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Romántico Biurn. El mensajero



Romántico Biurn. El mensajero (saga El Centinela)
© Lublaj Raffle


Una mujer tiene muchas más cosas que darle a un hombre, y un hombre a una mujer, y una de la más importantes es la riqueza de su amor. La carne y el cuerpo pasan. No lo olvide nadie.

Lublaj Raffle




ROMÁNTICO BIURN. EL MENSAJERO



Regresaba del taller oficial, a donde había ido para pasarle el mantenimiento al coche (pagaba Arja-Zaheda, por supuesto, que para eso era la marca en la que invertían), cuando me llamó Narciso, pidiéndome que me acercara a su despacho. Poco más de media hora después, estaba ante el director de seguridad de la Casa Solar Arja-Zaheda.

- Tengo un encargo para ti. - Me dijo, acercándome un sobre cerrado, bastante grande -. Son poderes notariales. Necesito que se los lleves a firmar a Erika.

- ¿Quién es Erika? Aunque... - Levanté mi mano abierta, en señal de que esperase a darme su respuesta -. ¿Por qué tengo que hacer de mensajero? En serio, no me gustan estas cosas.

Narciso sonrió:

- No puedo confiárselo a un mensajero, son documentos importantes.

- Pues si son importantes, menos aún debería confiármelos a mí. - Confesé. De ninguna forma consideraba que entre mis capacidades destacase la de protección de caudales, enseres o documentación.

- No hablo de protección, Biurn. Hablo de confianza.



Qué curioso, cuando era mi cliente, nunca me imaginaba a Narciso tan "mandón".

- ¿Y dónde vive esa Erika?

- Erika Anastacia Khatia Arja-Zaheda de Mombellardo...

- Vaya, una Arja-Zaheda... - Dije, silbando.

- Sí, y cuidado con ella, Biurn, porque es un tanto "especial".

Me costaba creer que hubiera alguien más extravagante y raro de toda la nobleza que hasta aquel momento había conocido.

- ¿Y por qué me haces ir? - Insistí.

- Ya estamos... Solo te digo que se los entregues, esperes a que te los firme y punto, ¡es sencillo!

- ¿Ella lo sabe?

- Sí, está al corriente.

- ¿A qué te referías con lo de que es "especial"?

- Es una "solterona beata", por decirlo de alguna manera. Se pasa la vida en la iglesia, va de la iglesia a casa, y de su casa a la iglesia, así es su vida. Bueno... Con decirte que ella sufragó los gastos para la restauración de la iglesia del pueblo, ya te imaginas.

- ¿Dónde vive?

- En Villaneresta de Arriba.

- ¿Villaneresta? ¿Dónde narices queda eso? - Jamás lo había oído.

- Es un pueblecito... Bueno, en realidad son dos, Villaneresta de Arriba, y Villaneresta de Abajo. Ella tiene una torre en la colina, o en una especie de montículo, todo lo que la rodea es de su propiedad.

- ¿Vive en una torre? ¿En serio?

Narciso sonrió:

- Creo que la verás desde la distancia. Domina todo el valle.

Cogí el sobre, y partí hacia aquel sitio perdido. Por lo que me había dicho Narciso, parecía que quedase en el quinto pino.

Salí de la autopista, y cogí un desvío, encaminándome por la carretera nacional durante un par de horas. Luego giré hacia una ladera, y me encontré con un paisaje rural muy pintoresco. Hacía buen día, no estaba el cielo totalmente despejado, pero hacía sol, y las casitas del pueblo junto con aquellos campos labrados inspiraban una cierta relajación.

Pronto vi la torre. Narciso me había dicho una torre, pero más bien era un torreón inmenso, en lo alto de un risco, dominando la campiña. Las vistas desde allí debían ser espectaculares. Iba a acercarme más cuando me di cuenta que estaba accediendo a los dominos del señorío de los Arja-Zaheda. Un vigilante salió a mi encuentro. Le mostré mi identificación:

- Traigo unos documentos para la señorita Arja-Zaheda.

