Aquí podrás leer novelas pulp (libros de bolsillo) de los más diversos autores, totalmente gratis y online. Si lo prefieres, también puedes imprimirlas, o descargarlas en formato pdf.
Todos los textos se publican con el permiso de sus autores. Si quieres compartir tu novela corta o tu relato, envíanos un e-mail a nuestra dirección de contacto (esrevistas@gmail.com).
Nota: Ten en cuenta que antes de la publicación, el texto ha de estar corregido y contar con una mínima calidad.
Aviso: Los textos e imágenes pertenecen a sus respectivos autores y/o a los poseedores de los derechos de copyright, y no pueden ser reproducidos sin su consentimiento expreso.

Amistad de sangre



Amistad de sangre (saga Erius, el Inquisidor)
© Fenix Hebron
Portada: Reflejo Creative


Sinopsis
Cuando traicionas a una amiga, puedes perder su amistad para siempre. Pero cuando esa amiga es además una vampira, puedes desatar una tormenta de consecuencias imprevisibles.

El inquisidor Erius se verá en medio de una traición, entre viejas leyendas, mitos que no son tan mitos, y luchas cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Viejos libros que mejor no abrir, lugares en los que mejor no entrar, y preguntas que mejor no hacer.

Y si encima pones contra ti al único cazavampiros que podría ayudarte, puede que acabes solo. Demasiado solo.

Pero ya sabes que a Erius no le asusta estar solo, ni la oscuridad.

Cuando la noche llega, dientes afilados y ojos sanguinarios acechan en cada esquina. Cualquier paso que des puede ser tu último paso en la tierra de los vivos.

Porque ellos son los "Verix Vampirae", la advertencia sigilosa que susurra entre las sombras, que sobresalta el corazón y hace correr a todo el mundo espantado. A todo el mundo, excepto a un inquisidor.



Amistad de sangre

Olivia salió de la consulta del dentista del seguro público, y se sentó en la sala de espera, al lado de su amiga Joyce, que le preguntó, al ver la cara de tristeza de su joven amiga:

- ¿Qué te ha dicho?

- Que me tendrían que extraer varias piezas... Me ha dado antibióticos y para el dolor.

- ¿Y...? - Inquirió su amiga, mientras se levantaban, recogiendo las chaquetas que habían dejado sobre las sillas.

- Que me vaya a un odontólogo privado... - Explicó Olivia.

Joyce exclamó, furibunda:

- ¿¡Y qué cree!? ¿¡Que vienes aquí por gusto!? ¡Si no tienes la boca arreglada es precisamente porque no tienes dinero para pagarlo! ¿¡Es gilipollas!?

- ¡Psssi! - Le pidió su amiga, suplicándole que hablara más bajo -. Vámonos a dar un paseo, anda. No tengo ganas de irme a casa.

Hacía rato que había anochecido, no era una hora avanzada, pero en pleno invierno oscurecía casi a media tarde.

Olivia era una jovencita, veinteañera, de pelo moreno con rizo natural y un poco sin orden, bastante salvaje. Muy delgada, vestía unas desgastadas zapatillas deportivas de marca blanca, pantalones tejanos con los bajos medio deshilachados, y un grueso suéter de tono ocre. Una cazadora con capucha, verde oliva, completaban su indumentaria. Saltaba a leguas que era una chica con bastantes problemas, de toda índole, y con pocos recursos económicos. Precisamente acababa de terminar un cursillo de la oficina de empleo, que aparte de hacerla perder el tiempo no le había aportado apenas nada.

Joyce era muy diferente. Podría considerarse su mejor amiga, o al menos eso quería creer Olivia. Era de más o menos la misma edad que ésta, de piel pálida en donde destacaban sus rojos labios. Siempre iba muy bien maquillada, y era una adicta a la estética gótica, la cual confesaba que le encantaba. Y Olivia podía asegurarlo muy bien, porque para conseguir aquel "look" su amiga debía pasarse horas ante el espejo.

- ¡Ah! ¡Tengo algo para ti! - Dijo Olivia, rebuscando entre su bolso. Eso haría seguramente que cambiasen de conversación - ¡Mira! ¿Te gusta?

La jovencita sacó un murciélago de goma. A Joyce le encantaban los murciélagos. Dio un salto de alegría, y abrazó a Olivia:

- ¡Qué bonito! ¿Dónde lo has conseguido?

- En los cereales. Le salió a mi hermano pequeño y se lo pedí para ti.

- ¡Muchas gracias!

- ¿Nos sentamos un rato? - Propuso Olivia, señalando un pequeño parque cercano, solitario a aquellas horas.

- ¡Claro! Pero está empezando a llover...

Olivia se puso la capucha de su chaqueta:

- ¿No tienes frío? - Joyce iba demasiado escotada, con una camiseta de manga corta negra, encima de una camiseta gris de manga larga.

- ¡No!

Le cogió de la mano:

- ¡Pero si estás helada!

Joyce sonrió, vivaracha:

- ¡Pero así estoy siempre, ya lo sabes! - Y echó a correr, llevando a su amiga consigo -. ¡Venga! ¡Vámonos!

- ¡Jajajaja! ¡Cuidado, Joyce, no vayas a tropezar con esas botas!

Las botas de Joyce eran ostentosas, con un tacón grueso y altísimo, y de caña larga, llenas de broches negros, sobre el cuero negro de la misma bota.

- ¡No! ¡Apuesto que puedo ganarte!

Pero para que no lo hiciera, Olivia apretó más la mano de Joyce, con el fin de que no la soltara. Joyce no la soltó. A Olivia le encantaba su amiga, era el único apoyo que tenía.


****



Olivia salía del portal del vetusto edificio en el que vivía con sus padres, cuando un señor bastante mayor, ataviado con una larga gabardina color crema y un llamativo bastón, la abordó. La estaba esperando hacía rato.

- ¡Hola! ¿Tú eres Olivia? - Preguntó el desconocido, un tipo no muy agraciado físicamente, con cabello revuelto muy negro, pero que se esforzaba por ser amable. Tenía algo que inspiraba confianza, tal vez fuese su permanente sonrisa.

- ¿Sí...?

- Verás... Estoy buscando a una chica, creo que es tu amiga. De tez pálida, ojos hazel muy claros, casi amarillos, pelo muy corto y negro... Con unas pocas mechas rojas... ¿La conoces?

El hombre estaba describiendo a su amiga Joyce. Olivia dudó. El desconocido señaló a un bar en la esquina:

- ¿Podremos hablar un rato? No te entretendré mucho. Verás, me llamo Arcadio.

Olivia seguía dudando, pero el hombre tanto insistió que acabó accediendo. Total, el bar era público, y había gente, no podría ocurrirle nada malo.

El de la gabardina pidió dos desayunos, sin que Olivia le dijera nada, y se fueron a la mesa libre más alejada, situada en una esquina. Esperó a que Olivia se sentara, y se acomodó frente a ella.

- Verás... - Comenzó a decir Arcadio, con voz tranquila y amigable -. Sé que os veis a menudo...

- ¿Ella se lo dijo? - Preguntó la jovencita, mientras el camarero colocaba dos cafés grandes frente a ellos, y unas pastas.

- Más o menos... Come, pago yo. - La animó -. Soy un pariente cercano, me gustaría darle una sorpresa. Si pudieras decirme dónde soléis quedar... Me encantaría poder sorprenderla, se alegrará. ¿Tienes su número de teléfono?

- Sí... - Musitó Olivia con una vocecita. Todo aquello le parecía muy raro.

Arcadio metió la mano en uno de los bolsillos de su gabardina, y sacó una funda doble. Mostró una placa:

- Soy de seguridad privada, no dudes en confiar en mí.

Luego, del bolsillo interior de la misma prenda, extrajo un voluminoso sobre. Lo colocó sobre la mesa, ante su invitada:

- Sé que tienes problemas, he visto que te faltan varios dientes... - Olivia se puso roja, se cubrió con una mano parte de su boca -. ¡Tranquila! Yo sé bien lo que es eso, mi familia también era muy pobre. Sé que nadie te ayuda, y nadie va a hacer esto por ti, pero yo sí. Coge esto. Es para ti.

Olivia alargó su mano. El sobre pesaba. Dentro había un enorme fajo de billetes. Arcadio sonrió:

- Es legal, no tienes nada que temer. Puedes ir al dentista con eso y pagarle. Si hay algún problema, si necesitas más, yo te doy mi número de teléfono y me podrás llamar cuando quieras - le tendió una tarjeta a Olivia, la cual la cogió, y pudo leer: "Arcadio Sánchez. Investigaciones y seguridad privada". - Ahora, ¿me darás esa pequeña información a cambio?

- No solemos quedar siempre... - Musitó Olivia.

- ¿Habéis quedado hoy? - Preguntó el investigador, con tono cómplice.

- Mañana.

- ¿Mañana? ¿Mañana, dónde, Olivia?

- ¿Pero no se meterá en líos?

- Nos harás un gran favor a todos, estaremos en deuda contigo. Ahora dime: ¿mañana, en dónde?

Olivia siguió dudando. Volvió a mirar aquel dinero. Aquello le haría poder volver a sonreír, a hablar con la gente... Le devolvería la salud. Oyó la firme voz de su interlocutor, insistiendo:

- ¿Mañana, dónde?

