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Yo estuve en el DAESH



Yo estuve en el DAESH
© Lublaj Raffle


Introducción

El paraíso en el que creen los musulmanes se denomina "Jannat". Fue una invención de Muhammad (Mahoma), con el fin de que los hombres lucharan en las duras condiciones desérticas, en donde carecían de prácticamente todo. Así, este paraíso (según Mahoma) se compone de seis "deleites" con los que disfrutarán los musulmanes devotos. Estos son:

1. Hermosas mujeres vírgenes, llamadas "huríes", y cuya carne "no ha sido tocada nunca antes por ningún hombre". Entre los atributos que tendrán estas mujeres se encuentran unos "turgentes pechos", unos "grandes ojos" y, además, todas ellas serán jovencitas ("de una misma edad"). Por si fuera poco, serán todas ellas chicas "buenas" (sumisas), para que no protesten ni contradigan en nada a su respectivo "dueño". Para satisfacer a tal cantidad de mujeres, a los devotos Alláh (Alá) les dará el vigor sexual de cien hombres.

2. Jóvenes muchachos. Estos harán el papel de "esclavos", atendiendo a los deseos de los que hayan alcanzado el paraíso. Los jóvenes sirvientes pueden llegar a un número de hasta 86.000 (no me preguntéis de dónde Mahoma sacó semejante cifra).

3. Agua. Podríamos pensar que es un bien común, pero para los pueblos del desierto el agua es uno de los elementos más importantes. Poder tener acceso siempre a un agua limpia y fresca supondría una auténtica delicia.

4. Vino. El vino "alegra la vida del hombre". Cuando se harta de mujeres, puede divertirse con el vino.

5. Frutas. Junto con el agua, es el alimento por excelencia, una especie de "golosina" con la que hacer disfrutar al paladar.

6. Riqueza. Podríamos preguntarnos qué necesidad tienen de riqueza en el paraíso..., en efecto, pero sin embargo, al parecer, el tener más riqueza les hará más felices.



¿Y qué les espera a las esposas que hayan tenido en la tierra - o al harén de esposas, en su caso - estos "afortunados" señores? Según el Corán, ellas también irán al paraíso, y allí, tendrán "el privilegio" de poder contemplar cómo sus maridos desvirgan a las 72 doncellas. Un gran premio para las señoras, claro que sí.

Además, para los afortunados que lleguen a ese paraíso autoinmolados o sacrificados ejerciendo la llamada "guerra santa", se les pone a su disposición un mercado con todo tipo de manjares. En ese mercado, siempre que lo requieran o les apetezca, podrán hacerse (sin necesidad de comprarlas, solo eligiéndolas) con nuevas huríes - "jovencitas" -, y también con nuevos mancebos. Además de más fruta y deliciosos manjares.

El hadiz Tirmidih, no obstante, afirma que el límite de 72 vírgenes doncellas es solo para los musulmanes "no demasiado devotos". Para los más extremistas les asegura que no habrá límite de huríes a su disposición.

Cada virgen, esperará a su "dueño" sentada en cojines verdes, en estancias con suelos alfombrados. Allí solamente tendrá un cometido: satisfacer el placer del devoto musulmán.


"El Santo Profeta Mahoma dijo: Al creyente le será dada una tremenda potencia en el Paraíso para hacer el coito.
- Oh Profeta de Alá: ¿realmente puede Alá hacer esto?
Mahoma respondió:
- Alá le dará la potencia sexual de cien hombres".
(Mishkat al-Masabih 4: 42:24 Sunan al-Tirmidhi 2536 )

"Los que teman a Alá estarán, en cambio, en lugar seguro, entre jardines y fuentes, vestidos de satén y de brocado, unos enfrente de otros. Así será. Y les daremos por esposas a huríes de grandes ojos. (...). En (los jardines) estarán las de recatado mirar, no tocadas hasta entonces por hombre ni genio; buenas, bellas, huríes retiradas en los pabellones".
(Corán 55: 70-77)


Yo estuve en el DAESH
Llegué a Libia al final de la intervención militar de Estados Unidos, durante las primeras oleadas de ayuda internacional por parte de las Naciones Unidas, en concreto en el programa de ayuda de ACNUR.

