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Con mi prejubilación me compré a Bogg, el Ogro-sapiens



Con mi prejubilación me compré a Bogg, el Ogro-sapiens (Serie Héroe o Bestia Nº2)
© Javier Sermanz

Agradecimientos
Bogg Tragacuervos es un personaje de Sogad, del Blog La Espada de Sogad, de temática Warhammer, mundo que ha inspirado mi imaginación.

En cuanto leí su trasfondo supe que allí había madera para una buena historia. Gracias a su generosidad he podido desarrollar esta novela corta, la cual se la dedico.

Sogad ha construido un blog muy completo e interesante, con otros personajes, reseñas de libros, tutoriales, maquetas y ha escrito multitud de relatos.

Podéis descubrir más de él aquí: http://sogad.blogspot.es



Introducción
Nos hallamos en un futuro inmediato, digitalizado. Internet es nuestro segundo medio. La tecnología en el terreno de los videojuegos ha desarrollado algo rayano a la hechicería, una avanzada consola de realidad virtual llamada Virtual Kit. Los programadores de la multinacional Media Games han recreado con un software prodigioso, el mundo de guerra de su popular juego de rol Héroe o Bestia, y lo han subido a un plano de realidad virtual en Internet, donde los hombres y bestias de Nueva Pangea juegan su propia partida por la supremacía.

A dicho plano lo han llamado HOB y han tendido un puente entre los dos mundos por el que se accede mediante una maquina llamada Virtual Kit. Se trata de un Hardware especifico de dos componentes; una consola terminal de simulación de realidad virtual, dotada de Módem interno, para innumerables jugadores On-Line, que los conecta, desde cualquier sitio, al plano de juego a través del ojo, mediante un destello lanzado desde el reproductor virtual, el cual es albergado en el seno de la carcasa y se coloca ante la vista al modo de unas gafas. La interacción neuronal colectiva se consigue mediante una conexión aérea del dispositivo con el servidor de Media Games, que los provee de realidad virtual.

El entorno y la interfaz del personaje deseado, Hombre o Bestia, se configuran desde cualquier dispositivo exterior y después se cargan por aire en la consola. Una vez presionado el botón de salto, la mente es transportada al cuerpo del personaje deseado en el plano virtual, simulado por el ordenador central del servidor, mientras su cuerpo se queda en un estado parecido al sueño.

El jugador deja de tener consciencia de que está en La Tierra y siente y actúa en todo como el personaje programado para HOB, sin recuerdos del otro yo, hasta que vuelve de nuevo al plano terrenal; es como cambiar de cuerpo de un parpadeo. La experiencia adquirida de las sucesivas reanimaciones en HOB queda impresa en nuestro recuerdo del mismo modo que lo haría en la realidad.

El Juego de Guerra Virtual de Héroe o Bestia se ha convertido en un fenómeno de masas por todo el mundo. Han surgido adeptos fervientes, que se refieren a la consola, con abnegación reverencial, como El Medallón Sagrado de Theos. Le atribuyen poderes divinos, dicen que contiene, encerrado en el Cristal Opaco de su corazón, una chispa de energía del dios y que su destello te confiere la vida en el mundo virtualizado de HOB.

En su contra se han alzado feroces detractores que lo consideran maldito. Creen que los saltos generan graves perturbaciones mentales y defienden que en cada viaje se arrastra algo de allí que altera el alma y el pensamiento irremisiblemente. Algunos incluso aseguran que los de Media Games son una secta tecnológica cuyo fin es el de esclavizar a toda la humanidad mediante ese juego.

La venta y el alquiler del Virtual Kit lo han centralizado en atrayentes salones franquiciados, llenos de luz y de color, que reclaman al viandante a modo de puerta dimensional entre los dos mundos. Su dominio en Internet ofrece la carga y el salto, trasfondos y personajes para recrear, y un foro, con absolutamente todo lo que acontece alrededor del juego, tanto aquí, como en HOB, además de toda la información necesaria para desenvolverse allí.

Su blog con las experiencias de los jugadores está arrasando en la Red, obteniendo records de visitantes sin precedentes. Lo han llamado El Libro de Hob. Estos son los asombrosos relatos que han colgado algunos de aquellos primeros guerreros virtuales que tuvieron el arrojo de internarse en ese mundo y volvieron para contarlo...


Con mi prejubilación me compré a Bogg, el Ogro-sapiens

Libro de Hob
Entrada del 29.05.1377, Era de la Bestia:
En el primer salto fui un ogro.

-¡Vamos abuelo, más rápido! ¡Venga, que nos vamos a quedar sin sitio!

Y ahí estaba yo, plantado en medio del paso de cebra, mientras mis dos nietos tironeaban con energía de mí hacia el otro extremo de la calzada.

La franquicia Héroe o Bestia había abierto un enorme y luminoso salón de juego virtual en el centro y allí me arrastraban mis impacientes chicos, presos de esa fiebre colectiva por jugar que había invadido a todo el mundo.

Yo había oído algo en los informativos de la 37 sobre esas nuevas Consolas Terminal de simulación virtual que Héroe o Bestia de Media Games había patentado en exclusiva para todos sus jugadores virtualizados; un modelo portentoso y revolucionario que dejaba a sus antecesores en la prehistoria tecnológica; pero no tomé en demasiada consideración las alabanzas con que la ensalzaban. Para mí, ir allí a jugar con una consola, por muy sofisticada que fuera, no representaba nada diferente a ir a uno de aquellos viejos salones de videojuegos a los que tan aficionado era de joven.

Sonreí para adentro al recordar en destellos fugaces que había sido un habilidoso jugador de la Play en mis tiempos.



Un rumor llegó a mí, se percibía como un eco lejano de clamores de batalla, ominosos sonidos guturales y salmodias demoníacas, que sumían en un sepulcral vacío sonoro los alrededores. El cráneo de Bahal, la Bestia, nos fulminaba con sus ígneas pupilas desde lo alto, con el nombre de la franquicia flotando en la sangre humana que chorreaba por sus quijadas: Héroe o Bestia. Sentí un escalofrío. Bajo el tétrico cartel, que se alargaba palpitante toda la fachada, en una sección de la calle, los escaparates holográficos con escenas cambiantes de Nueva Pangea en pugna, impregnaban toda la escena con un resplandor espeso y brumoso, que contribuía a acrecentar la implacable sensación de temor y misterio que te envolvía al contemplarlos. No pude atisbar nada del interior.

En un extremo del horizonte animado al que me arrastraban velozmente mis nietos, se recortaban los postes, desvencijados y ennegrecidos por el tiempo, de un portal de madera realizado por manos toscas, del que colgaba, en herrumbrosas cadenas, un blasón de armas de los monjes Lupercanos (así lo señalaron los chicos), con su lamento oxidado por bienvenida. O quizás a modo de aviso.

Tras el solitario umbral, no veías el interior del local, la vista se adentraba en un camino serpenteante que ascendía hasta una abrupta peña, coronada por un sombrío castillo de aceradas agujas y lóbregas torres. Daba la sensación de que realmente ibas a traspasarlo y en lugar de entrar en el edificio, tus pies iban a pisar las losas del camino que comenzaba allí.

-¿Estáis seguros de entrar ahí, niños ?- les pregunté inseguro a las puertas del salón, sin refrenar un leve estremecimiento de emoción mientras el primero desaparecía ante mis ojos. "Dichosa tecnología" acerté a pensar.

-Sí, vamos, te va a gustar- respondió el otro, medio cuerpo dentro ya…



-¡Por los colmillos podridos de Boldig el Hambriento, os voy a destripar a todos y luego machacaré vuestros huesos hasta reducirlos a masilla para pintura!- bramé, enajenado de furor guerrero, mientras me quitaba de en medio a un horrorizado humano, que salió despedido y desapareció en la niebla con un quejido estertóreo.

Me sentía grande y poderoso, inconmensurable frente a los ridículos humanos y sus patéticos alaridos, retorciéndose como gusanos por entre mis piernas. Podía quebrar sus espinazos con una sola mano, igual que si partieran ellos una ramita del bosque. Mis puños eran mazos que descargaban muerte. Me divertía viéndolos morir; ya había matado a una docena de esas alimañas esa mañana. Aunque no supiesen tan sabrosos como los Porkomínidos, eran puro nervio, servían para aplacar momentáneamente mi apetito insaciable.

Los sapiens no eran rivales para mí, un Homo Ogris, especie superior engendrada por designio de Bahal, el Dios Bestia, que reina sobre todas las Razas Bestiales desde Selene, sobre Nueva Pangea. Yo era de la estirpe de Ogyr, el Gran Devorador, uno de los Metamorfos creados por Bahal. Nuestra raza era la más poderosa de cuantas se habían engendrado, más incluso que la de los aborrecibles Trollensis, muy voluminosos pero sin cerebro para pensar. El odio se apoderó de mí al pensar en ellos: "¡Poco más que bestias!", me dije, sintiendo que la rabia aumentaba mis ansias de destrucción.

Había dos empavorecidos más, de ojos desorbitados, apuntándome con lanzas temblorosas. A estos quise matarlos de forma especial. Al primero le descerrajé un tiro de mi pistola de Magia Ray-Brand, que lo tumbó en medio de una estruendosa explosión negra. Aquella arma funcionaba de maravilla, estaba encantado con ella. La había adquirido recientemente en justa lid contra un mentecato Caprensis, que pretendía medirse conmigo el muy iluso. ¡Nada puede con un ogro!

El otro humano, que corría sin armas para eludir la muerte inexorable, fue triturado por el puño de hierro tachonado que tanto adoro. El crujir de sus huesos hechos añicos sonaba como lo que ellos llaman música para mis oídos. No pude contener una carcajada al ver una extremidad que se agitaba alocada como la cola de un Homo Saurus. "¡Ja, ja, ja!".

Me había quedado aislado de mi grupo o quizás ya habían caído los demás. No lo podía determinar con certeza por la turbación que me invadía. Unos segundos antes, por el rabillo del ojo, había visto tragarse súbitamente la niebla a Fruth, de la tribu de los Comeojos, y desde hacía un tiempo que no supe concretar, tampoco se oían las amenazas e insultos salidos de la ancha garganta de Groor, ni los alaridos de frenesí devorador de algún otro congénere con un caído.

Nos habían vendido. Lo supe en el momento en que aquellos malditos enclenques que se dicen hombres comenzaron a temblar como gelatina dentro de sus vaporosas armaduras sudadas. Nos estaban guiando al matadero, engañados con la promesa de piezas de oro y magia. ¡Qué generosos con el oro habían sido! Ya se lo dije a los demás, no se podía hacer tratos con una especie inferior que no conoce la palabra ni el honor, pero su inmensa voracidad era más fuerte que su razón.

-Voy a encontrar al mal nacido que esté detrás de esto y devoraré sus entrañas con sumo placer- rugí, golpeteando estruendosamente mi espadón de hierro contra mi protector ventral, cuyo estrépito era engullido al instante por el ambiente.

En torno a mí no se apreciaban signos de lucha. Solo un espeso silencio, tanto como lo era la niebla en esa quebrada. Todo parecía haberse detenido excepto aquellos zarcillos de un blanquecino anormalmente lánguido, que lo cubría todo con su manta opaca. Mi respiración entrecortada y el bombeo de mi corazón, que hacían retemblar las placas de hierro de mis muslos, eran lo único que se podía percibir en ese lugar cargado de amenaza. A mis espaldas tampoco podía discernirse más que contornos imprecisos, sombras y algún muñón sanguinolento sobresaliendo por entre los remolinos nebulosos. Frente a mí la oscuridad insondable del angosto paso, como si las grandes fauces de Ogyr me llamaran a su seno. Ni rastro del resto de mi compañía. Sentí un creciente furor extenderse por toda mi oronda tripa. Estaba tan excitado, que me entró un deseo bestial de zamparme algo grande.

Nunca he destacado entre los de mi tribu por mi sagacidad, pero soy lo suficiente listo para deducir que aquellos escuálidos mascottes nos habían conducido hasta allí para entregarnos directamente a las manos de nuestro verdugo. Quién se atreviera a enfrentarse a una compañía de ogros y hacerlos desaparecer en cuestión de instantes, debería ser una criatura poderosa, reflexioné, enardecido por el olor de la sangre y la perspectiva de un buen festín con los ojos de mi cobarde enemigo, que nos había preparado esta ruin celada más propia de humanos que de ninguna otra traicionera especie.

Los Rodentsis, esas ratas inmundas, no podían ser, habría escuchado sus detestables chillidos; nunca atacan solos. Además, siempre utilizan a esos cráneos vacíos de los Formínidos de avanzadilla. Nos habrían engullido como una marabunta. Los Homo Saurus poblaban Amasia y las junglas del sur de Euráfrika, quedaban descartados. No iban a desplazarse de sus opulentas reservas para pasar hambre en estas longitudes. ¿Un Osomínido, quizás? Los muy vagos comerciaban con los Sapiens para hibernar cómodamente en sus guaridas sin mover una zarpa. No, eso no era probable, no solían abandonar el Finíster, al norte de Euráfrika, y nosotros nos encontrábamos en el otro extremo del mundo, en los montes de El-Istán, al suroeste de Eurasia. Por otra parte, si la magia hubiera estado mezclada, habría olido su pestilencia en el aire como la que había dejado mi pistola de Magia Negra ganada al bovino.

Estaba ansioso por salir de dudas y enfrentarme con él. Cerré con fuerza mis manos en torno a la empuñadura de mi espadón mellado, sin importarme las heridas que me habían causado esos insectos, ni las saetas, que erizaban mi cuerpo y no contribuían sino a irritarme. Quería aplastarlo, descargar toda mi brutalidad en un combate a muerte y luego lucir sus manos en mi cinturón como trofeo.

-¡Por Ogyr, muéstrate y lucha contra mí, bastardo! ¡Tus muslos serán un sabroso asado para mi cena!- desafié al aire frente a mí, aprestándome para el inminente enfrentamiento, mientras el retumbar de mi vozarrón caía como una losa sobre la garganta.

Una inmensa figura ogroide emergió de la oscuridad. Un exponente descomunal, acorazado de pies a cabeza, cuyos colmillos turgentes chasqueaban vehementes. Su único ojo ardía de odio asesino bajo el casco ennegrecido por la sangre seca de innumerables víctimas. Entre los cuchillos de toda clase que le pendían del cinto, había espacio para relucientes calaveras de diversas Razas Bestiales y un par de piezas informes de reciente adquisición, cuyo olor a descomposición lo precedía a decenas de metros.

-Fulch Piernasvelóces. ¿Creías que podrías esconderte de la furia de nuestro temidísimo tirano en una pandilla de ogro-sapiens?- tronó con desdén el enorme ogro, justo antes de arremeter contra mí, presentando un descomunal cuerno de toroceronte en su protector ventral, que todavía goteaba, y enarbolando una gigantesca maza de cabeza claveteada, con, posiblemente, los restos adheridos de mis camaradas.

Se llamaba despectivamente ogro-sapiens a los que comerciaban con los humanos en lugar de someterlos para convertirlos en mascottes. Se consideraba indigno de un Homo Ogris que consiguiera algo sin arrebatarlo por la fuerza, aunque a algunos les pareciese más cómodo y provechoso tratar con especies inferiores.

La rabia me impidió sorprenderme. En cuestión de un segundo, toda la historia de cómo había llegado hasta allí pasó por delante de mis ojos.

Tarak Triturayunkes, el tirano de mi tribu, se comió a mi padre y a sus hermanos en castigo por haber perdido un lote de mascottes hembra frente a una partida de Porkomínidos que nos había asaltado mientras las conducíamos a su nuevo destino, la tribu de los Tragasapiens, con la que sellábamos un pacto de amistad, ofreciéndoles ese espléndido regalo.

El tirano se enojó mucho por aquella muestra de ineptitud; las mascottes hembra, más asustadizas que sus machos, llevaban meses de recio adiestramiento para habituarse a nuestras costumbres y servirnos con decoro. Había costado mucho esfuerzo ese logro. Se pasaban el día entero gritando histéricas cada vez que nos comíamos a uno de los suyos. No entendemos de qué se lamentan, es ignominioso enfrentarse a la muerte de esa manera. Los corderos que ellos hacinan en sus rediles para llenar sus barrigas aguardan con mayor aplomo el momento de ser sacrificados y no arman la misma escandalera que ellos.

Nuestra tribu había caído en la vergüenza. Para reparar semejante deshonor, ser vencido por unos Porkomínidos, tan semejantes a los sapiens, Tarak había ordenado apresar a todos los varones de mi familia para ofrecerlos en un banquete para aplacar al Gran Devorador. Cabía suponer que enviaría a alguien para que me desollara y le trajera mi cráneo pulido tras haberme estofado.

