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Borrado de datos



Borrado de datos
© A. Bial Le Métayer


Los últimos feligreses fueron abandonando poco a poco la iglesia, y yo me quedé prácticamente solo en el templo. Únicamente un par de ancianas, en lor pimeros bancos, oraban guardando un respetuoso silencio. El hermano que hacía las veces de diácono, apagó las luces principales, y la nave del templo se quedó en semioscuridad, únicamente con la iluminación de la zona del altar.

Me encantaba estar así, arrodillado, en silencio, solo mi Señor y yo. La paz envolviéndome, los pensamientos se me iban, y me sentía envuelto entre una relajante armonía que me rodeaba, aislándome y elevando mi alma.

Era una sensación de meditación profunda, donde todo desaparecía, y no deseaba más que estar así hasta que mi cuerpo se cayera y mi espíritu se desprendiera de su vestido para volar libremente a mi encuentro con la Eternidad. Pero... Se dice que caminamos hacia el Cielo, pero aún no estamos en él. Tenemos que transitar por este tenebroso y trágico suelo, y recorrer el camino de nuestros años aquí, en la tierra. Por desgracia, eso supone estar en medio de constantes peligros que amenazan nuestras almas, nuestra pureza, nuestra integridad, y nos intentan arrebatar la salvación. Hemos de lidiar con todo ello, y eso muchas veces supone cometer errores. Es la vida en este suelo, como dice el libro de Job, una batalla constante. Desde nuestro nacimiento hasta la muerte. Batalla del cuerpo contra las enfermedades, accidentes y vejez, y batalla del espíritu contra las tinieblas, las adicciones, los vicios y pecados.



Batalla tras batalla. Batalla hasta morir. Batalla imposible de superar sin ayuda, sin la asistencia divina. Y ese apoyo ruego en la iglesia, mientras la penumbra me envuelve, mientras las oraciones vuelan entre las alas de los ángeles.


****



Era previsible, pero no por eso fue menos inesperado. Como si nadie estuviese preparado para ello. ¿Lo estábamos? Tal vez no. La tecnología tiene sus propios tiempos, sus reglas. Algunos dicen que las dicta el mercado, otros que es la natural sofisticación de los nuevos dispositivos que aparecen. Hace años se podía adquirir un paquete de disquettes de 1,44 MB por cinco euros. 128 MB por cincuenta. Luego 1 TB por cien. Y ahora podemos adquirir un pendrive de 10 GB a casi el mismo precio que aquella caja de disquettes.

Inexplicablemente, los archivos que tenemos que almacenar también son mayores. De milagro una aplicación de ordenador ocupa menos de 1 MB. Las fotografías que sacan nuestros teléfonos móviles, son de miles de píxeles de tamaño. Y no hablemos de los vídeos. En un smartphone último modelo, un vídeo de cinco minutos se va a unos cuantos cientos de MB. Todo crece exponencialmente, el tamaño de almacenaje también, pero los elementos a almacenar, lo mismo.

Así que todos llevamos con nosotros un smartphone, memorias de gran capacidad con tecnología de estado sólido, pero irónicamente ocupan muy poco espacio físico. Unos cuantos GB de memoria caben hoy en el espacio que ocupa una uña. Con el espacio de un disquette, podríamos tener cientos de GBs.

Espacio, más espacio, más conexiones, más velocidad. La demanda crece, la necesidad de espacio crece, y los archivos hoy necesitan más espacio que nunca.

Nadie sabe quién fue el primero. Quién abrió la veda, quién pulsó el interruptor. Quién supo que, con un dedo, todo ese espacio podía quemarse... Desaparecer. Y esas conexiones en la nube, en servidores a miles de kilómetros, cruzando océanos y rebotando en satélites en el espacio, arder como una mecha.

Se le llamó "wipering", en realidad no era una técnica, sino un conjunto de ellas. Un amasijo de tecnologías que hacían uso de elementos inalámbricos, físicos, de electrónica y de ataque hacker. Una mezcla de todo ello. Nadie se aclaraba, y eso colaboró a confundirlo todo.

Existen dos métodos de wipering. Uno es el wipering por fuerza bruta, se conoce en el argot como "wipering byc". "Wipering by contact". Wipering por contacto. El "wipering byc" puede usar diversas técnicas, pero todas funcionan sobre la misma base tecnológica: dejar "frita" la memoria de estado sólido. Borrar los datos. La memoria SSD, de "solid-state drive", no es más que un chip, denominados chips NAND. Lo más sencillo es atacar directamente el condensador, que se encarga de mantener un tiempo de alimentación mínimo para "cerrar" los datos cargados. Pero los mejores modders, los encargados de desarrollos de dispositivos wipering byc, prescinden de ello y se enfocan principalmente en los propios NAND.

