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La hija de Paolo



La hija de Paolo
© Lublaj Raffle


Me las prometía muy felices ante mis jornadas de descanso "obligatorias", y así estaba aquel día casi a las doce del mediodía, pensando en mi preciosa Anastacia mientras la comida se hacía lentamente al fuego, cuando recibí una llamada. Era de Narciso, que me pedía acercarme "un momento" a la casa de Paolo.

Dejé la comida para calentarla después, puesto que si era solo "un momento", esperaba poder consumirla luego, y conduje hasta la casa. Y la casa de Paolo no era precisamente una linda casita a las afueras del barrio, sino toda una construcción ultramoderna, de dos plantas en forma de cubo, superpuesta una a la otra con diferentes salientes, grandes ventanales de cristales tintados, y una elevada tapia de hormigón. Aquel cierre debió costar casi tanto como la casa entera.

No vi a ningún vigilante, debieron abrirme desde el interior al aparecer mi coche por los monitores del circuito cerrado de televisión. La puerta de acceso a la casa propiamente dicha estaba entreabierta y, al acercarme, oí una voz gritándome:

- ¡Entra, Biurn, estoy aquí!



Reconocí de inmediato la voz de Paolo, pero el "estoy aquí" no sabía muy bien de dónde venía, así que tuve que recorrer un poco la primera planta (cocina llena de trastos), el salón (botellas vacías y restos de bebidas por todas partes), y un despacho (papeles y libros tirados sin orden ni concierto alguno), hasta decidir subir por unas escaleras con partes de grueso cristal al piso superior. En una gran estancia llena de ventanales, sentado tras una mesa de cristal, estaba Paolo, fumando, con un cenicero negro ante él, y vestido únicamente con unos boxer azules. Se rió al verme:

- ¡Vamos, venga, siéntate! - Invitó, tras darle una profunda calada al cigarrillo, y una vez exhalado el humo empezó a toser como un condenado.

- Esa mierda va a acabar matándole. - Dije yo.

- ¡Eso dice mi médico! Y sin embargo ya ves: ¡aquí sigo! No es tan fácil acabar conmigo.

Aún estaba diciendo eso cuando, de una habitación aledaña, apareció caminando tal como vino al mundo - es decir, totalmente desnuda - y como si tal cosa, la guardaespaldas de melena rubia, de color de pelo claro intenso. Desnuda era aún más preciosa, guapísima, con unas caderas que se balanceaban al andar de una forma muy excitante. Entre sus piernas destacaba un oscuro penacho peludo. Desvié la vista de inmediato, y Paolo se empezó a reír, diciéndome:

- Tranquilo, Biurn, puedes mirarla sin miedo, mírala cuanto quieras. - Y le dijo a la chica -. ¡Andrea, vente, muéstrale tu xoxo a nuestro invitado!

La guardaespaldas hizo hacia él un gesto obsceno con un dedo, y le sacó la lengua, entrando luego en un cuarto que me pareció un vestidor. Paolo apagó el cigarrillo y me miró:

- Bien, hablemos de negocios tú y yo, Biurn. Tengo un "encarguito" para ti, y quiero que me hagas el favor de hacerlo.

- ¿De qué se trata? - Pregunté.

- Tengo una hija, Alba Carlota, reside en Milán. Pero se ha empeñado en ir a Mónaco porque compite allí no se cual jovenzuelo en la Fórmula 1. Al caso: enviaré a un escolta con ella, porque los de Milán no pueden trasladarse, he dejado a un par y tienen que quedarse en la casa. Quiero que les acompañe un centinela. O sea: tú.

- Paolo, creo que olvidas que te dije que estoy suspendido. - Objeté.

- Y tú creo que olvidas que te dije que ya no lo estás. - Me dijo sonriente.

- Ya... Pero en cualquier caso, no voy a viajar a Milán para proteger a una Arja-Zaheda sin mis credenciales, y sin mis cosas.

Cogió un móvil que estaba encima de la mesa:

- ¿A quién tengo que llamar para cambiar eso?

- A Tirre Sierra.

Marcó el número, y dijo, sonriente:

- ¡Hola Tirre, colega! ¿Qué tal va todo? (...) Escucha, creo que tienes algunas cosas de uno de los centinelas, las quiero aquí, tengo un encargo que hacerle. (...) Se llama Biurn. (...) No, me da igual, ¿tu no me escuchas, macho? Escúchame, no te embales, y no me toques la moral. Tráeme a mi casa la documentación y todo lo que tengas de él.

- Y los coches. - Le pedí en voz baja.

- También las llaves de los coches.

- De los dos. - Puntualicé.