Nuestra primera tarea consistía en dar apoyo a los campos de refugiados que, sobre el terreno, ya tenía operativos la Cruz Roja Internacional. Allí realizaban su labor también Médicos sin Fronteras y otras organizaciones humanitarias internacionales.

Mi labor era logística, de hecho soy experto en el tema, así que debía diseñar rutas eficientes, pero seguras, una tarea muy complicada en un país devastado como estaba Libia en aquellos momentos.

Cuando el conflicto bélico concluyó (o mejor debería decir, "se enquistó"), y los periodísticos medios internacionales dejaron de prestarle atención, como si fuese algo que nunca hubiese ocurrido, decidí quedarme en el país. Dejando de lado el conflicto armado, Libia es un país hermoso, con buen clima para vivir, gentes muy afables y siempre dispuestas a ayudar a los demás, y muchas oportunidades de negocio. Era una imagen que no se transmitía a nivel internacional, en donde solo se veía la inseguridad - que es cierto, también existe - de ese país africano.

Comencé mi "vida de civil" en Tripoli. Para quienes no conozcáis Libia, Tripoli está situada en el norte, junto al mar Mediterráneo, es una ciudad grande, muy dinámica y ajetreada, en la que viven más de millon y medio de almas.

Continué en el mundo del transporte, pero no creáis que sentado en una oficina organizando convoyes y estableciendo rutas, ojalá pero no. Tenía que transportar objetos para las empresas locales. La guerra había alargado las distancias muchísimo, las vías de comunicación eran defectuosas, y en Tripoli había escasez de todo, de manera que el transporte era esencial para llevar mercancías a la ciudad útiles de todo tipo que no podían encontrarse alli, desde alimentos hasta electrodomésticos.

Los libios tienen un dicho: "en el desierto tú morirás antes que tu camello", lo que quiere decir que, si te detienes y te inmovilizas esperando tiempos mejores, esos tiempos mejores nunca llegarán. Más o menos así, el árabe es complicado de traducir.

En fin, como os decía, me dedicaba al transporte de mercancías, para ello usaba un camión militar (ya no estaba pintado como tal, obviamente) que había sido del ejército de los Estados Unidos. El conflicto bélico dejó mucho material "tirado por ahí", y gente avispada hacía mucho negocio con ello. Por un precio irrisorio podías llevarte uno de aquellos rudos e indestructibles camiones de logística del ejército estadounidense. Y si os digo lo que me costó os sorprendería.

Claro que no había papeles por medio, y la venta era un tanto "chapucera", pero debido a la guerra nadie te impedía conducirlo, nadie te pedía ningún papel ni documento.

Luego, tras el conflicto armado, pude "legalizarlo" sin problemas. Solo tenías que ir al registro de tráfico y poder probar que tenías las llaves de ese vehículo. ¿Y cómo lo probabas? Pues el funcionario salía contigo, y encendías ante él el motor del camión, coche, moto o lo que fuera. Así de simple.

Eso no duró mucho tiempo, claro, porque para tener un coche solo tenías que salir a la calle y elegir el que te gustase. Inicialmente había automóviles por todas partes, muchos de sus propietarios simplemente habían muerto. Pero luego empezó a ser un robo tal cual, y entonces las autoridades (más bien obligadas por Estados Unidos, que movía un gobierno títere) cortaron de raíz.