- Está en la iglesia. Puede esperarla dentro, ¿le abro? - Me preguntó, haciendo referencia al enorme portón que me impedía el paso.

- No. Iré a la iglesia.

Le pedí algunas indicaciones, y giré con el coche, descendiendo la carretera por la que acababa de subir.

En el pueblo había una cierta animación, parecía haber mercado. Conduje por las pequeñas calles con cuidado, se me hacía raro no encontrarme con ningún semáforo. Me dispuse a aparcar, cuando de improviso apareció a mi lado un policía local, de pequeño bigote y mofletudo:

- ¡Esto es para carga y descarga! - Me advirtió con cara de pocos amigos.

- Ah... Lo siento. - Dije -. Estaba buscando a la señorita Arja-Zaheda, me han dicho que estaba en la iglesia... ¿Es ésa? - Señalé una señorial iglesia, en uno de los laterales de la plaza.

- ¿Trabaja para los Arja-Zaheda? - Quiso saber el policía.

- Sí. - Le mostré mi identificación.

Entonces cambió su actitud por completo:

- ¡Ah! Pues aparque aquí, si quiere, la iglesia está allí mismo.

- ¿Seguro?

- ¡Claro! No pasa nada. - Respondió, sonriendo.

Lógico. Las influencias de los Arja-Zaheda. No debería sorprenderme a aquellas alturas.

Caminé hacia la iglesia. La misa acababa de terminar, y entré. Algunas personas oraban en el interior. Vi un tipo sentado en el fondo de la iglesia, era un hombre de unos sesenta años, pero muy musculoso. Me fijé entonces en su muñeca, en la cual llevaba el reloj DW-6900 de los escoltas de la casa Arja-Zaheda y me dirigí hacia él:

- ¿La señorita Arja-Zaheda?

- ¿Quién quiere saberlo? - Me preguntó, con rotundidad y firmeza. Le enseñé mi identificación -. ¡Ah! Sí, nos informaron que vendría. Está allí, Biurn - me indicó a una persona que estaba arrodillada, en uno de los laterales -. Pero no la moleste ahora.

- Tranquilo. Muchas gracias.

Junto a Erika estaba una escolta, una mujer en buena forma, japonesa - u oriental al menos -, en torno a la treintena. Al verme se puso en pie, en alerta. Le enseñé mi identificación, y me senté a su lado. Luego, me arrodillé, ya que estaba allí, aproveché para orar.

Erika estuvo casi media hora en oración. Tanto es así que nos quedamos solos en la iglesia. Finalmente se levantó, y sin decir una palabra caminamos hacia afuera. Al salir de la iglesia, la japonesa musitó hacia mí:

- En casa.

Me indicaba que no interrumpiera a la señorita hasta llegar a casa. Mantuve la compostura.

Se fueron hacia un Peugeot 508 de color granate oscuro, y yo les seguí en mi 208.

El torreón era enorme, y por dentro impactante. Había algunas viviendas alrededor, que supuse que eran para el personal de servicio, y estaba rodeado de cuidados jardines. Entré tras los escoltas y, por supuesto, Erika entró en medio, siguiendo a su escolta, cuyo nombre era Tehara. El otro escolta, el hombre musculoso y de bastante edad, casi rozando los sesenta años, era Jaime.

Erika vestía un bonito abrigo negro, largo, parecido al terciopelo. Su cabello era largo, media melena en realidad, negrísimo y cortado en capas, con flequillo hacia un lado. Tenía unos ojos muy bonitos y expresivos, de color azul oscuro. Su tez era fina y delicada. Se quitó el abrigo, y vi que vestía una hermosa falda negra, larga y ajustada, que le quedaba muy bien. Realmente era una mujer muy linda, no sabría decir si hermosa, tampoco deslumbrante, pero sus movimientos, su semblante apacible, y sus gestos delicados y sin tensión, me agradaban. Sin embargo había algo en ella que de verdad me había impactado: sus minúsculos pechitos. Bajo su suéter ajustado de color borgoña oscuro, de suave y fino algodón, dos pequeñitas pero muy golosas y lindas protuberancias emergían coquetamente, puntiagudas y lozanas, como dos ricas ciruelitas. Me quedé prendado de inmediato de aquellas dos chiquitinas casi sin prevenirlo, y sin explicación.