Todos sabemos la cercanía que posee el magnetismo con la electricidad, y esto afecta también a las memorias. El memristor, por ejemplo, forma una relación entre la carga eléctrica y el flujo magnético. Cualquier empleado de banco te dirá que no guardes tus tarjetas de crédito cerca de potentes imanes. ¿Y si hubiera una forma de penetrar incluso las protecciones antimagnéticas? Así nacieron los láser micromagnéticos. Los modders más diestros podían construir uno usando partes de un simple medidor láser. Por supuesto, pronto las autoridades prohibieron este tipo de elementos, como prohibieron tantas otras cosas antes: los inhibidores de frecuencia, el reconocimiento facial... Prohibido para la población, claro, ellos sí podían usarlo sin problema con fines militares o policiales.

El wipering byc permitía a cualquiera con un dispositivo micromagnético borrar datos de cualquier memoria. Se utilizaba para ello un artilugio, el Generador Magnético de Campo Dinámico BYC, o Dinamic Magnetic Generator BYC, el Dinamag, que generaba una "explosión láser" alrededor. Dependiendo de su potencia, podía freír memorias a base de fuerza bruta desde un par de centímetros, a una decena de metros. Lo más habitual eran unos tres o cuatro metros como máximo.

Se prohibió su construcción, uso, distribución y, por supuesto, la difusión de cualquier tipo de conocimiento respecto al mismo.

Pero recordaréis que os hablaba de dos métodos de wipering. Acabo de explicaros el wipering byc, "by contact", aunque en realidad, como acabáis de ver, no se requería un contacto directo. Más bien su nombre hace referencia a que hay que estar relativamente cerca de lo que se quiera borrar.

El segundo método no es menos eficaz, de hecho lo es más. Se denomina wipering bya, o wipering "by Air". Aquí el dispositivo es más letal: "enmudece" una conexión, usa el paquete de datos para "transportarse", y elimina el destinatario a su llegada. Seguro que se entiende mejor con un ejemplo: imaginaros un sujeto que está escribiendo un e-mail, y a continuación, le da al botón de enviar. El wipering bya entra en esa conexión, viaja sobre el portador, lee el destino, destruye el contenido del mensaje, llega a su destino y borra la entrada del mensaje antes de que el sistema "reconstruya" los paquetes. Como si nunca hubieran existido. Utiliza la propia manera de funcionar de la red para sus propósitos.

Lo mejor es que también se puede hacer con una llamada, o con cualquier conexión de datos. El dispositivo lee la codificación, la simula, la sustituye, y la anula. No es un inhibidor de frecuencias, ya que el wipering bya permite que se mantenga el resto de conexiones, funcionando solo sobre la que nos interese. Así, podemos impedir que alguien llame a otra persona, hable con ella, o establezca siquiera la comunicación.

Para ello los modders usan un dispositivo llamado Dinamic Converter BYA, el Dinacon, que funciona como un convertidor de señales. Al igual que ocurrió con el Dinamag, el Dinacon fue también prohibido.

Pero en lugar de hacer que su uso disminuyera, lo único que consiguieron las autoridades fue que la demanda aumentase. Las guerras en el siglo XXI ya no se libran con pistolas y espadas, sino que se libran en el entorno del ciberespacio. Y en él, los poseedores de un Dicacom o de un Dinamag juegan con ventaja. Y yo tengo los dos.


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A los que usamos esa tecnología nos llaman "los interceptores". El término es lógico, puesto que básicamente usamos un interceptador de señales (con el Dinacon) o interceptamos memorias (con el Dinamag). No somos muchos, y por eso también somos muy demandados. Corporaciones, asociaciones de dudosa reputación y más dudosa aún tarea, y particulares, se disputan nuestros servicios para borrar información sensible, interceptar y anular conversaciones y, en general, impedir que datos se muevan y conexiones se establezcan.

