan tan ricamente.
Franz y su compañero se miraron. Supongo que Davis estaba a punto de tenderme la mano y despedirme diciendo: "muchas gracias por venir, sabía que no iba a funcionar", pero el gesto seguro de Franz iba por otro camino:
- Arq, ¿y si lo intentas? No pierdes nada.
- Si no obtengo los resultados que les satisfagan, cobraré igualmente... - Y no lo dije como una interrogación, aunque Franz lo entendiera así, sino como una imposición.
- Así es. - Me dijo el jefe de la "LZ Insurances".
- Pues entonces de acuerdo.
Caminamos en dirección al Audi A8 de Franz, y subimos en él. Imponiendo su posición, Davis ocupó el asiento delantero, junto al conductor. A mí no me importaba, de hecho prefería el asiento de atrás. Mientras Franz ponía en marcha el motor alemán, y ya un poco harto de la frialdad de Davis, dije:
- Señor Davis, no voy a quitarle su empleo.
El investigador se echó a reír:
- ¡Desde luego que no!
Franz trató de aliviar el cargado ambiente:
- No se lo tomes en cuenta, Arq. - Decía, mientras cambiaba de marcha y aceleraba sobre la carretera. Noté que había pasado a tutearme, supongo que esa familiaridad él entendía que iba incluida en el pago. Decidí darlo por bueno -, Paul Davis es un poco incrédulo ante sus métodos, le parecen como si fueran un espectáculo feriante. A decir verdad - confesaba el propio señor Lengyel - yo tampoco soy muy propenso a ese tipo de técnicas. Prefiero algo más "convencional".
Lo que yo decía. Le comenté:
- Es simple estadística. Como saber que uno tiene más posibilidades de encontrar pareja un viernes o un sábado por la noche, que un miércoles. - Ambos se echaron a reír -. Pero eso no quiere decir que un miércoles alguien no pueda encontrar el amor de su vida.
- No me refiero a eso - decía Franz - la estadística y la probabilidad funcionan, está bien estudiado. Pero que se puedan cambiar hábitos de comportamiento con hipnosis y esas cosas, perdóneme pero...
- Os voy a decir una cosa a ambos - intervine -, a ti primero, Franz. Luego a Davis.
- Dime. - Invitó Franz.
- Conocí a un señor, Iván, que tenía un miedo atroz a los mosquitos. Esos inocentes mosquitos minúsculos que aparecen en algunas casas por el verano. Fui a tratarle de ese trauma en una ocasión. Precisamente en aquella época, me llamaron para que ayudara a otro señor, Manuel, que estaba loco por los trenes. Había trabajado en el ferrocarril, y tenía su casa llena de maquetas. En aquel tiempo, ya jubilado, gastaba su pensión en maquetas de tren.
- ¿Qué tiene eso que ver? - Lanzó Davis. Sonreí:
- Tranquilo. Te dije que para ti tenía algo luego. Continúo. ¿Sabes por qué Iván le tenía tanto odio a los mosquitos, y Manuel tanto amor a los trenes? - Ambos se quedaron en silencio, esperando que yo continuara -. Resulta que desde pequeño Iván había crecido en una casa con muy malas condiciones de humedad, y estaba llena de aquellos mosquitos, por lo que acabó odiándolos. Manuel, sin embargo, vivía frente a una estación de ferrocarril, y acabó amándolos. ¿Por qué uno odiaba a los mosquitos y otro amaba a los trenes?
- Bueno... Los mosquitos pueden transmitir enfermedades... Son algo negativo - Musitó Frank, indeciso. Sonreí:
- En efecto. Los mosquitos representaban algo malo: la humedad, condiciones deplorables, pobreza... Y los trenes algo bueno: viajes, gente, paisajes... A ambos niños se les modificó su comportamiento con algo tan, en apariencia, insignificante. Y lo hizo dejándoles huellas de por vida. ¿Entiende ahora cómo sí se puede modificar el comportamiento, y de una forma radical? ¿Hacer que alguien ame algo, u odie otra cosa, aunque sea algo totalmente irracional? Porque, ¿qué culpa tenían los mosquitos?
Franz supongo que trataba de asimilar mi explicación, porque no comentó nada. Fue Paul Davis quien me preguntó:
- ¿Y lo que ibas a decirme a mí?
