
Luna de miel.
© Anne Beckham
Durante bastante tiempo no pudimos celebrar la luna de miel tras nuestra boda, de manera que, en cuanto tuvimos ocasión y Tiziana pudo disfrutar de vacaciones, decidimos irnos de luna de miel. A mí me hubiese bastado con pasar unos días tranquilos en un pueblo de montaña, pero para Tiziana una luna de miel debía de ser exótica, y con playas de arena blanca. Eso significaba irse al Caribe y pasar un montón de horas en un avión, lo que para mí sería insufrible y ni por asomo iba a hacerlo. De manera que finalmente elejimos un término medio, y nos fuimos a las costas de Italia, concretamente a Cerdeña. Eran pueblos pintorescos, preciosos, y con magníficas playas.
Creía que todo había quedado muy claro entre nosotros tras mi accidente con el Corsa A y mi enfado precedente, pero tal vez el relax, el clima, el paisaje y el estar todo el día disfrutando juntos de nuestro amor, hizo que a Tiziana le volvieran de nuevo las ganas y el deseo de tener un bebé. No paraba de pedírmelo en cualquier ocasión. Y ni por asomo era algo que a mí me apeteciese, sinceramente.
Supongo que ella veía el tener un hijo como algo romántico y encantador, yo sin embargo sólo veía problemas: problemas durante su embarazo, un parto que ni en sueños quería que mi chica lo sufriese, y luego más problemas para sacar adelante a la criatura. Que bah. Ni hablar.
Así estaba yo, pensando en todas estas cosas tumbado en la playa, mirando a mi esposa nadar en la distancia, cuando la vi salir del agua. Llevaba un precioso bikini con tonos rojos y fondo blanco, a juego con el tanga, y su cuerpo curvado, sus preciosas caderitas y sus piernas esculpidas me aceleraban el corazón desde la distancia. Ya estaba más que acostumbrado a las curvas de su cuerpo, a su piel, y a todos sus encantos, en cuyos recovecos me había detenido a besar y lamer una y mil veces, pero cada vez estaba más enamorado de ella. Y verla con aquella bonita figura femenina me hizo reafirmarme más aún que ni por asomo quería que se le estropeara con un embarazo. Ni soñarlo.
Ciertamente, no obstante, comparada con el resto de voluptuosas jovencitas que estaban a su alrededor y se divertían por la playa, mi chica no podría decirse que fuese tan espectacular. Sus pechitos eran ciertamente ridículos, dos minúsculos bultitos que ni el bikini podía sostener, porque su copa los cubría por completo, pero a mí me encantaban así. No los habría cambiado por los de ninguna otra mujer, por grandes y exuberantes que fuesen.
Cuando estuvo cerca de mí, le acerqué una toalla y sus gafas de sol. Ella se sentó a mi lado, y nos abrazamos. Me aseguré de cubrirla bien con mis brazos, y nos besamos. Me sonrió:
- He observado que no me quitas la vista de encima cuando estoy en el agua...
- No quiero arriesgarme a que te ocurra algo y perderte. - Le confesé.
- ¡Oh, mi amor! - Musitó, regalándome con un enorme besazo -. ¡Te quiero!
- Y yo a ti, Tiziana, nenita...
Me siguió besando, pegándose a mí para que notase a flor de piel su cuerpo. Estaba claro que quería excitarme, y añadió:
- ¡Cariño! ¡Cariño, hazme un niño!
Sonreí. Siempre utilizaba esa rima, que por cierto no sé para qué, porque en lugar de enardecerme, me resultaba graciosa. Musitó a mi oído:
- ¡Vámonos al hotel!
- ¿Ahora? - Quise saber. Habíamos ido para pasar la tarde.
- ¡Estoy muy calentita!
La apreté contra mí:
- ¡Pues deja de frotarte!
Se echó a reír. Entonces, junto a nosotros pasaron dos mujeres con cuerpos exuberantes, en bikini, y presentando unos pechos despampanantes:
- Mira esas - musitó -, si me haces un bebé me saldrá más pecho...
- No te quiero con más pecho. Me gustan las dos preciosidades que tienes así, tal como están. - Y bien lo sabía ella.
- Debes ser el único hombre al que le gustan chiquitajas...
La besuqueé:
- Son las de mi esposa, es lo que importa. Y además, nadie las tiene tan preciosas como tú.
Me miró, con media sonrisa, y entonces se bajó un poquito el bikini, mostrando sutilmente el contenido de la copa del lado izquierdo. Se la cubrí con mi mano y se empezó a reír, divertida:
- ¡Vámonos al hotel! - Insistió.
- Lo que quieres decir es "vámonos a la cama". - Corregí.
Me lamió los labios:
- Renard... Quiero llevarme algo más que recuerdos y souvenirs de mi luna de miel... Quiero salir de Cerdeña embarazada de ti...
Carraspeé:
- ¿No hemos tenido esta conversación antes?
- Sólo un bebé. - Me pidió, mimosa, con sus ojazos azulados clavándose en mí. Me deshacía su mirada, así que la besé para salvarme.
- Solo te pido un bebé... - Repitió, caprichosa.
- Cállate, Tiziana... - Musité.
La abracé con fuerza, y entonces sentí que se enervaba. Se llevó la mano a su bajo vientre, y musitó, con un gesto de dolor:
- Creo que el bebé va a tener que esperar...
La miré, preocupado:
- ¿Estás bien, chiquitina?
- Sí, pero vámonos al hotel, porfi. Y no a la cama, en serio..., a por mis pastillas para los dolores menstruales...
La ayudé a ponerse en pie, y recogimos nuestras cosas. Respiré aliviado. Durante unos cuantos días dejaría de escuchar peticiones y súplicas sobre bebés.
FIN
Notas a "Luna de miel".
Me di cuenta que en todo el primer libro sobre Renard no había ni siquiera una parte dedicada a su luna de miel, y que habían mencionado que se irían a festejar su matrimonio "en cuanto les fuera posible". Al final, no queda claro si lo realizaron o no. Por ello quise realizar este micro-relato con el fin de darles esa oportunidad a los protagonistas, recurriendo también al recurso que ya había quedado en el aire sobre las aspiraciones de madre de Tiziana. Ninguna de ambas cosas quedaba totalmente (o al menos claramente) despejada en la primera novela, y este micro-relato creo que aborda y soluciona estas pequeñas incógnitas.
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