Solo yo había logrado escapar con vida. No habían reparado en mí por ser el tercer hijo bastardo que tuvo con una de las hembras con las que se emparejó tras un festejo. Soy uno de tantos ogros que no conocen a su progenitora, no tengo por qué extrañarme de eso. A los bastardos nos separan de ella a muy tierna edad cuando nacemos varones y nos entregan a los elementos apenas destetados. Si regresamos sin haber servido de alimento a los Rodentsis, nuestros mayores enemigos cuando somos cachorros, o a los Porkomínidos, que prefieren nuestra carne a la de los sapiens, cosa que no entiendo, a lo mejor nuestro padre nos reconoce aunque no esté reconocida como su esposa la hembra que nos engendró.

Me vi forzado a huir de mis amadas montañas del Everus, las más altas de Eurasia, y refugiarme en la tribu de los Comeojos, más al sur, donde tenía un amigo que había luchado junto a mí el mismo día que nos sometieron a una prueba de selección natural de la que solo volvimos tres. Es natural que la infancia de un ogro se vea constantemente sometida a este tipo de pruebas, no hay sitio para los débiles en Nueva Pangea.

Mi amigo Fruth me aceptó como miembro en una cuadrilla de ogros que se desplazaba hacia el oeste, a las riberas del Medíter, en Centroeuráfrika, para ganar honra causando estragos entre los sapiens que se habían hecho fuertes en esa parte del continente, desafiando a la especie llamada por los dioses para dominar a las demás: el Homo Bestiae o la Bestia, como nos denominan ellos con terror. Algunos de ellos podrían convertirse en mascottes y quizás, si lograba capturar alguna hembra sapiens, lograría reparar el descrédito que mi extinta familia había producido en la tribu Triturayunkes.

Fueron precisamente esos tornadizos humanos los que provocaron nuestro final. Solo hay un par de cosas con las que un humano puede comerciar con una Bestia para mantener su deplorable vida, oro o Magia. Nos prometieron que nos guiarían a un yacimiento de Magia explotado por Rodentsis.

Era demasiado fácil, demasiado casual. Desde el principio me olió a chamusquina, pero como miembro nuevo de aquel grupo, no quisieron escuchar mis sospechas. Ni siquiera Fruth, que es algo más listo que los demás, por algo es el jefe, prestó atención a mis argumentos. Estaba igual de cegado por la ambición que si fuera un sapiens. Patético. Se supone que un Bestiae está por encima de las debilidades del género humano. Cometí un error al enrolarme en esa panda de ogro-sapiens, en eso mi verdugo tenía razón; fue la desesperación la que me condujo ahí. ¡Me los tendría que haber comido yo por dejarse engañar como si fueran estúpidos Formínidos!

Nos hallábamos en los escarpados montes de El-Istán, próximos al territorio de los Turks, región oriental del Medíter donde resisten los sapiens. Y ahí estaban, una treintena de ellos, sin blasones distintivos y armados pobremente, a la vuelta del camino, como si nos estuvieran buscando.

Los apresamos sin esfuerzo. A unos cuantos los asamos esa noche y el resto fueron atados para servir de mascottes. Yo no había luchado todavía con un humano, pero se decía que se revolvían como Lupensis y que eran bravos como Caprensis en el campo de batalla. No en vano habían ganado alguna contienda contra los Bestiae, por lo que eran temidos de algunas razas menos poderosas como los Porkomínidos, esos puercos dotados de ínfima inteligencia. Sin embargo, aquel grupo no me pareció muy gallardo que se diga. Nada más vernos nos entregaron su oro y nos suplicaron por sus miserables existencias.

Todos los miembros de la escuadra se rieron, exclamando su suerte y jurando por Ogyr. Incluso Groor escuchó a uno de ellos que era muy locuaz. Parece mentira la energía que albergan los humanos, aún después de pasar días de privaciones. No creo que yo fuera capaz de chillar así, estando tan demacrado como estaban aquellos. Me hubiera muerto al tercer día de no llenar mi panza. Estaban tan entecos que tuve que comerme una pieza de carne que guardaba en mi bolsa de viaje para quedarme realmente saciado.

Eso fue lo segundo que me escamó, ¿qué Bestiae deja escapar con tanta facilidad a sus mascottes? No eran soldados, de eso estaba totalmente seguro. Puede que algún día lo fueran, alguno hasta demostraba cierta pericia con las picas ridículas que portaban, pero ello debió ser antes del cautiverio del que decían escapar.

Según nos contó el parlanchín, en las inmediaciones había una pequeña mina de Magia donde los Rodentsis habían encontrado una veta ingente. Fue oír yacimiento de Magia y todos perdieron el poco juicio que su hambre les dejaba tener. La mayoría de ellos habían sido testigos de lo que podía hacer un poco de Magia pulverizada en mi pistola Ray-Brand y se les salieron los ojos ante la perspectiva de lo que podrían hacer con un buen pedrusco. Tuvo que ser eso lo que les anuló el juicio.

-Os guiaremos hasta allí si nos prometéis la libertad- nos aseguró el humano.

La cosa les parecía plausible, las ratoneras Rodentsis agujereaban el subsuelo de toda Nueva Pangea, de parte a parte. Sus excavadores ciegos, los Talpis, se encargaban de eso con ahínco. Uno siempre tenía que tener cerca un cánido para que detectara su repulsivo hedor si no quería que esas ratas se lo comieran en medio del sueño, habiendo emergido del suelo subrepticiamente.

¡Sucias y traidoras criaturas! ¿Cómo es posible que sean descendientes de Bahal? Yo más bien diría que son alguna extraña variación de los sapiens y quieren hacernos creer que son parte de las Razas Bestiales que creó de sus discípulos los Metamorfos.

Los Ogris tenemos honor. Realmente les hubiéramos dejado libres si no hubieran faltado a su promesa de guiarnos a la veta de Magia en lugar de a nuestra muerte. No existía tal mina, ni eran mascottes de los Rodentsis.

Aunque sí eran mascottes de alguien, eso era una verdad como un templo de Homo Saurus. Como reza el viejo proverbio: donde hay mascottes, hay un poderoso guerrero Bestiae. Siguiendo sus instrucciones nos condujeron con las primeras luces del alba a una estrecha garganta envuelta en niebla, donde nos aguardaba su amo.

De repente se volvieron contra nosotros, debían de tenerle más pavor a él que a nosotros. Pensaron que la niebla les concedería ventaja. Dispararon sus flechas contra nuestras barrigas y nos pincharon con sus picas. El dormilón de Braaf cayó con estrépito ante nosotros y una vez en el suelo le abrieron grandes tajos en el cuello y los muslos. Sabían cómo abatir a un ogro los malnacidos. Nos enfurecimos y bramamos, tomando nuestras armas de pura cólera. Íbamos a enseñarles a esos sapiens cómo aplasta y destruye un ogro.

En pocos segundos redujimos su número a la mitad, convirtiéndolos en pulpa, pero los restantes se escabulleron entre las brumas sin darnos oportunidad a masacrarlos por completo. Estábamos locos de rabia por haber caído en esa trampa para Formínidos. Yo tuve el placer de acabar con las vidas de una docena antes de verme solo ante mi matador, a quien desconocía por completo. Un descomunal ogro que haría papilla de mis huesos. Muchas molestias se había tomado el tirano de mi tribu, enviando a un cazador tras de mí hasta los confines de Eurasia, para reparar su ofensa.

Y este fue el último pensamiento que tuve. Fui arrollado por la masa ingente del Ogris que cargaba contra mí, ensartado en su acerado espolón óseo y mordido salvajemente en el cuello por unas fauces babeantes, antes de que todo se quedara negro...



Game Over.
¡Try Again!



Al siguiente parpadeo me encontraba de nuevo en el salón de juego de Héroe o Bestia.

-¡WoW, qué pasada! ¡Ha sido muy real!- exclamé sobresaltado, aún desvaneciéndose la ilusión de un dolor que no se producía, entre mis dedos estupefactos, que palpaban mi cuello y mi vientre, fútiles, en busca de una herida inexistente, al tiempo que suspiraba, entre aliviado y maravillado, por haber pasado semejante experiencia.

-¡Pero me han matado muy rápido!- me lamenté acto seguido, sin entrar en más interpretaciones, pensando solo en volver allí a luchar otra vez.

-Claro, abuelo, te has cogido un nivel muy alto. Te lo advertimos- me recriminaron los chavales.

Desde luego aquello era completamente diferente a la Play o a las V- Gamer de Nintendo. Algo nuevo se estaba expandiendo por mi interior, algo indescriptible que me imbuía de una nueva y poderosa vida. Como si algo de esa Chispa Divina de Theos, que dicen que libera la consola, hubiera prendido en mí.

-¡Cárgame otra vez, Enrique. Quiero la revancha!


****



Libro de Hob
Entrada del 06.12.1377, Era de la Bestia:
Con mi prejubilación me compré a Bogg, el Ogro-sapiens


Desde que había acompañado a mis dos nietos al salón de juego virtual HOB, mi vida había sufrido una transformación radical. He de reconocer que albergaba cierto escepticismo al respecto, influido por la mala reputación que tenía; todo eso de si te traes algo del otro lado o si te conviertes en un vegetal enchufado a una máquina. Mis nietos, ya con su corta edad, estas generaciones avanzan muy rápido, nacen, que digo yo, con la tecnología en los genes, eran jugadores asiduos y lograron tranquilizar mis inquietudes. Se lo tengo que agradecer a ellos, que casi me arrastraron al interior del local.

Mi primera experiencia en HOB fue con un ogro. Me dije, ¡qué demonios!, ya que tenía que meterme en la piel de otra persona, ¿por qué no encarnar a un grotesco y salvaje ser, que en los cuentos para niños siempre había sido reputado de monstruo? La expectación me superaba cuando mis nietos me estaban configurando el personaje, me sentía más nervioso que cuando me paseaba por las calles oscuras de la ciudad. Sin embargo la experiencia fue de lo más gratificante, y eso que duré apenas media hora antes de que me fulminaran.

Actué de modo descreído, convencido de que iba a poder manejar el personaje, aunque mis nietos me advirtieron de que su nivel no era el apropiado para el primer salto. Tenían razón, ¡qué iluso fui pensando que aquello era como manejar una de las antiguas Play a las que acostumbraba a jugar en mis tiempos mozos! Ni punto de comparación. En el instante en que pulsas el botón del salto, pierdes la noción de ti mismo y del espacio, parecido a cuando te sedan para el pre operatorio y luego despiertas, con vagos recuerdos de lo que ha pasado, pero con un dolor horrible por todo el cuerpo, que viene y va a consecuencia de la anestesia.

Así fue como me sentí tras el primer y los posteriores intentos que realicé, todos ellos fallidos, con la muerte de mi personaje como resultado.

El dolor, creo yo, es más psicológico que otra cosa. En verdad no regresas con heridas mortales, como en las películas. Es una especie de efecto espejo de lo que has vivido allí, tan real que, a veces, no sabes muy bien si eres la persona que recuerda la partida o el personaje que se despierta, aturdido, en La Tierra. Esa sensación forma parte de la magia que hace único este singular juego. No entiendo por qué hay gente que malgasta su tiempo en denostarlo como si fuera algo peligroso para el ser humano. Y mucho menos a los que proclaman el cierre de los salones.

Esto, como todo en la vida, depende del uso y raciocinio que emplees. Al igual que una droga, o el alcohol, si eres propenso a la adicción, caerás fácilmente en sus redes de manera irremisible. Siempre me pregunto, ¿por qué no intentan prohibir el alcohol o el tabaco? Eso sí es pernicioso para la salud. ¡Menudas pamplinas las de aquellos que dicen que ponemos en peligro nuestra alma y nuestro cuerpo, al abandonarlo para meternos dentro de otro ser! ¿Os imagináis?

¿Quiere decir esto que los personajes de HOB están tan vivos como nosotros, aunque sean producto de un ordenador y que en realidad, somos transmutados por medio de la consola a su interior? A mí no me ha dado todavía esa sensación.

Es cierto que allí las sensaciones son muy reales, que se tiene sentido del tacto y todas las emociones que se puedan experimentar en La Tierra, como el horror, el miedo o la alegría y la tristeza. Pero pretender que el mundo virtual de HOB y todos los personajes que lo conforman, llevan su propia existencia, al margen del ordenador que lo ha creado y los programadores, y que nosotros somos transferidos allí, al ser que se nos antoje, usurpando su cuerpo y su mente, es mucho pretender. ¿Y nuestro espíritu? ¿Dos almas en un mismo cuerpo cohabitando? ¿Viaje por las dimensiones para inmiscuirse y alterar el destino de un mundo sin consecuencias desastrosas? ¡Es impensable! Eso echaría por tierra muchas teorías, pensamientos filosóficos y dogmas religiosos. ¿O no? Por ello, quizás, tanta oposición y tanto tremendismo.

Da igual, eso solo sirve para estrujarse los sesos sin llegar a ninguna parte. Yo os puedo decir que es el mejor invento de los últimos veinte años, igualado por Internet, ya que se puede considerar un subproducto, y que desde que juego, me siento rejuvenecido y vital, más ágil, incluso, de mente y de físico, pese a que cumplo dentro de poco los sesenta y dos años.

Mis nietos están encantados, aunque no tanto mi familia, que desaprueban en cómo me gasto el dinero en mi tiempo libre, que ahora que me van a jubilar, va a ser mucho. Mi hijo me dice que estoy obsesionado, que no tengo edad para jugar y que debería molestarme en cuidar mi dieta en lugar de pasar las horas en el salón de Héroe o Bestia.

Es cierto que he engordado un poco. Me digo de broma que he adquirido el feo vicio de los ogros y me zampo todo lo que encuentro. Pero es que me sobrevienen unos ataques de hambre después de cada partida, que necesito recuperar toda la energía que he gastado. Parece increíble, pero aunque estés echado en un cómodo diván acolchado y ventilado, a la vuelta de HOB te sientes desfallecer, no solo de cansancio, ¡sino de hambre, como corresponde a un buen ogro, ja ja ja!

A consecuencia de los atracones tengo el azúcar por las nubes y la tensión ya me ha dado un susto, produciéndome un derrame en el ojo izquierdo, del cual he perdido casi toda la visión. Sé que tengo que cuidarme o no llegaré a los setenta. Pero por otro lado pienso que mis últimos años de vida los paso cómo a mí me de la gana, que para eso es mi cuerpo. ¡Al infierno con la dieta! De todas maneras, allí donde voy de poco me sirve este viejo cuerpo.

La empresa para la que he trabajado durante toda mi vida, con motivo de mi baja por enfermedad, ha tenido el detalle de anticiparme la jubilación y compensarme con una buena cantidad de dinero. Lo mínimo que podrían hacer esos desgraciados después de todo el dinero que les he hecho ganar.

Por esa razón me encuentro ahora en los salones HOB, buscando el personaje definitivo, tras haber probado infinidad de veces con los que ofrecen gratuitos para adquirir desenvoltura y manejo allí. En todos y cada uno de los saltos me he encarnado en un ogro, estoy fascinado por su fuerza y su tamaño bestiales. Te invade una inmensa sensación de invencibilidad cuando ves a los hombres, empequeñecidos como si fueran gnomos, huir despavoridos ante tu presencia o comprobar cómo son barridos por la espada de tres en tres. ¡Ya podría ser lo mismo aquí!

La decepción te domina cuando eres consciente de tu escaso poder, lo que aquí se traduce como baja puntuación o nivel reducido, que es la misma cosa. Solo un ser poderoso puede perdurar al constante peligro que anida en HOB, un guerrero indestructible que derrote a sus enemigos y salga airoso de todas las dificultades que le deparan sus incontables enemigos. Dicho de otra manera, o juegas durante años, con paciencia, acumulando puntos hasta que tu nivel te permita escoger un personaje complicado o te gastas una fortuna, una vez que ya dominas los rudimentos básicos del juego, estando igualmente expuesto a que otro personaje de mayor nivel te aniquile de un plumazo.

Esto último es lo que me disponía a hacer yo. Estoy hastiado de ver cómo me matan una y otra vez, sin que me dé tiempo a sumar una cantidad mayor de cinco mil puntos en una misma partida. Existían cinco categorías que puntuaban, de menor a mayor respectivamente: 10, 100, 1000 puntos para las tropas, siendo éstas agrupadas en Unidades Básicas, osea, soldado raso, Suboficiales y Unidades Especiales respectivamente; y 5000, 10.000 puntos para los rangos superiores, por ejemplo los oficiales: capitanes y comandantes, dentro de cada nivel. Si se incrementaba el nivel, se multiplicaban los puntos por el numero del nivel, de modo que matar a una Unidad Básica de Nivel 4, puntuaba 40 puntos; una Unidad Especial de Nivel 3, puntuaba 3000 puntos; y un comandante de Nivel 6, te proporcionaba la friolera de 60.000 puntos.

