Aquí podrás leer novelas pulp (libros de bolsillo) de los más diversos autores, totalmente gratis y online. Si lo prefieres, también puedes imprimirlas, o descargarlas en formato pdf.
Todos los textos se publican con el permiso de sus autores. Si quieres compartir tu novela corta o tu relato, envíanos un e-mail a nuestra dirección de contacto (esrevistas@gmail.com).
Nota: Ten en cuenta que antes de la publicación, el texto ha de estar corregido y contar con una mínima calidad.
Aviso: Los textos e imágenes pertenecen a sus respectivos autores y/o a los poseedores de los derechos de copyright, y no pueden ser reproducidos sin su consentimiento expreso.

Historias de taller



Historias de taller
© Fenix Hebron



HISTORIAS DE TALLER


A los "mecánicos de pueblo" y de barrio que conocen tu coche como la palma de la mano, y a los expendedores de gasolineras, que por desgracia cada vez quedan menos.



El taller
El taller del señor Paco estaba ubicado dentro del patio interior de varios edificios, aunque ahora tenía una aspecto desastroso, había vivido antaño muy buenos tiempos, en los años 60 y 70 había sido taller oficial de Simca-Chrysler, y su ajetreo era constante. En su mejor época había tenido cinco empleados: el señor Paco, que era el dueño y jefe del taller, dos mecánicos más y dos aprendices. Pero la era tecnológica, el OBD y la época digital lo fueron arrinconando cada vez más hasta dejarlo en una ruina.
Ahora funcionaba como un garaje, donde algún vecino -sobre todo, los más ancianos- dejaban a su cuidado el coche, quizá, alguna que otra vez, le encargaban al señor Paco que le inflaran alguna rueda, que le encerara la carrocería o le aspirara su interior, y poca cosa más. Paco ya estaba jubilado, y se pasaba la mayor parte del día sentado en la puerta del taller, quizá recordando tiempos pasados en donde las idas y venidas de vehículos por el pequeño recinto eran constantes.



Como todos los talleres de la época, tenía muy mala iluminación, solo un pequeño ventanal que no cumplía para nada su función, aunque era una pieza fundamental para la aireación. Dentro se amontonaban herramientas oxidadas, cubos, aceites, botes... bidones viejos que nadie había movido en años. Y, sin embargo, Paco no cambiaría ese lugar ni por el mejor rincón del parque. Según su mujer, para él perder ese lugar sería como perder la vida, y donde mejor se sentía era allí, oyendo los ruidos de la carretera que estaba situada tras los edificios y cuyos vehículos al pasar se veían, minúsculos, al fondo, en la entrada al patio. Cada tarde algún viejo amigo -o, quien sabe, si cliente también- iba a visitarlo y entre ellos se formaba entonces una animada charla, con el tema central, casi siempre, de los automóviles: "la gente ahora no sabe conducir", "ahora no fabrican los coches como antes", "la gasolina está muy cara...", y miles de debates más con similares argumentos.

También discutían sobre las marcas, que una era mejor que otra, o que ésta tenía mayores ventas. Por supuesto, en ese aspecto el señor Paco siempre se inclinaba por Peugeot, no en vano había sido la heredera de su marca principal, Simca, aunque el que Peugeot hubiera decidido acabar con ella era algo que no le perdonaba, y de ahí que, en los casos en donde se enfrentaban a Chrysler y Peugeot, para él siempre ganase la primera. Pero en fin, eso eran simples opiniones y argumentos sin fundamento para pasar el tiempo, mientras tanto, las tardes transcurrían y por aquél taller, que tanto servicio había prestado, el peso del tiempo iba dejando implacablemente su huella.



Capítulo 1
De todo esto no me enteraría hasta mucho después, puesto que yo, aunque había pasado por el barrio en multitud de ocasiones, ése taller ni me había fijado que existía, debido a que, como ya he dicho, estaba bastante oculto respecto a la carretera principal. No fue hasta que leí un anuncio en el periódico, pidiendo una persona para ayudar a la limpieza. Me presenté y enseguida descubrí el raro humor del señor Paco:

- ¿Anuncio? ¿Qué anuncio?