Así me encontraba, un tanto contento pero no creáis que satisfecho, porque los atentados terroristas y los peligros en la carretera estaban a la orden del día, cuando en un alto en el camino me paré a llenar el depósito y me encontré con Rashad. A Rashad lo había conocido en uno de los campos de refugiados, y enseguida hicimos una gran amistad. Era un hombre de grandes y expresivos ojos negros, prominentes labios, y una barba yihadista sutil, incluso diría que muy "a lo hipster". En la guerra había muerto casi toda su familia: dos de sus hermanos, una hermana, y bastantes parientes. No me preguntéis si luchando en favor o en contra de Estados Unidos, ese tipo de preguntas, si querías mantener la paz en lugares así, mejor que no las hicieras. Él estaba un poco harto de todo, e inmerso en una profunda depresión. Pronto trabamos una gran amistad, a pesar de todo por lo que había pasado, era un tipo extrovertido y, seguramente, en otro tiempo muy alegre. Pasamos mucho tiempo juntos en los almacenes, organizando los envíos - o ayudando a ello, más bien - y haciendo alguna que otra "carrera de carretillas", para qué negarlo.

Nos intercambiamos nuestros números de teléfono (bueno, las conexiones telefónicas eran bastante erraticas en aquellos tiempos, pero si tenías suerte podías hablar diez minutos con alguien sin cortes), y anotó también mi dirección, tras lo que quedamos para vernos más adelante con más calma. Me ofrecí a llevarlo en el camión, pero me explicó que estaba esperando a unos amigos. Antes de irme, vi que aparecían tres pick-up de GMC con varios tipos sentados en el espacio de carga. No me imaginaba que ese eran sus tipos de "amigos".

****

No pasó mucho tiempo, unas dos semanas después, cuando Rashad se puso en contacto conmigo. Quedamos en una pequeña terraza, un bonito lugar que hacía esquina de una calle, y empezó a darme una charla respecto a lo que había cambiado el país, y la necesidad de hacer algo. Luego pasó a los halagos, a lo mucho que confiaba en mí y que los libios no deberían olvidar todo lo que habíamos hecho por su pueblo gente como yo. Era evidente que algo quería de mí. Así estuvo en varias ocasiones, en las que cada vez me intentaba convencer de "su causa". Hasta que me ofreció directamente incorporarme al DAESH. Eso me sentó como una patada en la barriga. Por supuesto, él no me confesó que pertenecía a ese grupo terrorista, solo "me tanteó" sobre el asunto. Luego, me presentó a varios de "sus amigos", integrantes - algunos de ellos - en puestos muy importantes del DAESH. Todos eran rudos, la mayoría ex-militares libios, pero otros venidos de Afganistán, Irak, Iran, incluso de Turquía o Rusia. El equipamiento militar que disponían era asombroso, proveniente del ejército estadounidense, una buena parte de él, y también de Rusia. Equipos de última generación que ni siquiera tenían los más avanzados países europeos. Cualquier cosa que os hayan dicho al respecto los medios de comunicación occidentales se queda corta: ellos disponían de lo último de lo último. El cabecilla en aquellos momentos del DAESH en Libia era Kamal ad-Din Iqbal. Bueno, uno de ellos, porque había varios, pero Kamal podía considerarse como el más importante. Este tipo vivía en un auténtico palacio, y cuando digo "palacio" no me quedo corto, su residencia había sido "donada" a la causa por uno de los más altos mandatarios del ex-líder libio, Gadafi. Vivía, por supuesto, entre enormes medidas de seguridad, y no os imaginéis que esas medidas se quedaban en unos cuantos guardaespaldas armados con fusiles por los alrededores de la enorme finca, como se suele ver en algunas películas de traficantes, ni muchísimo menos. Sus medidas de seguridad incluían plataformas móviles de misiles tierra-aire, así que cualquier avión o helicóptero que intentase volar por los alrededores, mejor que se lo pensase dos veces.

No, claro que no me "enseñaron" todo esto por mi cara bonita ni por mi amistad con Rashad, por supuesto. Todo esto lo sabría después, porque mis conversaciones con Rashad, cada vez más frecuentes, se prolongaban durante muchas horas por las calurosas - y hermosas - noches libanesas.

Y principalmente nuestras discusiones giraban en torno a que si el DAESH eran los terroristas, o lo eran "los yankis":

- Ellos vinieron aquí, nos hicieron la guerra - ese sermón estaba muy trillado, pero en fin - mataron a nuestros hermanos, violaron a nuestras hermanas...