Sonreí:
- Sí, es cierto. Pero no me respondas ahora, solo piénsalo, y sopésalo un tiempo, por favor.
- De acuerdo... - Aceptó Paul Davis, dubitativo y claramente en guardia. Seguro que se esperaba cualquier cosa.
- ¿Por qué cogemos una llamada de teléfono: porque oímos el sonido, o por curiosidad para ver quién llama o lo que nos quieren decir? - Y añadí de inmediato -. No me respondas ahora. Solo reflexiona sobre ello.
Ya con sus mentes ocupadas, pude tener el resto del viaje mucho más tranquilo y en paz. También me percaté de la mirada de confianza de Franz hacia Paul Davis, dándole a entender: "te dije que era bueno".
Paulina adoptaba una posición reservada, protectora y en alerta. Su cuerpo así lo indicaba, sentada con las rodillas juntas, los brazos cruzados sobre el vientre, y la espalda encorvada hacia adelante. En aquel instante un detective estaba tratando de sacarle algo de información, una vez más, por lo que accedimos directamente al cuarto oscuro para ver la sala de interrogatorios tras el doble cristal.
Me percaté que, nada más ver a la detenida, el gesto de Paul Davis cambió radicalmente. Adoptó un semblante serio, en cierta forma hasta paternal. Eso me indicaba que entre él y Paulina había existido algo más que un encuentro profesional, lo cual tenía su lógica y era bastante común. Al investigador de relojes debía resultarle muy excitante estar cerca de una de las personas más perseguidas de su ramo, y ella seguramente se sentiría enormemente atraída por uno de los más famosos buscadores de relojes de su profesión. Eran tan antagónicos, tan extremos, que irremediablemente, tal vez irresistiblemente, uno sentiría enorme magnetismo hacia el otro. Llámese curiosidad, morbo, o simplemente deseo de pisar terreno inexplorado. Un reto sentimental.
Era algo que ocurría de una manera muy común. A las más modositas de la clase les atraen los más gamberros y "buscalíos", las famosas sienten especial inclinación por sus escoltas, y los jefes por sus secretarias. Por lo que yo sabía, Paul Davis no tenía ninguna pareja, al menos ninguna que pudiera considerarse "oficial", y estaba claro que dejarse llevar por una aventurilla con el riesgo, si además tenía una melena preciosa y unas lindas curvas, era difícil de resistirse.
Porque Paulina era, en verdad, muy guapa. Su llamativa melena rubio champán refulgía como hilos de luminosas espigas al sol. Tenía el cabello cortado en atractivas capas, muy bien estructuradas, llegándole solo un poco por debajo de los hombros. El flequillo lo tenía vuelto hacia un lateral, también largo, bajo las capas de su pelo a la derecha. Su rostro era muy femenino, terso, y aun con poco maquillaje era muy hermosa. Vestía un suéter blanco, de cuello cerrado, un poco holgado pero bajo el cual cobraban especial protagonismo sus pechos. Y si bajo aquella prenda sus senos eran capaces de aflorar, indicaba claramente que debía estar bastante bien dotada. Sus caderas eran notorias, moldeadas seductoramente por un pantalón vaquero azul claro. Los ojos de Paulina eran muy expresivos, marrón muy claro, casi anaranjado, los cuales combinaban a la perfección con su tono de cabello.
El detective de policía que la interrogaba se encontraba sentado en una silla frente a ella, sin ninguna mesa entre los dos. Utilizaba la técnica de presión, consistente en ir haciendo preguntas cada vez más directas, duras e incriminatorias, mientras se iba acercando la silla al detenido hasta quebrar su voluntad, al verse asaltado su espacio de intimidad, lo que los expertos conocen como "espacio personal", de alrededor de cuarenta y hasta sesenta centímetros en torno al sujeto. Era una técnica expeditiva, y nada fácil de presenciar cuando uno siente algo por la persona que la sufre. De ahí que Paul Davis sudase, apretase los puños y los dientes con fuerza, intentando mantener la mirada en la escena aunque, en su interior, probablemente no quisiera ni mirar. Yo estaba seguro que, si por él hubiera sido, habría entrado allí y le habría dado un empujón al policía, agarrado a "su" chica y, abrazándola entre arrumacos protectores, la habría sacado y llevado hasta su coche. Probablemente a ambos les habría durado poco la ropa puesta estando tan juntos en contacto físico.