Decía que los dispositivos de intercepción se habían prohibido, solo las autoridades podían hacer uso de un Dinamag o de un Dinacon. A ellos se los vendían los estadounidenses, y se produjo un bastante notable escándalo cuando algunos descubrieron que esos dispositivos de wipering estaban en cierta forma "manipulados". Los Dinacon y los Dinamag de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, por ejemplo, no podían interceptar ni eliminar dispositivos usados por agentes de la CIA. Algunos gobiernos recurrieron entonces a fabricantes chinos, para que les proveyesen de esos artefactos, pero el resultado fue similar, aunque en su caso eran las agencias de seguridad chinas las que estaban inmunes.

No era fácil hacerse con un Dinacon, ni con un Dinamag. Aún en el caso de que pudiésemos adquirir uno de esos dispositivos en el mercado negro, su eficiencia era más que dudosa. La mayoría solo funcionaban en determinadas frecuencias, bajo ciertas circunstancias... Por supuesto, los dispositivos oficiales estaban bloqueados, y desbloquearlos no era sencillo. Si se conseguía sin dañar el aparato, se requería a la vez un sistema especial de recarga, equipos periféricos para su mantenimiento. Y constantes actualizaciones. Los proveedores de Dinacon y Dinamag obtenían no pocos ingresos con ellos.

Pero había otra forma de hacerse con un Dinacon o un Dinamag: que alguien te lo construyese. Claro que debía de ser una persona muy habilidosa para ello, con profundos conocimientos de hardware, y una fluidez en ensamblador bestial. No hay mucha gente así.

Y por supuesto, yo no estaba entre esa gente.

Mi nombre es Nio. Y Nio no era más que un muerto de hambre. Pero me jugaba el tipo por mis amigos. Más de una vez me metí en líos por ellos. Yo hacía de correo entre un amigo que estaba metido en el mundillo hacker, para enviar mensajes aquí y allá, entre ellos. Los hackers y crackers son desconfiados por naturaleza, tienen una manía psicótica de desconfianza, creen que todo el mundo les persigue. Así que me utilizaban a mí para no verse las caras entre ellos. A veces las comunicaciones fuera de la Red son las más seguras y fiables, y ahí entraba yo.

Fue así cómo conocí a Ivka y a su hermano Dubru. Empecé a hacer de correo también para ellos, pero pronto me impliqué en sus operaciones. No obstante yo de hackeo sabía poco, a mí me interesaban otro tipo de cosas. Y dado que en un currículum vitae nadie te va a llamar si pones como experiencia profesional "correo para hackers", Dubru y su hermana decidieron que en lugar de darme propina, podría ganarme yo mismo la vida. Aunque tengo que decir que fue también insistencia mía, no quería pasarme la vida a expensas de ellos.

Ivka era considerada una de las mejores modders del mundo. Así que a nadie se le escapaba que, si se ponía a ello, de sus manos saldrían los mejores Dinamag y Dinacon del mercado. No obstante, y a pesar de las tentadoras ofertas que recibía, ella no estaba por la labor de venderle a las mafias, o a clientes de dudosa reputación, uno de aquellos aparatos.

Pero consideró que yo sí podía darle un buen uso, de manera que construyó para mí los mejores y más potentes dispositivos de wipering que el mundo jamás hubiera visto.

Ahora acepto trabajos como interceptor. Pero solo si de verdad me parecen lo suficientemente decentes.


****



Algunos me consideran un friki. Como esos amantes de los ordenadores que seguramente habréis visto en muchas películas, vapuleados por todos y que le hacen el trabajo sucio para que el protagonista de turno se luzca. Por eso, muchas veces los interceptores tenemos que trabajar con detectives. Los investigadores privados nos tratan como a estúpidos, como "a lumbreritas", como hackers superdotados, cuando yo ni siquiera soy hacker. Ni mucho menos. Y lo hacen para que les ayudemos en sus casos y luego nos piremos. Por eso no me agrada trabajar con detectives.

Pero en el caso de Paul Davis podría considerarse una excepción. Aunque tal vez fuese porque en realidad él no era un detective privado, o al menos no uno al uso, sino un investigador de relojes. Se encargaba, en un gran número de casos, de recuperar relojes robados o desaparecidos. El mismo Paul Davis era un amante de los guardatiempos tradicionales, es decir, los mecánicos.

Sin embargo, el mayor problema de los dispositivos interceptores, en especial de los Dinamag, es que no se llevan bien con los relojes mecánicos. Su potencia hace que se queden inmantados, y se estropeen. De manera que cuando Paul Davis requería de mis servicios, debía dejar sus bonitos, lujosos y carísimos relojes en casa, y vestir un sencillo y modesto F-84 de Casio. Un reloj digital no menos exclusivo (solo se comercializa en Japón), pero mucho más asequible que sus Omega o los IWC que solía él llevar.