No diré que no, las atrocidades las hubo en ambos bandos, pero aunque no sirva de excusa, ellos también lo hicieron.

- Tenemos el derecho, ¡no el derecho, Mec, sino la obligación, de defendernos! - Me decía - cuando un país se ve atacado de esa forma, lo mínimo que deben hacer sus ciudadanos es responder.

Todos me me llamaban Meccor o "Mec" porque siempre que tenía tiempo libre me dedicaba a reparar un viejo Toyota Corona del 78 que había encontrado un día abandonado en mitad del desierto, y que llevé remolcado por un camión de la ayuda humanitaria hasta el campamento. Meccor era una contracción de "mecánico del Corona", para los árabes era dificil pronunciar "corona". Eran modelos que habian llegado a millones a Libia, importados desde Sudáfrica, donde se encontraba una factoria de Toyota donde se fabrica.

- ¿Con actos terroristas? ¿Matando a inocentes? - Le recriminé.

- ¿Quiénes son los terroristas? ¿Quiénes han ínvadido nuestro país con sangre y fuego? ¿Cuando lo hacen ellos no es terrorismo, y cuando lo hacemos nosotros sí?

- Pero ellos tienen unas leyes y se ajustan a ellas -. Aduje, aunque era consciente que cualquier razonamiento con alguien tan fanático era una pérdida de tiempo.

- ¡Las leyes que ellos mismos hacen, Mec! Leyes hechas por sus parlamentos que controlan ellos.

- Parlamentos que elije la gente...

Se echó a reír acarcajadas:

- ¡Eso es lo que os quieren hacer creer! ¡En el fondo son todos iguales, y solo les interesa el imperialismo! ¡Que los demás les rindan tributo!

Decidí cambiar de tema, aunque el que abordé tal vez fuera más problemático:

- Y hablando de tributos... ¿Quién apoya al DAESH? ¿De dónde obtenéis tantos recursos?

- ¿Qué quieres decir? - Me preguntó Rashad a su vez, en tono desafiante.

- El dinero para financiaros, ¿de dónde procede?

Yo sabía muy bien que lo habían conseguido de los bancos destruidos durante la guerra, del saqueo, y también del contrabando de armas.

- ¡Del mismo sitio que los yankis! ¿O piensas que ellos estuvieron aquí "de gratis"? ¡También se llevaron una buena parte del botín! Si no nos apropiábamos de ello, se lo llevarían. Además - añadió Rashad - había entidades bancarias que llevaban la contabilidad de muchos afines a los americanos, y guardaban miles de millones en paraísos fiscales. Ese dinero sí que fue robado al pueblo libanés.

- Pues eso: ese dinero no os pertenece a vosotros...

- ¡Tampoco les pertenece a ellos!

- ...en su caso, pertenece al pueblo libanés. Y deberíais revertírselo.

Se echó a reír:

- ¡Es lo que estamos haciendo, Mec! ¿Es que no lo ves? ¡Estamos llevando a cabo esta lucha precisamente para ellos!

- ¿Una lucha sembrando el terror?

- ¡Una lucha sembrando la esperanza!

****

Evidentemente cuando alguien tiene la mente tan absorbida por proclamas y cree ser poseedor absoluto de la única verdad, poco se puede hacer. Sin embargo mis dudas eran lógicas, y seguramente ellos estaban acostumbrados a enfrentarse a esas cuestiones una y mis veces, de todas partes del mundo que, con curiosidad o interés, les hacían todo tipo de personas: desde los que sinceramente dudaban en adherirse a la causa, hasta los que lo hacían por simple curiosidad.