Y es que yo no podía apartar de mi mente el hecho de que, en el fondo, en lo más profundo de su ser, Paul Davis se parecía demasiado a aquella linda experta en Rolex. Al fin y al cabo, según supe ambos habían empezado de la misma manera: robando relojes. La diferencia era que Davis se había encontrado con alguien comprensivo que le supo encauzar, y la bella y desdichada mexicana que tenía ante nosotros no corrió la misma suerte. En el fondo de su ser probablemente el investigador de relojes aspiraba también a llevar por el buen camino a su "alma gemela", su "Batgirl", su atractivo polo opuesto. No podía negarse que él sintiese emerger hacia ella su lado más paternal, de "esposo-marido-amante protector", y probablemente ella, frente a él, adoptase la pose de niñita escarriada. Gatita mimosita que ha hecho una travesura sin querer, y buscaba unos brazos fuertes y seguros en los que refugiarse.
Pero de cara hacia afuera, ambos tenían que mantener la compostura. Sabían que las reglas sociales dictaban otras cosas: los ladrones no se tratan con los policías, y las traficantes de relojes de alta gama no se tratan con los investigadores de los seguros. Era el equilibrio que se demandaba y que se esperaba de ellos, aunque por dentro el uno hacia el otro sintiera un fuego devorador. Y el fuego de Paul Davis estaba a punto de erupcionar como un volcán. Exclamó hacia Franz:
- ¡Díle que pare! ¡No está logrando nada!
Ambos miramos al investigador, que trató de desviar la mirada y excusarse, añadiendo:
- Ya... Ya lo hemos intentado todo. - Y entonces, me miró -. ¡Y tú, a ver lo que haces en su cabeza!
Era una forma de advertirme: "¡no toques a mi chica!".
- ¿Qué quieres decir? - Jugué con él, para ver si podía ser más explícito.
- No sabemos la información que guarda... No queremos... - Dijo, haciendo nerviosos aspavientos -. Que todo se le embrolle y se líe con lo que sabe, y luego ni nosotros podamos sacarle nada.
Se excusaba en el intento de mantener la integridad del caso para que yo no interviniera. Ahora me resultó muy evidente: no es que no quisiera mi presencia allí por ser yo, sino porque no quería que nadie tocase "el interior" de su mujercita. Franz le lanzó una mirada fugaz:
- Descansa, Paul. Llevas unos días muy estresado. Esto no se arregla en un par de horas.
Paul Davis se llevó ambas manos a la cabeza, entrecruzó los dedos por detrás de la nuca, dio un par de vueltas nervioso, y salió. Miré al dueño de la "Franz LZ Insurances", haciéndole una pregunta de la cual yo ya conocía la respuesta:
- ¿Desde cuándo está así?
- Desde que detuvo a Paulina...
- ¿La detuvo él?
- Sí. Bueno, fue una operación conjunta, que tuvo éxito gracias a sus investigaciones.
No quería estar en la piel de Davis, en cierta forma lo compadecía. Debía ser muy duro entregar, por seguir la ley y las normas establecidas, a la persona que te atrae como mujer, yendo en contra de lo que tu corazón te pide.
Cuando el detective terminó su interrogatorio, sin obtener resultado alguno por supuesto, salí para realizar mi trabajo. Mientras me dirigía hacia la sala de los detenidos por el camino me abordó Paul Davis:
- ¡Arq! ¿Tienes un momento? ¿Podemos hablar, por favor? - Me rogó, con una inusual educación, lo cual indicaba que algo quería pedirme. Su actitud hacia mí había cambiado por completo.
- Claro, tú dirás. - Le invité.
- Cuando hagas tu hipnosis...
Sonreí para mis adentros. Obviamente, podía hacer que se desvelara su idilio secreto, o lo que fuera que mantuvieran ellos dos. Todo podía salir a la superficie si se me antojaba. Pero traté de tranquilizarle:
- No te preocupes, Paul. Solo pienso centrarme en lo que me habéis pedido, es decir: "El Gran Croupier", y dónde están los relojes. ¿Te hace sentir más cómodo eso?