El sistema de puntuación difería con mucho del original para tablero de mesa. La mayor diferencia estribaba en los niveles de experiencia, de uno a diez, siendo el décimo el conocido como Omni-nivel. Vamos a ver, de cero a cien mil puntos no eras más que un iniciado en el juego, algo insignificante y aburrido que se limitaba a pasear por HOB, siempre con miedo a cruzarse con monstruos o bandidos, y a poco más que a disfrutar del paisaje. A partir de ahí, cada cien mil puntos subías un nivel hasta el millón. Alcanzado ese punto, la compañía de Héroe o Bestia te premiaba con la consola gratis para tu uso personal y te ofrecía la oportunidad de obtener un carnet profesional, con su distintivo, mediante una prueba llamada Desafío ProGamer, en el que debías combatir con uno de sus profesionales, llamados en la jerga, ProGamers.

A parte de todo esto, también se celebra un torneo anual entre los profesionales. Suele ser muy emocionante y uno de los platos fuertes preferidos por los jugadores, que se conectan en Modo Pasivo en la piel de su personaje favorito y experimentan toda su furia y poder. Al que sale triunfal del combate lo nombran Campeón Omni-nivel. Si logras mantener el título tres años consecutivos o llegas al billón de puntos, entonces pasas al siguiente rango de poder dentro de los Omni-niveles, que te acerca un poco más a la más grande meta a la que se pueda aspirar en HOB, convertirte en un dios y pasar a formar parte del elenco de deidades existentes. Pero eso era poco más que un sueño inalcanzable. ¿Os imagináis manejar el poder de un dios?

Luego, dentro del rango Omni-nivel, también se ordenaban por tres jerarquías ascendentes, siendo los dioses el máximo poder, como es de suponer. Podríamos afirmar que un Omni-nivel de segundo rango, análogamente, seria equiparado con un semidiós. Los Metamorfos ocupan el puesto más bajo de la escala, a un paso de divinizarse.

El equivalente a Omni-nivel de Segundo Rango en la Tierra sería pertenecer a la directiva de Media Games. Se dice que la compañía premia con acciones a quienes alcanzan ese nivel. Igual que un dios, desde la junta directiva podrías tomar decisiones que afectaran a la vida en HOB. Muchos jugadores virtuales albergan la loca esperanza de poder hacerse con acciones de la compañía; pero eso yo lo veo poco menos que una engañifa para mantener a la gente enganchada al juego. Que yo sepa nadie lo ha logrado aún, ¡y eso se habría sabido!

La lógica del juego dicta que los personajes de nivel inferior no pueden derrotar a los de nivel superior, pero sí a la inversa. De modo que yo no podría, siendo de nivel uno, enfrentarme siquiera a los personajes sencillos del nivel dos, aunque fuera una unidad singular. De ahí que todo jugador soñara con alcanzar la categoría Omni-nivel para poder desenvolverse con perspectivas de perdurar en HOB, que es cuando llegaba el verdadero juego. Hasta entonces, te tocaba enrolarte en aventuras de escaso brillo, por decirlo así.

Gracias a mi insistencia, había logrado acumular poco más de cien mil puntos, lo que me situaba todavía en el primer nivel. ¡A diez y cien puntos por baja, a ese paso, me moriría de verdad antes de reunir el mínimo de medio millón!, que es lo que se necesita para adquirir un Nivel 5, que ya empieza a ser algo sustancial. Aunque lo ideal sería hacerse con uno superior, un Nivel 7. Imaginad cómo suben de manera exponencial los puntos cuando tu personaje, vamos a suponer, de Nivel 6, elimina a varios comandantes de niveles inferiores en sucesivas batallas. Sí, ya sé que eso es cobarde e indecoroso, pero de alguna manera tiene uno que curtirse, ¿no?. No os creáis que HOB difiere mucho en justicia a la vida en La Tierra. Uno se las tiene que ventilar como pueda o morir. Así que yo me iba a gastar mi dinero en un buen personaje, que para eso había trabajado toda mi vida como un burro.

Hay que ver qué negocio se han montado con esto, no me extraña que coticen en Bolsa. Si ya un Nivel 5 cuesta caro, por cada nivel que asciendes, el precio se multiplica. No sé yo si me alcanzará para algo digno. ¡Cómo se entere mi hijo que me voy a gastar la pasta de la indemnización en un ogro, me echa de casa y eso que es mía!

También debo ser realista. Comprar con mi experiencia un personaje de Alto Nivel, por encima del quinto, era un suicidio, la mejor manera de arruinarte y enriquecerlos a ellos. Aunque muchos jugadores del foro me habían desaconsejado dar un salto tan grande de niveles, yo sí veía factible meterme en el pellejo de algo situado por la mitad. No me las sabría apañar con un jugador Omni-nivel, aunque quisiera, estaba claro. Eso son palabras mayores y el único nivel que no está en venta, te lo tienes que ganar a base de aplastar a tus contrincantes.

¡Como ese maldito dinorodent, que me tiene hasta las narices! El muy ladino es un Campeón Omni-nivel y parece que me huele cada vez que salto a HOB. En lugar de Omni-nivel, diría yo, omnipresente. ¡Lo tengo atragantado! Ya me gustaría saber quién es en La Tierra para decirle cuatro cosas. Cómo se nota que la compañía le saca rendimiento, se están haciendo de oro con todos los personajes que destroza con su terrorífico espadón a dos manos. Yo uno de ellos.

¡Ya llegará el día, ya!

Del sistema de puntuación no eras consciente en HOB. Allí las trampas y los oponentes eran tantos y tan variados, que la sensación de peligro no se extinguía nunca. Era uno de los alicientes más potentes del juego. De pronto te acometía una terrible bestia y el juego terminaba con un lastimero Game Over. ¡De eso sabía un rato! Uno debía programar muy bien su salto, dónde y en qué circunstancias si no quería ir de lleno al matadero como un corderillo. Pero no os asustéis, para ello estaban las misiones, adecuadas a cada nivel y la pericia del jugador. Solo los locos, como yo lo había sido al principio, se meten en territorio de guerra por encima de su nivel.

No exclusivamente de puntos por muerte se adquiría experiencia, todo hay que decirlo. Parece que estoy insinuando que en HOB todo es masacrar y masacrar. No, no es así. También puntúan otras consideraciones, que pueden impulsarte rápido hacia arriba, como el valor y la resistencia ante las dificultades. ¡A los cobardes y los débiles de espíritu les aguardaba un pronto fin el las agrestes tierras de Nueva Pangea, je, je, je! Los denominados Puntos de Resistencia y Puntos de Valor habían sido de crucial importancia para mí, sino fuera así, aún estaría buscando camorra con los parroquianos de alguna aldea abandonada o comiéndome inocentes campesinos en la era. Aunque esto último se me antoja apetecible, ¡ mi hambre es voraz!

¡Ah! se me olvidaba decir que los Puntos de Experiencia son acumulativos para cada jugador, ya que somos nosotros los que vamos a HOB en cada salto y la experiencia queda impresa en nuestra memoria, así como los datos, trasfondos, lugares, técnicas de combate, etc. Cada vez que te matan, además del personaje que te has configurado, independientemente de si lo has comprado, es gratuito o el nivel que tenga, pierdes la mitad de los puntos totales que hayas conseguido a lo largo de las partidas.

Asimismo, las heridas que te inflige tu contrincante también descuentan puntos, ¡naturalmente! Cuanto mayor es el nivel del contrario, mayor es la cantidad de puntos perdidos, que, en el caso de superar los cien mil, de igual modo te rebajan un nivel automáticamente, seas del nivel que seas, Omni-niveles incluidos.

Esto es un completo engorro y una de las razones por la que no logro subir de nivel. ¡No sé cuántos ogros he tenido que diseñar hasta el momento. Tengo que hacer algo para no morirme de aburrimiento con esos tragones de bajo nivel, que no pueden más que bramar como energúmenos y zamparse todo lo que encuentran!

Perdonad mi charlatanería, estoy tan emocionado por contar mi historia que se me había olvidado presentarme. Soy Michael Steinberg, de Hamburgo, Alemania, ya os he mencionado que tengo sesenta y dos años y que me acabo de jubilar. Cincuenta mil eurazos acaban de ser transferidos hace poco a mi cuenta del banco y me propongo pasar la mejor y más inaudita jubilación de la que se haya hablado jamás. Me declaro con orgullo un Guerrero Virtual del Juego de Guerra Héroe o Bestia y tengo expectativas de hacer historia con mi personaje.

No se me da bien contar historias, así que espero que me sepáis disculpar si me lío en algún momento.

Como iba diciendo, después de mi primera visita a un salón de juego virtual, me invadió una especie de fiebre guerrera irrefrenable. Como disponía de tiempo libre, podía pasarme allí dentro horas y horas, de aquí para allá, curioseándolo todo, recabando información sobre el universo HOB y efectuando saltos sencillos para iniciarme. Repito que estoy absolutamente encantado con esa maravilla tecnológica, que nunca hubiera soñado que recaería en mis manos. ¡Menuda vejez trepidante me espera con esto!

No vayáis a pensar que todo consiste en engancharse a la consola. Uno aprende mucho de HOB sentándose tranquilamente, mientras se toma un café y unos bollos, mirando el contenido que emiten por sus innumerables pantallas holográficas en 3D, muy desarrolladas también. Casi parece que estás allí y a veces la sangre salpicada te roba un respingo, creyéndote que va a caer encima tuyo. De joven me encantaba el cine, pero desde que he descubierto esto, no lo cambio por nada del mundo. No hay ni punto de comparación, en el cine, tarde o temprano, acabas viendo defectos en los efectos especiales. Aquí no sucede esto, todo es real, en directo desde HOB, ¡y a salvo de los sanguinarios!

Se te pasaban las horas sin que te dieras cuenta, algo te atrapaba sin remedio allí adentro. Las personas de mi edad, se reunían para ir al parque a admirar las piernas de las jovencitas, seguir el proceso de construcción de los edificios o a veranear en una ciudad atestada del Mediterráneo llamada Benidorm. Yo me había acostumbrado a levantarme cada mañana, ingerir un copioso desayuno y desplazarme al salón de Héroe o Bestia preparado para vivir aventuras increíbles que me mantenían alegre y jovial.

De mis frecuentes visitas allí, he forjado sólidas amistades con gente de todo género y he visto superar las fronteras de la edad, pues este juego une a jóvenes y ancianos por igual, lo mismo que sucede con las razas y las ideologías, todos unidos por el mismo amor incondicional hacia él. En HOB todos perseguimos, independientemente del bando, un objetivo común, obtener la supremacía en Nueva Pangea. Es una pena que muchos no lo vean así y se dediquen a criticarnos con total amargura. A veces me hago cruces al pensar el nivel tecnológico de la sociedad y el retraso a nivel de consciencia de otros, que parece que todavía están en la Edad Media. ¡Con lo buen jugadores que serían en HOB ja, ja, ja!

En cualquier momento del día, siempre encontrabas a alguien con quien hablar o compartir tus inquietudes. Reinaba un ambiente sano de camaradería, quizá motivado porque, para los jugadores, el exterior significaba un mundo más hostil, por quienes nos despreciaban y abochornaban, que el interior, pues una vez traspuesta la puerta de entrada, la vida de La Tierra quedaba como muy alejada, dominando otras reglas y otros valores, totalmente distintos a los de fuera.

Los foros que ofrecía el dominio en Internet, así como la información y los trasfondos, me habían sido de gran utilidad para hacerme una idea de hasta dónde abarcaba la complejidad del mundo de HOB, sus razas, territorios y una cantidad tal de matices sociales y psicológicos, que uno precisaba empaparse de infinidad de datos si quería defenderse con posibilidades allí. A cada raza dedicaban un libreto de características, detalles y especificaciones. Luego estaban los libretos de estrategia y manuales de guerra para comandantes, campañas y armamento de todo tipo. Sin contar la cronología, que abarcaba más de mil años, e historia determinada de cada reino, pueblo o nación. Realmente era como tener una vida nueva allí, a la que debías dedicar todo tu tiempo y empeño. ¡Una carrera universitaria, vamos!

Los usuarios de los foros, lo mismo que los jugadores de los salones, se comportaban de forma muy amable y amistosa, ayudándote desde el principio, dándote todo tipo de consejos y trucos para que no te mataran o aportando sus experiencias y trasfondos propios que no estaban en la Web de HOB, con los que completar tu formación. Era un mundo apasionante del que no parabas de adquirir conocimientos.

Nueva Pangea me era tan familiar con sus nombres y costumbres, que casi no parecía que salía de casa. Los seres de nuestra mitología eran muy similares a los de HOB y muchos de mis paisanos se virtualizaban en porkos y trolls, que tanta compañía nos habían hecho en multitud de relatos y leyendas de nuestra cultura. No obstante, yo seguía emperrado con ser un ogro.

Fue precisamente un forero, nada menos que el encargado de la Web, Salta a HOB, un foro filial de la central, Mister Sogad, quien me apuntó la posibilidad de llevar el impresionante ogro que había diseñado para los miembros de su comunidad. Habíamos comentado otros aspectos del juego en varias ocasiones y yo siempre le expresaba mi deseo de ser un ogro y lo entusiasmado que estaba cada vez que me configuraba un personaje nuevo, aunque acabaran matándolo por mi falta de práctica en esas cuestiones y los escasos conocimientos a cerca del mundo de HOB. Le comenté que no se me daba muy bien elaborar un trasfondo sofisticado y la Web, en su apartado de Personajes y Trasfondos, tampoco ofrecía ogros más allá del Nivel 3, y mucho menos de Alto Nivel. ¿Era yo el único que los encontraba interesantísimos?

Ante mi desazón, él me sugirió que echara un vistazo en un Post que quizá podría interesarme, abierto por él, donde hallaría lo que estaba buscando con tanto ahínco.

Seguí su recomendación con enorme ansiedad y ¡bingo!, encontré por fin a mi personaje. Todo el vello de mi cuerpo se me crispó de la emoción cuando leí: Bogg Tragacuervos, Ogro-sapiens. Le di al Enter con el pulso acelerado.

Copio el texto de entrada:

"Este es un personaje que me creé para un roleo en otro foro hace ya tiempo, le tengo cariño, je, je, porque fue un cachondeo personificarlo. Así que he pensado ponerlo a disposición de algún interesado ... ya me diréis ".

Tras la introducción, venía la descripción del personaje, atributos, reglas especiales y los puntos de experiencia necesarios para manejarlo (he de añadir que un punto no vale un Euro):

"Bogg Tragacuervos"

Ocupación: Ogro mercenario, Pro-sapiens.

Equipo:

-Una espada de tamaño considerable (bastante herrumbrosa pero de eficacia probada): Bogg se la hizo fabricar tras separarse de sus compañeros e iniciar su periplo en solitario. // Cuenta como una Espada Larga Eurasiana, la cual se considera arma a una mano que confiere un modificador de Iniciativa en combate cuerpo a cuerpo, y posee poder de penetración.

-Destrozacabezas: es un puño de hierro al que Bogg le tiene un gran cariño, le ha acompañado desde siempre, ni siquiera recuerda cuanto tiempo hace que lo tiene, pero le ha sido siempre muy útil. //Al inicio de cada fase de combate, Bogg puede elegir entre usarlo como un arma de mano adicional o como un escudo, y seguir con la misma función hasta que finalice ese combate.

-Armadura pesada: Bogg lleva en algunas partes de su anatomía piezas de metal a modo de protección (según él, es solo de adorno), y, además, el justillo de pieles que lleva siempre puesto le da una protección sorprendente, quizá de la diversidad de animales metamórficos que se han usado para confeccionarlo, pero también ha de tener que ver que en su interior hay multitud de bolsillos donde Bogg mete diferentes "chucherías" recogidas de aquí y de allá.

-Cacho de Cozabrillante: Bogg encontró este "objeto" entre los restos de una torre puntiaguda escondida en lo profundo de un bosque, posiblemente en tiempos pasados debió ser un brazalete o una pulsera de bella factura, pero el tiempo la ha deslucido un tanto, aunque incluso Bogg puede percibir que es algo muy valioso por la piedra de Magia que lleva engarzada. //Cada una de las pequeñas heridas que sufra el portador de este objeto mágico no tendrá efecto.

También lleva varios sacos colgando de su cinturón, donde guarda muchas cosas: la merienda, la cena, el desayuno..., un par de machetes "pequeños" para comer, su protector ventral (con un pincho en el centro) y un par de calzones bombachos bastante sucios.

Físico:

Bogg es un ogro enorme, mide más de tres metros y medio de altura, y la circunferencia de su cintura estará por la mitad de esa cifra. Es completamente calvo y posee un bigote larguísimo negro azabache. Su cuerpo está cruzado por muchas cicatrices, la más grande cruza desde la frente al mentón por la parte izquierda de su cara.

Personalidad:

Para ser un ogro es bastante "educado", bueno, todo lo que cabe esperar de una bestia enorme a la que solo le importa la pitanza y la Magia; pero su roce con la cultura humana le ha dado algunos conocimientos de "modales" que practica a su manera.