- De los dos, ¿eh? (...) Ya... Bueno, a ver como lo arreglo...

- Y el reloj. - Le dije.

- ¡Acuérdate del reloj!

Tras colgar, Paolo se sirvió una cerveza y me ofreció. Se la rechacé amablemente. Volvió a sentarse y, tras beber un trago de la lata, dijo:

- Hay un problema: dice que tus coches se los ha pasado a otra persona.

- ¡No fastidies!

- Te los devolverá, cuando acaben de usarlos. Pero tendrás que esperar.

- No voy a esperar por los coches. Además, son modelos que elegí yo, si me los han quitado que se los queden.

Paolo sonrió. Inspiró profundamente por la nariz:

- ¿Y qué vas a hacer?

- Quedarme sin ellos.

Miró su smartphone:

- Llamaré al depósito, que te reserven otros dos. ¿Te parece?

Me quedé anonadado:

- ¿Me vas a dar otros dos coches?

- ¡Sí! ¡Ningún problema! ¡Yo te voy a confiar a mi hija! Ahora bien, Biurn... Es una jovencita de quince años, dale de mí una imagen de buen padre, ¿de acuerdo?

- Si quieres darle imagen de buen padre, ¿por qué no lo eres y está?

- ¡Lo intento! Pero en todo caso, lo que te quiero decir - y, tras mirar a su alrededor, habló en voz baja, como si me contara una confidencia - es que no le digas nada de esto, ni de las "aventurillas" que tengo ni de mis "excesos", ¿entiendes?

- Yo no estoy aquí para juzgar ni para educar, Paolo.

Si uno tuviera que ponerse a ello con toda la gente que protege y las excentricidades de los ricos, iba arreglado.

- ¡De acuerdo entonces! - Concluyó Paolo, poniéndose en pie para despedirme.

Iba camino de la salida, cuando le oí gritar:

- ¡Andrea, cariño, me apetece ver un xoxito fresquito recién duchadito! ¡A ver ese exquisito xoxo!

Cerré la puerta de un portazo y me fui.


****



Como Paolo me había dado libertad para elegir un par de automóviles en el depósito de los Arja-Zaheda, decidí aprovechar la ocasión y pasear por los enormes almacenes a mi aire. Volví a elegir un Peugeot 208 como el que ya había tenido, con el cual estaba más que contento, en el mismo color granate oscuro, que era el color que le gustaba a Anastacia. Tras hacerlo, me interné por los diferentes depósitos. Había Peugeot de todos los estilos y de todas las épocas, y a medida que iba hacia los almacenes de más al fondo, más antiguos eran sus vehículos. Entonces, di con un Peugeot 104 de los setenta. No estaba en las mejores condiciones, pero era el modelo que más me agradaba: el de tres puertas. Le pregunté al encargado si me lo podría llevar, y me comentó que estaba averiado y que requeriría de bastante reparación. Aún así, le dije que me lo reservara, lo sacara de allí, y me lo pusiera junto al 208. Cuando tuviese tiempo (y dinero), ya lo iría reparando. El caso es que si me podía quedar con dos, uno quería que fuese aquel 104.

Llegué a casa, y lo preparé todo para el día siguiente. Andrea, la escolta de Paolo, nos llevaría al aeropuerto en su 3008, tanto a Emilio "Hemi" - el escolta que iba a acompañarme, y que en realidad sería el guardaespaldas de la hija de Paolo, Alba- , como a mí. Le llamaban "Hemi" porque era un entusiasta de los Chrysler HEMI, motores poco eficientes, con cabezas de cilindro "hemiesféricas" (de ahí su nombre) pero que tienen un alto rendimiento con grandes cubicajes y potencias generosas. En su juventud Emilio había sido un fan de los muscle-car, y aunque ahora no puede decirse que fuese viejo, sí que era mayor "en todo": de poco más de cuarenta años, era un señor bastante "entrado en carnes", con notoria papada, calvicie casi completamente sobre la parte alta de su cabellera, y minúsculos ojillos grises.

Aparte de los automóviles, Hemi compartía una pasión con Paolo: las mujeres. Lo demostró pronto cuando empezamos a conversar en el coche, mientras Andrea nos llevaba al aeropuerto camino de Mónaco (a Alba la recogeríamos en Turin, y viajaríamos algo más de tres horas en coche de vuelta a Mónaco), y comentábamos sobre la fama de disperso y de fanfarrón que tenía su jefe de la casa Arja-Zaheda.