Sus hombros se relajaron, y su suspiro de alivio me indicó que le había confortado mi respuesta. Pero su pecho tenso me hizo ver que había aún más. Entonces me lanzó la bomba:
- No sé cómo pedirte esto... Necesito que simules el trance.
Como he dicho en otras ocasiones, mi trabajo se basa en la confianza. La gente me llama porque sabe que va a obtener resultados fiables. Si empiezo a fingir los interrogatorios podía buscarme otro empleo.
- ¿¡Sabes lo que me estás pidiendo!? - Exclamé, mientras Davis me llevaba hacia una esquina -. ¡No puedo hacer tal cosa! ¡Sería como si tú le pidieras a un relojero que construyese un reloj con defectos!
- ¡Lo sé! ¡Y no te lo pediría si no fuera por una buena causa! - Entonces, se subió el puño de su americana, mostrándome un reloj con bisel verdoso -. ¿Ves este RUF? Salió de fábrica defectuoso, ¡hasta los mejores relojeros hacen a veces piezas con fallos! Tuve que devolverlo a Suiza con tantos quebraderos de cabeza que ni te imaginas, pero se solucionó y está. No pasa nada.
- ¡Lo que me pides no se soluciona haciendo un apaño!
Resopló. Empezaba a quedarse sin argumentos para convencerme:
- ¡No me digas que nunca has cometido un error en tus interrogatorios!
- ¡Cielos! ¡Pero no conscientemente, Paul! - Exclamé.
Me agarró con su mano por el codo, con fuerza. Empezaba a recurrir a medidas desesperadas. Por eso me dijo:
- Sé con quién vives, sé que Nicol está contigo... - Fruncí el ceño, ¿qué tenía que ver mi Nicolasa con todo aquello? -. Conozco muy bien a los tipos como Ron, y sé que en cuanto se le crucen los cables, o no hagas lo que te piden o lo que crean que debes hacer, te presionarán con ella. Incluso la pondrán en peligro. Y yo conozco a la gente adecuada que te la podría proteger si eso ocurre. - Relajé mi expresión, y la fuerza de la mano de Davis sobre mi brazo se distendió. Era una técnica de modelación básica. - No quería llegar a ello, pero te deberé un gran favor. Y no lo olvidaré, puedes estar seguro de eso.
No podía negar que en cierta manera Davis tenía razón. Los tipos como Ron Durano eran imprevisibles, y aunque para nada les sirviera Nicolasa, si un día querrían presionarme o atacarme, ella podría ser el primer objetivo. Por otra parte, yo sabía que Paul Davis estaba bien relacionado, era un investigador famoso, de primer nivel, se movía en todo tipo de ambientes, y tenía muchísimos contactos.
Alcé mi dedo hacia su rostro, para dejarle claro que...
- ¡Si lo hago, nadie deberá saberlo!
Davis llevó la mano hacia su pecho, a la altura de su corazón:
- Desvelarlo sería como poner en entredicho toda mi carrera, ¿te parece suficiente garantía?
Me rasqué la coronilla, miré al suelo, y luego volví a mirarle:
- ¡De acuerdo, Paul! ¿Cual es tu plan?
- De momento, lograr un receso. De eso me encargo yo.
Volvimos hacia el cuarto oscuro, allí estaban Franz Lengyel y el detective de policía, expectantes y ansiosos. Al vernos, fue Franz quien inquirió, mirándome:
- ¿Qué está pasando? ¿Por qué aún no has empezado?
Paul se adelantó a mí:
- No me encuentro muy bien...
Franz se cruzó de brazos, adoptando una postura más comprensiva:
- Sí, lo había notado.
- ¿Podemos hacer un pequeño alto? - Pidió, más que preguntar.
- Puedes irte a tu casa. Nosotros seguiremos aquí. - Opinó el policía. Pero Franz y Davis se conocían lo suficiente como para saber que eso no era lo que demandaba el investigador de relojes:
- Quiero verla a solas. Intentarlo de nuevo. Como último recurso. - Opinó el investigador -. Sabes que no me agrada lo de la hipnosis. - Y miró hacia mí, concluyendo -: No te sientas mal.
Hice una mueca para quitarle importancia, encogiéndome de hombros.
Franz miró hacia el detective, y como casi sus peticiones eran órdenes, le dijo:
- Supongo que podríamos hacerlo.