Moral:

Bogg forma parte del grupo de los Homo Ogris que considera que ambas especies, Ogris y Sapiens, pueden vivir en paz y armonía, siempre y cuando los Sapiens reconozcan su superioridad, aportándose cosas mutuamente. Esta visión generosa de la coexistencia con los Sapiens, sin comérselos ni emplearlos como mascottes, no es muy celebrada entre los Ogris y sus congéneres les llaman con antipatía Ogro-sapiens.

Bogg prefiere recorrer Nueva Pangea y conocer mundo. No le importa el patrón que encuentre siempre que pague bien; aún recuerda con entusiasmo su estancia entre una enorme manada de Bestiae Caprensis que "le dejaban" siempre elegir la mejor pelea y la mejor tajada, pero que tuvo que abandonar porque allí no ganaba Magia...Por lo demás es un ferviente seguidor de Ogyr, el Gran Devorador, dios de su pueblo, aunque ha aprendido que hay muchos dioses "divertidos" entre la gente pequeña.

Trasfondo:

Bogg abandonó su tribu junto con un puñado de aventureros como él para viajar alrededor de Eurasia "y ma" allá", su intención era hacerse rico, y todos sabían que los mercenarios ganan mucha Magia, y la Magia es "mu" importante pa" to", sobretodo para mantener una enorme tripa, que era realmente el principal objetivo de Bogg. Fue ya merodeando por Euráfrika cuando le pusieron el sobrenombre de Tragacuervos. Estaba un día durmiendo con la boca abierta y un puñado de cuervos "mu" valientes", o muy estúpidos, decidieron "limpiarle" los restos de comida que se habían quedado entre los dientes del bueno de Bogg, cuando éste comenzó a roncar de manera increíble tuvo que despertarse lleno de sorpresa, algo "mu" raro" le había pasado por la garganta, y comenzó a toser, montones de plumas negras salían de sus labios mientras sus compañeros Ogris se reían dándose fuertes golpes en la panza. Desde ese día lo llamaron Tragacuervos, y él lo consideró como algo especial; pocos ogros se tragarían algo que les hacía tantas cosquillas en el gaznate y que les quitaba tiempo para seguir tragando.

Como mercenarios su grupo se hizo bastante popular al norte del continente euroafrikano, en las gélidas tierras del Finíster, donde los Sapiens no les atacaban nada más verlos y podían protegerlos de otros feroces Bestiae como los Trollensis, a quien tanto temen. Al final tuvieron que separarse, pues al que pagaba poco le importaba un ogro más o menos si podía así ahorrarse algo de Magia. Así es como Bogg se encontró solo un día, se dijo que ya era hora de prosperar, y como estaba solo "to"la Magia será pa" mí", tendría una tripa que envidiarían todos en su tribu, allá en los nevados montes del Everus.

De esta manera comenzó a enriquecerse como guardaespaldas por todo el Finíster, trabajando para los Sapiens que comerciaban con los Bestiae, sin llegar nunca al Río Medíter, donde su fanatismo encendía un odio desmedido por los de su especie. No se puede decir que fuera famoso, pero sí que se pueden encontrar aldeas perdidas en lo más recóndito de bosques o montañas que cuentan con asombro como un "tipo gordo" pasó una vez por allí y casi les deja sin alimentos, aunque, eso sí, mientras aquella mole estaba por aquél lugar los peligros disminuían, y más de un supuesto noble prosperó con ayuda de aquellos músculos, por un módico precio claro.

Cuando Bogg estaba cerca de volver a su tribu aburrido ya de andar "d'aquí pa'llá", se topó con una gran batalla en las llanuras heladas de Krain; por lo que parece su ayuda fue bien acogida por los humanos, que lo elogiaron y agasajaron tras aquella batalla. Le dieron un buen trabajo como "Guardián de la Paz" bajo las órdenes de un noble krainiano que había visto destrozada su tierra y que necesitaba reconstruir cuanto antes sus posesiones para seguir defendiendo la frontera Este de las incursiones de bestias procedentes de Eurasia.

Aquellos fueron tiempos muy buenos para Bogg, ganó fama y fortuna (aunque la gastaba a espuertas para saciar su hambre), y se dio cuenta de que volver a su tribu no era buena idea; cuando acabara su trabajo en Krain, probaría en las junglas de más allá del Medíter, donde le habían dicho que tendría comida en abundancia con los Homosaurus, su carne favorita. Quizá se dejara caer por las tierras de El-Arab, o se dedicara a la cría de Antrópodos en el desierto del Gran S"Jar; o puede que quizá acabe embarcando para la lejana Amasia, de la que tantas leyendas se contaba... las posibilidades son infinitas.

Reglas Especiales:

-Causa miedo: como todos sus congéneres, Bogg va a la batalla gritando a pleno pulmón, golpeando su espada contra el protector ventral y salivando profusamente con los ojos inyectados en sangre.

-Inmune a Psicología: Bogg ha visto muchas cosas en sus viajes, pero no recuerda haberse asustado nunca, quizá sí sorprendido, pero asustado jamás.

-Tozudo: Bogg presume de tener una cabeza muy dura, y en combate nada lo hace retroceder. No se dará por vencido hasta obtener su objetivo.

-Tragacuervos: Bogg se tomó muy en serio su sobrenombre, Tragacuervos, y uno de sus pasatiempos es perseguir aves (no importa que sean o no cuervos) con la boca abierta, para ver si consigue atraparlos y tragárselos. Con el paso de los años esta práctica ha conferido a Bogg una velocidad superior a la media de su raza, y más de un pájaro se ha visto sorprendido de esta manera. // A efectos de juego Bogg supera la capacidad de movimiento estándar se su raza.

Puntos de experiencia: 640.000. Nivel 6.


-¡Uhmm!, interesante- se me escapó un murmullo. Era a causa de la emoción.

Ya para mis adentros me dije: "¿Por qué no seré yo capaz de hacer algo así?

La foto que había aportado, fiel a su descripción, producía pavor. La cicatriz surcándole el rostro bestial, la impresionante espada, la ferocidad que dimanaba su figura gigantesca y el brillo salvaje de los ojos. Aterrador como se suponía que debía de ser un ogro. Me había quedado prendado con él.

No me preguntéis cómo hacen para que estos trasfondos creados por aficionados acabaran siendo programados por la central. Es algo que solo ellos se explican.

Debajo de la foto parpadeaban dos recuadros, atrayendo la atención; el de la derecha, "Join Now", que viene a ser, cómpralo, con un subtítulo que rezaba: "consulta formas de pago"; y el de la izquierda, "Preview", que consistía en un salto en Modo Pasivo, por un módico precio. Bajo estos, un corto videotrailer para hacer boca.

Normalmente, para los personajes de Alto Nivel, salvo ofertas de la compañía, solo te ofrecían este tipo de vídeos. Si querías una experiencia más completa, entonces debías pagar por saltar en Modo Pasivo. Era imprescindible meterse en la piel de un personaje de estas características si uno no quería encontrarse después con que la idea que uno tenía sobre él, era totalmente errónea. La maquinaría de marketing funcionaba hasta el más mínimo detalle para captarte de mil modos; si al final decidías comprar el personaje, te descontaban el importe del salto en Modo Pasivo. ¡Todo eran facilidades a la hora de engrosar sus arcas!

En mi caso me daba completamente igual porque acababa de estrenar mi tarifa plana con el servidor de realidad virtual de Media Games, que me daba libertad para efectuar cuantos saltos quisiera en ambos modos. ¡Qué delicia no preocuparse más por esos desagradables detalles!

-Bueno, Mister Sogad, parece que has creado una máquina de matar- le felicité sin darme cuenta de que ya estaba hablando en voz alta de nuevo. No importaba, los asiduos del salón ya me conocían y no se extrañaban.

Durante la lectura del trasfondo me había formado amplias perspectivas, me había ido cautivando línea tras línea, haciendo sentir que ya formábamos parte del mismo ser. La decisión estaba casi tomada, pero antes quería asegurarme del todo. Bogg prometía grandes sensaciones.

Me revolví nervioso sobre el sillón donde me había recostado, en la zona del salón contigua al bar, que la gente utilizaba para conectar sus computadoras. Así con vehemencia los bordes de mi tablet My-pad, yo todavía conservaba esa pieza prehistórica mientras mis nietos tenían lo último, el Holo-Tablet de Google, como si de la impresión fuera a saltar de mis manos y pulsé Play.

-¡Vamos allá!- exclamé, excitado.

Lo primero que apareció fue el logotipo del escudo con el cráneo de Bahal sobre un fondo negro con tintes sangrientos. Luego, las letras centelleantes de Héroe o Bestia Virtual WarGame, presentan...

Bogg tragacuervos, Ogro-sapiens, un personaje de Mister Sogad.

El corazón me latía desbocado.

Era consciente de que se trataba de un trailer, tampoco podía esperar gran cosa aparte de lo justo para atraparte. Pero seguro que sería suficiente para una primera opinión.

Comienza la música, guitarras heavies, estridencia. El fondo se apaga y surgen varias figuras ogroides avanzando por las montañas a grandes pasos. Bogg camina en un costado, sus compañeros sostienen pesadas hachas y descomunales garrotes, gruesos como el tronco de un árbol. Su aspecto no defrauda, me baña el sudor.

Cambia el escenario, una voz en Off relata sus aventuras. Las imágenes se suceden con celeridad. Bogg duerme y un cuervo incauto aparece, picoteándole los dientes. Estornudo seguido de una lluvia de plumas negras, maldiciones y risas de sus compañeros. Sus enormes bocas ingieren disparatadas cantidades de alimentos.

Vuelve a cambiar el decorado, empieza la acción. Estoy estremecido, la violencia con que lucha este ogro no tiene nada que ver con lo que yo había vivido hasta el momento. Sus enemigos caen destrozados y algunos sirven de refrigerio a Bogg. Un hombre de semblante mezquino les entrega Magia, pero sus camaradas le traicionan, llevándose la Magia.

Solo han transcurrido quince segundos y el escalofrío recorre mi piel. Ahora Bogg está solo. Su espada abate cientos de enemigos, que huyen despavoridos ante su presencia. La sangre lo anega todo. Se suceden opulentos banquetes, que agotan las reservas de sus patrones. ¡Qué desenfreno de muerte y comilonas! El terreno a su alrededor se torna frío y cubierto de nieve. Ha llegado al Norte.

Nuevas escenas vertiginosas impregnadas de frenesí. Bogg lucha en medio de una terrible batalla, sus enemigos fenecen a un ritmo desconcertante, nada pueden contra su furia y su apetito. Un noble krainiano le cubre de honores y enormes montañas de carne. Allí es agasajado como un Héroe por combatir eficientemente las huestes de bestias y despejar la zona de alimañas. Bogg engorda igual que crece su bolsillo. Su boca desdentada sonríe de placer, ya no regresará a su pueblo, en los Montes del Everus.

Pronto queda poco que devorar, está indeciso. Estudia sus opciones mientras su barrigón ruge como el trueno. Estoy sin respiración. Todo se vuelve negro, cesan los alaridos y la música infernal. Reaparece el escudo con el cráneo de Bahal. De repente se produce un chisporroteo crepitante seguido de: "Vívelo aquí", la dirección de su dominio en Internet y, por último, la leyenda del comienzo, letras iridiscentes sobre sangre, sellada con esta frase como tampón: "No es fantasía". Fin del trailer.

Total, treinta segundos.

-¡Por El Gran Devorador, qué vídeo!- festejé, complacido por mil emociones que me sacudían. ¡Y eso que solo había visto el trailer de presentación! ¿Qué será saltar en Pasivo? Ya lo estaba saboreando.

Me estaba entrando un hambre devoradora por la excitación.

Lo primero de todo era agradecer a mi amigo su recomendación, cien por cien acertada. Había dado en el clavo con la creación del ogro. Abrí mi correo electrónico y le escribí unas sucintas palabras de agradecimiento. Se lo merecía.

Respiré hondo y me levanté. Para saltar en Modo Pasivo debía alquilar una consola, El Medallón Sagrado de Theos, la llamaban. Éste era otro caballo de batalla de cualquier jugador y otro motivo añadido para aspirar a formar parte de la compañía, la consola era el articulo de consumo más caro de la historia; costaba tanto como un vehículo. ¡No eran tontos, no! Adquiriendo el rango de Omni-nivel, te obsequiaban con una para que pudieras conectarte desde casa y en todo momento. ¡La gloria bendita!

Yo, como otros miles de infelices en todo el globo, me conformaba con alquilarla cada vez que deseaba saltar a HOB, qué remedio. ¡Necesitaría otra prejubilación adicional para comprala, je, je, je!

Aunque me esperaban en casa, no tenía prisa por volver, todavía quedaban unas horas hasta el anochecer. Así que me dirigí al mostrador, donde empleados con las libreas del primarcado me facilitarían una, habido el previo pago, por supuesto.

No importaba las veces que hubiera entrado ya en el salón de Héroe o Bestia, todavía experimentaba un estremecimiento inconcreto que me helaba la sangre cuando mis ojos recorrían sus espacios de luces destellantes y tinieblas ominosas. Los escaparates holográficos cambiaban constantemente sus imágenes; de paisajes asolados por la guerra, pasaban a ciudades asediadas por hordas de porkos; de túneles plagados de amenazas cerniéndose sobre los recios dwergos, a bosques donde los caprens se amagaban y lanzaban sus largas flechas sobre los que osaban traspasar sus dominios. Héroes enfrentados a bestias; era un conflicto bélico eterno, noche y día, en la bruma y la sombra, sin descanso. Las columnas de piedra, desmesuradas, los pórticos decorados con gárgolas aterradoras, los tapices brillantes y las armas escupiendo fulgores sombríos, inmóviles sobre las paredes, todo contribuía a robarte la respiración y ha prepararte para lo que te esperaba en HOB.

Recuerdo cuando entré por primera vez con mis nietos, ja, ja, ja, parecía un conejillo asustado, llevándome ellos de la mano a mí. Me quedé con la boca abierta mientras contemplaba atónito a los guardias de seguridad, apostados por todas partes y haciendo la ronda en patrullas, enfundados en sus armaduras, orgullosos y altivos, con sus emblemas en petos y escudos, avanzando con expresión solemne al tiempo que sus manos descansaban sobre los pomos de sus espadas en un gesto de poder que amedrentaba, haciendo desistir de cualquier alboroto hasta al más osado. Una impronta así no se olvida con facilidad.

-¿A qué sitio de locos me habéis traído?- les pregunté, convencido de que aquello era el Infierno, con aquellos berridos horripilantes y la ausencia de luz.

-Tranquilo, abuelo, ya verás como te gusta-. No se equivocaron. ¡Hay que ver qué sorpresa me trajeron mis dos nietecitos!

A esas horas el volumen de gente era reducido y no había que hacer cola, cosa que sucedía en otros momentos del día y, sobre todo, los fines de semana. Me adelanté sobre el mostrador, iluminado con un halo de verdoso resplandor. Le pedí al tendero:

-Buenas, desearía efectuar un salto en Modo Pasivo para el personaje de Bogg Tragacuervos, el Ogro-sapiens.

Su rostro barbudo se ensancho en una cálida sonrisa.

- Servus, Herr Steinberg, parece que, al fin, habéis hallado vuestro apetecido personaje-. Tras él, en casilleros, como en los hoteles, descansaban multitud de consolas, reflejando la luz con aire sombrío. Cogió una.

-Supongo que lo tendréis todo correctamente configurado- se aseguró. Al pinchar sobre el recuadro de "Preview", quedaba registrado en el perfil de usuario de la Web, y de ahí, lo pasaban a la consola por aire, tras verificar la operación bancaria, cuyo importe era cargado inmediatamente a la elección con el consabido "confirmar cargo".

-Por supuesto, ya no somos novatos en esto- me irrité. Cómo si fuera la primera vez que veía mi cara.

Le tendí mi dedo pulgar, para realizar la transacción bancaria, a la manera de los romanos, como era tradición entre los jugadores. Un segundo después el Medallón Sagrado pendía de mi seboso cuello.

-Que disfrutéis del salto- se limitó a cumplir con la etiqueta.

-¡Ave!- fue mi contestación, siguiendo el protocolo. ¡A HOB se va a morir, ja, ja, ja!

Al instante me encontraba tendido en un diván libre, en la sala de saltos, en la cual habían reducido las luces y no entraba sonido alguno procedente del salón virtual. Aquello era un momento especial, de comunión entre la máquina y el hombre. Acaricié el Medallón, tembloroso, y me preparé para abandonar este cuerpo viejo e inútil y encarnarme en el de Bogg como espectador. El reproductor ya estaba sobre mis ojos.

-¡Que el Gran Devorador me inspire un buen apetito y suerte en la batalla!- recé.

Devino un potente flash de luz blanquecina cegadora...