- ¿Todo este dinero es mío? - Preguntó ella a su vez.

- Sí, ya lo es. Pide cita en el dentista para hoy mismo, puedo recomendarte a uno muy bueno. Lo necesitas, y yo quiero ayudarte. Ahora ayúdame tú a mí: ¿mañana, dónde, Olivia?


****



La policía no suele pedir ayuda al sector independiente. Para ellos es como una deshonra. Así que cuando Oliver Scott, el delegado y director del Santo Oficio para España, me pidió que me acercase a la central de policía de Zaragoza, desconfié. O el caso era escabroso, o muy complicado, o alguna trampa habría. Sea como fuere, eran ese tipo de casos en los que uno podía meterse en un lío de órdago sin comerlo ni beberlo. No me apetecía nada. Pero debía obedecer.

Conduje mi Alfa hasta la comisaría central de la Policía Nacional en la capital de Aragón, y pregunté por el inspector Julián Barauz. Me hicieron esperar ante una pequeña oficina rodeada de biombos - típico que a la gente como yo la dejasen en espera un rato -, y finalmente un hombre de bigote castaño oscuro, y con una calvicie destacada - excepto por las sienes -, salió y me tendió la mano:

- ¿Erius?

- Sí, señor. - Dije yo, tomando su mano.

- Perdón por la demora. Sígame ahora.

Le seguí hacia el despacho, con amplios ventanales que daban acceso al colegio público Joaquín Costa, y me pidió que me sentara. Sin esperar a que yo lo hiciera, lo hizo él. Luego, sujetándose la corbata con una mano, mientras que con la otra manejaba un ratón y miraba el enorme monitor de su ordenador, comentó:

- Supongo que a usted no le hace ninguna gracia estar aquí...

Me eché a reír ante su abrumadora sinceridad:

- ¡Me ha leído el pensamiento!

Él también sonrió:

- Lo sé. Pero al parecer el comisario cree que realmente puede ayudarnos.

- ¿De qué se trata, entonces?

Cambiando totalmente de actitud, me miró de soslayo, con desconfianza, sin retirar la vista del ordenador:

- Es una investigación en curso, y debe ser secreta...

- Entiendo. - No entendía nada, la verdad.

- Supongo que está habituado, y que ya conoce el procedimiento...

- ¿A qué se refiere?

Sacó una hoja de un cajón, que seguramente ya tenía preparada:

- Confidencialidad - me tendió un bolígrafo -. Firme ahí, por favor.

La hoja era un acuerdo lleno de terminología legal. Leí por alto "no difundir información...", "mantener los pormenores sin divulgar excepto a las autoridades competentes...", "blablabla...". Firmé. No tenía otro remedio.

Julián sonrió como si acabase de venderme un coche estropeado, y volvió a coger la hoja, depositándola encima de un montón de papeles, que a su vez estaban sobre una bandeja de metal, de varios pisos.

- Le hemos llamado porque creemos que las autoridades eclesiásticas pueden tener un papel importante. ¿Ha leído o visto últimamente las noticias, Erius?

Suspiré:

- La verdad, le confieso que no.

- Le pondré al día un poco por alto. La prensa ha publicado la noticia de un par de muertes, mujeres las dos, que han caído fulminadas mientras hacían ejercicio. No parece algo tan poco común. Pero la realidad es que no han sido dos.

- ¿Ah, no?

- Sabemos que, al menos, son cuatro las víctimas - me dijo, poniendo ante mí cuatro dedos de su mano derecha -. Al principio no nos llamó la atención, pero en un examen posterior los forenses han descubierto que fueron atacadas con una toxina. El modus operandi es similar en todos los casos: el atacante dispara un dardo tranquilizante a su objetivo, mujeres principalmente que corren o hacen footing en zonas más o menos solitarias, o a horas de poco tránsito. Luego va hacia ellas, les retira el dardo, y les inyecta la toxina. Limpio y sin rastro.

- ¡Qué cruel! - Exclamé -. ¿Y cámaras de seguridad que pudieran dar alguna pista? ¿No ha sido grabado?

- No. De eso el sospechoso se cuida muy mucho.

- ¿Por dónde actúa? ¿No tienen una ruta que le haga previsible?

- Tampoco. De momento actúa por Aragón y zonas limítrofes, sin ningún nexo aparente entre ubicaciones, totalmente aleatorias. Parece que entre crimen y crimen, dedica un tiempo a valorar su próximo objetivo. Pueden ser un par de semanas, un mes... Mis superiores nos han dejado el caso, de momento, a nosotros. Pero temen que acabe pasando a actuar a nivel nacional, y esto acabe siendo una auténtica psicosis.

- No me extraña... ¿Están seguros que son cuatro las víctimas?

- Eso creemos. De momento. Pero me temo que le ha salido un mal imitador...

- ¿A qué se refiere?

- Alguien que dispara con un rifle, también a mujeres, también en lugares solitarios... Pero en este caso el dardo está envenenado, no es un narcotizante.

- ¿Un imitador? ¿Cómo puede ser eso? ¿Es que han difundido el modus operandi? ¿Y no podría ser la misma persona?

- Creemos que no. Por los sitios en los que actúa, bastante alejados unos de otros. - Entonces se puso en pie -. Pero venga conmigo, precisamente le he llamado a esta hora porque tengo una reunión con algunos de los detectives que llevan el caso.

- Perdone - le interrumpí -. ¿Para qué me necesitan a mí?

El inspector Julián volvió a sentarse. Estuvo un rato con su ordenador, y luego giró ligeramente la pantalla hacia mí:

- Porque en el cuello de todas las víctimas deja este símbolo escrito a rotulador, ¿lo reconoce?

Me quedé boquiabierto:

- Hacía mucho tiempo que no lo veía... - Dije en voz baja.

- ¿Puede decirme qué es? - Preguntó Julián.

- Bueno... - Dudé -. Así marcaba a las brujas la antigua Inquisición... Especialmente a las acusadas de adulterio, a las... Promiscuas...

- ¿Se da cuenta ahora de por qué hemos reclamado su presencia? Ese tipo no solo conoce la historia, sino historia tan secreta que sólo unas pocas personas conocen hoy en día.

- Quizá no sea más que un loco, que utiliza esa marca como podría utilizar otra cualquiera.

- Quizá. Pero nosotros no somos expertos en esas cosas, y puede estar dejando pistas que ni nos demos cuenta. Por eso necesitamos su colaboración y su asesoría.

- Por supuesto. - Secundé sus palabras.


****



Julián Barauz cogió una de las carpetas, y le seguí desde su despacho hasta una pequeña sala aneja de reuniones. En ella nos esperaban un tropel de policías, y un subinspector al que me presentó el mismo Barauz. Era evidente que aquel asunto los había puesto en alarma, lo cual, tratándose de policías que debían ya estar acostumbrados a todo, o a casi todo, era de por sí algo destacable.

- ¡Caballeros! - Comenzó a decir Julián, dejando la carpeta sobre la mesa, abriéndola, y haciendo que repartieran su contenido entre los asistentes. A mí me tendió también una hoja. Era una especie de mapa de Aragón -. Este señor es Erius, investigador del Santo Oficio.

Les saludé con la mano y una débil sonrisa. Vi muchas caras que transmitían un "¡qué pinta este aquí!". El inspector continuó:

- Nos lo han enviado desde el arzobispado como asesor en este caso, por lo que os rogaría le tuvieseis en cuenta. En la hoja que os acabo de dar está su número de teléfono.

Julián debía pensar que era mi número de trabajo. Yo solo tenía un número de teléfono, y era el privado. Pero en fin, no dije nada.

- También veis el plano - continuaba Julián - sobre las zonas donde ha actuado hasta ahora el criminal. Creo que os será útil - dijo, mirándome fugazmente a mí -. Ni qué decir tiene que tanto el Subinspector Álvarez como yo, estaremos a vuestra disposición en los números de teléfono que os incluimos en las hojas - Julián se acercó, y puso un dedo sobre mi papel para que me fijara en los números de móvil mencionados. Empezaba a sentirme como un niño de guardería con tantas atenciones -, y por favor, intentad que se mantenga la calma. Vamos a hacer públicas una serie de recomendaciones para que no se salga solo de noche ni en lugares - mi móvil comenzó a sonar - oscuros, por razones obvias no podemos decir explícitamente que va dirigido a mujeres - mi móvil seguía sonando, la gente me miró, el inspector me miró frunciendo el ceño, el subinspector me lanzaba rayos con la mirada - que tengáis buena jornada. Desde hoy quedarán....

Salí. Cogí la llamada:

- Oliver, ¡estoy en Zaragoza! - Era Oliver Scott, el director de la Congregación.

- ¡Parte hacia Soria! - Me dijo de sopetón.

- ¿¡Hacia Soria?

- Sí, lo tienes al lado. No tengo a ningún inquisidor más cerca.

- ¿Para qué?

- Creo que te interesará.

Su concisa explicación me hizo entender que era un asunto que no quería tratar por teléfono. Conocía lo suficiente a Oliver como para suponerlo. Pero Soria no estaba realmente tan "cerca", sino a bastante más de cien kilómetros. Tardaría casi dos horas en llegar. Así que mejor que me pusiera en camino cuanto antes.