Lo mismo ocurría con los smartphones, así que cuando estaba conmigo también tenía que prescindir de esos artilugios. Puede decirse que estábamos incomunicados.

Y allí estaba yo con él.

Nos encontrábamos sentados en su Seat 124 Sport, que casi parecía salido de fábrica por lo bien cuidado que se encontraba.

- Me encanta este coche. - Le dije con sinceridad. Noté que Paul miraba por el espejo interior.

- Creo que a él también le interesa.

Miré hacia atrás y vi que un Fiat 124 color naranja acababa de hacer acto de presencia, y hacía maniobras para aparcar justo detrás de nosotros. Reconocí enseguida al tipo que lo conducía: Jairo Yuel. Era un empleado de la Merschwellman AG, una despiadada agencia de seguridad privada, que se vendía al mejor postor y que no dudaba en meterse en los chanchullos más sucios si con ello podía sacar tajada. Jairo era un investigador, que seguía los pasos de Paul Davis tratando de entorpecerlo para sentirse bien consigo mismo. Yo no sabía muy bien por qué aquel tipo sentía tanta aversión hacia Davis, pero en fin, allí estaba, detrás de nosotros.

Paul Davis sacó un folio doblado, en donde había una foto en color, del bolsillo interior de su chaqueta. Sin dispositivos móviles por medio, tenía que recurrir a recursos más tradicionales. Me la pasó, y desdoblé la hoja. En ella se veía la imagen de un tipo con barba de tipo "friendly mutton chops", cara rechoncha, y nariz chata. El investigador de relojes lo señaló:

- Quédate con su cara. Tiene que salir de ahí - señaló el portal de un hostal, a mi derecha -. Cuando le veas, te acercas y le fríes las memorias que lleve consigo.

- ¿Y tú dónde vas? - Quise saber, volviendo a doblar y a guardar el folio en el bolsillo de mi pantalón vaquero, al ver que giraba la llave de contacto para volver a poner en marcha el motor del 124 Sport.

- A despistar a "nuestro amigo" - respondió, haciendo un movimiento con su cabeza hacia atrás, indicándome a Jairo -. Sino, estará pisándome los talones el resto del día.

Entendí lo que quería decir, y salí del coche. Nada más cerrar la portezuela, Paul emprendió la marcha haciendo chirriar los neumáticos de su Seat. De inmediato, de manera alborotada, vi cómo Jairo hacía lo mismo con su Fiat, pero tan precipitadamente que apenas miró hacia el tráfico para incorporarse, y casi se lleva por delante medio taxi que pasaba por allí. El taxista le llenó de improperios mientras clavaba los frenos.

Metí las manos en los bolsillos de mi cazadora, y disimuladamente me acerqué a un escaparate. No suelo aceptar trabajos "a ciegas", sin saber a quién ni por qué intercepto, pero en el caso de Paul Davis podía hacer una excepción. Sabía que no me metería en un lío, no a sabiendas al menos, y que si tenía que borrarle los datos a alguien tendría una buena razón para ello. De hecho, me acabaría informando, y si no me había dado más detalles que la foto de aquel anónimo tipo no era más que por la intromisión del "metomentodo" de Jairo.

Ya empezaba a hacerme demasiado llamativo allí, de pie ante el escaparate de la tienda de ropa deportiva. Porque por mucho que me agradasen las zapatillas de Yumas que exponían, todo vecino que me viese desde su ventana se acabaría dando cuenta que era imposible que unas zapatillas me retuviesen durante tanto tiempo. De manera que, a riesgo de alejarme más de lo que me gustaría, me desplacé un par de metros más hacia un banco en la acera. Por desgracia el banco era de esos que suelen poner los ayuntamientos en los extremos, junto a los coches aparcados, y no junto a los edificios y, encima, mirando hacia la carretera. Así que no me pude poner cómodo, y tuve que optar por apoyarme sin más en el curvado e incómodo respaldo.

Saqué mi Dinamag. En realidad el dispositivo era el mismo tanto para el Dinamag como para el Dinacon, Ivka lo había hecho así para aprovechar circuitería y hacerlo más cómodo de transportar. La modder lo había hecho con la apariencia de un antiguo Nokia 6500, aprovechando su carcasa y su pantalla. Y es que, ¿quién iba a sospechar de un humilde 6500? De hecho, el elegir un 6500 había sido decisión mía, Ivka me propuso que eligiera un móvil que me gustara, y escogí ese. Era un modelo que siempre me encantó.