- ¡De acuerdo, de acuerdo! - Dijo el policía -. Cualquier cosa vale, si podemos sacar algo de esa tipa tan dura.
Que el policía la llamase "tipa" a aquella preciosa ejemplar de fémina, debía haber hecho revolvérsele las tripas a Davis. No pude evitar esbozar una sonrisa un tanto malévola.
Acompañé a Paul Davis hacia los calabozos, situados en los sótanos de la comisaría. Un agente de policía iba por delante, con un manojo de llaves. Abrió una celda, y Davis le dijo:
- Muchas gracias.
- Llámenme si necesitan algo. Estaré en la entrada. - Allí tenían un pequeño despacho, con una puerta de hierro forjado que cerraba el pasillo de acceso a los calabozos.
Cuando desapareció por la esquina, Davis dio un paso en el interior de la celda, y la rubita saltó de un camastro, donde estaba sentada, lanzándose a todo correr hacia él y abrazándole:
- ¡Amor mío! ¡Tienes que sacarme de aquí! ¡Me dijiste que me sacarías!
Apoyado en el quicio de la puerta, sonreí. Tenía razón en mi corazonada respecto a la relación de aquellos dos.
Davis le acarició la mejilla de ella, con delicadeza, y la besuqueó por los labios. Luego dijo:
- Te sacaré, pero tienes que hacer caso a todo lo que yo te diga, ¿de acuerdo, nena?
Ella, con semblante angelical, movió su cara afirmativamente. Entonces se abrazaron con fuerza. Paulina le musitaba:
- ¡Perdona, perdona Paul! ¡No sabía que te implicaría! ¡No quería dañarte, por nada! ¡Nunca quise dañarte! - Dijo, entre lágrimas.
Solo entonces me di cuenta de algo curioso: Paulina y Paul. Ambos tenían el mismo nombre, pero obviamente una en femenino, y el otro en masculino. Está bien estudiado que inconscientemente los dueños tienden a parecerse a los perros que tienen por mascotas, y los maridos y las mujeres mimetizan caracteres, manías y aspecto. Así que probablemente Paulina cuando decidió especializarse en relojes, inconscientemente o no eligió el mismo campo que Paul, el cual ya empezaba a cobrar cierta notoriedad. Algunos lo llaman predestinación, pero en realidad son procesos psicológicos estudiados por muchos profesionales y bastante probados. Mentalismo básico. Simplemente, sin ellos quererlo e incluso sin esperarlo, Paulina y Paul habían trazado su futuro para que el destino los hiciera encontrarse cruzando sus caminos. Y allí estaban los dos.
El problema era que me habían pillado a mí en medio.
Tras el intercambio de besos y carantoñas, Paul miró hacia mí:
- Él es Arq, un experto mentalista. Trabaja como interrogador. Quiero que hagas lo que él te diga.
La preciosa rubita volvió a asentir. Dí dos pasos hacia ellos. Ni Paul ni ella deshacían el abrazo, supongo que ambos necesitaban el contacto físico. Dije:
- Es sencillo. Trataré de hipnotizarte. Tú cierra los ojos y haz como si estuvieras en trance, ¿vale?
- ¿Y cómo me sacarás de aquí, mi amor? - Preguntó ella, inclinando su cabeza como una niñita sobre el hombro de Davis. Éste respondió diciendo:
- Arq te va a pedir el número de la combinación de la caja donde guardas los relojes. Necesitamos recuperarlos, así el caso se cerrará, los clientes estarán contentos, y Franz no tendrá que pagarles la indemnización. Pero dirás que no lo recuerdas, que solo la sabes abrir si la ves... - Paul me miró - : ¿Podría colar que lo ha olvidado?
Me encogí de hombros:
- Pudiera ser.
- El resto corre de mi cuenta. - Le dijo él, dándole un soberano beso en la boca. Salí. Aquello empezaba a convertirse en una escena demasiado íntima como para que uno pudiera presenciarla sin ruborizarse.