- Pues de Paolo la gente puede decir lo que quiera, que es un vividor, un déspota, un maleducado... Pero cuando lo necesité fue el único que me ayudó y que estuvo ahí. - Explicaba Hemi -. Soy escolta gracias a él. Nadie confiaba en mí, me decían que era muy gordo, que me dedicase a otra cosa... Y él, cuando me entrevistó, solo me preguntó: "¿Recibirías una bala por mí?". Y yo le respondí: "Por supuesto, señor". Y entonces ala, contratado. Los demás, mucho cuento y mucho glamour, pero todos me daban largas y me ignoraban.

Andrea dijo entonces, sonriendo:

- Pues si os soy sincera, a mí me contrató por mi xoxo, básicamente. - No me eché a reír. No me extrañaba que esas palabras salieran de ella, ciertamente, porque tampoco podía olvidarme de la escena en casa de Paolo con ella saliendo desnuda sin cortarse un pelo. Claro que con su cuerpo, era fácil hacerlo sin temor a lucirlo.

- ¡Cuéntalo! - La animó Hemi, mirándola con ojos como platos y babeando al lado de ella.

- ¡No, no lo cuentes, por favor! - Intervine -. Mejor no.

Hemi giró el cuello hacia mí, lanzándome una mirada asesina, y volvió a suplicar ante la guapísima escolta:

- Sí, cuéntalo, mujer.

- No sé... - Dudó ella, riéndose y con un gesto coqueto, elevando un hombro.

- Somos dos contra uno - dijo Hemi -, así que cuéntalo.

- ¿Cómo que "dos contra uno"? - Protesté.

- Sí, ella y yo contra ti. - Explicó Hemi.

- ¡Eh! ¡Yo soy neutral! - Exclamó la escolta con una dulce voz muy, muy femenina.

- ¡Da igual! - Dijo entonces Hemi -. Ya me lo imagino: te cató el xoxete.

Andrea emitió una risita:

- Sí, más o menos, pero con su lengua. Y me dijo: "¡vale, sabe rico! ¡Contratada!".

Dejé caer mi espalda sobre el respaldo del asiento:

- ¡Venga ya! ¡Al final lo has contado!

Hemi la comía con los ojos, mientras ella reía. El hombretón le preguntó:

- ¿Y nosotros? ¿No podemos catarlo también?

- ¡Qué más quisierais! - Bramó ella entonces, poniéndose seria.

- ¡Eh! ¡Que yo tengo novia! - Aclaré.

- Pues yo solo, entonces... - Dijo él, acercándose a un palmo de ella. Le separó de un manotazo:

- ¡Quita para allá! ¡No seas pegajoso!

Menudo equipo de guardaespaldas. Me partía de risa para mis adentros, o sea: que Paolo los contrataba por las razones más variopintas. Como a mí. Era un milagro que aquel tipo siguiera vivo con aquella panda, o a saber, quizá por eso le fueran más fieles que ningún otro equipo de escoltas.


****



Llegamos al aeropuerto de Niza-Costa Azul, para ir en coche hasta Monte-Carlo. Hemi conocía aquella zona perfectamente, así que le dejé que me guiara él. Lo primero era, por supuesto, alquilar un coche, y un poco ya "hartito" de Peugeot, decidí elegirlo yo y conducirlo. He dicho que a Hemi le agradaban los coches, pero como Paul Davis afirmó alguna que otra vez, le gusta "mirarlos, disfrutarlos y contemplarlos", conducirlos es otra cosa. A mí, sin embargo, también me gustaba conducirlos. De manera que no puso inconveniente en dejar que condujera yo, mientras él "disfrutaba" tranquilamente del paisaje, o comiendo chucherías sin parar, que también lo hacía.

Como pagaba Arja-Zaheda, me fui a por un Audi A4, un coche de representación, cómodo, con mucho espacio interior, que nos permitiría realizar todos los kilómetros que teníamos por delante de una forma más agradable y, además, cargar con todo el equipaje. Aunque yo no llevaba mucho, Hemi llevaba bastante más que yo, y seguramente Alba Carlota llevaría más que los dos juntos.

Entre el viaje, el trayecto en avión, los trámites del automóvil, y el viaje en coche hasta Mónaco, había pasado ya casi todo el día. Pero antes de ir al hotel, Hemi me aconsejó que hiciéramos una parada. Era un local de la alta sociedad en un sitio bastante concurrido de Monte-Carlo, pero sin entrar ya sabía a qué quería ir mi compañero allí: prostitutas de lujo. Como no pude hacerle cambiar de idea, le dije que me iría a cenar y luego ya le volvería a buscar. Él intentó convencerme a mí de mil formas, pero no consiguió su objetivo con ninguna, de hecho me enfadaba. Como parecía tener inusitada prisa, me aseguró que sería solo un momento y se largó. Su "polvete" fue media hora, tras la cual regresó al coche jadeando como si hubiera estado en el monte cuidando ganado:

- ¡Ah! ¡Que a gusto se queda uno después de haber estado entre las piernas de una mujer!