Me sorprendí a mí mismo dándome cuenta de que aquella mujer me gustaba. De hecho creo que no me enamoré de ella, más bien me enamoré de sus dos mamitas.

Me habló con una dulce y pausada voz, acercándose a mí:

- Así que usted es Biurn...

- Sí, señorita Arja-Zaheda.

Se fue más hacia mí, y nos dimos dos suaves besos en las mejillas. Ninguna de las anteriores Arja-Zaheda me había recibido así jamás, y aquello acabó de desarmarme completamente. Notarla tan cerca, aspirar su aroma, su suave cabello lacio, cortado en varios niveles, y sobre todo tan cerca de aquellas dos pequeñitas y chispeantes ubrecitas, me descolocó totalmente. En mi interior escuchaba la voz de Narciso advirtiéndome: "te dije que iba a pasar, te lo dije", y otra voz diciéndome: "entrégate a ella, entrégate"... Una lucha cruenta que trataba de disimular cuanto podía. Pensé entonces en quién era aquella mujer, y lo lejos que estaba de mis posibilidades, y la voz de la cordura, por fin, resultó vencedora.

Le entregué el sobre, y me hizo seguirla a su despacho. Ascendimos por el ascensor (¡el torreón tenía ascensor!) hacia el segundo piso, y pasamos por un estrecho pasillo hacia un despacho de piso en madera clara. De inmediato, me fui hacia la ventana:

- ¡Qué vistas! - Reconocí.

Mientras se sentaba frente a su escritorio, y abría el sobre, Erika dijo:

- Sí, ¿verdad? - Y añadió -. Por cierto, perdone mi descortesía: ¿quiere tomar algo, señor Biurn?

Me giré hacia ella. Me lanzó una mirada azulada, mientras se llevaba parte de la melena hacia atrás, y de nuevo volví a sentir la lucha en mi interior:

- No, gracias. Y llámeme simplemente Biurn, señorita Arja-Zaheda, se lo ruego.

- De acuerdo, pero entonces llámame tú a mí Erika, y no me trates de "usted". - Dijo, sonriendo.

- ¿En serio? - No me lo podía creer, ¡una Arja-Zaheda, diciéndome que le llamase por su nombre! Caminé frente al escritorio, donde había un par de sillas de confidente -. ¿Puedo sentarme?

- ¡Claro!

Erika leyó los papeles, cogió un bolígrafo de brillante metal carmesí, y los firmó. Luego, los volvió a poner dentro del sobre. Me miró. Yo intenté evitar mirarle los chiquitinos bultitos de sus pechitos, porque entonces ya no miraría otra cosa.

- Esto ya está, Biurn. Siento que haya tenido que desplazarse, ha debido tardar lo suyo, este sitio no queda en el centro de la ciudad, precisamente.

¡Qué gentil y educada era aquella guapísima mujer!

- ¡No pasa nada, Erika! - Pronunciar su nombre era más goloso para mí que comer un helado de fresa -. No ha sido molestia, me alegro haber venido.

Sobre todo por haber conocido así a dos preciosas y puntiagudas gemelitas. Su dueña sonrió de una forma muy atrayente.

- Este sitio es muy bonito. - Añadí.

- Me alegro que te guste. A mí me encanta también. - Se puso en pie -. Pero en fin, no quiero que te vayas ahora, y te pegues otra paliza en la carretera. Quédate a comer aquí.

¿En serio? ¿¡Me había dicho que me quedase con ella!? ¡Me daban ganas de pedirle que me dejase quedarme a su lado toda la vida!

- ¿No será una molestia?

Me sonrió dulcemente:

- ¡No, claro que no! No tenemos muchas visitas por aquí, así que nos encantará. Venga, le enseñaré el cuarto de invitados, y así podrá descansar y refrecarse si lo desea.