Despiertas de un profundo y placentero sueño donde te sobreviene la felicidad de destripar a decenas de sapiens que agitaban sus miembros, desvariando de miedo por tu aspecto. Sus miradas preñadas de horror y sus alaridos no te causan la menor impresión; es más te sientes orgulloso de ser un Ogris y no quieres desmerecer tu justa fama de voraz devorador.

Pestañeas un par de veces, mirando hacia el cielo y sacudes la cabeza para apartar de ti los últimos coletazos de sopor. Todavía no ha amanecido, las estrellas rielan en el abismo del espacio, pero eso te da igual. Te mesas el largo bigote que has dejado crecer durante años, te inquieta un negro presentimiento. La noche parece estar de acuerdo contigo, oteándolo todo con su suspicaz ojo entornado como una rendija.

Olfateas tu entorno en busca de presencias extrañas. No notas nada salvo un inusitado vacío cerca de ti, falta el atrayente aroma de carne en descomposición y vísceras adheridas de tus compañeros y el estruendo atronador de sus ronquidos. Te han abandonado y se han llevado la Magia consigo.

-¡Por Ogyr qué hatajo de traicioneras ratas!- exclamas furioso, comprobando cómo tu potente voz inunda los espacios y conmueve la paz nocturna. La cicatriz de tu rostro palpita por la sangre que se agolpa en tus mejillas encendidas.

Echas mano al montón que reposa bajo tu pesada corpulencia y lanzas un suspiro de alivio, por lo menos no se han llevado tu desayuno. Crees que vas a estallar de la rabia y la decepción, creías que eran tus amigos, por todas la correrías que habéis pasado juntos, pero constatas con decepción que tus sospechas eran ciertas, te tenían envidia por la fama que estabas cosechando en el Finíster, desaprobaban que tú ganaras más Magia que ellos y no te decían nada porque temían tu poderoso puño.

Seguro que fue cosa del avaro patrón que os contrató para protegerle de su hermano, quien había armado a un grupo de hombres para usurpar su legítimo puesto en el castillo recién heredado de su padre. Habías recelado de su inquina figura encorvada y enteca y del avieso brillo de sus ojillos porcinos mientras manoseaba con lujuria las piedras de Magia que os habría de pagar. Te dijiste con desconfianza: "Bogg, cuenta las piedras una a una y muérdelas para que no te engañe y te dé alguna coza parecida". Lo que no habías llegado a imaginar era que tus amigos maquinaran en tu contra para abandonarte y no darte tu merecida parte.

En el fondo, piensas tras meditar unos minutos, es mejor así, te quedarás a partir de ahora con toda la Magia y no tendrás que compartir los suculentos estofados a la luz de las hogueras. Aunque, recuerdas pesaroso, ellos fueron los que te pusieron el sobrenombre con que eras temido y que tanta risa te provoca, Tragacuervos.

Evocas una vez más esa escena antes de partir hacia nuevos destinos, a solas con tu oronda tripa. Ya casi sientes nostalgia cuando recuerdas cómo estabas disfrutando de un sueño reparador tras haber engullido una jugosa pieza, emitiendo sonoros ronquidos de satisfacción. Entonces algo te causó un cosquilleo en la garganta y se coló al interior de tu barriga, haciéndote estornudar por la sorpresa. ¡Cómo reían tus compañeros, desternillándose de la risa al ver las plumas negras de un puñado de osados cuervos que tú escupías con asombro e incredulidad!

-¡Qué cara de tonto que has puesto por unos simples pajarillos, tendrías que verte la cara!- no podían contener la risa y se golpeaban sus barrigas en señal de agrado-. ¡Bogg Tragacuervos, así es como te vamos a llamar a partir de ahora! ¡Ja, ja, ja!

Aquello no te enojó, rememoras con cariño, por el contrario, te retorciste junto a ellos, sumándote a sus carcajadas, lo tomaste como un halago, una seña de distinción que hablaría de tu insaciable apetito de ogro. Eso, te recordaste, se lo debías a tus amigos. Nunca más volverías a saber de ellos.

Pero los pensamientos ocupan poco lugar en tu cabeza y se pierden en la inmensidad de tu apetito, que te apremia a rellenar la barriga constantemente. Quieres que toda tu tribu se inclinara ante su tamaño, el más grande que se haya contado. Y para ello necesitas Magia, muchas piedras de Magia.

Tu herrumbroso espadón pende de un costado, arrastrando la punta por el suelo, trazando surcos como un arado. Te echas al hombro el fardo con las sobras de ayer y tomas tu querido puño de mano que llamas con cariño Destrozacabezas. Tienes el ancho mundo ante ti, esperando a ver cómo tu nombre adquiere fama y los numerosos bolsillos de tu adorado justillo de pieles endurecidas de bestias salvajes rebosan Magia. Echas a andar mientras los primeros rayos rosáceos del alba parpadean en el objeto mágico desvaído de tu antebrazo, que hallaste una vez en el interior de una torre ruinosa, no recuerdas en qué profundo y tenebroso bosque. La piedra de Magia engastada te saluda con un brillo jovial.

Comienza un nuevo día para ti en el accidentado sendero a la gloria, te sientes pletórico y no puedes esperar más tiempo, así que, sin detener la marcha, aferras lo primero que cae en tus manos, del interior del saco que transportas y te lo comes con ansiedad. Nunca te aburres del crujir de los huesos humanos en tu paladar, son tan blandos y tienen ese sabor tan peculiar, que las demás razas se te antojan insípidas. Aunque, considerándolo bien, los Caprensis no están tan mal, con sus tibias alargadas y sus ojos saltones; ¡en verdad es todo un manjar! Lo que sí tienes claro, es que aborreces la carne de Rodentsis y su asqueroso pellejo peludo, que se te mete entre los dientes y te deja ese resabio que tanto te disgusta; casi prefieres pasar un poco de hambre antes que ingerir esa nauseabunda carne.

Tus conocimientos de geografía son nulos, es la barriga y el olfato lo que te guían. Conoces algunas cosas de Euráfrika, pero, por lo demás, te da igual dónde ir mientras la paga sea abundante y la comida también.

Así que decides buscar algún bosque perdido en las cercanías de las montañas, lejos del rigor de los sapiens del Medíter, tan rectos y creyentes en su dios, que no ven más que pruebas de herejía por todos sitios. Hasta a ti te consideran una abominación de la naturaleza; tú que, como asegura tu madre, eres de una hermosura atroz, incluso para tratarse de un Ogris. Te entran ganas de zampártelos a todos y eructar a su salud.

Mientras avanzas con tus grandes pasos, distraído, ignoras tu alrededor salvo las aves voladoras que aletean junto a tu cabeza. Emites atronantes risas mientras intentas atrapar una de ellas con tu bocaza abierta. Lo encuentras un pasatiempo divertido entretanto no tengas nada más importante que hacer, ni ningún patrón que te encargue un trabajo remunerado. Ardes en deseos de hacer honor al apelativo que te han impuesto y empleas la mayor parte del tiempo en ejercitarte en dicha tarea. Para cuando caes en la cuenta, ya ha anochecido y tu saco de reservas se halla vacío. Vas a tener que cazar algún animal.

A lo lejos, ascendiendo en espirales que el viento disipa en las alturas, divisas el humo de un hogar, escondido en la falda de una montaña poblada de espesos arboles, que tienden sus ramas alargadas, ofreciendo cobijo a animales y demás habitantes del bosque. Te frotas la barriga, contento, allí encontrarás comida y un lugar para descansar. Después de todo, la soledad no es tan terrible, ya no echas de menos a los camaradas, tu nuevo estilo de cazar pájaros te va a mantener ocupado durante mucho tiempo hasta que lo perfecciones. Hoy no has tenido suerte, has visto con impotencia, rugiendo de frustración, cómo se te escapaba uno detrás de otro, gorjeando burlones, al tiempo que daban vueltas a tu figura. Pero no te importa, estás de buen humor, lo volverás a intentar mañana.

Conforme te acercas, te apercibes de que más casas se apretujan en la ladera del monte. Desde tu altura oteas techos de paja sobre paredes de troncos. Tu tamaño descomunal rompe ramas a su paso, armando gran estruendo y haciendo temblar el suelo. No quieres alarmar a los aldeanos, que si descubren tu presencia, te atacaran como otras ocasiones, que prorrumpieron en enajenados clamores, arrojándote esos molestos palillos que llaman flechas, antes de que tengas oportunidad de expresar tus buenas intenciones de no comértelos si te dan un empleo y un sueldo. Decides no acercarte más, quedándote frecuentando los alrededores, prestándoles tu protección contra las criaturas acechantes del bosque, que puedes olisquear a distancia. De este modo comprobarán tus benignas intenciones.

Atrapar pájaros con la boca te ha dejado extenuado. Buscas un rincón amplio en un calvero del bosque y te dispones a dormir. Los ruidos de la espesura han enmudecido, siendo sustituidos por apagadas pisadas y el crujir seco de las ramas al ser apartadas. No te inquieta en absoluto el hecho de que decenas de ojos destellan en la oscuridad, observándote con detenimiento. "Caprensis", reflexionas con acierto. Reconoces el hedor de su piel. Tu barriga se queja, no te importaría comerte a un par de ellos. Los más grandes tienen la carne muy dura, sin embargo, los cachorrillos están sabrosos, sazonados y asados lentamente al fuego.

Ocupado en esos pensamientos, el sueño te vence y cierras los ojos despreocupado.

-Os comeré si os acercáis lo suficiente para que os coja- les farfullas, ya adormilado.

Cuando los rayos del sol inciden en tu rostro, despiertas sosegadamente, desperezándote y bostezando a placer. Inmediatamente, el implacable apetito de tu estómago sin fondo, te recibe con un gruñido. Palpas por tu justillo, seguro que queda alguna pieza de carne seca. Nada, vacío. Te verás obligado a buscar algún gorrino de los aldeanos.

"Considéralo un pago por adelantado", te convences, entre risas divertidas.

Los aldeanos no han percibido tu presencia por el momento y así deseas que continúe. Tus más de tres metros de altura te permiten observar el panorama, escondido entre las copas de los árboles. Algunos hombres emprenden camino para cazar, otros a las tierras de cultivo, mientras sus mujeres les despiden con amorosos besos y abrazos. Un sentimiento de ternura te invade por unos segundos al recordar a tu madre, deseándote suerte el día de tu partida.

"Tengo que evitar que estas gentes sean devoradas por los Caprensis que moran en el bosque" te dices. "En todo caso eso me corresponde a mí".

Les dejas con sus quehaceres diarios y te internas en la maraña, con sumo cuidado de no armar estrépito. No es probable que las bestias del bosque ataquen la aldea, pero si su número crece, entonces sí que serían una seria amenaza para sus vidas. Es mejor asegurarse y, de paso, proveerse de unos cuantos muslos que echarse a la panza.

Tu humor es inmejorable; admiras la envergadura de tu ser, la fuerza de tus descomunales brazos y pegas un par de tajos al aire con tu espada. Te sientes inconmensurable, con las copas de los árboles a la altura de tus ojos y los animalillos huyendo ante ti, que casi no puedes distinguir por su reducido tamaño. Desde las alturas se domina la tierra y el espacio. Esos caprens no tendrían donde esconderse, les encontrarías allí donde quiera que se escondieran. Ríes de nuevo, no tienes decidido todavía si adoras más la caza o la comida.

A pesar de todo las batidas por la floresta han sido infructuosas. Alertadas por el inevitable ruido que produces al desplazarte, han debido de cobijarse en lo más profundo de la vegetación o en alguna cueva. El día se ha agotado, dando paso a la noche, que desciende con su manto de estrellas sobre el lugar. Has podido ingerir algunos desprevenidos conejos, no obstante, eso no ha aplacado el hambre que clama en tu interior.

Sientes una pizca de remordimientos por tener que robarle el ganado a aquella pobre gente inocente; solo un par de cerdos, los más delgados, serán suficientes para que tu barriga se calle. Te has fijado que a las afueras de la aldea se levanta un caserón, aislado de los demás, donde guardan multitud de alimentos en un granero que hace las veces de almacén. Quizás allí encuentres salchichones o puede que, incluso, si tienes suerte, un sabroso jamón que tanto agrada a tu paladar. Los cerdos se han salvado por esa ocasión.

Acompañado por las tinieblas nocturnas, accedes al recinto vallado. Las puertas del almacén chirrían al ser abiertas, una luz se enciende en el caserón. A la imprecación de, "¿Quién anda ahí?", varios hombres, armados con espadas que desprenden brillos a la luz de las antorchas, huyes a toda velocidad con varias piezas que han caído, casualmente, en tus manos: Una ristra de chorizos, carne seca, pero no has tenido suerte con el jamón. Crees que no han visto tu gordo contorno, recortándose contra la luz plateada de la luna.

Suspiras aliviado. "Por poco" te dices, jadeando por la carrera.

Minutos después, te hallas roncando a pierna suelta, con el estómago lleno.

Otro nuevo día aparece en el horizonte. Te despiertan unos gritos. Los humanos han formado una partida de caza para acabar con el ladrón. Te divierte el hecho de que armen tanto bullicio por unos simples chorizos. Aunque luego de haber escuchado sus conversaciones descubres que culpan a las bestias del bosque y que se proponen cercarlas y darles muerte.

-¡Ahora sí voy a poder ser de ayuda!- te alegras, golpeando tu barrigota con fruición.

Por cada uno de tus pasos, ellos deben dar diez. Te mantienes en un curso paralelo, temeroso de que sus perros te olfateen, pero a gran distancia. Haces de vigía y guardaespaldas, algo que se te da bien.

Los canes han hallado un sendero y agitan las colas con excitación. Sin embargo, se dan por vencidos cuando la espesura se torna impracticable y las sombras insondables. Temen horrores informes, aún peores que las bestias, latiendo en el seno de la oscuridad. En medio de una gran decepción y un temor supersticioso, se vuelven a sus casas.

No tú, que has hallado el rastro perdido de los caprens, amagados en esos contornos. Quizá ellos teman adentrarse en esa tiniebla ominosa, pero tú no conoces el miedo y la sangre se te agolpa en las sienes, presa de la emoción. ¡Por fin te ibas a pegar un banquete en condiciones!

Risueño, sigues la pista dejada por los caprens. Ahora que los humanos se han retirado, puedes desenvolverte con soltura, sin temor a ser sorprendido. La senda es estrecha y las ramas te golpean el rostro.

-¡Que el Gran Devorador me lleve!- maldices. Aquellas escurridizas bestias te estaban enfureciendo-. ¡Vamos, salid!- les exhortas.

Tus gritos se expanden por los espacios, haciendo temblar la vegetación como si fuera un huracán. Al final, tu genio desatado surte efecto y una docena de Caprensis, arredrados, salen a tu encuentro. Los has sorprendido en su guarida y no tienen donde salir huyendo, así que se abalanzan sobre tu figura agachada, sus cornamentas adelantadas y las espadas prestas. Una vez superado el terror inicial, sus ojos bovinos se encienden de rabia y la fiereza les confiere un arrojo tenaz propio de la testarudez con que son conocidos.

Ni siquiera llegan a tu cintura, sobre esas endebles patitas de cabra. Pero debes vigilar sus aceros, que pueden cortar los ligamentos de tus tobillos y derribarte a tierra como has visto hacer multitud de veces a los humanos cuando se enfrentan a seres tan grandes como tú. Tienes preparada la espada, que abates sobre el primero, partiéndolo en dos, al tiempo que paras la cornada impetuosa de otro con tu querido Destrozacabezas, el cual sale rebotado con el cuello roto.

Los restantes se sitúan a tu alrededor para saltar al unísono sobre ti. Emiten encabritados bufidos por sus ollares mientras patean el suelo con locura desmedida. La tenue luz que se filtra a través de la fronda tiñe de escarlata sus pelajes bajo los torsos desnudos. Algunos ciñen un protector ventral como el tuyo, pero con desmesurados cuernos. Sus semblantes bestiales, de hocicos armados con turgentes colmillos, te observaban con su primitiva furia, la mirada turbada por la sed de sangre.

-¡Vamos, sucios adoradores de Qabra, venid a por mí!- les provocas, relamiéndote ya de gusto por el gran atracón que te ibas a dar.

Tus viajes por el Finíster te habían cubierto con un ligero barniz de civilización que te confería ciertos conocimientos que otros de tu raza no poseían. Con un rápido vistazo viste que no se trataba de Caprensis peligrosos, como lo podían ser los Homo Taurus. Estos eran fáciles de abatir.

No esperas a que se lancen sobre ti, exhalas un bramido de guerra y comienzas la carnicería. Tu espada ruge delante de tu titánica figura, abriendo la carne de varios oponentes, que mueren entre balidos de dolor. Tu puño de hierro intercepta en pleno vuelo a un aullante caprens de cabeza lampiña; pronto se cubre de sangre y masa encefálica; más alimento para tu insaciable barriga. Te giras con violencia y barres de nuevo con la espada tu alrededor mientras la sangre salpica tu pecho y calzones. Sus espadas te han alcanzado pero no consiguen penetrar tu piel. Asientes complacido por la eficiencia del objeto mágico reluciente que portas en el antebrazo.