Tuve que enseñarle el periódico para hacerle recordar. Lo miró unos instantes, y aún con esfuerzos alejando y acercando el papel a su cara, finalmente se decidió a ponerse unas gafas que traía en el bolsillo de su chaqueta:

- ¡Ah, ya recuerdo! Creía que no vendría nadie... Sí, estaba pensando en limpiar un poco este taller que está lleno de basura y mi mujer no hace nada más que protestar y pedirme que lo haga... Para mí está muy bien así, pero ya sabes cómo son las mujeres.

En este punto me miró, como esperando que le dijera algo, pero no sabía qué decirle, me pareció un comentario de lo más vulgar, la verdad. Entonces, ante mi silencio, el señor Paco continuó:

- Bueno, no puedo pagarte mucho, pero si me ayudas y quieres llevarte algo adelante. Si no eres muy caro algo te pagaré, eso hay que hablarlo. - Ante mi silencio continuado, me cogió del brazo y me llevó al interior del oscuro garaje.

- Esto es lo que hay, ya ves.

El sitio olía a humedad y no se veía muy bien, realmente. Mi cara debió ser todo un poema, porque el señor Paco me dijo:

- Asustado, ¿eh? Bueno... Dame tu teléfono y ya lo pensaré y hablamos, total, para la falta que hace....

Pero entonces dije:

- ¡Es alucinante! Yo creo que adecentándolo un poco podremos ponerlo mejor... ¿De qué era este taller? ¿Mecánica... chapa y pintura?

- No, era un taller genérico, aquí hacíamos incluso las revisiones.

Estuvimos hablando durante horas, tanto que casi nos cae la noche, de coches, reparaciones, modelos... de cómo trabajaban antiguamente, sin guantes, sin protecciones, y con las herramientas mas básicas y sencillas posibles:

- Los motores estaban construidos con las herramientas más simples, así la marca podía atender mejor a sus clientes y nos facilitaba el trabajo porque las reparaciones eran más sencillas y rápidas, no como ahora, donde nada más entrar el coche a un taller ya le tienen que meter un aparatito especial.

El señor Paco descubrió que a mí, como a él, me encantaban los coches, y al final quedé en ayudarle las horas que tenía libres. El accedió encantado y al día siguiente a primera hora de la tarde ya estaba allí. Encontré a Paco, como siempre, sentado junto al portón abierto del taller, le dije que qué hacía, y que por donde empezaba, y él me contestó: "haz lo que quieras, empieza por donde tu veas". No se le veía, desde luego, con buen humor, pero aquello era habitual en él. Con el paso de los días dejamos un poco adecentada la entrada, es decir, la parte de recepción del taller, donde antaño se aparcaban los coches para que el mecánico les diera el primer vistazo. Al verme a mí con tanta dedicación, Paco acabó poniéndose la funda de trabajo y durante algunas horas de la tarde nos las pasábamos ordenando cosas. De vez en cuando llegaba algún amigo o vecino anciano y se ponían a hablar mientras yo deambulaba por allí, miraba los trastos y libros viejos de taller, o conversaba también con ellos. Fui conociendo más a Paco y conocí también a su mujer, la cual era bastante amable y no pocas veces bajaba de su casa para traerme algún refresco o me invitaban a cenar, aunque esto último casi siempre rechazaba. No tenían hijos, o, mejor dicho, sí, habían tenido una hija, pero ésta se murió cuando estudiaba en la universidad. Era algo que a Paco no le gustaba recordar -se le notaba la cara de tristeza y sus ojos se volvían acuosos, a punto de llorar, cuando lo hacía- por lo que yo intentaba evitarle también el tema.