Bajé las escaleras hacia el aparcamiento, entré en mi coche, y metí en la guantera el folio que nos había dado Julián en la reunión. Arranqué el Alfa y me dirigí hacia Soria.


****



Llegué a la ermita de San Saturio, a las afueras de Soria, a media tarde. Por el camino me había detenido a comer un tentempié. A los pies, frente a un impactante paisaje que dominaba la ciudad, un tipo de gabardina color crema me esperaba, apoyándose en un grueso bastón de color negro, con empuñadura plateada. Salió a mi encuentro nada más verme:

- ¡Creí que no llegarías!

- ¿Has llamado a un inquisidor, o a mí, Arcadio? - Le dije, por todo saludo. Él me sonrió:

- No te las des de tan importante. He llamado a un inquisidor "en general", no a ti.

- ¿Y qué tienes?

Su sonrisa de oreja a oreja lo decía todo:

- Ven y no te lo creerás. - Mientras le acompañaba, me dijo -. Le he tratado de extraer información, pero no ha podido ser. Así que he avisado a tus superiores, antes de pasar a medidas más "expeditivas". Ya me entiendes. Tal vez vosotros lo consigáis.

- ¿Y qué es lo que quieres saber?

Me detuvo. Me miró fijamente:

- Tú lo sabes.

Suspiré:

- ¡Sí, sí lo sé! ¡El paradero de Tenebrae! ¡No te lo van a decir, Arcadio!

- ¡Eso habrá que verlo! ¡No pienso morirme sin capturarlo!

Descendimos por una pendiente hasta una de las edificaciones aledañas a la ermita, alguien las llamaría "mazmorras". Junto a ella, sentados alrededor de unos árboles, estaban dos tipos robustos y rudos, dos hombretones de barba, uno con una abultada cabellera de pelo en forma de rastas.

- ¿Tu equipo? - Pregunté.

- Así es. - Me respondió Arcadio -. Fran y Sebas, o como le gusta que le llamen, "Argentio".

Rumiaron algo como saludo, y Argentio elevó su brazo hacia mí, con la mano abierta. Les respondí:

- ¡Hola, chicos!

Los dejamos atrás, mientras recorrimos unos escalones de piedra, descendiendo.

- ¿Y los otros? Gerard parecía buen tipo. - Quise saber. Arcadio sonrió:

- Se casaron. Quisieron tener una vida más tranquila.

Un sibilante sonido salió de entre la oscuridad. Comenté:

- Claro. La vida de cazavampiro no debe ser agradable, llena de peligros, sin sitio dónde fijar residencia...

- Sí - respondió Arcadio - pero esto lo compensa todo.

Dio la luz, y cerró una pesada puerta de madera tras nosotros. Los goznes chirriaron.

- ¡Vaya! - Exclamé -. ¿Qué tenemos aquí?

- Se llama Joyce. La capturé hace un par de días.

- Por lo enfadada que está, no debe haberse alimentado desde entonces.

Arcadio rió:

- Así es.

Sobre una especie de elevación de madera se alzaba una jaula de gruesos barrotes cuadrados, con las esquinas puntiagudas apuntando - en horribles puntas oxidadas - hacia la mencionada jaula. Dentro, una jovencita me miraba con unos ojos amarillentos, perturbadores e inquietantes. Me dijo, mirándome fijamente y agarrándose a los barrotes:

- ¡Traidores! ¡Inquisidores, cazavampiros! ¡Bárbaros! Llegará un día en que tendréis vuestro merecido...

Arcadio se fue hacia ella, con su bastón en la mano, señalándola:

- ¡Tú no lo verás!

Le aparté con mi mano:

- ¡Vale! Déjanos solos, Arcadio.

- ¡No te fíes de ella, Erius! - Me advirtió el cazavampiros.

- ¡Déjanos!

Cuando Arcadio hubo salido, cogí un taburete y me senté ante la joven vampiresa.

- Hace más de diez años que no veo a un vampiro así... Encerrado. ¿Cómo te capturaron?

- ¡Me traicionaron! - Bramó -. Mi amiga, ¡sucia, asquerosa! ¡Me fié de humanos y ya ves!

- ¿Cómo te llamas?

- ¿¡Cómo te llamas tú!? - Preguntó, rabiosa.

- Erius.

- Soy Joyce. Pero... - Se derrumbó, quedándose de rodillas sobre el entarimado - ¡Soy idiota!

Me acerqué, pero a una distancia segura para estar a salvo:

- Joyce, cuéntame qué ocurrió.

Se echó a llorar. Ahora parecía adoptar la pose de niñita sumisa:

- Ella, Olivia... Creí que era mi mejor amiga... - Se puso en pie de un tremendo salto, tanto que casi golpea con los barrotes superiores de la jaula -. ¡Pero no se puede fiar una de un humano!

- ¿Cuantos años tienes?

Me miró, seria. Finalmente dijo:

- ¡Doscientos!

- Doscientos... Aún eres joven. Te queda mucho por vivir, pero no sé si saldrás de aquí, Arcadio no te dejará ir, lo sabes, ¿verdad? - No dijo nada. Me miraba fríamente. Continué -: Es un cazavampiros. No da oportunidades.

Entonces me puse en pie. Cogí la llave de una enorme repisa, y dije:

- Pero yo no soy cazavampiros. Quiero que sigas confiando en humanos. Una te encerró... - giré la llave sobre la cerradura -. Otro te liberó.

De un golpe tremendo Joyce abrió la puerta, saltó a la ventana.

- ¡No la rompas! - Grité -. No es necesario.

La abrí, y me miró, allí, al borde del vacío:

- Tú eres inquisidor, ¿por qué lo haces?

- Dime dónde puedo encontrar a Tenebrae.

Sonrió:

- No sé dónde está Tenebrae. Pero puedo citarte con mi madrina.

- Me sirve. - Dije.

Saqué una tarjeta del bolsillo interior de mi gabardina, y ella la cogió mientras caía al vacío. Me asomé a la ventana. No se veía ni su sombra entre las luces de la noche.

Suspiré, me acomodé la gabardina, y volví a dejar la llave sobre la repisa. Abrí la puerta y ascendí. Fuera ya me esperaba Arcadio:

- ¿Y bien?

- La dejé ir. - Dije secamente. El grito que dio el cazavampiros fue mucho más ensordecedor de lo que me esperaba:

- ¿¡Que hiciste qué!? ¡Erius, era mi captura! - Arcadio me seguía, y a él le seguían sus dos ayudantes -. ¿Sabes lo que nos costó capturarla? ¿¡El dinero que invertimos en esto!? - Me metí en mi coche -. ¡¡Se lo diré a tus superiores!! ¡¡Se enterarán de esto!! ¿¡Me oyes!? ¡¡¡Se enterarán, Erius!! ¡¡Exigiré compensación!!

Conduje despacio, haciendo intentos por relajarme. Pero mi pie no quería separarse del acelerador, tratando de que me alejara de allí cuanto antes.


****



- Has dejado libre a mi niña. Eso es nuevo.

Un número desconocido me había llamado, mientras conducía de vuelta a Zaragoza. Me alegraba que Joyce hubiese cumplido su palabra.

- A cambio de verte a ti. - Dije.

Una voz muy fémina y sensual rió al otro lado:

- Creo que ya estaba libre cuando se lo propusiste...

Esbocé una sonrisa:

- Soy un mal negociador.

Hubo un tenue silencio, tras el cual la sensual voz me preguntó:

- ¿Qué quieres? ¿Buscas a Tenebrae?

- Honestamente: me importa un pito Tenebrae. Busco información.

- ¿De qué tipo?

- ¿Podemos vernos?

- ¿Hoy?

- Sí.

Otro silencio, y luego:

- ¿En Soria?

- Voy camino de Zaragoza. Pero dime un lugar que me agrade, y acudiré.

- Te lo diré...

- Pero que no sea muy concurrido. - Sugerí.

Otra risa:

- ¿No me tienes miedo?

- No conseguirías nada eliminándome. El puesto de un inquisidor lo ocupará otro inquisidor, nada más.

- Es cierto - aceptó ella -. Me gusta como piensas. Te lo diré. En Montenegro. Ven solo.

Montenegro de Agreda era una pequeña población de cuatro casas, un poco en mitad de la nada. Bordeaba el pueblo un barranco, llamado el Barranco de la Linde. Allí, a media noche, había quedado con la madrina de Joyce. Podría haberme ido a Zaragoza, pero en lugar de ello compré algunos víveres en un supermercado de Tarazona, y di media vuelta hacia Montenegro.

Puntual, a las doce de la noche un todo-terreno cruzaba por la pequeña población y ascendía por la escarpada carretera hacia mi ubicación. Era el único vehículo que se veía a kilómetros a la redonda. Yo no había apagado las luces de mi Alfa, así que era fácil localizarme.

A unos veinte metros, el todo-terreno se detuvo, y el conductor salió. Abrió la puerta trasera, y descendió una figura. Desde la distancia apenas se distinguía, solo cuando estuvo muy cerca de mí pude apreciarla en todos sus detalles. La madrina llevaba un vestido largo, entallado, muy bonito, de color negro y con un soberbio escote. Su cabello era largo, un poco rizado, negro como un tizón, y sus ojos de un magnético malva-rojizo. Su voz era como su cuerpo: sensual.

- ¿Te parece este lugar lo suficientemente solitario? ¿En medio de la nada?