En concreto, de las variantes que en aquel año 31 de mayo de 2007 Nokia lanzó, yo había decidido usar la de exterior negro. Bonita y discreta a la vez. Ideal para mis fines.

Con el Nokia 6500 en mi mano, esperé a que apareciera alguien por la puerta del hostal, disimulando también mirando hacia otros sitios, para que no se notara mi fijación en un sitio en particular. Me sobresalté cuando vi aparecer a un anciano, apoyado en un bastón, del edificio del hostal, pero era una falsa alarma. Inspiré profundamente tratando de volver a calmarme. El hostal solo estaba en la primera planta, así que en el resto de los pisos del edificio residían otras personas, probablemente gente mayor casi todos, si uno atendía a la edad del edificio, que sin lugar a dudas había vivido tiempos mejores.

Me levanté de inmediato, dejando a un lado todos mis pensamientos. Acababa de hacer acto de presencia mi objetivo. Antes de empezar a andar, miró hacia la izquierda y a la derecha, y carraspeé, disimulando ver mi móvil. Entonces, dirigió sus pasos a su derecha, o sea, mi izquierda. Mala suerte, porque lo alejaba de mí y debía recuperar la distancia que, por apoyarme en el banco para disimular, había perdido.

Eché a andar tratando de no hacer notar mi nerviosismo. No era la primera vez que seguía a una persona, pero no sé por qué, siempre me ponían en alerta esas cosas. Avancé como debe hacerse en distancias cortas: "parapetándome" tras el resto de transeúntes. Por fortuna mi complexión es bastante delgada, así que puedo usar a muchas personas, sobre todo hombres, para que me ocultasen, aunque estuviese a pocos metros del que seguía. Y menos mal, porque el tipo miró varias veces hacia atrás. Su comportamiento era raro, claramente desconfiaba, y era evidente que tenía algo que ocultar.

Me acerqué más a él. A la distancia a la que estaba, podía activar el Dinamag y "freírle" todas las memorias que llevase consigo. El problema era que también se quedarían con sus dispositivos móviles borrados, y las tarjetas de sus bancos inutilizadas, todo aquel que estuviese en unos pocos metros a la redonda. No quería que pagasen justos por pecadores, así que esperé. Si el tipo continuaba en la misma dirección, se metería dentro de un parque y allí tendría más posibilidades de hacer mi trabajo. Claro que también pudiera ser que le esperase un coche al cruzar la calle, y me lo quitase de en medio, en cuyo caso me llevaría sin duda una regañina de Paul Davis, y puede que no cobrase el encargo.

Me di cuenta que el tipo cada vez miraba más hacia atrás. Sin duda empezaba a tener la mosca detrás de la oreja e inevitablemente, a pesar de todos mis esfuerzos, había dado un par de veces con mi cara. Aunque yo trataba de disimular, tarde o temprano él se daría cuenta. No tenía otro remedio: decidí apostarlo el todo por el todo. Me metí en una calle lateral para que no me viese, aceleré el paso para adelantarle, e incluso en algún tramo correteé, crucé entre el tráfico hacia el parque, y subí de nuevo. Lo que quería hacer con ello era encontrármelo de frente en uno de los paseos del parque. Si él cruzaba hacia allí, perfecto, sino, pues mala suerte. Qué se iba a hacer.

Pero cruzó. Lo vi desde la distancia entre la gente, cuando el semáforo se puso en verde. Aunque en lugar de venir directamente hacia mí, cogió otro de los paseos del parque, uno que lo cruzaba en diagonal. Daba igual. Salí de la seguridad en la que me encontraba tras un enorme tronco de abedul, y me fui a su encuentro volviendo sobre mis pasos. Esperé en una esquina, simulando hablar por mi Nokia 6500, a que superase a unos estudiantes que caminaban en dirección contraria. Luego, me fui hacia él, mirando mi móvil, como si escribiese un SMS. Entre nosotros solo había ahora un ancianito que, sentado en un banco, arrojaba migas de pan a las palomas. Probablemente no tendría teléfono móvil alguno, pero por si acaso, reduje el campo del wipering de mi Dinamag. Cuando pasé junto al tipo, apreté el botón de llamada. Vi por la pantalla del detector que había localizado varios dispositivos cercanos, uno de ellos era un smartphone. La descarga se produjo y los dispositivos desaparecieron del display de mi Nokia. Seguí caminando como si nada, y cuando estuve a cierta distancia del tipo de la rara barba, aceleré más el paso. Luego, me alejé del barrio.