- Ahora vas a sentir que tus brazos son pesados, se hacen muy pesados, como si su peso fuera de cientos de toneladas - decía yo ante Paulina, en la sala de interrogatorios. Ella se mantenía relajada, con los ojos cerrados y, tras el doble espejo, nos observaban atentamente Paul Davis, Franz, y el detective sargento Miquel -. Tus párpados también se vuelven pesados, tienes mucho sueño... Empiezas a sentir un profundo sueño. Déjate llevar por ese sueño... Déjate flotar en él... Voy a contar del uno al cinco, cuando llegue a cinco, alzas la mano si estás flotando en medio de la nada, relajada, flotando...
Hice la cuenta, y al llegar a cinco, pregunté:
- ¿Dónde has escondido los relojes? ¿Dónde están guardados?
- A salvo.- Respondió Paulina, metida en su papel. No me parecía mal que hiciera de actriz ni anduviera con rodeos a mis preguntas, pero no esperábamos ni Paul ni yo que se pusiera a dramatizar. No colaría. Traté de acelerarlo todo para que no se notara demasiado el montaje:
- ¿Dónde sueles esconder los últimos que has robado aquí, en España? - Pregunté directamente.
- En una caja fuerte.
- ¿Cual es la dirección donde está esa caja fuerte? ¿Y la combinación?
- No lo recuerdo.
- ¿Nos llevarás a ella?
- Sí.
Suspiré. No estaba acostumbrado a hacer aquello, y realmente me sentía mal, así que decidí cortar ya:
- Cuando chasquee mis dedos, despertarás, y nos llevarás a esa caja fuerte, ¿de acuerdo?
- Muy bien.
Chasqueé mis dedos, y Paulina "fingió" despertar. Al contrario de lo que se cree, las sugestiones implantadas por hipnosis tienen una duración muy corta. Es decir, se le puede implantar a un fumador una sugestión para que el tabaco le sepa horrible, y así evitar la tentación de fumar, pero a los pocos días la fuerza de ese implante se irá reduciendo hasta desaparecer. Incluso aunque, como suele ocurrir en los espectáculos, un hipnotista le haga creer a alguien del público que es una gallina, y le obligue a actuar como tal, si luego le deja en ese estado, poco a poco la mente tenderá a reducir la fuerza del implante. Por ello, y en el caso de Paulina, podía llevarnos hasta su "madriguera", pero sólo en los próximos minutos.
Me fui hacia el cuarto oscuro. Paul Davis, dirigiéndome una expresión de satisfacción, ya se estaba preparando para salir. Pero Miquel había olido algo:
- ¡Un momento! - Exclamó, y mirándome me preguntó -: ¿Cómo es eso de que no recuerda un número?
Mi ventaja ante el detective era que él no sabía un pimiento de mentalismo:
- Bueno, probablemente la haya abierto y cerrado tantas veces, que el número se haya grabado en su subconsciente mediante lo que se conoce como un hábito adquirido. Ocurre muchas veces a diario, a nosotros mismos: ¿cuantos no nos sabemos el número del PIN de nuestro smartphone, o la contraseña de la alarma, de memoria, pero sí sabemos el movimiento que tenemos que hacer con el dedo para desbloquearla? Esto es parecido. El cerebro es más hábil almacenando movimientos repetitivos, que una clave numérica.
- Entiendo... - Musitó entonces Miquel. Por supuesto, no entendía nada.
- Pues vámonos. - Dijo Franz, que había visto ya largarse por la puerta a Davis.
Yo no sé a dónde había ido el investigador de relojes, pero regresó con el comisario, el señor John Newman, mientras nosotros estábamos ya junto a los coches patrulla, en el parking situado en el subsuelo del edificio de la comisaría. Nos informó a Miquel, a Franz y a mí:
- El señor Davis cree que es mejor que vayan los de la "LZ Insurances" solos, si ve a la policía, podrá debilitarse la sugestión frente al temor de ser echa prisionera, ¿no es cierto? - Dijo, mirándome, el comisario.
Yo le lancé una mirada llena de reprobación a Davis, ¡se lo había inventado todo! Obviamente, lo que quería era largarse él solo con Paulina. Miré a los demás, y todas sus miradas estaban clavadas en mí. Davis intervino ante mi indecisión:
- ¡Vámonos, vámonos! ¡Cuanto más tiempo perdamos, menos oportunidades tendremos de recuperar los relojes!