Me incorporé, y me fui hacia ella. Nos apoyamos en la barandilla bajo la que se divisaba el pueblo.

- Supongo que "madrina" no es tu nombre. Y supongo que antes de venir, ya conocías el mío. - Le dije.

Los vampiros tienen ojos por todos lados, por supuesto que lo sabía.

- Erius, un inquisidor... Por fin nos conocemos. Yo estuve en la Edad Media, en la caza de brujas. Hicisteis estragos por media Europa.

- Sí, ahora los tiempos han cambiado, incluso para vosotros. Dos marcas en la yugular son demasiado evidentes, así que mejor utilizar agujas hipodérmicas, ¿verdad?

Se echó a reír y, al hacerlo, sus pechos se bamboleaban de una manera que era un desafío evitar mirar y embelesarse con ellos:

- ¡Jajajajaja! Así es. ¿Quién no ha despertado con una minúscula marca rojiza después de una noche de desenfreno? Tal vez incluso tú, sin saberlo.

A mí no me hacía gracia:

- Espero que al menos no las reutilicéis. Por enfermedades como el SIDA y esas cosas, ya sabes.

Me miró hipnóticamente:

- Tranquilo, Erius. Nosotros somos los primeros en preocuparnos por el buen estado de nuestra fuente favorita de alimento.

- Y espero que tampoco abuséis... - Añadí.

- Ya no dejamos "seca" a la gente por las calles. No nosotros. Tú sabes que con 250cl de sangre, es suficiente para mantenerse un vampiro. Es mucho menos de la que dan los que son donantes.

- Los que son donantes lo hacen por una buena causa.

Supongo que eso fue un golpe bajo, porque frunció el ceño y lanzó:

- Claro. Erius, por cierto, las fotos no te hacen justicia - añadió -. Eres más patético en vivo de lo que una supondría. Claro que con ese mísero sueldo que deben pagaros en la Inquisición... ¿Nunca has pensado en un trabajo "de verdad"?

- ¿Como qué? ¿Trabajando para ti? ¿Es una oferta?

- No para mí - dijo ella, mirándose las uñas. Las tenía pintadas en negro, y estaban tan en punta como estiletes -. Pero en cualquier sitio estarías mejor.

- ¿Podríamos ir al asunto? - Pregunté. Me miró arqueando una ceja:

- Sí, no me hagas perder más tiempo, "inquisidor". Por cierto, hace muchos años que no veía a uno, creía que os habíais extinguido... Al parecer era solo un sueño.

- Ya ves que no. - Dije, sin ánimo.

- Me llamo Phiuga Debastae. O para ti, "mi señora".

Me eché a reír. No podía negar que tenía sentido del humor. Me miró, arqueó de nuevo su ceja izquierda:

- No me pongas a prueba, inquisidor. Estamos lejos de todo, podría dejarte seco como una pasa y nadie jamás se enteraría.

- Supongo que a Tenebrae no le haría ninguna gracia...

- ¿Por qué? - Quiso saber.

- Porque sería un riesgo y os exhibiríais a lo tonto. - Le advertí.

- Tenebrae no manda en mí.

- Bien, vayamos al grano: ¿qué sabes de un tipo que anda disparando a mujeres cuando el sol se pone?

Me miró, indignada:

- No hay ningún vampiro que haga eso. Ni estando loco.

- No busco a un vampiro. - Dije, intentando calmarla.

- ¿Y entonces por qué me lo preguntas a mí? - Quiso saber.

Carraspeé:

- Porque no creo que se te escape nada de lo que ocurra por Aragón.

- Sí, ya sé que "la pasma" está detrás de eso. Si se enteran en las noticias va a desatarse el caos... - Dijo, sonriendo. Y no pude discernir si es que la preocupaba, o la alegraba.

- ¿Tus "aspirantes" han visto algo?

Los vampiros tenían "súbditos" o, los que ellos llamaban, "aspirantes". Humanos que querían ganarse el favor de ellos a cambio de transformarles en vampiro. La mayoría solo servían como convite o suplemento alimenticio habitual de los vampiros de más bajo rango, en pocas ocasiones lograban acceder o escalar hasta una madrina o un padrino para ser transformados. Por eso se les llamaba también "los dispensadores", "sanguinae terrae", "tierra de sangre", los trozos de carne que se arrastran sobre la tierra proveyendo de su sangre. Claro que eso ellos solían ignorarlo.

- Yo cuido de mis aspirantes, como cuido de mis hijos.

- Vaya, toda una madrina... - Claro que por "hijos", ella se refería a los vampiros que a lo largo del tiempo fue convirtiendo -. ¿Eso se extiende también a Joyce?

Hizo una mueca de desagrado:

- ¿Tengo que darte las gracias por haber liberado a una de mis chicas? - Y añadió inmediatamente -: Joyce es muy ingenua, si tuviera más experiencia no la habrían capturado tan fácilmente.

- Bueno, digamos que me he jugado el tipo y la confianza de importantes personas por devolvértela sana y salva. Pero te cambio ese "gracias" por un poco de información.

Se acercó a mi oído, y demasiado cerca exclamó:

- ¡No te debo nada!

La miré por el rabillo del ojo:

- Pero no se por qué, sé que me la vas a dar. Digamos que te conviene llevarte bien conmigo. Quién sabe, en un futuro puede que la que esté entre rejas seas tú...

Se echó a reír a carcajadas:

- ¡Que te crees tú eso! ¡En mis setecientos años, ningún cazavampiros ni inquisidor logró capturarme! ¿Crees que me he vuelto tonta ahora?

La miré. Sus ojos malva-rojizos quemaban. Dije:

- Phiuga Debastae es tu nombre completo, ¿verdad? "Vuelo devastador", significa. Supongo que te lo han puesto por algo.

- Veo que sabes lengua vampírica...

- Un poco...

- ¿Qué tal si la información que buscas, te la digo en vampírico?

Sonreí:

- Te rogaría que no, por favor.

- De acuerdo. Moveré algunos hilos y te informaré. Pero no te ilusiones con tenerme como tu confidente.

Sonreí:

- Gracias. Recuerda que suele atacar a sus víctimas de noche. Y tú eres la reina de la noche, nada debe escapar a tu control.

Se dio la vuelta, alejándose con delicados pasos y meneando las caderas:

- ¡Emperatriz, no reina! ¡Emperatriz de la noche!

Antes de que se fuera, le dije:

- Phiuga, garantízame que Olivia estará bien.

- ¡No puedo responsabilizarme sobre lo que hagan mis niñas! - Exclamó.

- ¡No hagas que me arrepienta de habértela devuelto!

Se detuvo, me tiró un beso en el aire, y entró en el coche. El conductor, que la esperaba de pie, le cerró la puerta y luego se puso tras el volante. Se alejaron de mí entre la niebla que comenzaba a invadir el suelo.


****



Me puse en pie muy temprano por la mañana. Me hice un cacao rápido, con galletas que encontré por la cocina de la casa parroquial en donde me encontraba hospedado, le dejé una nota al párroco, don Hermegildo, informándole de mi salida, y partí hacia Madrid. Me costó más deambular entre las autopistas de entrada y dar con la dirección correcta a las afueras de Getafe, que llegar allí desde Zaragoza.

Aparqué el coche unas calles más allá, donde vi un hueco libre, y cogí de la parte de atrás del turismo una bolsa antes de salir y comenzar a caminar por la acera. A pesar de la temperatura invernal, el sol deslumbraba, gracias a un diáfano cielo azul sin apenas nubes

Entré en la vieja tienda de antigüedades. No había nadie a la vista, el lugar olía a rancio y tenía tan poca luz ambiental como el local de Adela (N. del A.: Adela es el personaje principal de las novelas "Un lugar en el tiempo", de A. Bial Le Métayer, con cuentos cortos de este autor). Caminé hacia un pequeño mostrador de madera con pintura desconchada, que alguna vez había sido amarilla. O algo parecido. Había una pequeña campanilla llena de pátina verdosa. Dudé entre si sería para vender, o cumpliría función de timbre para avisar al anticuario. De primeras decidí no comprobarlo pero, dada su tardanza, la toqué ligeramente. Emitía un sonido muy agradable, suave y acompasado. Debía estar muy bien afinada. Repetí, repetí, e insistí. Comenzaba a gustarme. Casi sin querer una mueca de sonrisa emergió de mi rostro. Entonces escuché el ruido de unos pasos acercándose de prisa, y una vieja mano huesuda cubrió la campanilla, ahogando su sonido a la vez que decía:

- ¡Ya basta! ¡Ya basta, caballero! ¡Va a despertar a las hadas! ¡Esto es para llamarlas, no para jugar!

Reí la ocurrencia del anciano porque lo más hilarante era que, o casi estaba seguro, ¡que él se lo creía!

El viejo que atendía el local de antigüedades tenía pinta de gruñón, su rostro, surcado de profundas arrugas por todas partes, estaba marcado por el tiempo y la carga de los años. Su tez anaranjada oscura daba evidentes muestras de que había sido castigada por el calor de muchos soles. Su nariz puntiaguda, era voluminosa y formaba una extraña curvatura hacia abajo.

- ¿¡Qué quería!? - Me preguntó, como si le debiera algo, y que sonaba más a un "¿a qué viene aquí a molestar?".