Casi me desmayo al oír semejante indecencia. Arranqué y le hice ver con auténtico énfasis:

- ¡No me digas nada! ¡No quiero saberlo!

- En serio, Biurn, tú no eres humano... Deberías probarlo más a menudo, se te arreglaría el carácter ese tan agrio que tienes. Eso es porque estás mal follado...

- ¡Ya vale! ¡Deja de decir estupideces o te arrojo del coche!

- A eso me refiero...

- ¡Que te calles ya, coño!

- ¡Ya no digo nada! ¡Se acabó, me callo! ¡Si no quieres oír mis buenos consejos, peor para ti!

- ¡Vete a freír espárragos!

"Buenos consejos" decía... Empezaba a entender al tipo aquél, y empezaba a arrepentirme de viajar con él.

Como no paraba de hablar de mujeres, decidí que lo mejor era que nos fuésemos a nuestra habitación con un bocadillo. A él no le pareció bien la idea, se quedó en el bar intentando cortejar a alguna incauta clienta del hotel, cosa que dudaba que fuera a conseguir, por supuesto.

A la mañana siguiente salimos temprano hacia Turin, queríamos llegar antes del medio día para así esperar a Alba y a sus escoltas, que llegarían en un vuelo en torno a las trece horas. En un desliz mío, yo le había contado anteriormente a Hemi que tenía novia, así que empezó nuestro viaje centrado en ella:

- Y esa Anastacia tuya, ¿cómo es? - Quiso saber.

- No te la pienso presentar, no sueñes. - Intenté ser cortante para hacerle ver que no siguiera por ahí, pero no hizo efecto.

- Pero podrás decirme cómo es: rubia, morena... Alta... ¿No tienes una foto?

- ¡No te voy a enseñar la foto de mi chica para que te pajees, no flipes! - No me gustaba decir barbaridades ni obscenidades, pero en serio que el hombretón aquél me sacaba de mis casillas.

- ¡Jajajaja, tranquilo, no te la voy a quitar! Mírame, Biurn: ¿quién va a querer acostarse conmigo, si no fuera pagando?

- Estás enfermo, tío, deberían cortarte los...

- ¡Jajajaja! Yo lo asumo. Pero no pasa nada, tengo recursos.

- No me interesan tus "recursos", guárdatelos para ti.

- Vale, vale. Tranquilo hombre.

Por fin pareció calmarse. Estuvo un rato mirando su móvil, luego llamando a alguna amiga, luego mirando de nuevo su móvil, escribiendo mensajes, y cuando se cansó de todo ello, volvió a su monotema:

- ¿Alguna vez te has enamorado de alguna de las chicas que protegías? Yo muchas veces.

- Sí. Lástima que no fueras correspondido, ¿eh? - Le respondí, sonriendo.

- ¡No creas, no creas! Que ellas también tienen sus necesidades, y más de una vez han tenido un calentón repentino mientras las llevaba en el coche.

- Bueno, no quiero saber tus aventuras con tus clientas, gracias. - Porque si le daba pie, sabía que la cosa podía irse hasta extremos nauseabundos.

- En una ocasión con Iratxe... ¡Buah! ¡Eso sí fue memorable!

- No sigas por ahí. No me interesa.

- ¡De acuerdo!... Contigo no se puede hablar de nada.

- Y contigo sólo de una cosa. Eres monotemático hasta dar asco. No me extraña que le caigas bien a Paolo.

- ¿Y tú a quién proteges de los Arja-Zaheda, Biurn?

- No viene al caso esa información. - Si se la daba y le hablaba de Erika, supongo que no tardaría en atar cabos. Mejor cuanto más lejos de mi chica.

- Seguro que una de las jovenzuelas ricas... - Y me miró de reojo -. ¿Te la tiras? - No dije nada, se empezó a reír -. ¡Te la tiras! ¡Jajajaja! ¡Pillín, te la estás tirando!

Me empezaba a contagiar su risa, y él lo notó:

- ¡Qué callado te lo tenías! ¿Es Gemma? ¡Fijo que es Gemma! - Entonces me toqueteó el brazo -. ¿Tienes fotos suyas desnuda? ¡Venga hombre, comparte alguna! ¡Seguro que le has hecho fotos con sus encantos bien visibles! ¡Déjame ver alguna...!