-¡Mi hermoso justillo!- te lamentas, exasperado al ver la alargada mancha rojiza que lo mancilla. Te resultan tan molestos estos hombrecillos cabra-. ¡Patéticos remedos de sapiens. No sois más que pretenciosos cabritos a dos patas!

Sacudes sin piedad a otro más, que te ataca por la espalda, aprovechando que te has parado un instante a contemplar con aflicción tu apreciada prenda confeccionada por tus propias manos. El golpe lo proyecta, inerte y destrozado, yendo a caer como una masa convulsa sobre sus compañeros muertos.

Antes de que te des cuenta, los dos Caprensis que quedan con vida emprenden la huida en medio de lamentables balidos, desapareciendo de tu vista en cuestión de segundos. De este modo termina el combate, perplejo ante su brevedad, ahora que estabas empezando a desentumecer tus músculos. Profieres un atronador grito de triunfo, que resuena como una tormenta en lo profundo de la espesura.

El silencio sepulcral regresa al bosque, rasgado de vez en cuando por el ulular del viento al restregarse contra las ramas superiores y el tímido canto de un búho. Resuellas como un Trollensis mientras te cercioras que no se esconde ninguno más en los matorrales y fuera a pillarte desprevenido. Haces lo mismo con los del suelo, reducidos a un montón de huesos machacados y ensangrentados. Eso te facilitará el arduo trabajo de descuartizarlos, desollarlos y rebanarlos antes de que formen parte de tu organismo, te regocijas, frotándote las manos de puro goce ante el banquete que te ibas a dar con su tierna carne.

Aquel lugar apartado y siniestro que servía de guarida a los caprens era, a su medida, confortable y cómodo, ofreciendo resguardo del viento y leña en abundancia para la lumbre. Aquí y allá descubres esqueletos mordisqueados de animales de rebaño y, silbas, molesto, el de humanos. En seguida te imaginas a quién van a culpar de esas muertes, a ti.

"¡Cómo siempre!" sollozas compungido. Era difícil tener tratos con los que, a menudo, servían de alimento a tu raza.

Lo ignoras. Nada te va estropear tu alegre estado, producido por la suculenta cena que ibas a ingerir después de algún tiempo pasando aprietos. Mientras enciendes un modesto fuego e inicias los preparativos de la cena y la comida de varios días, allí había carne de sobra; canturreas abstraído en tus pensamientos.

Tras quedar totalmente saciada tu abultada barriga dejas escapar una retahíla de eructos. El sopor se hace dueño de ti y no encuentras motivo para no echar un merecido sueño en aquel espacio provisto de suaves lechos de hojas y otros materiales de blanda consistencia. Los Caprensis no se atreverían a volver si sabían lo que les convenía.

Por la mañana, meditas, les llevarás, sin que te vean, algunas cabezas para que sepan que los causantes de sus pesadillas han sufrido un digno fin a manos de Bogg Tragacuervos, que ha llegado a esos lares para traer la paz y la tranquilidad a sus moradores. Eso te hace recordar al noble patrón al que serviste en los comienzos de tu periplo, quien te obsequio con esos magníficos calzones bombachos al estilo de Krain, para que te adaptaras a las costumbres establecidas allí. Él te enseñó con grandes chanzas cómo su pequeña mascota rayada, que los humanos llaman gato, postraba a las puertas de las casas, las diminutas ratas, para recalcar al amo de la casa que cumplía con su trabajo, dejando la casa libre de roedores y que también él tenía derecho a cobijarse bajo el mismo techo que su amo.

Eso mismo harías tú. Aunque eso sería mañana, ahora el bienestar del sueño te había invadido irremisiblemente.

Antes de que la claridad sea completa, abres los ojos. Metes en los sacos que penden en tu cintura algunas golosinas para el camino y las cabezas de increíble fealdad de los caprens, de ojos saltones y cuernos retorcidos. Para que la impresión no sea tan fuerte, te dices, les cierras los párpados para ocultar la mirada atroz, aún después de muertos. "No vaya a ser que estos humanos sufran un vuelco en sus débiles corazones y la paguen contigo".

Pese a todos tus esfuerzos, el madrugador panadero te descubre en el último instante, cuando ya has dejado sobre el porche de una de las casas los trofeos de la noche anterior.

-¡Monstruo!- grita desaforado y te ves obligado a correr dando traspiés hasta las sombras del bosque, que no había despejado la penumbra.

Entristecido, te rascas la cabeza, no entiendes su ingratitud. Encima te han llamado cosas horribles como gordo gigantesco y engendro deforme mientras acudían a socorrer al panadero. Está claro que ahí no saben apreciar tus facultades y tendrás que buscar gente más comprensiva que esos asustadizos habitantes del bosque, más al norte quizá.

-¡Pues p'al norte!

Aquellos territorios no los conoces muy bien, pero jurarías que te encontrabas más allá de Dapeshty, al oeste de Hungromania.

Las siguientes jornadas se suceden con monotonía hasta que aparecen las Karpates en lontananza, con su cumbres nevadas fulgurando bajo el sol. Tus reservas se han vuelto a agotar y te alegras de dejar atrás tanto bosque. Esos territorios están plagados de porkos, que constituyen una dieta aceptable para un Ogris. Además, al jalonar las estribaciones de las montañas tendrás nuevas oportunidades de seguir ejercitándote en la caza a boca abierta de aves voladoras, que a falta de cuervos, buenas son. Ríes estruendosamente ante este pensamiento.

No tardas en hallar un poblado de humanos barbudos que manejan hachas a dos manos a los que has visto combatir con ferocidad contra los porkos en la zona más inhóspita y alejada de todo. Sin duda, piensas, estarán encantados con tu ayuda.

Te muestras cauteloso antes de darte a conocer, ya sabes lo irritables que son los hombres de las montañas. Lo mejor será aguardar a que se enfrenten con esas cosas rosadas que infestan las montañas y te sumes a la refriega. De este modo no habrá más interpretaciones erróneas de en qué bando estás.

Parece que se defienden bien aquellos rudos hombres. Cada día salen partidas de guerreros que mantienen despejados de amenazas los alrededores circundantes de varios poblados, conectados entre sí por diligentes correos. Aburrido, tú solo te limitas a recoger la basura que ellos dejan. Los Porkomínidos saben mal, son duros como el acero y sus incontables protuberancias te hieren el paladar. Tienes que fruncir el ceño con aprensión cada vez que te comes uno de ellos.

-¡Puagg, qué horror!- te quejas entre bocado y bocado, escupiendo con aprensión-. ¡Por la tripa de Ogyr qué asco!

De vez en cuando distraes el hambre con el ganado que sacan a pastar y, cuando ya no puedes más, saqueas sus graneros en busca de carne ahumada. Has limpiado de porkos las laderas septentrionales, quienes, al principio te combatían estúpidamente, pero tras unos días de interminables matanzas, han aprendido a temerte y evitarte. Los guerreros Karpates te han observado de lejos con suspicacia pero no quieren tratos contigo. De alguna manera soslayada te aborrecen igual o más que a los pieles rosas. No te van a entregar Magia ni comida a cambio de tu loable servicio, y si te acercas de nuevo a sus poblados en busca de un manjar, te han avisado, lucharan sin compasión contra ti. El alimento y la caza escasean y no desean compartirla con nadie extranjero y menos con un ogro.

-Bogg, será mejor que continúes p'al norte si no quieres coger una indigestión de pieles rosas- te consuelas ante su ingratitud. Son todos iguales estos sapiens desagradecidos.

De nuevo en la marcha, las leguas son devoradas con avidez por tus potentes piernas. En la soledad del yermo has practicado sin descanso tu deporte singular y ello te ha aportado una agilidad y movilidad adicionales, que más de un déspota de tu raza envidiaría para sí. El paisaje agreste se troca en extensos llanos, mecidos por el aullador viento del norte y la luz brillante del sol es tamizada a través de una enfurruñada cortina de nubes, que el aire amontona sobre tu cabeza.

Estás en territorio krainiano, último enclave de sapiens antes de arribar a los glaciares. Las primeras huellas del frío eterno de las tierras norteñas se manifiestan en forma de copos de nieve sobre el níveo y alfombrado suelo, mullido, que tus enormes pies hollan con gratificante cosquilleo.

En la distancia, más allá de lo que tus ojos alcanzan a escrutar, fundiéndose con las brumas del horizonte, la silueta de un castillo se yergue ante ti. El castillo se halla rodeado por un conjunto de viviendas; todo indica que es un pequeño feudo, en medio de la nada, expuestos a los peligros de los Bestiae que tan cercanos se encuentran.

"Esta vez tendré suerte", confías.

Un grupo de jinetes pertrechados con pesadas armaduras y pendones con el emblema de su señor se aproximan al galope y te cierran el paso. Si estuvieras en la región del Medíter, se hubieran abatido sobre ti como Lupensis enloquecidos. Por lo menos los sapiens del Finíster eran más razonables y no tan tozudos como los otros, cuyo fanatismo no aceptaba a los Bestiae como tú, aunque fueras un Ogris la mar de amigable y dicharachero.

-¿Qué os trae por estas marcas?- eres espetado con crudeza. Los caballos relinchan nerviosos ante tu corpulencia, relinchando y los soldados se restriegan la nariz, con repugnancia ante lo que consideran tu fetidez insoportable.

-Mi nombre es Bogg Tragacuervos, soldado de fortuna que busca un puesto bien remunerado junto a un señor que sepa apreciar sus servicios- le sueltas, sin más, aferrada la espada y presto el puño de hierro para actuar al menor ataque. Tu sombra se posa sobre ellos, oscureciendo el ambiente como un negro nubarrón.

El que ostenta el mando, sin siquiera mostrar un mínimo de respeto, alzándose la celada, te estudia bajo el yelmo con detenimiento. Parece impresionado por tu aspecto y asiente con aprobación.

-Ciertamente nos serían de gran utilidad vuestros servicios ayudando al marqués de Dratewka a asentar su poder en estas tierras sacudidas por la rivalidad de otros señores, que pretenden robarle el liderazgo-. Efectuó un ademán para que le siguieras, abriéndote paso sus caballeros, que en ningún momento habían apartado sus temerosas miradas de ti-. Seréis bien recibido por su excelencia el marqués, señor de todo lo que se extiende desde aquí hasta Krakóf. Obtendréis una paga justa y comida en abundancia. Tened la amabilidad de seguirnos.

Las promesas resultaron vacías. Si bien eras tratado con cortesía por el ejército, las gentes del pueblo, influidas por los cuentos y leyendas que hablaban de ogros como tú, crueles y sanguinarios, reprimían su repulsión por miedo a represalias, te apuntaban con el dedo, con sus miradas de soslayo cargadas de odio y efectuando gestos para espantar los malos augurios. Tu imponente presencia fue utilizada para intimidar a los señores de la guerra contrarios al marqués y después de varios enfrentamientos se dieron por vencidos. Les demostraste lo que es capaz de hacer un solo Ogris en el campo de batalla, tiñendo de carmesí la nieve y provocando gran mortandad entre los enemigos. Nada pudo contener tu fuerza bruta desatada ni el furor de tus armas, que dejaban en torno tuyo un amplio cerco de cuerpos mutilados esparcidos por el suelo helado. Las tropas de los oponentes de tu patrón se rindieron en el segundo intento, desmoralizados por tu poderoso brazo y tu voracidad implacable, que te arrebataba el ánimo tras la batalla, empujándote a caer sobre los cadáveres para devorarlos en medio de estentóreos gruñidos de placer, mientras te regodeabas por tu victoria, lanzando sonoras carcajadas.

Sin embargo, pasado el peligro, se olvidaron de ti y te dejaron pulular por los contornos del castillo para amedrentar a la gente e incrementar los impuestos. Te pagaron con Magia sucia, manchada por la sangre de los inocentes y de los pobres, que duró poco en tu poder. No es que te importaran las vicisitudes de aquellas gentes, que te despreciaban sin reparos, era el conflicto interno que te estremecía, impidiéndote comer la mano que te pagaba.

-Hijo mío- te había aconsejado tu padre, un célebre miembro de tu tribu-, si quieres engordar tu panza como la de tu padre, escucha lo que te dice: nunca te comas a los siervos de tu patrón. Son posesión suya y si lo haces, nadie te respetará ni dará trabajos con los que enriquecerte y cobrar la fama que persigues. Lo consideran un agravio imperdonable para sus mentes quisquillosas, que te acarreará mala fama e infortunio.

Sabías lo alto que había llegado tu padre en la tribu y no osabas desoír sus sabios consejos, aunque no aprobara tus simpatías hacia los sapiens. "Los sapiens son alimento para nuestras familias, nunca lo olvides" te repetía con frecuencia, sabedor de tus bondadosas inclinaciones para con esa especie inferior.

Un día, un acontecimiento inusual te resolvió a marcharte de aquel feudo de infortunio y emprender el regreso a casa, desilusionado por no haber alcanzado tus metas de prosperidad y hastiado de ir de un sitio a otro sin obtener el respeto y el cariño que esperabas de los egoístas humanos. Al final tu padre tenía razón, nada bueno iba a resultar de tus tratos con ellos, lo mejor era convertirlos en mascottes. La cría de hembras mascottes podían enriquecer a uno.

La hija pequeña de un familiar cercano al marqués despareció una mañana sin que se supiera nada. Algunos apuntaron a un secuestro, pero la mayoría clavaron sus miradas acusadoras en ti, murmurando atrocidades sobre su muerte. Te acusaban de haberte dado un festín con sus tiernas carnes y el asunto llegó pronto a oídos del noble krainiano.

Naturalmente, eras inocente del crimen del que pretendían cargarte. La turba enfervorecida salió a las calles, clamando como posesos y alzando todo tipo de utensilios, empleados como armas, al cielo plomizo. Tu fina intuición te decía que era una maniobra del marqués para desembarazarse de tus servicios que tanta Magia le estaban costando y que se quería ahorrar, ahora que sus enemigos habían sido aplastados por tu espada.

Así que decidiste ponerte en camino, pero antes ibas a darles una profunda lección del corazón que poseía un Bestiae a los que ellos llamaban con desprecio animal, encontrando a la niña y devolviéndola junto con sus seres queridos.

Dar con la pequeñuela no te fue nada difícil; olfateas el miedo que destilan los humanos igual que un cánido su presa. Seguiste ese olor dulzón por las calles empedradas de la fortaleza hasta la armería, lugar donde se había escondido, haciendo caso omiso de las llamadas de los guardias y miembros de su familia que la buscaban desesperadamente, a voz en grito y con el pavor pintado en sus mejillas enrojecidas.

Allí la descubriste, temblorosa y asustada, apestando a orines y heces. Su diminuto cuerpo estaba hecho un ovillo, con la cabeza de cabellos rizados entre las rodillas, en la buhardilla, debajo de un montón de estandartes desvencijados y capas raídas. Tu enorme cuerpo no podía meterse ahí, pero alargaste el brazo sin problemas y la agarraste como se atrapa a un pichón, de un zarpazo, súbito y silencioso. Tu respiración te delataba, entrecortada y jadeante, retumbando por las paredes de madera, lo que consiguió que la niña se apretujara más en su escondite y se tapara los oídos como si en ello le fuera la vida. Su instinto no se equivocada al protegerla del monstruo, que en otras circunstancias habría hecho honor a su horripilante fama.

Pero no así, Bogg, el Ogro-sapiens, cuya única intención era devolverla junto a sus familiares y restituir el honor para los de tu especie. La alzaste y la acercaste a tu cara para contemplarla de cerca, era la primera vez que tenías en tus manos una humana tan pequeña, delicada e inofensiva. No sabiendo cómo cogerla sin partirle el espinazo, te preguntaste cómo sabría, si sería un dulce aperitivo, aunque desterraste enseguida la idea.

-¡Hombre del Saco no me comas, por favor, prometo que no volveré a portarme mal!- te rogó, sollozando lastimera, con una aguda y prístina vocecita, al tiempo que se restregaba los ojos anegados en lágrimas con sus puños en miniatura.

-¡Ja, ja, ja!- soltaste una carcajada ruidosa que agitó su blonda cabellera como un vendaval. La niña, lívida de espanto, abrió los ojos como platos y se quedó paralizada por el miedo-. Tranquila, pequeño retoño sapiens, no te voy a hacer daño- la consolaste sin éxito. Un líquido tibio mojó tu gruesa mano y chorreó por el antebrazo.

-Mis hermanos me han dicho que vendrías y me comerías porque me porto mal y desobedezco a mis padres- se justificó ella, un poco más tranquila al ver tu sonrisa divertida y tu gesto amable-. Te vi por la ventana y creí que era cierto lo que decían, así que me escondí. ¿De verdad que no vas a comerme?