****



Recibí la llamada de Paul Davis en mi casa, mientras me preparaba unos suculentos perritos calientes para merendar, friendo un par de salchichas con relleno de queso. El investigador de relojes me dijo:

- Muchas gracias, Nio. Todo ha salido perfecto. Te pagaré lo acordado por el canal habitual.

- ¿Quién era ese tipo, Paul? - Quise saber. No era curiosidad: quería ver si mi trabajo había sido útil aquél día. Paul Davis, que ya seguramente se esperaba mi pregunta, sonrió al otro lado de la línea:

- Pertenece a un grupo de criminales, se dedican al espionaje industrial. Contrató mis servicios una firma relojera suiza, porque les habían sustraído importante documentación técnica y de diseño de un nuevo reloj que están desarrollando, y en el que han invertido millones de euros. Por si te interesa, con espiral y escape de silicio, para hacerlo más inmune a los campos electromagnéticos.

- Entiendo. ¿Llevaba la información consigo esta mañana?

- En efecto. Iban a pasársela al cliente, una marca competidora estadounidense, muy famosa, de relojes...

- Ya...

- Los hemos detenido, pero lo mejor, es que no han podido darles la información sustraída. La firma relojera suiza quería que destruyese también esa información. Y ahí entrabas tú.

- De acuerdo, Davis. - Le dije, al observar que la comida en mi sartén se estaba empezando a tostar demasiado -. Gracias por todo.

- Hasta la próxima, Nio.

- Hasta la próxima, Paul.


FIN


Notas a "Borrado de datos":
Llevaba escribiendo varios recopilatorios sobre tecnología durante los últimos meses, pero la mayoría de ellos con una tecnología basada en elementos bastante reales, excepto, lógicamente, el dispositivo "La coraza", de "El interventor". Como escritor de ciencia-ficción, veía muy interesante ir un poco más allá, y realizar un dispositivo cuya tecnología pudiera anular a los "gadgets" como smartphones, tarjetas de memoria y pendrives de los que tanto dependemos hoy. Pero rizando aún más el rizo, decidí realizar dos de esos dispositivos "interceptores", tan importantes que incluso, como lo vemos con Nio, se puede vivir de ello.

Es una manera además de mostrar las posibilidades, también profesionales, que nos puede ofrecer la tecnología, con trabajos impensables en el mundo que nuestros padres (o abuelos, dependiendo de la edad del lector) vivieron.

Para mostrarlo me permití tomar prestado de J. G. Chamorro a su querido Paul Davis, que además me incentiva y crea un entorno perfecto para hacer notar y dejar evidente la tecnología moderna con la antigua mecánica, hecha con engranajes y elementos más "rústicos", si se quiere ver así. No he querido poner en guerra la una con la otra, el lector se dará cuenta que, aunque no se pueda usar un reloj mecánico, Davis sí tiene que recurrir a algo tan antiguo y perdurable como una foto en papel. De hecho, al final decidí hacerle un guiño a los relojes tradicionales con engranajes, introduciendo el detalle de un reloj con materiales modernos (el silicio) para ofrecer un dispositivo de este tipo, que fuera inmune a los campos magnéticos.

Hay quien, no obstante, pueda poner inconvenientes al hecho de que Paul Davis recurra a usar un reloj digital de cuarzo, argumentando que si el Dinamag interfiere con el chip de una tarjeta de banco, o con un pendrive, también podría afectar a un reloj electrónico. Y es cierto. Pero no olvidemos que el Dinamag no destruye el hardware, ni lo estropea, solo hace wipering al aplicar una descarga magnética (esa es la teoría, claro). El pendrive, el smartphone, o la tarjeta del banco - en este último caso inservible, obviamente - seguirían con su circuitería intacta, es decir, funcionando. Así que el F-84 de Paul también seguiría operativo. Aunque puede que con una hora no tan exacta tras el "flash" magnético.

Podría haber hecho, bien es cierto, que Davis elijiese llevar consigo un reloj amagnético, pero permítame el lector la licencia de, por una vez, vestir al famoso investigador de relojes de Hebrón y Chamorro con un humilde reloj de Casio. Admito que la idea me ha encantado.

A. Bial Le Métayer


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