Capítulo 2
Al fondo a la derecha del taller había una especie de trampilla, y esa trampilla daba acceso a un recinto mucho más oscuro y lóbrego. Entre las telarañas, el polvo y la humedad, cubiertos por plásticos y mantas que habían perdido ya el color, se encontraban... ¡coches! Viejos vehículos que habían sido allí abandonados como si de un desguace intemporal se tratase. El señor Paco me explicó que muchos de ellos eran vehículos de familiares, amigos o clientes que los habían dado de baja al comprar otro. Las maderas, escombros y restos de automóviles ocultaban a la mayoría, pero con esfuerzo pude acceder a uno de ellos. Levanté un poco la tela que lo cubría, era un Simca 1000 LS. No parecía estar en mal estado exterior (el haber estado cubierto había colaborado sin duda a su conservación), pero presentaba ya evidentes signos de oxidación por algunas partes de su carrocería. El estado mecánico sería otra cosa: necesitaba una puesta a punto urgente. Con ayuda de Paco lo saqué al exterior, nos llevó dos días retirar los desechos que bloqueaban la puerta corredera, larga, pero realmente no muy alta. Puse al Simca en punto muerto y lo empujé. Por primera vez tras años y años de abandono, su marchitada mecánica comenzaba a engranarse. Era crucial tener cuidado al limpiarlo: cualquier operación de esta índole podía rallar su delicada pintura. Luego le purgué completamente los líquidos: de transmisión, de motor, de frenos, de gasolina..., para sustituirlos de nuevo, cambiándole bujías, batería, filtros, y rellenando otra vez su depósito de combustible. Verifiqué también la transmisión, los mandos de freno y aceleración, la caja de cambios... y, al final, con una tensa espera en el ambiente, mientras que Paco, ajeno a mi gran nerviosismo, seguía a la entrada del garaje sentado, mirando mis esfuerzos, giré la llave de contacto. Al principio no ocurrió nada, el motor de arranque no parecía poder despertar al monstruo que dormitaba detrás de mí, pero, finalmente, el excepcional motor de la serie 349, con cuatro cilindros en línea y de 944 c.c., con 44 CV, despertó. Unos cuantos acelerones sirvieron para hacerle desperezarse.

Era el Simca de los años 70, es decir, el de la segunda serie, con las luces traseras cuadradas, a diferencia de la primera que tenía las luces traseras circulares. Tanto la tapicería como el tablero de a bordo estaban en perfectas condiciones, gracias al buen recubrimiento que había llevado siempre, a lo largo de sus años de producción, el modelo. Lo que parecía tener del primer modelo, sin embargo, eran las llantas, las características a dos colores, que luego serían sustituidas por unas con agujeros. No era extraño, puesto que Simca, por aquéllos años, solía mezclar tanto motorizaciones como equipamiento en los modelos que se fabricaban en España, concretamente en la factoría madrileña de Villaverde.

Lo primordial que requería ahora "mi" Simca era una reparación urgente de chapa, otro cambio mecánico imprescindible hubiera sido la sustitución de su dinamo por un alternador, pero, afortunadamente, las series con el piloto trasero cuadrado fabricadas en Villaverde montaban mucho antes que las francesas ese componente. La tapa del Delco (el distribuidor) sí tenía signos de desgaste, un mal contacto o una mala instalación tras una revisión había hecho que la distribución fuera bastante irregular. Me decidí a localizar una, pero Paco me dijo que buscara entre los componentes del taller, con un poco de suerte, pudiera ser que aún quedaba alguna. Efectivamente, en una de las estanterías, y aún con sus cajas, existían varios recambios. Parecía mentira que una pieza tan simple fuera tan cara. Aproveché para cambiarle también los cables, la correa de accesorios y verificar los asientos del motor. El resto de elementos vitales (la distribución, principalmente) no era necesario tocarlos, ya que Simca confiaba tal cometido a una impresionante cadena de doble eslabón, irrompible, sin patines, era casi imposible que eso se gastara. Pocos cambios o verificaciones más había que hacerle: esos motores eran simples, con el mínimo de componentes eléctricos, y que soportaban el maltrato casi sin quejarse.


Capítulo 3
Aproveché la poca circulación nocturna para dar unas vueltas con él, y con Paco a mi lado, que me iba contando historias de cómo reparaba esos coches, de sus diferentes modelos y de las anécdotas que le había ocurrido en su dilatada trayectoria profesional con ellos. Por supuesto, esto tras dar de alta de nuevo el vehículo y tener todos los papeles en regla. Todos, menos la ITV.