Saqué del bolsillo de mi gabardina un papel doblado, lo desdoblé, y lo puse ante él en el mostrador, diciendo:

- Un libro.

- ¿Un libro? - Al ver la menuda letra escrita en el papel, preguntó - ¿No puede leerlo usted?

- Esa lengua mejor no pronunciarla en voz alta. - Aclaré, crípticamente. Entonces, el anciano estiró su brazo y con su huesuda y tambaleante mano cogió unas gafas de fino alambre, que estaban colocadas en unos estantes, bajo el mostrador.

Musitó, empequeñeciendo los ojos (quizá si no tuviese su local con tanta oscuridad, podría ver mejor):

- "Codex vampirae"....

Se quedó perplejo. Inmóvil. Su tez anaranjada palideció.

Me observó:

- Caballero... - Musitó -. Si yo tuviera eso, dudo que usted pudiera pagarlo.

- No estaba pensando en comprárselo. - Aclaré -. Más bien pensaba en un intercambio.

Sonrió, mostrando una boca seca y sin dentadura:

- ¿Y qué podría tener un valor similar, para que dicha oferta me interesara, y me planteara siquiera desprenderme del tratado que busca?

Abrí la bolsa que llevaba conmigo, y coloqué cuidadosamente ante el anticuario un voluminoso libro, de tapa tejida en color negro, y con letras doradas en las que podía leerse: "Processus Inquisitorum".

Al anciano le faltó tiempo para poner sus manos sobre él:

- ¡Oh, vaya!

- Sí - dije -, "oh, vaya".

Alzó su mirada hacia mí, a la vez que volvía a colocarse las gafas:

- ¿Es auténtico?

- Compruébelo usted mismo. - Reté.

El hombre no las tenía todas consigo. Por eso dudó, diciéndome:

- ¿Cómo alguien quisiera desprenderse de un libro tan valioso? Ante lo cual me surge solo una respuesta: usted forma parte del Santo Oficio. Pero eso me lleva a otra cuestión que no acabo de entender... - siguió pasando las finas hojas del manuscrito, parecía que murmuraba hacia sí mismo -, si puede acceder al "Processus Inquisitorum", también seguramente podrá acceder al "Codex vampirae".

Sonreí ante la capacidad deductiva de aquel viejo comerciante. Sin duda en sus tiempos habría sido un gran negociador. Y algo de ello siempre quedaba.

- Digamos que no me apetece ir a Roma a consultarlo.

Hizo ademán de irse a la trastienda, y se detuvo, poniendo su mano sobre el libro y, como asegurándose de que no me lo llevara, preguntó:

- ¿Puede esperar un momento?

- Claro.

Desapareció entre la oscuridad. Se escuchó el ruido de llaves. De muchas llaves. Regresó con una caja rota por el paso de muchos años sobre el cartón. De sus esquinas salían flotando briznas de celulosa. La abrió, levantando una auténtica nube de deshechos flotantes. Sacó con dificultad, cogiéndolo con ambas manos, un grueso libro. Lo dejó sobre la mesa con un golpe seco, y estiré mi brazo hacia él. Puso su mano sobre la mía, la cual ya tenía sobre la roja cubierta, y me advirtió, fijando su vista en mí:

- ¡Tenga cuidado, caballero! ¡Existen secretos que mejor nos descubrir, versículos no desvelados que se han tratado de mantener ocultos por alguna importante razón!

Al ver que no retiraba su mano de la mía dije, con tono seguro y firme:

- ¿Conoce a alguien más capacitado que yo para leer ese tipo de textos?

Finalmente retiró su mano, aunque dijo con voz grave:

- Si oye el cuervo graznar...

- No hay vampiros de día. - Dije yo.

Entonces se acercó a un palmo de mi cara y, abriendo mucho los ojos, susurró con voz gutural:

- ¡Pero cualquier oscuridad podría cobijarles!

Sí, claro. Incluso la de aquella misma tienda de antigüedades.


****



A la salida de Madrid por Alcobendas hay un bar de carretera, en sus tiempos era bastante popular y concurrido, pero las vías adyacentes, las grandes estaciones de servicio y, sobre todo, la vorágine moderna, lo han relegado a un segundo plano. Hoy es un lugar solitario, solo concurrido por gente que sabe muy bien lo que busca. Y algún despistado turista que va a donde nadie le ha llamado con su moto.

Aparqué mi coche junto a una hilera de motocicletas de tipo custom. Un par de tipos, que bebían cerveza en la terraza, sentados sobre sillas de plástico tan grandes como sus traseros, y que vestían cazadoras de una popular marca de motos estadounidense, se quedaron mirándome con cara de pocos amigos a través de sus oscurísimas gafas de sol. No les presté atención.

Entré en el local y, una vez mis ojos se hubieron acostumbrado a la falta de luz, caminé hacia una de las mesas a mi izquierda, junto a un billar. Al verme, Arcadio les dijo a sus dos ayudantes, que estaban sentados con él en torno a la redonda mesa de lustrosa madera:

- Chicos, dejadnos un momento.

Me miraron, mientras recogían sus cervezas, y al pasar a mi lado ni se apartaron. Uno chocó con mi hombro a posta. Seguramente me guardaban bastante rencor por haber liberado la captura que tanto les había costado conseguir.

Arcadio se sirvió un trago de cerveza, e hizo como si yo no existiera. Le pregunté, poniendo mi mano sobre el respaldo de una de las sillas donde antes se había sentado uno de sus ayudantes, frente al cazavampiros:

- ¿Puedo sentarme?

- Estamos en un país libre. - Farfulló el de gabardina crema.

Me senté. El barman llegó, y me preguntó si tomaba algo. Le pedí una soda para no hacer el feo de entrar y no tomar nada. Los dos ayudantes de Arcadio, Argentio y Fran, miraban hacia nosotros sin quitarme ojo de encima:

- Me pregunto si les prometiste que la podrían violar, y ahora están tan enfadados por eso...

Arcadio dio un puñetazo en la mesa, como para gritar, pero se contuvo. Me miró, rabioso:

- ¡Se habría merecido eso y más! ¡No tienes ni idea la de tiempo que llevábamos invertido en ella!

- Lo entiendo...

- ¡No creo que lo entiendas, Erius! - Insistió.

- Escúchame: utilizaste a una humana para acceder a ella. Eso no es ético. ¡Ni siquiera en tu profesión!

Arcadio resopló:

- Esa chica lo que más necesitaba era una ayuda material, no que la convirtieran en vampira. Y Joyce era lo que trataba de hacer.

- Piensas como un cazavampiros. - Le dije.

- ¿Y cómo quieres que piense, si se puede saber? ¡Es lo que soy!

- Joyce quería darle lo mejor que, según su entender, poseía. Aunque estaba equivocada. Pero no siempre cuando tratamos de ayudar a los semejantes acertamos, ni hacemos lo que es correcto, Arcadio.

El cazavampiros miró a su alrededor, como para mostrarme su hartazgo con mis opiniones:

- ¿Con eso qué me quieres decir? ¿La estás defendiendo? ¿Tú, un inquisidor, defendiendo a una vampira? ¡Lo que me quedaba por ver! - Decía, cada vez más malhumorado.

- ¡Cálmate! ¡No estoy defendiendo a nadie! Solo digo lo que seguramente pasaba por su cabeza. Estoy contigo, ¿vale?

- Escucha, Erius, te aprecio. Todos te apreciábamos en esta profesión, pero ya no sé muy bien con quién estás. Primero dejas escapar a mi presa, y luego te ves con su madrina y no haces nada por detenerla. A veces pienso que no sabes bien a quién sirves.

- Yo sé muy bien para quién trabajo, ¿y tú? - Le repliqué.

- ¡Yo también! ¡Mucho mejor que tú! - Dijo, poniéndose en pie. Le hizo una indicación a sus chicos y, cogiendo su bastón, se fue.

Decidí quedarme y no salir. Eché un poco de soda en el vaso, y bebí. Justo en ese instante se llegó a mi un señor de alrededor de sesenta años, con el cabello castaño, calvicie en la parte superior, y pequeñas gafas de montura de metal, con frontal cuadrado.

Me dio la mano. Vi un anillo de prelado en ella, y se la tomé. Sonrió, sentándose en el sitio que acababa de ocupar Arcadio:

- Erius, ¿verdad? Soy William. Cazavampiros y exorcista. Creo que has visto a Phiuga.

- Las noticias vuelan... - Comenté. Y supuse de dónde habían salido: solo Arcadio podía difundir algo así entre ese círculo.

William sonrió:

- No es habitual que una madrina salga de su escondrijo...

- ¿Qué posición tiene Phiuga entre los vampiros de por aquí? - Quise saber. El prelado estuvo unos momentos pensando:

- Bueno, digamos que entre ella y Oskuria se reparten el poder.

- ¿Oskuria?

- Sí. La conozco bastante bien, estuve muchos años tras sus aspirantes, y tras sus descendientes o retoños - así era como llamaban los cazavampiros a los transformados por las madrinas o padrinos-, claro. Durante un tiempo se mantuvieron bastante activos, sobre todo por la zona de Huesca... Incluso llegaron a Logroño, donde pudieron hasta formar una comunidad bastante activa: "reinus noctambulus". Escribí algunos informes bastante extensos sobre ello para la Inquisición.