Volviste a reír mientras la sacabas al exterior, donde ya se habían agrupado varios guardias, que te urgían a soltarla y dejarla en tierra.

-Dile a tus papás que Bogg es bueno y no se come a los niños, solo a los hombres malos que matan a otros hombres-. Te aseguraste que tu vozarrón fuera escuchado por todos.

Y la soltaste, regalándole una sincera sonrisa. No entendías muy bien qué clase de extraños sentimientos de ternura se habían despertado en ti al contemplar su rostro jalonado por regueros salinos. Ella te miró por ultima vez y te sacó la lengua en muestra de amistad, antes de correr a resguardarse tras la seguridad del guardia que le extendía la mano.

No esperaste a que te ofrecieran disculpas, los dejaste murmurando, incrédulos, sin apartar sus alabardas, alzadas contra ti. Tu mirada de despecho les hizo encogerse de vergüenza, el rubor cubriéndoles el rostro. Les habías dado una lección que comentarían durante largo tiempo a la lumbre de sus hogares, Bogg Tragacuervos era justo con los inocentes y los desprotegidos e implacable con los enemigos y la gente mezquina.

Minutos después, el feudo se encontraba a tus espaldas, perdiéndose en la bruma y los remolinos de viento, que arrastraba cúmulos de nieve.

Te dirigías a tu hogar, en las cumbres de los Montes Everus, en Eurasia, a la Tribu del insigne Goldbag Comelotodo.

Tu intención era cruzar las estepas krainianas hasta la región eurasiática de El-Istán y luego torcer hacia el sur, confiando en no encontrar oposición por parte de los Bestiae que atestaban la zona. En caso contrario, te verías obligado a abrirte paso a sangre y espada. Para arribar a ese punto, primero debías cruzar el salvaje e inhóspito territorio de Krain y sus tundras heladas, siempre invadidas por las obstinadas huestes de Porkomínidos y Rodentsis, que descendían de los Urálvskiye para sembrar la muerte y la destrucción entre la población del reino helado.

Sentías una profunda decepción contigo mismo por no haber alcanzado tus aspiraciones y objetivos, repitiéndote que serías el hazme reír de tu tribu por volver cargado de vergüenza y deshonor, con una tripa no digna de destacar y sin Magia. Bogg, el Ogro-sapiens, el que no hace mascottes. Ahora sí tendrían un motivo para burlarse de ti.

Para consolarte frente a estos pensamientos desmoralizadores concluiste que, al menos, harías honor a tu sobrenombre y perfeccionarías tu peculiar estilo de cazar pajarillos, algo inaudito entre los de tu raza. Y así, cobraste gran impulso en tus piernas y destreza en los movimientos, que te hicieron olvidar las penas y sentirte libre y lozano al viento helado que acariciaba tu cara y te producía cosquillas en la cicatriz, sensaciones desconocidas por un Ogris.

Devinieron lánguidas jornadas de blancura infinita y desapacibles noches al ras, resguardado en montes pedregosos, rumbo noreste, azotado por el aire bajo el techo nuboso que ocultaba el sol esquivo de las tierras del Finíster, próximas a los Grandes Glaciares. Sin nada que echarte a la boca, tu humor se había tornado agrio y el rugir de tu panza te acosaba como una bestia incansable. A despecho de tus decididos pasos, que se enterraban en la nieve, el paisaje parecía no cambiar nunca, como si no te desplazaras de ese punto y caminaras sin avanzar. El desánimo no era palabra que se encontrara entre tu vocabulario, no obstante, la quietud de un paraje sin vegetación ni aves, te estaba empezando a hacer mella, sin nada mejor que hacer que otear frecuentemente en lontananza, esperanzado en hallar algo que te llamara la atención y te sacara de esa especie de letargo que te producía el intenso frío.

Una mañana cambió tu suerte, luego de rebasar unas lomas, el fragor amortiguado de una contienda se coló en tus oídos. Diste un respingo de sorpresa, súbitamente emocionado y aceleraste el paso hasta que la escena se instaló frente a tu mirada inquisitiva. El temblor que originaban las tropas enfrentadas llegaba a tus pies, conmoviendo tu figura a causa de la vibración.

Sobre una planicie abarrotada de combatientes, el vaho que desprendían los cuerpos sudorosos y el humor que ascendía del suelo helado, se entremezclaban con los destellos plateados de las armaduras, el tono azulado de los ropajes y el vívido rojo de la sangre, creando un espejismo, fantasmagórico e irreal, del cual, ora aparecían siluetas en movimiento, ora desaparecían, envueltos por la mortaja etérea. El aire se sumaba al conflicto, arremolinante, transportando consigo estelas de púrpura y neviza. El estruendo de las armas al entrechocar, los alaridos salvajes de ambas partes, los estertores de agonía y los clamores de los cuernos de guerra, reverberaban en los espacios, esparciendo su tonada de muerte. Tus músculos se encogían, exacerbados por su intenso aroma, empezándose a cubrir tus ojos por el rojo frenesí y la negra furia.

-Vaya, una pelea- te alegraste.

En la distancia ante ti, en el margen derecho, las tropas ordenadas del ejercito krainiano se debatían denodadamente contra huestes caóticas de guerreros Escoria, que discurrían entre gran vocerío y estrépito de metal, abalanzándose por la izquierda. Una negra marea de reflejos mates en corazas y escudos, coronada por toda suerte de cornamentas, bramando desaforada, con sus rostros deformados y crueles. Azuzaban a enfurecidos Trollensis, uncidos por medio de recias cadenas a gigantescos carros de guerra sobre los cuales daban órdenes los capitanes. Tres enloquecidos trollens se arracimaban por cada carro, tirando con poderoso ímpetu y haciendo girar frenéticamente las ruedas armadas con cuchillas, sin importarles si segaban a los hombres de su propio bando. Las filas de ambos ejércitos se erizaban de lanzas y estandartes multicolor, el Cráneo de Bahal frente al Fénix de Krain, enarbolados con fiereza ante los contrarios, aviesas miradas se encontraban y feroces rictus dejaban al descubierto dientes y colmillos en torvas sonrisas de desafío.

La amplia región del Finíster aglutinaba a rudos pueblos de sapiens que bregaban a diario con las bestias y la Escoria o entre ellos mismos, forjando y deshaciendo alianzas merced a quien resultara vencedor; hoy aliados, mañana quizás enemigos, sin importar si eran sapiens o Bestiae. Además de tener que combatir a los sapiens del Medíter, defensores a ultranza de la pureza de raza propugnada por Theos, su intolerante deidad.

Tú ya habías aprendido que los sapiens ultraconservadores odiaban con toda su alma a los que pactaban con los Bestiae; bestiófilos los llamaban. Sentían una aversión parecida a la que sentían algunos de tu especie por los que eran como tú, llamándote con desdén Pro-sapiens u Ogro-sapiens. Enseguida te identificaste con ellos, impulsándote con enorme furia y apetito a la contienda.

-¡Trollens, detesto a los trollens!- clamaste lleno de asco, sintiendo cómo tu ser convocaba el poder metamórfico de Ogyr, que empezaba a hervir en tu interior.

Los krainianos, impasibles, arrojaban sucesivas salvas de flechas desde sus filas posteriores, oscureciendo el cielo ya de por si apagado. Los proyectiles cruzaban los espacios , trazando una parábola y cayendo como lluvia sobre los guerreros Escoria, que oponían sus escudos para guarecerse del letal chaparrón. Eran derribados a decenas, pero su rugiente acometida no perdía intensidad. Ellos también respondían de la misma manera, sembrando de cadáveres las tropas krainianas. El choque era inminente, los Trollensis penetrarían entre ellos, segándolos igual que la guadaña siega el trigo maduro y aplastándolos como se aplasta a una mosca. De poco les serviría el contingente de Ursus Erectus, hombres oso, que formaba la vanguardia junto a la infantería, y la caballería, desde los flancos, que se desplegaba para envolverlos, escupiendo saetas sin descanso sobre la grupa de sus caballos protegidos por armaduras.

Todo esto lo vislumbrabas tú, mientras emprendías una carrera desenfrenada, volteando el espadón oxidado, sediento de nuevas víctimas, y tronabas poseído por la ira.

-¡Por la gloriosa estirpe de Goldbag Comelotodo!

Por fin una batalla de verdad con oponentes dignos de tu fuerza. Aborrecías a los Trollensis tanto como los humanos temían a los ogros. Los más estúpidos de los Bestiae, eran prácticamente indestructibles y carecían de inteligencia, moviéndose por los impulsos enajenados de sus reducidos cerebros en esas cabecitas con protuberancias. Habías contabilizado cuatro de aquellos carros de batalla, con lo cual tendrías el gusto de machacar a una docena de ellos si no te robaban ese placer primero.

Tu imponente altura te permitía atisbar como a vista de pájaro el desarrollo vertiginoso de la reyerta mientras te acercas. Aunque tus zancadas devoran el terreno, aún distan muchos metros hasta la misma y temes que no dejen nada para ti. La locura del combate espolea tus piernas, dueña de tu razón.

El encontronazo de las masas en pugna es brutal, un ensordecedor batir del metal contra el metal, salpicado de aullidos y gritos de dolor asciende al cielo encapotado; La Escoria se mezcla con los estoicos krainianos; las espadas zumban, golpean sin piedad; las armaduras se abollan y se rajan entre terribles crujidos; los hombres profieren estertores y alzan la voz en triunfo al derribar a sus oponentes; hachas, alabardas, mazas se abaten sobre la carne; las picas se hunden en los enemigos y los estandartes son pisoteados en el suelo atestado de cuerpos desmembrados, sobre lagos de sangre, que tiñen de carmesí la llanura. La deformidad de la Magia, tres ojos, dos semblantes fundidos en uno, muecas de retorcidos colmillos, brazos como espolones, se cierne sobre los fieros soldados de Krain, que aguantan firmes los embates. ¡Hurraaa! ¡Hurraaa!, exclaman con gallardía.

Tú imprecas, impotente, viendo cómo los carros arrasan las primeras filas, abriendo grandes brechas por donde se cuelan los deformes guerreros. Las cuchillas de las ruedas están provocando una escabechina entre la infantería y los Osomínidos que luchan con coraje y no se arredran ante los gigantescos Trollensis, los cuales enarbolan sus puños enfundados en guanteletes claveteados como si fueran enormes mazos. Dos razas Bestiae de fuerza sobrehumana confrontadas sobre el campo de batalla, produciendo un estrépito ensordecedor de rugidos y golpes.

Aunque los hombres que conducen los carros son derribados por flechas y lanzas, los trollens siguen su bestial acometida como máquinas automáticas de matar. Algunos carros han volcado pero son arrastrados igualmente, hechos añicos al extremo de las cadenas, que serpentean por la nieve, levantado nubes mortecinas y actúan como letales látigos. En cuestión de un minuto, lo que te queda para abalanzarte sobre el tumulto, en derredor a los trollens se han formado vacíos púrpura que los krainianos se niegan a invadir, los ojos desorbitados y la moral maltrecha.

-¡Ya llego!- dejas escapar entre tus resoplidos.

Los guerreros Escoria, una extensa mancha negruzca que engulle los verde azulados tonos del ejercito krainiano, se han metido completamente entre las filas de la infantería, asestando tajos y golpeando con crudeza a sus rivales. Los arqueros han dejado de disparar y han desenfundado su aceros, prestos a socorrer a sus camaradas en dificultad, todo con tal de defender a su amada patria de la amenaza. La caballería cae como un torbellino plateado sobre los costados de los atacantes, abatiéndolos a decenas, quienes pronto se agolpan contra la vanguardia, acosados por el ímpetu de sus armas, implacables bajo el impulso de los caballos. Miembros deformes, patas articuladas, cabezas bestiales se elevan a los espacios teñidos de rojo, todo ello expelido junto a fragmentos de armadura y metal de espadas quebradas. Resulta estremecedor su grito de guerra en el aire, empujado por el viento.

-¡Hurraaa! ¡Hurraaa!

¡Por fin alcanzas el enrojecido campo de batalla! Tus pies chapotean en sangre y aplastan a yacientes y moribundos por igual. El clamor desenfrenado de tu colérica voz se hace oír por encima del estruendo.

-¡Que el Poder de Ogyr me conceda fuerza!

Pletórico al notar una llamarada de energía en tu interior, penetras por el compacto grupo de luchadores, oscilando tu espadón a ambos lados y golpeando enfurecido con tu destrozacabezas; ambos, el primero silbando alegre y el segundo, gruñendo hoscamente, despejaron tu camino hasta los Trollensis, dejando un reguero de muertos y agonizantes, que eran pisoteados sin miramientos por tus pesados pies embutidos en hierro. Toda una gama de agradables sonidos llegó a tus oídos, huesos rotos, gorgoteos y espumarajos sangrientos, el metal al incrustarse en la carne y los cráneos partirse; pura melodía.

Los combatientes krainianos celebraron tu incursión con estentóreos gritos de sus gargantas y renovaron sus ánimos decaídos, imprimiendo más ferocidad a sus estocadas. Los guerreros Escoria no pudieron contener tu avance, impotentes ante la ira con que tus brazos propinaban golpes sin descanso. Tu querido justillo y tus elegantes calzones se estaban manchando con vísceras y restos sanguinolentos, pero merecía la pena a cambio del goce que estabas experimentando, aplastando a tus contrarios en medio de un remolino de furia.

El contingente de Osomínidos, ensangrentados pero firmes, se debatían con denuedo, con garras y colmillos, emitiendo salvajes gruñidos cada vez que acababan con un contrario. Sus hocicos de oso mordían los brazos que se extendían hacia ellos y las zarpas se abrían paso en la carne como si fuera mantequilla. Protegían sus cuerpos con pesadas lorigas de anillos, por las que sobresalían, en algunos casos, un tupido pelaje pardo. Su estandarte, la gran cabeza grisácea de Urso, se mantenía en pie, rodeado de hachas demoledoras. Sobre los redondos escudos, el emblema de una poderosa garra de oso frenaba los ataques sin dar muestras de ceder. ¡Grande era la furia con que peleaban, fríos sus ojos cargados de muerte en los semblantes bestiales! Pronto a su alrededor empezaron a acumularse los caídos, retrocediendo ante su rabia animal, resueltos a sacrificar hasta la última vida antes que ceder terreno frente al peligro, por muy aterrador que este fuera.

Los empecinados Trollensis eran los únicos que no parecían afectarse por el temor, continuando su mortal torbellino de golpes descontrolados, con total indiferencia de sus aterradoras testas, plagadas de protuberancias óseas, ante el grotesco espectáculo de abajo.

No obstante, estos valerosos y esforzados Bestiae, con negros hocicos de oso, habían logrado derribar la mole de algunos de ellos, descargando un alud de hachazos sobre sus figuras forcejeantes hasta causarles la muerte, saltado de loca alegría sobre sus voluminosos cuerpos convulsos antes de seguir con la matanza. Los ursinos eran una raza sosegada y sibarita, que apetecía de los dulces deleites de la naturaleza, pero en combate desencadenaban toda su furia y eran implacables contra quien encendía su encono. Después de todo, agradecías que los Osomínidos estuvieran en tu bando, odiarías tener que matarlos, pese a su piel que te proporcionaría un cálido abrigo para el frío de esas latitudes.

Todo se está desarrollando a una celeridad cegadora que no te permite pensar con claridad sino actuar. Pese a tu tamaño, que sobresale con mucho del de los humanos enzarzados, no puedes discernir todo lo que acontece en torno a ti. La niebla y una nube de partículas de nieve carmesí te lo impide. Embravecidos por tu oportuna intervención, ves a la caballería krainiana hostigando a los guerreros Escoria, que se dispersan, incapaces de contener sus pasadas veloces como rayos, de cuyo resplandor emergía la muerte restallante, y a la pesada infantería, acorazada como un muro de voluntad inquebrantable frente al enemigo que pretende deshacer sus filas. El pandemónium llena tu cabeza de sonidos diversos que te producen desconcierto y enojo en la misma cantidad. En medio de la pugna la luminosidad se expande por las pulidas armaduras y espadas, titilante, haciéndote entornar los parpados más de una ocasión, trayéndote visiones intermitentes y oscilantes de contornos en constante y enajenada confusión.

Te abres camino entre la masa en pugna, decidido a dar un respiro a los fieros Osomínidos. Buscas con fugaces vistazos a los trollens, tan grandes como tú, que rugen a través de las fauces chasqueantes goteando sangre y restos de piel de los arrojados ursinos, enzarzados en una lucha a muerte, ignorando al resto de contendientes. Los divisas sin problemas a escasos metros de ti, entre los remolinos de nieve y niebla que les otorgan una apariencia más perturbadora si cabe, como si ellos mismos fuesen la fuente de aquella bruma maligna que envolvía el terreno de lucha.