Yo poco iba a conseguir con todo aquello, ellos solo tenían que tirar de su ideario, y listo. Pero aunque yo no los necesitaba (o, al menos, no lo creía), para el DAESH yo sí era un potencial integrante de gran valía. Las razones son simples: si querían llevar su lucha a Europa, a los Estados Unidos, Asia o donde fuera, y obtener con ello repercusión mundial (y también una enorme divulgación de "su causa"), necesitaban a gente como yo. Gente que podía transitar por los aeropuertos sin levantar sospechas, gente que estuviera acostumbrada a desembolverse en un amplio rango de escenarios. Yo no solo era valioso para ellos como logista - que también -, sino, además, como enlace internacional. Sabía hablar varios idiomas, por supuesto entendía perfectamente el árabe, y mi experiencia al formar parte como miembro de ACNUR, y mi trabajo en campos humanitarios, no levantarían sospechas. De hecho me facilitaría el entrar y salir de los países árabes hacia cualquier destino del mundo sin problemas.

Eso y, por supuesto - y no menos importante - el hecho de que me conocían. Yo no era un recién alistado que había leído acerca del DAESH y buscaba hacer fortuna o implicarme en su causa, ni mucho menos. A mí me conocían, Rashad conocía mi trayectoria, y también sabía que en cierta forma era un espíritu libre: no había dejado por Europa esposa ni hijos a los que regresar ni a los cuales echar de menos. En todos los sentidos, pues, yo era un valioso recurso para el DAESH.

Así que no era extraño que buscasen mi compañía, y que cada vez el tiempo que pasaba con Rashad fuese más habitual.

Tanto es así que en ocasiones me dejaban ver "algo" de lo que hacían, de cómo operaban, como demostrándome confianza. Como si ya estuviese integrado en el DAESH, aunque por supuesto yo no era un integrante "operativo", ni de sus milicias por algunos de los países árabes, ni de sus células.

Mis visitas con Rashad al palacio de Kamal ad-Din Iqbal eran cada vez más constantes. Supongo que Kamal quería comprobar "de cerca" mi forma de actuar, ese tipo de gente están vivos porque si algo son es eso: desconfiados. No se fían ni de su propia sombra. Por supuesto con Kamal nunca había hablado, aunque lo veía de lejos en algunas ocasiones, charlando con alguno de sus "lugartenientes", o besuqueando a algunas de las féminas de las que, casi constantemente, se rodeaba. Porque Kamal poseía un harén, no puedo decir el número exacto pero debían rondar las treinta mujeres, algunas por cierto embarazadas, y otras con niños de pecho o bastante creciditos ya.

Como sabéis, en la cultura musulmana esto está permitido, de hecho que un hombre tuviese varias mujeres se consideraba como una bendición de Alá, así que cuantas más pudiera tener - y mantener -, pues se presuponía que más bendecido era y cercano a Mahoma estaba, y eso para los musulmanes era muy apreciado.

Una noche escuché numerosas explosiones en mi barrio. Luego dirían que había sido un encontronazo entre varias milicias (Libia estaba sembrada de combatientes de todos los bandos, y algunos que ni siquiera sabían por qué combatían, y que solo lo hacían por llevarse algo que comer a la boca). Por la mañana descubrí que entre los damnificados estaba mi camión, así que de un día para otro me quedé sin trabajo.

Ya os conté al principio cómo había conseguido aquel Hino, algo que ya no era posible porque ahora tendría que desembolsar una enorme cantidad de dinero si quería hacerme con uno. Dinero que, sobra decir, por supuesto no poseía.

Tenía la posibilidad de irme de Libia, e intentar rehacer mi vida en Europa, pero honestamente: no sabía muy bien cómo. No hay un programa "de acogida" para ex-voluntarios de la ONU que lleguen desde zonas de conflicto. Por supuesto, allí estaba Rashad, ofreciéndose a ayudarme "desinteresadamente" y a darme todo lo que estuviera en su mano. Creo que, en el fondo de mí, siempre supe que mi camión lo habían hecho estallar ellos, el resto solo fueron "daños colaterales" para dar otra imagen y otra versión de cara al exterior. Claro que tampoco llegué a suponer que yo era tan importante para el DAESH como para que llegaran a esos extremos. Pero supongo que alguien que mata gente a mansalva, lo de los "extremos" les da un poco igual.