- ¿Y ahora?

William se encogió de hombros:

- Tienen zonas de cacería bastante fijas...

- ¿Las conoce bien?

- Más o menos, pero están muy vigiladas. Un cazavampiros no podría acercarse.

- ¿Cómo es Phiuga?

William sonrió:

- Una depredadora, Erius. Ten cuidado, te has metido con fuerzas muy poderosas que te pueden hacer zozobrar, y no dudarán en desmembrarte.

- Phiuga me dijo que había vivido setecientos años... ¿Dónde los ha pasado?

William me hizo el gesto de no con su dedo, mirándome por encima de sus gafas:

- Ese tipo de curiosidades no llevan a nada. Es como te embaucan. Primero quieres saber cómo ha vivido, lo que ha visto, dónde ha estado... Luego cómo viven ahora, y luego... Luego cómo ser como ellos. No vayas por ahí.

- Si quisiera encontrarla...

- El pedregae.

- ¿Pedregae?

- "El pedregal". Es un nido de vampiros. Pero no entrarás si ellos no quieren.


****



A las once y diez de la noche dejé mi coche en el aparcamiento del Pedregae. Debía de ser un sitio de éxito, porque el enorme aparcamiento estaba a rebosar. Y de autos de gran lujo y cilindrada.

Caminé con mi móvil en la mano. Había una fila de gente larguísima para acceder. La superé, y me dirigí a la puerta. Un gorila de casi dos metros me detuvo sin contemplaciones:

- ¿A dónde va, "abuelo"?

Le enseñé mi credencial de la Inquisición:

- O yo, o lleno esto de cazavampiros. Tú verás. No creo que a tus jefes les agrade que les fastidie la noche. ¿O quieres correr el riesgo?

- Si te dejo pasar el riesgo lo corro yo. - Replicó él.

Vaya, un portero de discoteca que pensaba. Eso me gustaba:

- Solo voy a charlar un rato, nada más. Nadie saldrá herido, nadie tendrá que salir corriendo.

Apartó la mano que tenía frente a mí:

- No quiero problemas.

- No tendrás problemas.

Además, un tipo solo entre tanto vampiro, ¿qué podría hacer?

Entré a la disco-bar tras superar un amplio y lujoso hall de reflectante mármol gris. Sobre una de las enormes pistas de baile, bañadas de destellos de luces de neón, bailaban parejas a un ritmo frenético. Busqué con la mirada a Phiuga, tratando de agudizar mi vista hacia las chicas de melena negra intensa... La localicé al fondo, finalmente. Estaba con un chico, el cual sonreía lleno de júbilo, entusiasmado por la excitante fémina con la que estaba ligando aquella noche. Caminé, no sin esfuerzo, entre las parejas, y me fui hacia ellos. Me coloqué en medio y tomé a Phiuga por la cintura. Ella, al verme, me sonrió, y siguió contoneándose provocativamente. El chico al que aparté, al ver aquella deslumbrante y cautivadora figura de mujer conmigo, se fue hacia mí con rudeza y rabia, intentando ocupar otra vez el lugar de preferencia frente a ella. Le detuve estirando mi brazo:

- ¡Créeme! - Le advertí -. No quieres esto. Ella no te conviene.

Tomé a Phiuga de la muñeca, y la llevé conmigo hacia la barra. El jovenzuelo ardía de ira - y supongo que de deseo - mientras nos seguía con la mirada.

- ¡Espero que sea importante, porque me acabas de estropear la cena! - Exclamó Phiuga, por encima del ruido ensordecedor de la música.

- ¿No había en tu ropero una minifalda más corta? - Observé, fijándome en su minifalda negra, de cuero y ajustada, que dejaba ver todos sus bonitos muslos, enfundados por lindas medias negras.

La vampira me sonrió, mostrándome una perfecta hilera de dientes blancos que refulgían bajo las luces de flash.

- ¿Te gustan más cortas? Está bien saberlo. Tal vez busque alguna en el armario para llevarla en la próxima ocasión que me quites mi carnaza. - Y se acercó a mi oído, musitando -: O para que me la subas con tus manos... - Dicho esto, fingió asustarse -: ¡Oh, perdona! ¡Que tenéis voto de castidad! ¡Lo olvidaba!

- ¡Ya basta! - Dije, golpeando con mi puño levemente la barra -. Deja de jugar conmigo, Phiuga, no soy un niñato de esos que embaucas para sacarles jugo.

- Depende qué "jugo" -. Bramó, echándose a reír.

Me fui hacia ella, impulsando su cabeza con mi mano en su cuello:

- ¡Escucha, "madrina", no me fastidies o te dejo en manos de gente que se lo pasaría muy bien contigo! ¡No me hartes!

Phiuga abrió ligeramente su boca, y entre sus rojos labios borgoña comenzaron a surgir dos afiladísimos colmillos, tan finos como los de una cobra real. Colmillos de una vampira muy longeva. Y muy perfeccionados. En un ágil y rápido movimiento de cuello, estuvo a punto de clavármelos en músculo abductor del pulgar. Retiré mi mano de inmediato. Se echó a reír, recogiéndose los colmillos de nuevo. Debió ver mi cara de enfado, porque dijo:

- ¡Escucha! ¡Has sido tú el que ha venido aquí a meterse en medio de mis asuntos! Y no presumas de machote conmigo, no eres un cazavampiros o sino ya estarías muerto. Mira a tu alrededor - dijo, dando un repaso visual a la sala, y se acercó de nuevo a mí para decirme en voz baja - si aún sigues vivo aquí, Erius, es porque estás conmigo. ¿Quieres que te deje solo y a tu suerte?

- ¡No me das miedo, Phiuga! ¡Ninguno de vosotros! - Hizo ademán de alejarse. La volví a coger por la muñeca -. ¡Está bien! Tengamos una tregua.

Ella le hizo una indicación al barman, y éste se acercó. La vampiresa me miró:

- ¿Qué tomas?

- No tomo nada. Solo quiero irme de aquí. He venido a buscarte.

- Un vino francés - dijo ella -. Un Château d'Yquem del ochenta y tres.

El barman sonrió. Era un tipo sin pelo, de robusta constitución. Le dijo, mirándola:

- Una ocasión especial, ¿eh?

La vampira también sonrió:

- No siempre tiene una la oportunidad de reunirse con sus antiguos "amigos".

Cuando el barman se hubo ido, Phiuga me miró, y susurró, junto a mí:

- El vino francés es el que más se parece a la sangre. Sobre todo los de esa marca. ¡Los franceses sí que sabían hacer vino!

- Te lo beberás tú. - Advertí. Esbozó una sonrisa:

- A tu salud.

- Luego te pasarás la noche vomitando...

Me miró lascivamente:

- ¿Quieres verme cubierta de sangre?

- ¿Podríamos hablar en paz en un lugar más tranquilo?

- ¿Después de haberme gastado varios miles de dólares en un vino para ti? ¡Ni lo sueñes! - Advirtió con desdén.

- ¿Te has gastado más de mil dólares en un vino? ¡Estás pirada!

- Sueltas demasiados adjetivos gratuitamente para ser un inquisidor...

El barman se acercó, limpiando una botella polvorienta con una etiqueta corroída por el tiempo. Nos la mostró, y acto seguido la descorchó. Llenó dos copas, y Phiuga cogió una:

- ¡Por ti! ¡Para que te vea aparecer y morir, como otros tantos inquisidores! - Dijo la no-muerta. Y se bebió el contenido de su copa de un solo trago.

- ¿Qué sabes de Olivia? - Pregunté finalmente. Me estaba empezando a hartar de tanta diplomacia.

- ¿La niñata esa? Joyce me pidió que la transformase - solo las madrinas podían dar lugar a nuevos vampiros -. No dejaba de insistir.

- ¿Y lo hiciste?

Me miró, seria:

- ¡Por supuesto que no! - Exclamó -. Hace siglos que he tomado la decisión de no darles "este regalo" a jovencitas. En cuanto se cansan ya no les emociona, y todo se vuelve en problemas. Mejor a personas mayores, que ya conocen el desastre que es este mundo. Gente cansada y hastiada de vivir. - Y añadió, sonriente -: Como tú.

- No te daré ese gusto...

- Tú te lo pierdes. - Y volvió a llenarse su copa.

- Y no podría haberla convertido...

- "Transformado" - me corrigió. Suspiré:

- Bueno, "transformado", ¿otra madrina? ¿Oskuria tal vez?

Phiuga me miró fijamente, y luego se encogió de hombros, girándose hacia las pistas de baile:

- Tal vez. Pudiera ser. Oskuria siempre fue muy impulsiva. - Y dijo, mirando hacia un enorme orangután que bailaba como si estuviera haciendo mosto en una cuba, y que agudizaba la vista tratando de dar con alguna muchacha solitaria y que diera señales de estar "receptiva". - Ahora, si me permites, creo que acabo de ver mi cena para esta noche...

Cogí a Phiuga por el brazo, cuando dio el primer paso, reteniéndola junto a mí:

- ¿Si te enteras me dirás quién?

Frunció el ceño, y me lanzó una mirada de desdén:

- ¿Para que la envíes con los inquisidores?

- Solo dime si la han conv... Transformado. - Puntualicé.