Fue ella la que me llevó a una habitación en la tercera planta, diciéndome que me avisarían cuando la comida estuviese servida. Decidí lavarme la cara, tras dejar mi gabardina sobre la cama, y luego llamé a Narciso.

- No me habías dicho que Erika fuese tan simpática...

Se echó a reír:

- Vive recluida en su torre, no hay mucho que contar.

- He consultado su informe... Tiene seis años menos que yo, la edad ideal para que fuese mi pareja.

Ese razonamiento parecía divertirle al director de seguridad:

- ¿Te has enamorado? ¿De Erika?

- La verdad es que no puede decirse que me guste ella, de quien estoy enamorado es de sus pechitos.

- ¿En serio? - Y añadió -: ¡Pero si apenas tiene un par del tamaño de unas nueces, Biurn!

Me encogí de hombros:

- Cosas mías.

- Precisamente alguien que no suele querer guardaespaldas jóvenes ni hombres, tiene a una japonesa, y vas tú y te enamoras de ella...

- ¿Por qué no se ha casado? ¡Es una Arja-Zaheda, pretendientes no le habrán faltado!

- ¿Me preguntas a mí? - Me planteó él a su vez. En aquel momento llamaron a la puerta:

- ¡Señor Biurn, la comida está servida!

Por la voz, era la cocinera.

- Tengo que dejarte. - Le dije a Narciso.

- Biurn, no te enamores de esa gente.

- Ya...

- Lo digo en serio.

Le colgué. No tomé el ascensor, decidí descender por las escaleras, y mientras lo hacía, me tomé la firme decisión de no dejarme seducir y no enamorarme de Erika. De mantenerme con ella frío y distante. Pero cuando llegué al comedor y la vi, todo se vino abajo.

- Biurn, te estamos esperando. - Me dijo, con toda familiaridad. Como si fuese... Su marido. Me acerqué a la mesa. Solo estaba Erika. Me senté frente a ella. Se había cambiado, y ahora llevaba una camiseta de anchos tirantes y, allí, ante mí, volvieron a mostrarse aquellas pequeñuelas de tetitas encantadoras.

- ¿Los guardaespaldas no comen contigo? - Pregunté.

- Tienen aquí a sus familias. Es lógico que quieran comer con ellos. Además, me agrada mi paz y mi soledad.

- Siento habértela interrumpido hoy...

- No pasa nada...

- Si llego a saberlo... - Si llego a saberlo me lanzo hacia ti, te desnudo, y de un bocado te como esos dos biberoncitos de merengue. Eso pensaba en realidad.

- No, está bien así, Biurn.

- ¿Tehara qué es, japonesa?

- Sí.

- ¿Cómo la conoció? Hábleme de ella...

Sonrió:

- Está casada...

Me eché a reír también:

- ¡No, no voy por ahí! Era simple curiosidad...

- ¡Ah! Es que las orientales llaman mucho la atención a los hombres.

Entonces dije:

- Si hubiese sido por eso, te habría preguntado que me hablaras de ti.

Era inteligente, y enseguida captó la intención de mis palabras. Se quedó en silencio, y comenzó a comer. Yo también lo hice. Al poco dijo:

- Hábleme mejor de usted...

- ¿No habíamos quedado en tutearnos? - Le recordé. Sonrió:

- ¡Ah, sí! Perdone... Bueno, perdona.

- No hay mucho que contar, Erika. Antes era detective, ahora soy investigador centinela, en su servicio de seguridad.

Sonrió. Hizo una mueca graciosa:

- ¡Uhau! Pues era verdad... No había mucho que contar.

- ¿Por qué no te casaste? - Me miró, seria. Probablemente estaba cruzando el frontal de la familiaridad, y siendo demasiado directo y sin tacto, pero qué narices, me daba igual. Aquella chica me gustaba -. Es decir, eres una Arja-Zaheda, todos te querrían tener de pareja.

- Quizá por eso. - Respondió, sin mucho ánimo.

- Entiendo.

- ¿Y tú estas casado?

Bueno, si me despedían me daba igual:

- Te estaba esperando a ti.