Le fui sincero con Rashad: me agradaba su compañía, y apreciaba su amistad, pero había cosas con el DAESH con las que no coincidía, entre ellas la lucha armada. Pero a la vez, sin darme cuenta de ello (o no queriendo dármela), me encontré de repente tan metido en la organización y conociendo tanta información, que sabía que no me iban a dejar salir sin más. Si necesario fuese, no dudaba en que, llegado el caso, el mismo Rashad apretaría el gatillo para quitarme de enmedio o hacerme callar.

Me di claramente cuenta de todo esto cuando un día le acompañé a uno de sus fortines, situado en El Mayah, a poca distancia de Tripoli. Allí tenían una gran cantidad de armamento de todo tipo, y polvorines con las variantes más dispares de explosivos a elegir. Mientras iba a hacer sus negocios, Rashad me dejó en compañía de Jena, una simpática chica siria que se encargaba de programar y diseñar detonadores y sus circuitos. Me contó que había estado sirviendo al ejército sirio hasta que decidió alistarse en el DAESH porque su causa "era más justa" y buscaban "liberar el estado islámico" y unir a todos los musulmanes. Vamos, que tiró de manual, como todos. Pero Jena era muy inteligente, dejando a parte el hecho de que le hubieran lavado el cerebro con toda aquella cantinela. Su formación técnico y militar era abrumadora, y era ademas una experta artillera. No os extrañe: en algunos de esos países (como en el propio Israel) el servicio a las Fuerzas Armadas era obligatorio, y uno, sea hombre o mujer, podía aspirar a todo lo que quisiera en cuanto a estudios, porque les ponían a su disposición la mejor formación gratuitamente. Si uno era buen estudiante podía obtener los títulos que quisiera, y además con los mejores profesores del país. Este era el caso de Jena, un caso que en cierta forma también era una excepción, porque a pesar de lo que os acabo de decir, que las mujeres accediesen a esos estudios superiores - y que sus familias las permitieran hacerlo, esa es otra - era algo poco habitual. Probablemente, en ese sentido, Jena habría tenido unos padres más progresistas de lo habitual.

Pero Jena era, además, bastante atractiva (o a mí me lo parecía, vaya), de corta estatura pero con una figura femenina escultural y atlética, con unas sabrosas y sugerentes curvas, y una sonrisa deslumbrante. Sus ojos eran de un negro profundo - como la mayoría de musulmanas -, y su cabello, rizado y largo, le llegaba hasta media espalda formando una preciosa y gruesa trenza.

Según me contó luego Rashad, no se había casado, y me dejó caer que tal vez fuera lesbiana, cosa que dudaba, porque de ser así sus compañeros musulmanes ya se habrían encargado de "curarla". No hay nada que le encienda más la pasión a un musulmán que una mujer lesbiana, para ellos era casi un deber moral tratar de hacerla "normal", por lo que si Jena continuaba soltera y sin compromiso más debería ser por su inteligencia, porque no habría encontrado a alguien que realmente la sedujera ni que la atrajera, que a otra cosa. Si fuese lesbiana ya estaría formando parte de un harén, aunque fuera un harén minúsculo como el que tenían muchos soldados de la guerrilla del DAESH.

Entablé conversación con Jena que, como os decía, era enormemente simpática, y me explicó algunos de los procedimientos que hacía en su trabajo, principalmente llevar la muerte a miles de sitios con las bombas que ella preparaba, así de claro, para qué nos vamos a engañar. Aunque ella lo veía de una manera diferente, sin entrar en profundidad - tal vez por conveniencia, obviamente - de la barbarie que ocasionaba. Claro que su trabajo no requería ensuciarse las manos de sangre, y probablemente por eso continuaba allí. Eso, y porque creía a pies juntillas las proclamas y verborreas de la causa.

Me decía:

- ...esto es sencillo, sirve para evitar interferencias y que el explosivo no se active por el camino, aunque siempre que podemos utilizamos explosivo plástico, que es mucho más seguro...