Pensando en ello regulé el ralentí al mínimo, le hice pobre la mezcla de combustible, y una mañana a primera hora me fui hacia la estación de inspección. La pasó a la primera y, cuando volví, con la pegatina de la inspección en la parte derecha del parabrisas ya colocada, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Era impresionante tanto la fortaleza y comodidad del vehículo, gracias a su bien tarada suspensión, como la satisfacción personal que me producía poder conducirlo por carreteras abiertas, junto a otros vehículos, tras los meses de trabajo que me había llevado reparar los desperfectos, de carrocería, principalmente.

Al día siguiente ya tenía aparcado mi Simca 1000 junto a la entrada del taller, y Paco y yo estábamos ordenando libros técnicos y diverso material mecánico. En aquél instante se oyó un ruido de motor (ningún vehículo había entrado en aquél sitio desde hacía años, por lo que nos extrañó sobremanera) y apareció un impresionante Peugeot 504. Lo conducía un señor mayor, de pelo cano, con corbata y un traje que daba la impresión de ser realmente caro, además, lo impoluto del coche me hacía ver que aquél señor tenía de verdad pasión por ese automóvil. Se acercó y se quedó a la entrada. Olía a perfume.

- Me han dicho que aquí reparan vehículos clásicos.

Ni clásicos, ni nuevos, ¡si hacía años que el taller estaba cerrado!

- Este taller está cerrado, solamente lo usamos para nuestros vehículos particulares. - Dije yo. Pero Paco se adelantó y se puso frente al señor:

- Pero siempre podemos echarle un vistazo a un viejo Peugeot 504, ¿verdad?

Me miró, yo no sabía qué decir, pero si a él le parecía bien, no iba a ser yo quien le iba a poner impedimento alguno, de modo que respondí:

- Por supuesto.

El recién llegado entonces emitió una mueca, que parecía una sonrisa, y nos dijo, mientras abría el capó de su 504:

- Tengo cinco automóviles, todos caros y de última generación, pero éste... éste es el único que siento realmente mío y el único que me gusta conducir. Y por eso estoy buscando gente que pueda entenderlo, no importa el precio.

El señor se llamaba Rubén y era un próspero empresario de las telecomunicaciones.

- No me extraña que le agrade tanto el Peugeot 504. Mecánica convencional y conservadora, motor delantero y tracción trasera, ya pocos turismos son así. - Dije.

- Excepto BMW... - Dijo Rubén. - Veo que conocen el vehículo, me agrada.

El motor del 504 era impresionante, aquélla versión de Rubén tenía el robusto motor de gasolina de 4 cilindros en línea, con el árbol de levas lateral y las válvulas en cabeza, el cual contaba con cigüeñal de cinco apoyos, igual que mi Simca. Además, un botón en el salpicadero permitía al conductor desactivar el ventilador cuando quisiera. Pero lo mejor es que la versión del vehículo era la francesa, no la española. Rubén lo había comprado expresamente tras informarse que la española distaba mucho en calidad y componentes con la versión gala, ello debido a lo tarde que había llegado el 504 a España (en 1977, mientras que en Francia apareció ya en 1968) y a que en la factoría de Vigo, donde se ensambló, habían hecho una mezcla de GL y TI francés, dando como resultado un vehículo que estaba por debajo de los franceses.

Al final acabamos haciendo una muy buena amistad con Rubén, y se pasaba habitualmente para que le lleváramos el mantenimiento de su preciosa berlina.


Capítulo 4
Una tarde estaba en el taller, sin la compañía del señor Paco, que, convaleciente de su gripe, había dejado su sitio abandonado a la entrada del garaje, cuando apareció una chica muy nerviosa. Me dijo que su coche se había parado en medio de la calle y que si podía ayudarla a retirarlo. Por supuesto, asentí y me fui con ella hacia afuera. El coche era un Daewoo Lanos, el cual empujamos hacia la entrada del taller. Lo que le había ocurrido era que se le había roto la correa de distribución, y el motor se había quedado inservible, destrozado.