Phiuga se acomodó un poquito la minifalda, se recolocó el sujetador, dispuesta a irse con su nueva "víctima":

- ¿Están bien puestas? - Me dijo, refiriéndose a sus bonitos pechos -. ¡Oh, claro que sí! - Se respondió a sí misma, sonriendo -. Vamos, Erius, no te iba a pegar si me las quieres acariciar... - Vio que yo seguía impasible, y finalmente accedió -: ¡De acuerdo, te lo diré! Pero ya veré cómo me cobro el favor.

- Eso seguro. - Musité.

Antes de alejarse, me señaló la botella de vino y me propuso:

- Llévatela. Sería una lástima que se perdiera. Regálasela a un cazavampiros o a un capellán de mi parte. Ellos sabrán apreciar ese caldo.

Sonreí. No podía negar que sentido de humor no le faltaba.


****



- ¡Hola, Erius! ¿Dónde has estado? - Me preguntó el inspector Julián Barauz, mientras yo entraba en su despacho en el edificio de la central de policía de Zaragoza.

- Investigando...

- ¿Y has descubierto algo?

- La verdad: no mucho.

El policía suspiró:

- Esto es un intercambio: tú me das, yo te doy. De momento estás como asesor, pero veo que no aportas mucho.

Lo que yo decía: colaborar con la Policía Nacional solo trae problemas.

- Necesito mirar las fotos de las escenas.. ¿Dónde podría hacerlo? - Pregunté. Julián se puso en pie, y cerró la puerta:

- Hay una más.

- ¿Una víctima?

Asintió con la cabeza:

- Pero del "imitador". La han encontrado esta mañana, en una urbanización de las afueras. Murió anoche.

Resoplé, poniendo mi cabeza entre las manos, y apoyando los codos sobre la mesa de Julián. Éste volvió a sentarse:

- El subinspector ha ido a la morgue para hablar con el forense. Si quieres puedes ir para allí.

- Dudo que allí aporte algo. ¿Podría ver esas fotos ahora? ¿Por favor? - Insistí. El inspector me señaló, a través de las persianas venecianas, un puesto libre:

- Allí. Ahora te doy la clave.

Me levanté y pasé al escritorio de la sala. Al poco Julián llegó con un papel, donde había escrito la clave. Estaba en pleno proceso de revisión, cuando recibí una llamada. Ya empezaba a reconocer aquel número:

- Creía que estarías en un profundo sueño por el día... - Dije al descolgar.

- No dejo de tener fantasías húmedas e íntimas contigo, lo siento. - Me susurró una encantadora voz al otro lado.

Sonreí. Pero no se lo hice ver. En su lugar dije:

- Estoy ocupado, ¿qué tienes para mí, Phiuga?

- Puede que sea algo, o puede que no sea nada... - Comenzó a decirme. Me tenía en ascuas:

- Dímelo y ya veré.

- Uno de mis niños vino a verme. Dijo que había un tipo que estaba observando desde hacía días desde un tejado, con prismáticos, una zona junto al antiguo lavadero.

- ¿En dónde?

- Calahorra.

- Espera un poco...

Oí un bostezo al otro lado:

- ¡Tengo sueño! - Protestó Phiuga.

- ¡Espera!

- ¡Pero date prisa, cariño!

Miré el mapa que nos había facilitado Julián. En Calahorra aún no había actuado. Era factible.

- Phiuga, una pregunta...

- Dime... - Su voz sonaba adormilada.

- ¿Si le disparan un dardo envenenado a una de tus..., "niñas", le pasaría algo?

Se echó a reír:

- ¡Sí! ¡Le haría cosquillas!

- Y ahora lo importante: ¿me prestas un rato a Joyce?


****



Llegué a Calahorra a primera hora de la tarde, y preparé un puesto de observación desde la torre de una iglesia cercana. Cogí mi monocular y, nada más caer la noche, llegó a mi lado Phiuga. A Joyce, vestida con ropa deportiva, le había pedido que corriera por la acera que iba desde toda la avenida hasta el lavadero. A las diez de la noche, el sitio se quedó desierto. No me preocupaba que Joyce se cansara, podía correr durante horas sin problemas. Mi preocupación principal era que Phiuga sí lo hiciera.

- ¿Buscas a ese asesino? ¿Cómo le llamáis?

- "Finisher", lo dejó escrito en la primera víctima: "I am Finisher". - Le expliqué.

- ¡Qué desperdicio! - Exclamó la madrina. Estaba de pie, a mi lado, de brazos cruzados, y con una ropa demasiado provocativa para la fría noche de la meseta.

- ¿No crees que no son ropas adecuadas para pasar una noche al raso? - Le planteé. Ella hizo una mueca con su labio:

- ¡Qué desagradecido eres, Erius, por favor! Una se pone guapa para ti, y ni la miras...

Me eché a reír.

- ¿Estás segura que no verá a tus chicos? No quisiera que se asustase...

- Si alguien sabe pasar desapercibido son ellos, tranquilo.

Me puse en pie. Joyce seguía haciendo running con parsimonia. De momento cumplía bien su papel.

- ¿Si lo atrapas, qué vas a decir? "¿Lo capturó una vampira?". ¡Jajajaja! ¡Iré a verte al psiquiátrico!

- Hace tres o cuatro siglos, eso no sonaría tan raro... - Opiné. Phiuga me miró con sus preciosos ojos malvavisco:

- Nosotros ya no pertenecemos a este mundo, no se de qué te extrañas. Ni tú tampoco. La gente ya no cree en nosotros, Erius, solo cree en la Playstation y en lo que le diga su smartphone.

- Supongo que para vosotros mucho mejor...

- Sí, mucho mejor.

Me apoyé al borde de la torre, a su lado:

- ¿Alguna vez te has enamorado? Siendo vampira, me refiero... ¿De Tenebrae, tal vez?

- ¿De Tenebrae? ¿Bromeas? - Me preguntó.

- No sé... Parece de tu nivel...

- Paso de compartirme con furcias vampiras.

- ¿De un humano?

Se empezó a reír a carcajadas, poniendo una mano sobre su perfecto vientre:

- ¡Ay, me matas, Erius! ¡No, gracias! Veinte, treinta años de besitos como mucho, muack, muack, y luego diez años de cuidados pre-morten y toda la vida añorándole post-morten. ¿Crees que eso es vida?

- Pero en setecientos años, alguien debes haber tenido... No te imagino siempre sola.

- ¿Y a ti te lo voy a contar? Además, no estoy sola. Tengo a mis niñas, y a mis niños. Nunca estoy sola.

- No te imaginaste nunca así, ¿verdad?

Frunció el ceño:

- ¿Así, cómo? ¿Qué quieres decir con "así"?

- Con un inquisidor...

Dio dos pasos hacia mí, furibunda dijo:

- ¡Y tú nunca te imaginaste con una vampira, ¿eh, Erius?! ¡Ni en tus mejores fantasías!

Me puse en pie, y abrí los brazos:

- ¡Eh! ¡Eh! ¡Que yo no fui quien me dijo esta mañana que estaba teniendo... ! ¿Cómo lo llamaste? ¡Ah, sí! "Sueños húmedos".

Sonrió. Entonces se abalanzó sobre mí, y me abrazó:

- Deja todo esto. Vente conmigo. Deja que te haga mío. "Mío" de verdad.

Le acaricié en la mejilla. Era preciosa. Pálida y terrible, pero preciosa. Entonces se oyó un disparo. Joyce cayó al suelo. Corrí hacia las escaleras:

- ¡Vámonos! ¡Vámonos!

Phiuga saltó desde la torre al suelo.


****



Subí las escaleras de dos en dos. Cuando llegué arriba, a lo alto del edificio, ya nos esperaban dos fornidos y muy atractivos - todo sea dicho - vampiros. En medio, tembloroso, estaba un tipo vestido con ropa de camuflaje. A su lado había un rifle, y varios objetos de vigilancia, prismáticos y gafas de visión nocturna.

- ¿¡Quienes sois!? ¿¡Quienes sois vosotros!?

El hombre temblaba como una hoja.

- ¿Por qué lo has hecho? - Le pregunté.

- ¿El qué? - Me respondió -. ¡Yo no he hecho nada! ¡Estaba mirando los pájaros!

- ¿Pájaros de noche? - Le repliqué -. Habla, o te dejo con ellos.

Los dos vampiros le cogieron en volandas, como si pesara una pluma, y lo llevaron al borde del edificio:

- ¡Vale, vale! ¡Espere! ¡Hablaré!

- ¿Disparas a mujeres solitarias? ¿Por qué? - Insistí.

Babeando, con una mano venosa y temblorosa, apuntó hacia Joyce y Phiuga, y dijo:

- ¡Superpoblación!

- ¿Cómo? - Inquirí -. Explícate.

- No nos damos cuenta del auténtico problema que representa la superpoblación humana. Yo no quiero darle solución, pero sí aportar mi grano de arena...

- ¡Vale, vale! - Le corté -. ¡Estás loco de atar!

- Amigo - decía el asesino -, sin mujeres que den a luz nuevos niños, la natalidad descenderá, habrá menos humanos en el mundo... - Dejé que los vampiros lo maniataran, y me fui -... ¡Escuche!... ¡Somos una plaga!... ¡El género humano es un virus que hay que erradicar!...