Se echó a reír sin parar. Y eso hacía que sus dos gemelitas bailaran al ritmo de su mami, y me daban ganas de estirar el brazo y cogerle una como quien coge un meloconcito de un árbol. Pero si lo hiciera, eso sí que sería mi final.

Luego me miró, directa, y su preciosa mirada azul océano tenebroso se clavó en mi:

- Te he invitado. No hagas que me arrepienta y tenga que tratarte de señor de nuevo.

- Perdone usted. - Musité, volviendo a mi comida.

- No pasa nada.

- ¡No, tiene razón, señorita Arja-Zaheda! Al fin y al cabo yo soy solo el mensajero. Como el cartero.

- No te hagas la víctima, Biurn.

Acababa de conocerme, y parecía que me conocía de toda la vida. Me puse en pie:

- Voy a prepararme para partir.

- Como desees.

- Gracias por la comida, señorita Arja-Zaheda.

Me miró, amenazante:

- ¿Quieres que te trate de usted?

- Gracias por la comida, Erika. - Dije entonces.

- Bien. - Dijo, regresando la vista hacia su plato. Mientras subía por las escaleras, pregunté:

- ¿Me podría llevar un mechón de tu pelo? - La oí reír en voz baja -. Sólo uno minúsculo... Apenas lo notarías.


****



Menudo ligón del tres al cuarto estaba hecho, aunque pienso que era más pura desesperación, desesperación por hacerme con aquellas ricas yoguritas tan suaves y blanditas como flanecitos. Básicamente, a mí ella me daba igual, quería solo sus bellísimas protuberancias.

Pero claro, para conseguirlas tenía que conseguir a su mami, y eso era lo más complicado del asunto. Y ni más ni menos que una Arja-Zaheda, muy lejos de mis posibilidades.

Cuando volví a bajar, me sorprendió que ella también estuviese vestida para salir. Se iba hacia la iglesia de nuevo. Me despedí, tratando de que no se me notase demasiado que me habían cautivado sus encantos femeninos, o para ser sincero: sus dos lindos, pequeñitos y redonditos atributos, y entonces ella, mientras se ponía su abrigo negro - mostrando claramente las dos bolitas marcándose perfectamente bajo el suéter -, me miró sonriente, como compadeciéndose de que me marchase tan encandilado.

- Ha sido un auténtico placer conocerte, Erika. Lo digo en serio.

La Arja-Zaheda se acercó a mí, en el vestíbulo de la entrada:

- Lo mismo digo, Biurn. - Y me despidió con dos besos, inusual en todas las otras Arja-Zaheda que yo había conocido. Al pasar de una mejilla a la otra, sin querer casi nos rozamos los labios. Me avergoncé de mi torpeza, pero ella esbozó una sonrisa. En mi imaginación casi veía ya que nos hubiésemos dado "un piquito" -. Conduzca con cuidado.

Supongo que el "conduzca con cuidado" lo decía por educación, pero para mí casi sonaba como un: "conduce con cuidado, mi amor".

Flotando entre nubes, me metí en el coche y conduje de vuelta. Traté de asimilar todo lo que había pasado durante aquel encuentro con la guapísima Erika, que a decir verdad no era especialmente guapa, era una mujer madura y, si de hermosura hablamos, Iratxe era más atractiva. Pero ya me entendéis, para mí era la fémina más guapísima de la galaxia. Y si a eso añadimos aquellas dos encantadoras chiquitajas con la que la naturaleza la había dotado, tenía los ingredientes ideales para volverme loco.

Me preguntaba cosas rocambolescas durante el viaje, pero surgían en mi cabeza sin poderlo evitar, fruto del total ensimismamiento que hacia ella sentía. ¿Sería ella consciente de que tenía dos chiquitinas maravillosas? ¿Les prestaría especial atención al ducharse y enjabonarlas, y al vestirlas con el sujetador? ¿Cuánto tiempo llevaría sin pareja? Y la más importante: ¿tendría pareja?

Empecé a pensar que o la conseguía, o me tendrían que ingresar en un psiquiátrico.


FIN

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| lublajraffle |

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