Volví a reventar:

- ¡¡Cállate ya, coño!! - Grité. Me empezaba a sacar de quicio el tipo aquel.

Tras una pausa, musitó:

- Ella no lo iba a saber...

- ¡Hemi, deja de decir estupideces, y céntrate en el trabajo, por favor!

- ¿Qué trabajo? ¿Llevar a una mocosa a Mónaco porque está en celo por un criajo de la Fórmula 1? ¡Hasta un tonto lo haría! Que por cierto, con un poco de suerte podremos estar con las "pit-babes" y tal vez quedar con alguna.

Sí, que siguiera soñando.

Como centinela, yo no tenía que estar al lado de Alba, era él, así que le dejé bien claro:

- Tú no te vas a separar de Alba, ni aunque miss universo te pida hacerle un hijo, ¿me entiendes?

- ¡Sí, sí, tranquilo hombre! ¡Soy un profesional! ¿Con quién te crees que estás? - Y añadió -: Pero contigo... Contigo no se puede disfrutar. Le voy a pedir a Paolo que no me vuelva a meter en ninguna misión contigo.

Tanto mejor.

- Y si la niña quiere disfrutar - me dijo - déjala. Llevo preservativos de sobra para todos.

Aquel hombre desvariaba:

- La "niña" es menor de edad. Si algún "maromo" se acerca a ella le pones la pistola en la ingle y le capas. Así evitamos que nazcan más obscenos en el mundo. Si quiere disfrutar, que espere a que nos vayamos y luego que sus escoltas se las arreglen.

No dijo nada. Insistí:

- ¿Ha quedado claro?

Asintió con la cabeza:

- ¡Sí, sí, Biurn! ¡Claro, claro!

No me pareció a mí muy claro. No me fiaba un pelo de él.

Pero tras "las charletas", llegamos a Turín, aparcamos el Audi y nos dio tiempo para tomar un refrigerio en la terminal del aeropuerto. Luego, llegó Alba Carlota con sus dos escoltas, sus maletas, y tras dejarla a nuestro cargo sus guardaespaldas se fueron.

Alba tenía quince años, ¡pero menudos quince años! Parecía una jovencita de veinte. Su cuerpo era exuberante, con la lozanía de una chiquilla adolescente, pero las proporciones y medidas de una mujer en la flor de su juventud. Todo un imán para pretendientes del otro sexo. Nada más verla supe que tendríamos mucho trabajo con ella. Lo peor es que Hemi no estaba en sus plenas facultades para ayudarme, porque al verla los ojos se le quedaron en blanco y un río de baba casi salía de entre sus labios. Y eso que Hemi la había visto hacía pocos años, cuando la jovencita tenía trece. Pero en dos años la chica había experimentado un cambio tremendo, y su cuerpo la había llevado a la máxima plenitud sensual, con el objeto, por supuesto, de atraer al mayor número posible de elementos masculinos y que luego pudiera elegir el mejor. Muy sabia la naturaleza.

Lógicamente ella bien lo sabía, y su indumentaria reforzaba todavía más sus bellas proporciones y sus encantos femeninos. Vestía una minifalda de locura, negra, de cuero y ajustada, y un top que dejaba ver su ombligo, parte superior del sujetador, y un buen pedazo de sus esbeltas y jóvenes mamas. Para rematar, su larga melena tenuemente pelirroja, cobriza tirando a bronce, llena de ricitos, captaba enseguida las miradas.

Hemi tartamudeó:

- ¡Cuánto has cambiado, "ricura"! - Le dijo, tendiéndole la mano. Ella sonrió alegremente, mostrando unos labios y sonrisa perfectos, y lo abrazó, exclamando:

- ¡"Papi"!

Que Hemi notase aquellas dos monumentales cubas de leche sobre él, casi le deja K.O. Alba lo sabía, y de hecho hacía a propósito un movimiento como rozándoselas sobre el orondo escolta, sólo para poder divertirse con los efectos que eso le producía al hombre. Que no eran pocos, a tenor de lo que tuvo que encorvarse el hombretón. A duras penas tartamudeó:

- Este... Es... Biurn...

La chiquilla intentó hacer lo mismo conmigo. Se fue a abrazarme, extendí mi mano, pero me la esquivó. Yo la esquivé a ella entonces, y quedamos en una comprometida situación de tablas.

- Mucho gusto, señorita Arja-Zaheda.

- ¡Llámame Alba, tonto! - Me pidió, mimosa.

- De acuerdo, Alba.

Por fortuna yo no estaría todo el día con ella. Como centinela, solo tenía que vigilarla a distancia. De lo contrario dudo que lo soportase, y entonces sí que se enfadaría Paolo y Tirre (y todos) si dejase colgada a la chica, con semejantes dotes y armas provocadoras, y encima menor de edad.