****



A última hora de la tarde salí de la comisaría. El día había sido muy intenso: tras la detención de "el Finisher", cuyo nombre real era tan común como Roque Figueroa, se descubrió en su casa un arsenal, entre cuyas armas estaba también la que utilizaba con dardos envenenados. Como sospechaba, él y "el imitador" eran la misma persona. Recurría a dardos envenenados cuando creía estar en peligro de que pudieran verle o descubrirle. Era algo más seguro para él, que rematar de cerca a las víctimas. También se encontró mucho material fotográfico de las escenas de los crímenes, con la vigilancia que en ellas había llevado a cabo antes de cometer sus fechorías.

Finalmente, confesó lo que ya me había dicho a mí: que lo había hecho "por la humanidad". Por supuesto, el juez decretó para él prisión sin fianza.

Les dije que lo había detenido tras un chivatazo de uno de mis contactos. No les di más información, ni podía hacerlo. Ni me creerían si lo hiciera.

Caminé hacia mi Alfa, y al hacerlo vi apoyada en él a una preciosa mujer de piel pálida. Llevaba una minifalda que casi enseñaba todo lo que debería ocultar. Me sonrió:

- La querías más corta...

Esbocé una sonrisa:

- No la quería más corta, Phiuga. Te dije que era demasiado corta.

Se acercó a mí. Me acarició en la mejilla, abrazándome. Noté sus pechos blanditos pegados amorosamente sobre mi plexo solar. Musitó, con una voz muy mimosa:

- ¿Te volveré a ver?

- Ojalá sí... - Respondí, acariciándole su preciosa melena.

- Me atraes mucho, Erius. Lo supiste desde que te vi, ¿verdad?

- Creo que sí, Phiuga...

- No me olvides.

Me dio un beso sobre mis labios. Era frío. Sus labios estaban congelados. Y musitó:

- Y gracias por liberar a mi niña.

Desapareció. Noté que había dejado algo entre mis manos. Un papel. Una dirección. Un mausoleo. Un cementerio. Un corazón. Un mensaje:

"Te he esperado setecientos años, puedo esperarte dos o tres más".

Lo guardé en mi bolsillo. Entré en el coche y puse en marcha el motor. Empecé a sentir demasiado calor, y comencé a anhelar tener mi piel pálida y congelada.


****



Epílogo

- ¡Qué bonita te ha quedado la boca! - Exclamaba Joyce, alegre y con inusitada mirada luminosa -. ¿Cómo lo has conseguido?

- Un tipo que me pidió tu dirección me dio el dinero, pero como no la sabía le dije dónde solíamos quedar. Dijo que le conocías y que quería darte una sorpresa. - Le respondió Olivia, algo cohibida -. Espero que no te haya causado problemas...

- ¡No te preocupes! ¡Le conozco desde hace mucho, mucho tiempo!

- ¿En serio?

- ¡Sí! ¡Esto hay que celebrarlo! Quiero presentarte a una amiga, Oskuria. Ven.

Joyce cogió a su amiga de la mano y la llevó corriendo calle arriba.

- ¿Oskuria? - Dudó Olivia -. Vaya nombre...

- ¡Sí! ¡Es gótica, como yo! ¡Luego vamos a comer algo, algo que te gustará! ¡¡Un nuevo manjar sin el que no podrás vivir!! ¡Ya verás!

Doblaron una esquina, y se adentraron en unos viejos soportales. Al fondo esperaba una figura, entre las sombras.

Joyce exclamó:

- ¡Oskuria! ¡Esta es la amiga de la que te hablé! ¡Dale un beso! Quiere...

Joyce se paró en seco. La figura salió de las sombras a la tenue luz de las farolas. Sonreía con simpatía:

- Hola niñas. Oskuria no va a venir. - Cogió entonces la mano de Olivia -. ¿Tú eres Olivia? Mi nombre es Phiuga.

- Ho... Hola... - Dijo Olivia, sorprendida. Y añadió, más animada ante la amabilidad de Phiuga -: ¡Qué abrigo negro más bonito! ¡Con capucha! ¡Siempre quise tener uno así!

- ¿En serio? - Phiuga se lo quitó -. Póntelo, seguro que te queda bien. Te lo regalo...

- No... ¿Me lo das? - Dijo Olivia, con rostro de sorpresa.

- Sí, es un regalo. Por estar siempre al lado de Joyce y cuidármela tan bien. - Y miró hacia la joven vampiresa -. ¿Y tú, Joyce, verdad que la vas a cuidar a ella?

- Sí, claro, madrina.

Phiuga se acercó, y cogiendo delicadamente entre sus dedos el mentón de Joyce, hizo que ésta la mirara. Sus largas y punzantes uñas se deslizaron sobre la blanca piel de la jovencita de ojos hazel:

- ¿Quién es tu mejor amiga, Joyce?

- Olivia, madrina... - Respondió, temblorosa.

- Bien. Porque sino Phiuga se enfadará. ¿No querrás enfadar a Phiuga, verdad?

- No. Por nada del mundo, madrina. - Musitó Joyce.

- Pues que os divirtáis. - Dijo, dando media vuelta hacia un coche negro, cuyo conductor la esperaba con una de las puertas traseras abierta -. ¡Ah, y por cierto! - Añadió, girándose otra vez hacia Joyce -. No le presentes a malas compañías, ¿eh, cariño?

- Tranquila, madrina.

Las dos jovencitas echaron a correr, volviendo sobre sus pasos, bajo la atenta mirada de Phiuga.

- ¡Qué linda es tu madrina! - Exclamó Olivia.

- ¡Sí, mucho!

- ¡Ojalá yo tuviese una madrina así!

Joyce forzó una risa, que se le congeló en los labios. Exclamó:

- ¡Y seríamos como hermanas!

- ¡Sí! ¡Hermanas! ¡Hermanas de madrina! - Afirmó Olivia.

- Pero de momento, Olivia, para mí tú eres como una hermana. Sin rencores. - Le dijo, deteniéndose a abrazarla.

- ¡Y tú para mí! ¡Eres la única que me entiende siempre!

Joyce le apartó la melena de su amiga a un lado, dejando un excitante pedazo de su cuello al aire:

- No grites, no te haré daño. - Susurró.

- Pero que sea rápido, por favor. - Pidió Olivia, mientras sentía un punzante ardor en su cuello.


FIN

Notas a: "Erius, el Inquisidor. Amistad de sangre".
Siempre creí que el personaje de Erius, creado por Bia Namaran, como investigador de la Inquisición podía dar mucho más de sí. Se adaptaba perfectamente a esos escenarios lúgubres y góticos de Van Helsing, o de "Buffy cazavampiros".

Por otro lado, la temática vampírica siempre me atrajo, especialmente la de aventuras tipo "Los vampiros vuelan al anochecer", y similares.

Pero debía unir todo ello en un escenario más convencional, cotidiano, creíble, y sin salir de la atmósfera de los relatos detectivescos de Bia Namaran. ¿Cómo conseguir todo eso? Entrelazando varias historias: la humana y sentimental, con la amistad de dos amigas, una de ellas vampira (o vampiresa, si se prefiere). La otra historia, un asesino en serie que pone en jaque a la policía. Y para ponerle la guinda, un encuentro "pseudo-romántico" entre el "intocable" Erius y una vampiresa "de las de armas tomar".

Este relato corto incluye todo eso, con lo más habitual del género: escenas lóbregas (la de la tienda de antigüedades, la del bar de cazavampiros...), dulces, apasionadas, y también tensas, como la aparición de Erius en "Pedregae".

El recurrir a "nombres vampíricos" con raíces latinas - reales en algunos casos - ayuda a reforzar más esa frontera de lo cotidiano con lo fantástico. Y todo ello sin dejar de ser nuestro Erius, tan íntegro y perspicaz.

Ciertamente podría haber dado para mucho más, me habría gustado profundizar en elementos como el "Codex vampirae", o en personajes como Tenebrae o los cazavampiros. Quizá en posteriores entregas. Ésta, que te presento hoy en este primer tomo de "Erius, el Inquisidor", creo que cumple bastante bien su labor, adentrándonos en esa sutil atmósfera de misterio que tanto nos agrada de las novelas más costumbristas del género. He perseguido que guste tanto a lectores de leyendas y textos góticos, como a los más tradicionales de tramas policíacas y/o detectivescas. Unos y otros encontrarán en este Erius aspectos que les agradarán y puede que hasta les sorprendan gratamente. Esa es, al menos, mi intención.

También colabora, considero, a dotar a Erius de una fuerza y una impronta que hasta ahora se veía un poco limitada, dándole a este personaje un cariz y una ambientación, así como exposición, en cierta manera desconocida.

Para los más clásicos, no obstante, que deseen volver a las raíces del personaje "en su esencia", podrán encontrarlo en las ya conocidas novelas de Bia Namaran, en donde Erius es ese investigador en permanente lucha por sus principios, por mantener inalterable su vocación, y por hacer prevalecer la bondad y la paz, en pugna constante con mil peligros que acechan de todas partes, y con los mínimos recursos. Desde la humildad y la sencillez, pero con el apoyo y el convencimiento de que sigue una causa justa. El Erius que busca, simplemente - que no es poco - pasar por su vida de exilio en este mundo haciendo todo el bien que pueda.

Fenix Hebron




| FenixHebron | | ReflejoCreative |

No hay comentarios:

Publicar un comentario