Cuando se lo dije casi se puso a llorar, ella había adquirido el coche no de segunda, sino de tercera mano, y apenas llevaba dos meses con él. Le expliqué el por qué le había pasado y qué era lo mejor para evitarlo:

- El romper la correa de distribución en un motor actual es la avería más grave, o una de ellas, que puede ocurrirle a un coche hoy en día. Aunque te lo reparen, dado lo complicada que es la reparación y los muchos elementos vitales a los que una rotura afecta, ese motor probablemente ya esté "tocado". Además, en el último cambio deberían de haber sustituido poleas, tensores, etc. De no hacerlo así la vida de la correa durará posiblemente también "un suspiro". Si por cualquier razón (en uno de los cambios de aceite, mantenimiento o tú misma) la correa entró en contacto con sustancias como aceite, eso lleva a que su robustez y duración se reduzca notablemente. También depende del trato que la correa dure más o menos tiempo. Lo mejor es comprarse uno de cadena y se evitan esos problemas.

A continuación ella me comentó que necesitaba un vehículo de manera urgente para trabajar, ya que tenía que trasladarse a un lugar al que no llegaba ninguna línea de bus. Llamamos a un desguace para que recogieran su coche y, mientras esperamos, me dijo:

- No puedo pagar por un automóvil ahora... por barato que fuera.

Me dio tanta lástima que le dije:

- Hay coches abandonados ahí detrás, si quieres echar un vistazo...

Su cara pareció alegrarse:

- ¿Y están muy mal?

Yo me encogí de hombros:

- Hombre, hay que restaurarlos, pero el mío salió de ahí. - Dije, señalando a mi Simca 1000.

Entonces dio un salto desde la mesa donde estaba sentada:

- ¿En serio? Con algo así me conformaría.

- Por lo menos te aseguro que a ese no le romperías la distribución.

Bajamos hacia la "sala de los horrores", como yo la denominaba. Estuvimos media hora apartando toneladas de piezas para acceder a alguno de los bultos ocultos, cuando un grito me sobresaltó:

- ¡Alucinante! - Gritó la mujer.

Yo miré a mi alrededor con la linterna pero no vi a nadie:

- ¿Qué? ¿Qué pasa, una rata?

La voz venía de mi derecha, entre los trastos había un agujero, no sabía como había logrado meterse por allí, a duras penas llegué a su lado:

- ¡Es un Alfa Romeo! Me encantan estos coches, siempre quise tener uno.

La chica estaba en cuclillas, con un trozo de tela harapienta en una mano, viendo el logo de Alfa Romeo. No sabía aún de qué modelo en concreto se trataba, pero estaba emocionada.

Decidimos liberar al vehículo de su sepultura de años, la mujer lo hacía a toda prisa, sin importar ensuciarse, aunque yo la había prestado una bata para que, por lo menos, no fuera tan escandalosa su suciedad.

Más de tres horas después ya estábamos arrastrando el coche hacia la parte "decente" del taller. Era un precioso Alfa Romeo Giulia GTA de los 60, con motor enteramente de aluminio. La chica, que, a propósito, se llamaba Irene, me tiroteó a preguntas:

- ¿Es buen coche? ¿Cuánto corre? ¿A este le puede pasar como al mío? ¿Puedo quedármelo? ¿Cuánto pides? ¿Lo puedes reparar?
Traté de responderlas lo mejor que pude:

- Está realizado en aluminio; unos 180 kms. hora; no, su distribución la ejercen dos robustas cadenas de doble eslabón. Por mí puedes quedártelo, yo no te voy a pedir nada por él, pero a cambio tendrás que ayudarme a restaurarlo.

La tecnología que Alfa había utilizado en aquél automóvil de los años 60 no sería superada hasta tiempo, mucho tiempo después.


Capítulo 5
Aunque Irene estaba enamorada, muy enamorada, del recién descubierto Alfa Romeo, (muestra de ello es que ella no paraba quieta alrededor del coche, yendo de un lado para otro intentando limpiarlo, aunque yo le dije que eso no lo hiciera, de momento) seguía teniendo el problema del transporte. Al final llegamos a un acuerdo y decidí prestarle mi Simca hasta que su Alfa pudiera llevarla.