Pensé en mi linda Anastacia para tranquilizarme un poco, y me resigné a sacar el trabajo aquel adelante.

A mi lado, mientras tanto, Hemi sudaba como si hubiese corrido la maratón de Londres. Aquellas curvas y aquel par de pechos le estaban haciendo pasar un mal rato. Temí que se desmayara e hice lo posible para irnos hacia el maletero del coche y alejarnos, mientras ella se subía a la parte trasera del Audi.

- ¡Contrólate, coño! - Le increpé, mientras guardaba las maletas.

- ¡No puedo! ¡No puedo! - Me dijo, jadeante -. ¡No sabía que estaba así de buena!

- ¡Es menor de edad, córtate un poco, imbécil!

- ¡Ya, ya!... - Y añadió -. Seguro que aún es virgen, Biurn...

- ¡Seguro que te voy a meter una patada en la entrepierna como no calles!

Si el tipo aquel creía que aquella chiquilla se iba a estrenar con él, es que estaba peor de lo que yo creía. Pero claro, soñar es gratis, y el Hemi soñaba demasiado.

- Seguro que si entro en su habitación a despertarla, la puedo ver desnuda... Cuando estemos en el hotel en Mónaco... - Musitó.

Por fortuna mi teléfono sonó, porque estaba a punto de pegarle un puñetazo a Hemi. Lo cogí, y caminé alejándome unos metros para hablar en paz.

- ¿Cómo va todo? - Era Paolo.

- Bien... Bueno... - Dije. Notó mi titubeo:

- ¿Qué ocurre? - Preguntó, preocupado.

Pregunté en voz baja:

- ¿¡Cómo se te ocurre mandar a este tipo con tu hija, si está más salido que el pitorro de un botijo!?

Se produjo un silencio. Temí haber metido la pata, pero finalmente Paolo me dijo:

- ¡Para eso te mandé a ti!

- ¡No me fastidies, Paolo! ¡Él va a estar cerca de tu hija! ¿Qué quieres, que se la tire?

Sentí ser tan duro con él, pero era la verdad.

- Hemi puede ser todo lo que quieras, pero no es eso.

- ¡Tu hija ya no es una niña, chaval! ¡Es una mujer! ¡Y sabe muy bien para qué tiene lo que tiene en su cuerpo, no tengo que decírtelo yo!

Además, él lo sabía de sobra, que utilizaba a las mujeres como quería. Curiosamente, ahora la víctima era su hija.

- ¡Biurn, ¿y a quién querías que enviara?! ¡No confío en muchos escoltas como para dejarles a mi hija a su cuidado!

- ¡Haber mandado a Andrea, en lugar de habértela reservado para chuparla como un polo! ¿No lo ves? ¡Aquí es donde necesitas a una mujer, con tu hija, no a tu lado para menearse las caderas!

- ¡Mierda! ¡Mierda! - Bramó. El tipo aquel no se daba cuenta de nada, y parecía estar tan alelado con sus ligues que ni siquiera se había fijado en aquellos detalles. Cosa que no me era extraña, porque ya había dado muestras anteriormente de lo disipado que era.

Entonces me rogó:

- Oye, Biurn, ve tú de guardaespaldas...

- ¡Yo no soy escolta, Paolo!

¡Lo que me faltaba!

- ¡Te pagaré lo que sea...!

- ¡No es por dinero! - Le interrumpí -. Lo mío no es escoltar, ¡soy centinela!

- ¡No les quites los ojos de encima, por favor! ¡La vida de mi hija está en tus manos! ¡Te recompensaré con lo que sea! ¡Cuídamela, Biurn! - Hemi demandaba mi presencia para irnos. Paolo me insistió -. ¡Cuídamela!

- Veré lo que puedo hacer. - Le dije -. Pero a cambio quiero que me reparen el Peugeot 104.

Conocía muy bien a los tipos como Paolo: te prometen el oro y el moro mientras les convenga, luego fingirán no acordarse de nada. Tenía que aprovechar la ocasión o luego no podría.

- De acuerdo. Lo tendrás reparado para cuando regreses.

- Eso espero. Tengo que irme, ya hablaremos.

Menuda papeleta me había dado aquel tipo.