Aún estaba hablando, cuando llegó a la sala una chica con una figura exuberante. Llevaba botas y pantalón verde militar, y una camiseta de tirantes, sobre la cual tenía puesta una chaqueta de camuflaje desabrochada. Pero lo más llamativo era la sobrecogedora y portentosa arma que tenía en sus manos: un imponente fusil de francotirador, con contrapeso en el cañón. Se acercaba a paso rápido, sonriente de oreja a oreja. Tenía la cara cubierta con franjas negras de maquillaje militar, el pelo, negrísimo y lacio, lo llevaba recogido en una cola de caballo, y sus ojos verde muy claro deslumbraban a uno desde la distancia. Caminó muy emocionada hacia Jena:

- ¡Huau! ¡¡El TBP parecía una antorcha! ¡Jajajaja! ¡La parte superior saltó por los aires! ¡Las perforadoras son alucinantes!

El TBP ("Transporte Blindado de Personal") o también llamado VBLM ("Vehículo Blindado Liviano Multipropósito"), en USA conocidos como RV ("Reconnaissance Vehicle"), son modelos para el transporte de personal y equipamiento, con ruedas todo-terreno y exterior blindado. También se les conoce como "armadillos".

Jena sonrió, ante la efusiva alegría de la recién llegada:

- ¿Qué hiciste esta vez? ¿Te los cargaste?

- Salieron del RV en llamas, los dejé "bailando" un rato. ¡Que se quemaran vivos, esos bastardos!

Sin dejar de sonreír, Jena miró hacia mí:

- Éste es Mec, ha venido con Rashad. Ella es Thaya, una de las francotiradoras.

Thaya alargó su mano, con guantes verdes pero con los dedos recortados, y me dio un apretón firme, tras dejar su terrorífica arma con mimo sobre una mesa. Luego dijo hacia Jena:

- He buscado las municiones y no las encontré, ¿las has cogido? ¿Sabes dónde están?

- Te las he puesto en el armario, necesitaba ese espacio... Espera, voy a por ellas.

- No hace falta. - Dijo Thaya, apartándose su melena recogida en la cola con un movimiento rápido de su cuello, que a mí me resultó sumamente sugerente -. No te molestes, no las voy a necesitar ahora.

- No es molestia. - Y miró hacia mí, elevando sus cejas -. ¡Ella misma se reserva su munición!

Thaya acarició su fusil, sobre la mesa:

- Mi amante no lo toca nadie, excepto la munición que yo elija.

Jena salió, y Thaya se quitó la chaqueta, poniéndola sobre una silla con armazón metálico. Yo me apoyé, colocándome frente a ella, sobre la mesa en la que Jena estaba trabajando. Metí las manos en los bolsillos y miré a la francotiradora, mientras desarmaba con agilidad y muchísima destreza el rifle de precisión AR-31 calibre 308. No era una chica alta, quizá un par de centímetros más que Jena, pero no mucho más. Además, estaba más delgadita, pero eso hacía resaltar todavía más su belleza libanesa. Me percaté que su brazo izquierdo, desde la zona alta del bíceps hasta casi la muñeca, estaba lleno de pequeñísimos tatuajes con balas.

- ¿Y esos tatuajes? - Pregunté. Sonrió, sin dejar de desarmar cuidadosamente su arma:

- Cada vez que me cargo a un americano, o a un asqueroso inglés, me tatuo una bala...

- ¿Y cuántos llevas?

- He dejado de contarlos cuando iba por el codo. Pero tendré que añadir algunos más.

También me fijé que en su muñeca izquierda llevaba un reloj, pero no uno de esos habituales relojes de diez dólares que suelen llevar los soldados del DAESH, sino un G-Shock, el modelo DW-5600. Conocía bien ese modelo de haberlo visto en las muñecas de infinidad de militares estadounidenses. Además, era un reloj de hombre.

- Me llama la atención también tu reloj... Me parece muy curioso...

- ¿Por qué? - Preguntó, sin entonación alguna.

- Porque suele ser el modelo que usan los soldados de Estados Unidos...