Ella agradeció mi propuesta, pero temía que le ocurriera algo, que me lo estropeara. Traté de animarla:

- Tranquila - le dije -, siempre puedo volver ahí detrás y reparar otro, no te preocupes.

Aún así, yo dudaba que ella perseverara el tiempo necesario para restaurar su vehículo, lo más seguro es que a las primeras de cambio se cansara y lo dejara por imposible. Pero me equivocaba. Estaba realmente enamorada de "su" GTA. Todos los días por la tarde, hiciera el clima que hiciera, llegaba con mi Simca nada más salir del trabajo, y los fines de semana ya estaba ella, a primera hora de la mañana, esperándome a las puertas del taller. Además, como no tenía conocimientos de mecánica, a veces se llevaba los trabajos más duros sin protestar: pulir, soldar o desarmar elementos de la carrocería. Cada día acababa con varios rasguños en sus inexpertas manos, pero con una sonrisa de felicidad al ver cómo su coqueto GTA iba tomando forma poco a poco.

El señor Paco no puso objeción alguna a que se quedara con el Alfa Romeo, y Rubén, con el que Irene se llevaba muy bien, la ayudó a costear muchas de las piezas que necesitábamos y a las que su limitada economía no podía acceder, y no solo piezas, sino elementos de trabajo como masillas, pinturas... y aceites y grasas.

Cuando ya estaba prácticamente impecable, lo cogí y lo llevé a la ITV sin esperar a que aquél dia Irene regresara. Entré entonces por la rampa del garaje y allí estaba ella, esperando, apoyada en mi Simca. Su cara se iluminó al ver el GTA rodando y con el adhesivo de la ITV. Abrí la puerta y le dije que se subiera:

- Vamos, es tuyo.

La acompañé en el asiento del copiloto no sin antes cerrar el taller. Irene se sentía como con zapatos nuevos, no cesaba de lanzarle piropos y lindezas a su vehículo, mientras acariciaba el volante y la consola:

- ¡Qué bonito! ¡Que bien responde! ¡Como gira!

Manejaba la dirección como una auténtica experta, con seguridad y firmeza, mientras que el contacto con la palanca de cambios cada vez que operaba en ella era como si formara parte de su cuerpo, en una simbiosis total. Que amaba aquélla máquina era indudable, quedaba obvio mientras se movía ágilmente entre el tráfico de la ciudad.

En un momento dado señalé la entrada a la autopista y le dije:

- Vamos a darle un poco de ímpetu a esto, ve a la autopista.

Ella sonrió y entró en el carril de aceleración con rapidez. El motor respondía perfectamente y subía de vueltas con gracia, estaba claro que era un coche construido para correr. Sus 115 caballos vapor respondían con precisión al pie de la mujer, mientras ella, por la ventanilla, miraba hacia los demás como si estuviera conduciendo un Ferrari de mil millones.

Yo pocas veces me sentía bien de pasajero, sin tener en mis manos el volante y el control, pero he de reconocer que la seguridad que Irene ejercía en su forma de conducir me hacían sentirme relajado de manera especial. Seguridad y alegría que contagiaba ella con su sonrisa y con la música que había elegido en el reproductor, "La Casa Azul", un grupo que no conocía pero cuya canción que escuchábamos, "Quiero vivir en la ciudad", acompañaba perfectamente a sus movimientos de conducción.

Entramos por una desviación de nuevo a la ciudad, por la parte alta, un barrio obrero con muchos edificios y calles de dos carriles flanqueados a ambos lados por vehículos aparcados. Los chicos la miraban y miraban su flamante Alfa Romeo y se quedaban impresionados; luego, dirigían sus miradas hacia mí, tal vez con cierta envidia pensando que yo sería su novio, o tal vez su marido... "¡tranquilos, si sólo soy su mecánico!", pensaba yo.