****



Hemi no dejaba de mirar hacia atrás, observando sin parar a Alba, y ésta no dejaba de mirar su smartphone. Me costó lo suyo que se sentara delante conmigo, porque el menda además quería ir detrás, al lado de la jovencita. Yo no quería correr el riesgo de tener que andar soportando los grititos de ella cuando el tipo empezase a tratar de meterle mano, así que le prohibí tajantemente viajar en el asiento trasero, con la excusa - eso sí - de que la chica necesitaba espacio para estar tantas horas dentro del coche (aunque en realidad no fueran demasiadas).

Entonces, vi que mi compañero subía la calefacción, le dejé hacer pensando que tendría frío, pero a los pocos minutos le sugirió a Alba:

- Quítate la chaquetita, Alba. Aquí hace calor.

Alba llevaba una fina chaqueta negra, que por cierto apenas le abrochaba dadas las dimensiones de su delantera.

Llevé mi mano al mando de la calefacción y lo bajé:

- No hagas caso - dije -. Estás bien así.

Alba levantó la vista de su móvil, demostrando que, a pesar de su aspecto, no tenía un pelo de tonta:

- ¿No será para verme las domingas? - Le preguntó sin cortapisas a Hemi, riéndose modosita. El escolta sonrió. Miraba más hacia atrás que hacia adelante:

- Recuerdo cuando las tenías como medio puño, se te han puesto preciosas en un par de años, han engordado mucho. Tendrás a los chicos locos detrás de ellas, ¿eh?

Alba seguía riendo, y eso le dio pie a Hemi para seguir también:

- ¿Con qué las has estado alimentando? ¿Con crema de leche? - Le preguntó, mientras me guiñaba un ojo de manera rápida y sutil. Entonces pulsé el botón de la radio y puse la música a todo volumen. Alba protestó:

- ¡No me gusta esa música!

Hemi la apagó:

- ¡A mí tampoco! - Volvió a mirar a la jovencita -. ¿Tienes novio, Alba?

Ella se encogió de hombros:

- Más o menos.

- ¿Pero novio, "novio"? ¿Ya lo habéis hecho y todo?

Volvió a soltar la risita avergonzada, y exclamó:

- ¡Calla!

Hemi miró hacia mí. Me susurró:

- ¡Biurn, "menea" un poco el coche!

Lo que quería era que se le "meneara" la delantera a la chavalilla. Me daban ganas de arrojarle fuera del coche.

- Hemi, como no te gires y mires al frente, te pego un puñetazo. - Le advertí.

Debió notar mi hartazgo, porque se acomodó en el asiento, respirando profundamente. Entonces sacó su móvil y, con disimulo, enfocándolo hacia el asiento trasero, comenzó a sacarle fotos a la chica. No me agradaba, pero si eso le entretenía y le hacía callarse, a mí me servía. Tras un rato de hacerle fotos, trató de hacérselas de la minifalda, pero ella tenía las piernas cruzadas. Entonces él, con la excusa de que mirase hacia la ventanilla, y se acercase para ver cualquier tontería del paisaje, le pudo hacer un par de fotos a las pantorrillas de la muchacha.

Con ellas ya en su móvil, comenzó a ordenarlas. Pude ver de soslayo que tenía una inmensa galería de imágenes porno de todo tipo. Aquel elemento era un salido de tomo y lomo.


****



En el hotel dejamos una habitación para Alba, y compartimos la de al lado Hemi y yo. Lo que yo ignoraba era que él había colocado microcámaras, y se empeñaba en grabar todo lo que hacía la chica. Por supuesto, especialmente cuando se duchaba o se cambiaba. Eso no era vigilancia, era acoso sexual puro y duro, ¡y encima a menores! Le advertí de que - y aunque las cámaras estaban puestas por seguridad - si seguía haciendo eso, yo mismo se las retiraría.

De momento lo dejé estar, porque teníamos un compromiso importante: la fiesta de recepción de los príncipes de Mónaco, a la cual estaban invitadas varias personalidades y, por supuesto, la pequeña Alba Carlota Arja-Zaheda.

En la fiesta de recepción de los príncipes de Mónaco estaba también presente como invitado, ni más ni menos, que Damar Rubini Lorenzo Arja-Zaheda Casoro Ponzano de Bodo, el patriarca de los Arja-Zaheda. Observé que entre su séquito de guardaespaldas había un par de mujeres. Entonces se me ocurrió una idea, y llamé a Paolo. Su voz sonaba jadeante, o estaba en medio de una fiesta - por la música y el ruido eso parecía -, o en medio de una juerga de las suyas. Tuve que salir al pasillo y ponerme en una esquina para gritarle:

- ¡Paolo! ¡Estamos en la recepción de los príncipes monegascos!

- ¡Ah! ¡Bien! - Me dijo, como si le importase un pepino.

- ¡Escucha!

- ¡No te oigo! - Me gritó él también.