Como eso era lo que le importaba a Franz, no dudó en correr hacia su coche y, con ello, aquel corrillo improvisado se deshizo. Me acerqué a Paul Davis:
- No voy a ir. Ya he cumplido mi parte. Que abra esa caja fuerte, recupera los relojes, y luego tú verás.
Davis me miró. Tragó saliva antes de hablar:
- ¿Estás seguro...? - Musitó.
- Por tu bien, la próxima vez que la detengan trata de que no me llamen a mí. - Le advertí, y caminé hacia las escaleras, mientras dos coches de la "LZ Insurances" salían dirigiéndose hacia la rampa de salida.
Aquella noche, leí en las noticias de un periódico web que habían sido recuperados relojes de las marcas Tudor y Rolex por valor de casi medio millón de euros, en una operación exitosa de la "Franz LZ Insurances" en colaboración con la policía. Por desgracia, entre devaneos del registro y el caos, una de las detenidas, la famosa asaltante y experta en Rolex, Paulina de Hoz, había logrado escapar, filtrándose entre el cerco de la policía.
Nada se decía de que en realidad Paulina era la única detenida, pero qué mas daba. Los dueños de los Rolex y Tudor estarían felices de haber podido volver a tener sus preciados relojes suizos, y Franz Lengyel Zsoldos respiraría tranquilo al no tener que soltar ni un euro. Supongo que en algún sitio en medio de la nada Paulina y Paul estarían despidiéndose a su manera, bajo las sábanas de la cama de un hotel de carretera. Abracé a Nicolasa, sentada a mi lado en el sofá, y le di un dulce beso en la mejilla. Ella me sonrió amorosamente. Si aquella operación significaba darle más seguridad a mi chica, el riesgo habría merecido la pena.
FIN
Notas a "Polos opuestos":
He hablado muchas veces con J. G. Chamorro, autor de los más exitosos relatos de "A Contrarreloj, Paul Davis", sobre la posibilidad de que su personaje tuviera una novia más o menos "fija" y habitual, una pareja al uso. Él siempre fue reticente, y solo tras las "presiones" de algunos de sus lectores, y mías, aceptó escribir algún cameo de Davis con una de las colaboradoras y trabajadoras de la "Franz LZ Insurances", la restauradora Anabel Faure Dumont, como seguramente sabrán todos los lectores de esas novelas.
Admito que me resulta enormemente gratificante el ver que Chamorro puede mantener a Paul Davis al margen de amoríos ya que yo, como escritor básicamente de novelas románticas, no sería capaz de hacerlo. En ese sentido admiro muchísimo la capacidad literaria que tiene el señor Chamorro para mantener a sus personajes en una línea, y no sacarlos de ella.
Sin embargo me empezó a resultar interesante, y espero que para el lector también, experimentar con la idea de una pareja para Davis desde mi propia perspectiva. Dado que Chamorro había escrito los inicios de Davis como "un ladronzuelo juvenil de poca monta" (que podemos leer en "El comienzo", dentro del volumen "A contrarreloj: Primera Temporada", del mismo J. G. Chamorro), qué mejor que ponerle frente a él a una ladrona "de altos vuelos", una mujer de la élite y experta, cómo no, en el mismo campo de la relojería.
He de confesar que, hasta que Arq se da cuenta de la similitud de los nombres, ni yo mismo había caído en ello. Le puse Paulina eligiendo un nombre bonito y muy femenino, pero sin darme cuenta que Davis, ¡también era Paul! La coincidencia me pareció tan llamativa que decidí no cambiárselo, y dejarle a ella el nombre con el que inicialmente empecé a escribir este relato corto.
Respecto a Arq, lo que explica y nos desvela en torno al mentalismo y comportamiento humano son elementos habituales de los que también hago uso, como el lector sabe, en el resto de relatos de la saga de "El interrogador". No me agradaba poner ni a él ni a Paul Davis como colaboradores para liberar a la delincuente, pero creo que la causa lo merecía y, en último término, debería servirle a Davis para convencer a "su chica" de que la vida que llevaba no tenía mucho futuro, y podía acabar muy mal. Era como darle una segunda oportunidad tanto a ella, como al propio Davis. Que el popular investigador de relojes pudiera encauzar a su "amor idílico" será algo que puede que en futuros relatos descubramos, quién sabe si tal vez de la pluma del mismo J. G. Chamorro.
A. Bial Le Métayer
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