Allí también estaba el Club Alfistas, un lugar de encuentro de los Alfa Romeo con multitud de modelos 147, 156 y Brera aparcados. Irene no se "cortó un pelo" y al pasar a su lado tocó el claxon. Varios chicos, al ver pasar el Giulia velozmente, salieron a la calle gritando, asombrados y alzando sus manos. Ella se rió y me dijo, mirándome:

- ¿Lo hacemos otra vez?

- No, mejor regresemos, yo tengo que recoger mi Simca y tú trabajas mañana temprano, no lo olvides.

- Sí. - Me dijo ella -. Pero mañana me presento con "esto"- dijo, a la vez que tocaba el salpicadero -. Verás cuando lo vean mis compañeras, van a alucinar.


Capítulo 6
No volví a ver a Irene en los días siguientes, aunque me llamó para decirme que el coche iba perfectamente.

Todos los días intentaba adecentar el taller que era para lo que, al fin y al cabo, yo había sido "contratado". Pero la desgana y la desilusión en el rostro del señor Paco cada jornada era más evidente. No pocas veces lo encontré observando algún viejo cartel de las paredes, o deslizando sus dedos, con la mirada perdida, por alguno de aquéllos viejos y descoloridos manuales, que aparecían por todos los rincones del lugar.

- Esto no volverá a ser lo que era. - Le dije yo, entonces.

- No, aquello ya forma parte del pasado. Lo mejor es derrumbarlo, tirarlo, dejarlo tal cual... No merece la pena hacer nada por él. Hoy en día los talleres los tienen las grandes cadenas, los concesionarios.

- Es una lástima. - Me estaba dejando llevar por el pesimismo, pero es que no podía hacer otra cosa, a pesar de que aquél lugar había guardado el automóvil de mis sueños, el Simca 1000, y a pesar de que también había ayudado a unos cuantos viejos vehículos más.

- ¿Qué piensa hacer? - Conseguí preguntar al fin.

- No lo sé, ya lo pensaré. - Me dijo Paco, dando luego media vuelta y yéndose cabizbajo.

Había tenido sensaciones extrañas en aquél sitio, de todos los colores, pero cuando me senté en mi Simca y giré la llave del contacto, y su motor de cuatro cilindros me respondió al momento, me planteé si aquello no sería de veras el final de todo. Al fin y al cabo el proyecto de un taller era inviable, y nosotros no podíamos seguir haciendo reparaciones públicamente.

Solamente el jadeo de mi viejo Simca acompañaba a mis pensamientos en la solitaria y fría noche de febrero, y solamente el viento en las copas de los árboles parecía lo único que estaba despierto junto a mí y a mi coche. Las luces de las farolas iluminaban tenuemente el asfalto, y los semáforos, indiferentes a todo, cambiaban con sus impávidas luces la respuesta de aceleración de mi Simca.

Entonces recordé una frase, que había leído por algún sitio en referencia a un Renault 4: "amigo, si algún día ve a uno de estos coches averiado en la cuneta es que se acaba el mundo".

No, el mundo no se había acabado todavía, y aquéllos fieles y duraderos motores, aquéllos "trastos", aún podían ayudar a mucha gente, satisfacer a muchos aficionados. Porque, como la propia Peugeot decía de su 205: "contigo al fin del mundo". ¿Por qué no iban a seguir vigentes esos coches? ¿Por qué abandonarlos y dejarlos solamente en nuestros recuerdos? ¿Por qué no intentar recuperar ese trozo de nuestra historia? ¿Por qué no?

No podíamos tener un taller, quizá ni siquiera ganar dinero reparando coches, ¡pero podríamos formar un Club de aficionados, un lugar de encuentro donde reunir y ayudar a todos los que tienen la misma pasión que Paco, que Rubén, que Irene, que yo! Seguro que esa idea le encantaría a Paco, y el taller era el lugar perfecto para llevarla a cabo. Podríamos llamarle "Club clásicos Peugeot", o "Club Simca Chrysler Peugeot", sí, ese sería un buen nombre, seguro que a Paco le encantaría.

FIN

Haz click para imprimir el texto completo.






| fenixhebron |

No hay comentarios:

Publicar un comentario