Eso no te importa, puedes comprobar el espanto en los sapiens, pero tú solo piensas en machacar los asquerosos Cabezas de Chorlito que tanto detestas.

-¡Inmundos bichos sin cerebro!- truenas al tiempo que arremetes contra el primero que está a tu alcance, el cual te ve venir con estulticia en la mirada, como asombrado de que algo tan grande como él le ofrezca resistencia sin temblar de horror.

Pones todo tu titánico peso en la embestida, arrollándolo como si fueras un torrente. El trollens cae sobre la nieve, donde rápidamente fenece a manos de los sapiens, que saltan sobre él como diablos. Emites una risa sin dejar de mover la espada hacia los lados. Por debajo de ti, los diminutos y multiformes guerreros Escoria contemplan horrorizados cómo la muerte les sorprende entre alaridos despavoridos, sin que puedan esquivarla. Las cabezas cornudas ruedan por el suelo y los cuerpos a medio camino de la Metamorfosis caen inertes, expulsando sangre a chorros.

Poseído por la fiebre de la batalla que concede el Gran Devorador, bramas una vez más y te lanzas a por los restantes Trollensis que quedan en pie, que son bastantes y aguantan inamovibles como montañas los fútiles envites de los krainianos.

Por el rabillo del ojo detectas un fragmento de carro que coletea a tus pies y aferras la cadena de la que tiran dos trollens, unidos a ella por una argolla en el cuello; el tercero del tiro es arrastrado con secas sacudidas, sin vida. Das un poderoso estirón, que los frena en el acto, alargando sus cuellos hacia atrás, con toda la violencia que te permiten tus músculos de acero. Se escucha un fuerte crujido y uno de ellos se desploma inerte, con el cuello quebrado. Al instante, saltas sobre la espalda del segundo, rodeando repetidas veces su cuello como si fuera una gargantilla gigante y aprietas y aprietas hasta que el aire deja de entrar en él y la fría piel de su rostro se torna cerúlea y comatosa.

Empujas con desprecio su cuerpo laxo y celebras el éxito junto con los guerreros krainianos y los Osomínidos que elevan sus brazos en señal de incontenible regocijo ante la derrota inminente que está por acaecer a las huestes de la Escoria. No pierdes más tiempo en ovaciones, todavía quedan en pie varios trollens, que continúan provocando bajas y estampidas entre las filas krainianas, golpeados con la misma intensidad que el herrero golpea el hierro candente en el yunque.

Uno de ellos, pertrechado con una terrible maza hecha de las mandíbulas afiladas y dentadas de un saurio volador, se encara a ti con intenciones homicidas. Si supieras lo que es el miedo, habrías palidecido ante su arma, que goteaba la sangre fresca de innumerables víctimas que había dejado diseminadas a su alrededor; solamente sentiste un ligero cosquilleo que podrías denominar impresión. Si eso te alcanzaba, dudabas que la cozabrillante de tu antebrazo te protegiera de una mortal herida. Ahora que lo pensabas, la sangre manaba de varias zonas de tu cuerpo, que no habías notado cómo se producían ni quién te las había infligido. El frenesí de la lucha no te permitía reparar en semejantes nimiedades, estás arrebatado por el agradable perfume de la sangre que pronto vas a degustar con toda tranquilidad.

Los largos miembros del Trollensis abatieron su extraño y letal mazo contra ti, que paraste con la espada, haciéndote tambalear y recular varios pasos. Su fuerza y su rabia eran descomunales. Atacó de nuevo y te dejó el hombro entumecido por el golpe. Tú le asentaste un puñetazo con tu puño de hierro en la mandíbula, arrancándole los colmillos inferiores, haciendo que escupiera sangre y sacudiera la cabeza, contrariado, aflorando a su mirada embrutecida un atisbo de miedo. Debajo de ti, los ursinos se habían sumado a la ofensiva para apoyarte, en medio de rugidos y zarpazos a los tobillos del trollens, quien pataleó dolorido y perdió el equilibrio. Segundo que tú aprovechaste para descargar con toda tu furia un mandoble sobre la cabeza, que hundió el espadón hasta la mitad de la cara, partiéndole el cráneo como si de un melón se tratara. Su aborrecible sangre, mezclada con masa encefálica, poca y gris, se metieron de lleno en tu boca, tenían un resabio amargo, ¡qué horrible sabor!

El trollens se derrumbó como una torre de carne a tus pies y eso marcó el fin de la contienda. Los guerreros Escoria que quedaban con vida, de cuyo comandante no sabías nada, echaron sus espadas y escudos en tierra y emprendieron una indecorosa huida, corriendo en desbandada entre un tumulto de miembros deformes y gran clamor. Los estandartes, que tan fieramente habían presentado, sacudiéndolos con ostentación al aire, ahora reposaban, pisoteados y abandonados sobre el suelo mancillado, junto los cadáveres de los que los habían empuñado. La caballería krainiana, esgrimiendo sus curvos sables, galoparon tras los aterrados guerreros Escoria en retirada, acabando con ellos del mismo modo que si las tornas se hubieran vuelto del revés. No existía la piedad en las tumultuosas tierras del Finíster.

Sobre el campo de batalla teñido de rojo se plantaron los estandartes del fénix krainiano y las negras coletas ondearon al viento. Cundieron los abrazos y las felicitaciones mutuas entre la tropa; las palmadas en la espalda sucedieron a las sonrisas y el amor fraternal del compañero de armas se impuso al dolor de las heridas. ¡Por el Gran Devorador que había sido una victoria gloriosa!

A tu alrededor se congregan decenas de hombres que desean compartir contigo el triunfo y se abrazan a tus pantorrillas, efectuando aspavientos y gestos desproporcionados. Te agradecen tu participación, sin tu ayuda hubieran asistido impotentes a la devastación de su ejercito, que luchaba por proteger su tierra del saqueo de la Escoria en su búsqueda desesperada de Magia. Sus sinceras muestras de afecto te conmovieron y te hicieron saltar algunas lágrimas de emoción. ¡Esas gentes sabían reconocer el valor y la fuerza de un ogro, sí señor!

-Soy Bogg Tragacuervos- repetías sin cesar, orgulloso de tu papel en la liza y reías junto a ellos sin importarte que hubiera ingentes cantidades de suculenta y fresca carne que tragar a tu alrededor. Ya tendrías tiempo para mover el bigote, ahora querías disfrutar de este merecido momento.

En este punto los hombres enmudecieron y dieron paso respetuosamente al jefe que los había guiado en la batalla, un hombre recio, tocado por un gorro redondo de piel de armiño, de cuyos regios hombros pendía una capa azul, igual que sus calzones bombachos con franjas blancas, parecidos a los tuyos. Eso te arrancó una punzada de nostalgia. La coraza presentaba numerosas abolladuras y salpicaduras de sangre, que él exhibía con prestancia.

-Vuestra espada ha sido de inestimable ayuda, nos encontramos en deuda con vos, valeroso luchador-. A pesar de su altura, tenía que alzar la cabeza para que sus ojos autoritarios y libres de aversión se cruzaran con los tuyos en lo que consideraste una mirada de gratitud-. Por favor, acompañadnos de vuelta a casa y seréis agasajado con distinciones y honor. Nos sentiríamos afortunados de contar con vuestro brazo en la inacabable lucha contra los múltiples enemigos que siguen asolando sin descanso nuestra Madre Krain.

Cientos de miradas expectantes aguardaban tu decisión con ademán esperanzado. Los ursinos emitían gruñidos de satisfacción mientras se aprestaban ya a comenzar su particular banquete con las víctimas que les habían prometido. Te sentías importante con tanta gente pendiente de tu oronda barriga.

-¿Tendré Magia y montañas de comida?- quisiste saber con glotonería.

El noble ahogó una sonrisa, asintiendo, y una carcajada general recorrió la multitud reunida en torno a tu gordo cuerpo.

-Os lo prometo, querido amigo- afirmó de muy buen talante.

-Bogg Tragacuervos a tu servicio desde ahora- tu vozarrón resonó en medio de aclamaciones de júbilo por el nuevo aliado tan poderoso que habían hecho.

Y así fue como llegaste a ser nombrado con el honorífico título de Guardián de la Paz en la corte del noble krainiano, de nombre Boris Niejvski. Fueron días de abundancia y Magia, que dilapidaste en banquetes sin fin, con toda clase de manjares que tu paladar no había tenido el privilegio de probar hasta ese momento. Las rudas gentes de aquellas tierras te dispensaron un trato respetuoso como no lo habías tenido antes, con deferentes inclinaciones de cabeza ante tu presencia y dejando que tú fueras siempre el primero en caer sobre los obstinados guerreros del norte y se volvían de espaldas con mudo gesto cuando los devorabas, sin adoptar expresiones de repugnancia en sus semblantes severos.

Entonces te diste cuenta de que volver junto a los de tu pueblo no era tan buena idea y que podrías continuar algún tiempo más por el Finíster a la caza de oportunidades (y piezas más exquisitas que las que escaseaban por esos helados parajes) una vez hubieras finalizado tus servicios con tu patrón. Quizá te encaminarías al sur, a los desiertos del Gran S"Jar, o embarcaras hacia Amasia, quién sabe, las posibilidades son infinitas...



-¡Ya tengo personaje!- grité, alterado, a la vuelta de HOB. Cerca de mí varios acomodadores me chistaron para que guardara silencio. El chispazo luminoso se disolvió totalmente de mi cabeza y la sala de saltos reapareció en lugar de las nevadas tierras de Krain.

Me incorporé como un resorte, embargado por la ansiedad y un hambre tremenda. La Preview había superado mis expectativas. ¡Madre mía qué ogro! Cómo se notaba que era un personaje de Alto Nivel. Me iba a costar cara la broma, ahora, ya estaba resuelto, no más personajes baratos de Nivel 1, no más muertes apresuradas. Con Bogg iba a dar mucha guerra en HOB, je, je, je.

Había sido una experiencia brutal, magnífica. Podía sentir su poder y eso que solo había sido en Modo Pasivo. Cuando saltara en Modo Activo y fuera yo el dueño de sus decisiones, no el guión concebido por Mister Sogad, me abrumarían increíbles sensaciones que solo estando allí podías entender. Con semejante nivel sentías la fragilidad del cuerpo humano y la verdadera fuerza de un ser poderoso, que tenía a su alcance proezas que en La Tierra nada más se podían soñar. ¡Lo que debe ser meterte en un personaje Omni-nivel, se me pone la piel de gallina de pensarlo! Ahora que ya tenía personaje definitivo, mi próxima meta era encumbrarme a dicho nivel.

Ni siquiera iba a consultarlo con la almohada, era un asunto que ya tenía meditado y lo ansiaba desde largo, compraría a Bogg esa misma tarde.

Mis pasos acelerados por la impaciencia me transportaron de nuevo al mostrador. Un nuevo tendero me atendió. Debió adivinar mi agitación por mi cara sobresaltada.

- Servus, herr Steinberg, ¿Ha sido de su agrado el salto?- me preguntó.

Yo le premié con una de mis mejores sonrisas.

-¡Sí lo ha sido, sí!

Entregué la consola, descolgándola de mi cuello. Ese siempre era un momento tirante, parecía que te quitabas parte de ti cada vez que notabas tu cuerpo libre de su peso.

-Voy a cometer una locura- le anuncié con misterio. A lo que el respondió con una muda mirada a la guardia apostada al lado de la caja-. ¡Me voy a gastar la paga de mi prejubilación en un ogro de Nivel 6!- dejé escapar una risilla divertida y él se relajó.

-Sabia elección, herr Steinberg.

Dejé atrás el mostrador con el asombrado tendero tras él y me dirigí a la taberna, para llenar mi barriga con algún bocado antes de salir para casa. Una vez allí, sentado, manipulando el My-Pad que llevaba siempre conmigo mientras me embutía una gruesa salchicha en la garganta, ¡uff, qué mal suena esto!, mientras daba cuenta de mi comida, ¡mucho mejor!, un alboroto de gente vociferante llamó mi atención. Parecía que exclamaban de excitación por algo que contemplaban en las multipantallas del centro.

Mi vista ya no alcanzaba para enfocar de tan lejos, así que me acerqué luego de haber acabado la salchicha a grandes bocados. Debía de tratarse de algo interesante para que la gente se congregara de esa forma y lo celebraran con silbidos y vítores.

Se estaba proyectando una misión suicida por varias pantallas a la vez, enlazadas para formar una más grande. Un monje lupercano había sido capturado y torturado por los rodents, ¡malditos!, pero estaba protagonizando una huida memorable. Su estado daba lástima, cubierto de heridas, latigazos y sangre brillante, sin embargo se batía con furor y las apestosas ratas caían entre espesos charcos de su propia sangre.

-¿Quién es?- quise saber, me picaba la curiosidad.

-Es Otto Verlinger, comandante de los Panteras Negras- me susurró alguien a mí lado-. Han acabado con toda su compañía. Von Lieber, pretende hacerle tragar polvo de Magia. Pero él está resistiendo y está luchando como un jabal. ¡Bravo por él, es un valiente!

Los espectadores estaban sobresaltados de la rabia y la emoción a la vez. Estaba claro que simpatizaban con el lupercano y proferían gritos de júbilo cada vez que éste eliminaba a un rodent. Se vivía la tensión de manera formidable, los cuerpos estaban en tensión, con las manos encogidas y la cólera en los labios torcidos de indignación. Los partidarios de la raza Rodentsis emitían gruñidos entre dientes y se tragaban su enfado con esfuerzo ante las muestras de alegría del bando contrario.

Se podían escuchar los aullidos de dolor de las ratas, sus chillidos delirantes y el sajar de la espada en la carne. ¡Ese es el tipo de cine que me va a mí! El ambiente allí era agobiante, faltaba el aire y la escasa luz arrojaba sombras, convirtiendo al monje en un contorno impreciso que se movía a la velocidad del rayo. Parecía que había llegado a tiempo de ver la retransmisión casi al completo. Según decían me había perdido la parte del principio, donde era torturado de modo atroz y él resistía imperturbable el sufrimiento.

¡Más emociones para aquel día, así era la vida en los dominios de Héroe o Bestia!

Luego tendría oportunidad de verlo de nuevo en su totalidad, pero ahora me dominaba la excitación y no iba a moverme de allí hasta que acabara. Me parece que me iba a perder la cena en casa.

Varias horas más tarde, el lupercano Pantera Negra lograba escapar de la ratonera Rodentsis y era encontrado por hombres de su misma hermandad, al borde de la muerte, pero victorioso, en las interminables tundras del norte, por las inmediaciones del Abismo Gélido, había oído decir. ¡Menuda proeza, digna de un Héroe! Hazañas como esa quería realizar yo con el ogro. Había sido igual de intenso que mi Preview. A ese paso no iba a poder gozar del nuevo personaje, mi corazón me estaba indicando que ya había tenido bastante por ese día.

Hubo un clamor general y el grupo de espectadores se disgregó con sonrisas de triunfo. Era hora de volver a casa, mi cuerpo no era el de Bogg y estaba empezando a marearme, sin contar el dolor de rodillas y de espalda.

Pero aún me faltaba por hacer lo más importante, solo me ocuparía unos segundos, comprar mi personaje de Nivel 6, Bogg Tragacuervos, Ogro-sapiens.

¡Dicho y hecho, un año de sueldo dilapidado en un capricho, la justa compensación a una vida de esclavo para mis jefes! ¿Quién podía recriminármelo, mi hijo? ¿Y quién era él, para discutir la decisión de su padre?

Tal y como había asegurado Mister Sogad, las posibilidades de Bogg eran infinitas; no se encaminaría al desierto del sur, ni a Amasia, su primera acción lo plantaría más al norte de donde ahora se encontraba, se sumaría a los Hermanos Pantera Negra, prestaría su fuerza a una noble causa y les ayudaría a derrotar al mal, personificado por Von Lieber. Y de paso me desharía de esa molesta dinorata de Bulbar, que tantas veces me había eliminado. ¡Se trataba ya de una cuestión personal!

Al tiempo que estaba visualizando la partida del hermano Verlinger, había buscado información del trasfondo en la Red. Von Lieber era un hueso duro de roer, ¡nada menos que un aspirante a Omni-nivel de Segundo Rango! Si no le frenábamos a tiempo llegaría a hacer realidad sus delirios de grandeza y se convertiría en un dios inquino y perverso que desterraría a Bahal de su trono en Selene. Por eso todos debíamos aunar esfuerzos para que no llegara a ocurrir.

Le mandé un correo a Frère Otto, ofreciendo mis servicios y aguardando instrucciones. Fue mi primer movimiento con el formidable Homo Ogris que acababa de adquirir con tanto orgullo y satisfacción. Abajo firmaba:

Bogg Tragacuervos, Ogro-sapiens.


FIN

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| javiersermanz |

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