- ¡Pues sal a un lugar donde sí me escuches!

- ¡Estoy medio desnudo!

Aquel tipo era un depravado.

- ¡Pues baja la música!

- ¿¡Qué!? - Le oí un "espera, cariño". Luego la música se apaciguó algo -. ¿Qué decías?

- Llama a Damar, y dile que te intercambie una de sus guardaespaldas por Hemi. He visto que tiene a dos mujeres.

- Escucha, Biurn... No me llevo muy bien con Damar, ¿sabes?

Pues vaya plan...

- ¡Hazlo por tu hija!

- Ya... No es tan fácil.

Entonces decidí ponérselo fácil:

- ¿No querrás que la virginidad de tu hija se la lleve Hemi, verdad?

Eso pareció cambiar las cosas:

- ¡Vale! Le diré que hable contigo, pero el trato lo haces tú.

Bueno, aquello me valía. Pero fingí ser algo muy duro para mí hacer lo que me pedía:

- ¡Espero que el 104 esté como recién salido de fábrica cuando regrese!

- ¡Lo estará, Biurn, lo estará!

No me fiaba de su palabra, pero en cualquier caso tampoco hacía todo aquello por él, sino por su hija.

Regresé al salón de la recepción, y al poco vi cómo Damar atendía una llamada. Se acercó a uno de sus guardaespaldas, y me fui hacia ellos. Le enseñé mi credencial, y dejó que me fuera hacia Damar:

- Buenas excelencia. - Le dije -. Perdone esta intromisión, soy Biurn, estoy de centinela para la hija de Paolo.

- ¿Qué le ocurre a ese "elemento" ahora? - Me preguntó, frunciendo el ceño y dando a entender que le desagradaba tratar de Paolo. Y también tratar conmigo, probablemente.

- No es sobre él. Tengo un problema con el guardaespaldas que está custodiando a Alba.

Le indiqué con mi mirada dónde se encontraba Alba. A su lado, Hemi le hacía carantoñas y, disimuladamente, como quien no quiere la cosa, le ponía una mano aquí y otra allá, intentando rozarle un pecho, parte del glúteo...

- Entiendo... - Dijo Damar. Y su semblante cambió, pareciendo más cortés. Agradecí que no me hiciera dar más explicaciones.

- Le cambio a Hemi por una de sus mujeres escoltas. - Le propuse.

El patriarca de los Arja-Zaheda hizo un gesto hacia su jefe de escoltas:

- ¡Smith! Dile a Pamela que se ponga a las órdenes de Alba, la hija de Paolo. Éste es Biurn, él está al mando.

- Sí, excelencia.

Se lo agradecí, y a los pocos minutos tenía a Pamela a mi lado. Me fui con ella hacia Hemi, y tras apartarle de Alba y dejar junto a la joven a Pamela, le informé:

- Hemi, buenas noticias: vas a proteger al mismísimo Damar.

- ¿Cómo? - Se quedó impresionado.

- ¿No querías ascender como guardaespaldas? No creo que haya cargo más honorable en tu profesión.

- Pero... Pero... ¡Yo quiero proteger a Alba!

Sonreí, como haciendo ver que le hacía un favor:

- Alba es una niña, si te la llevas a la cama te meterás en un buen lío. Pero mira - dirigí mi vista hacia la otra guardaespaldas que se quedaba con Damar -, fíjate en la compañera que vas a tener. Esa es una mujer hecha y derecha, que seguro sabe satisfacer a un hombre, no como esa niña entrometida que, como se entere Paolo, te va a poner el culo como un colador.

Eso lo cambiaba todo para Hemi. Sus ojos se iluminaron, comiendo con la mirada a la compañera de Pamela:

- No está mal...

- Claro que no. Ve a por tus cosas al hotel, el jefe de escoltas de Damar te dirá dónde se hospedan.

Sonrió:

- ¡Gracias, Biurn!

- ¡De nada! ¡Aprovecha!

Suspiré aliviado. Al menos ya no tendría que proteger a dos personas con las hormonas efervescentes y a flor de piel, sino sólo a una. Y esa una estaría bien vigilada en todo momento por alguien que no se preocuparía lo más mínimo por su talla de sujetador.

Tras la recepción, Pamela se fue también por sus cosas al hotel y ocupó la habitación colindante a la de Alba. No me preocuparon ya las micro-cámaras de vigilancia instaladas en su habitación. Estaba seguro de que Pamela haría un adecuado y eficiente uso de ellas y de la información que recabasen. Yo me pasaría el fin de semana durmiendo en el coche, pero lo haría tranquilo.


FIN

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