Se enderezó (estaba medio agachada sobre la mesa, limpiando su arma) y me mostró el reloj levantando su antebrazo:

- Éste lo tenía un yanki. Era de un teniente, estaba dándoles órdenes a sus hombres, en un movimiento va y estira su brazo así - estiró su brazo a la izquierda - para darles instrucciones, no sé que coño estaba diciendo, yo estaba lejos. Le disparé... ¡Jajajaja! ¡Tenías que haberlo visto! - Se emocionaba contándolo como si fuera lo más grande que hubiera hecho en su vida -. ¡Pummmm! - Hizo el gesto de explosión con sus manos -. ¡Medio brazo a la mierda!

- ¿En serio? - Me pareció dantesco...

- ¡Sí! ¡Le había dado en..., aquí, - señaló su hombro - en el tendón, su brazo salió disparado como si fuera de goma, ¡jajajaja! Cuando todo acabó, me acerqué, el tipo aún estaba vivo, tumbado y desangrándose. Cogí su brazo, le quité el reloj, y me lo quedé...

Jena llegó en aquel instante con una carretilla, llevando varias cajas de municiones. Sonrió hacia Thaya, pero luego miró hacia mí:

- ¿Otra vez está contando lo del brazo? - Thaya no paraba de reír -. ¿Te ha dicho que dejó que se muriera desangrado?

- ¡Jajajaja! - Reía la preciosa arábiga y, haciendo un gesto con sus manos como ahogándose, me contaba -: Me decía, casi sin voz: "matajme...", "matajme...", ¡jajajaja! No gasté ni una bala en él.

- Pero no es eso todo... - Indicó Jena, dejándole las municiones junto a la francotiradora. Luego volvió hacia su lugar en la mesa, y se sentó ocupando su puesto a mi lado -. Sacó su pistola, y le apuntó... - Thaya no paraba de reírse -, y luego, hizo como que le iba a disparar. Y cuando el tipo creía que por fin dejaría de sufrir, ¡se fue!

- Tendrías que haber visto la cara que puso... - Dijo la chica de ojazos verdes.

La verdad que no me habría apetecido para nada haber visto la cara del pobre militar aquel.

- Espero que si algún día me ocurre algo así, a mí sí me dispares... - Dije. Las dos mujeres se miraron entre sí, en silencio. Noté que sus rostros cambiaban de expresión. Thaya volvió a su trabajo frente a la AR-31, y Jena musitó:

- Eso ha tenido que hacerlo demasiadas veces...

- Lo siento. - Dije, arrepintiéndome de mi falta de tacto. Thaya se encogió de hombros.

El hecho es que no sé si fue por el impacto que Thaya causó en mí, porque me encandilaban sus ojos y su simpatía, que no podía apartarla de mi mente. O tal vez fuese por la necesidad acuciante de la situación en la que me encontraba tras la pérdida del camión, que cuando Rashad me insistió en entrar a formar parte "activa" de las operaciones, le dije que si. También es verdad que poca alternativa me quedaba: estaba implicado hasta el cuello. Normalmente ese tipo de gente no te pone delante un papel con un par de casillas tipo tests y te dicen: "elije lo que quieras", preguntándote: "¿quieres formar parte del DAESH? Sí. No". Ni mucho menos. Te intentan ir introduciendo hasta que entras en su vorágine y, cuando te quieres dar cuenta, ya no tienes opción de abandonar. Así actúan. Porque saben que, luego, si quieres abandonar lo que pones en juego es tu vida. Eso al menos hacen con los extranjeros, claro, porque con los de su pueblo es otra historia, para su gente recurren a la religión, tergiversándola por supuesto, a la politica, al abuso del poder exterior y a propaganda similar que nadie en su sano juicio creería, pero que cuando estás metido allí, lo vives desde niño y bebes de ello, no llegas a ver otra cosa ni encuentras otras alternativas. Crees que eso que te cuentan es la única opción que existe, y que es la única verdad.


FIN PRIMERA PARTE

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