La carta (saga "El informador")
© Lublaj Raffle
Imagen: Hassan Ouabjbir
En la sala de reuniones de la cuarta planta del edificio de usos múltiples de los Arja-Zaheda solían celebrarse encuentros de alto nivel. El personal que trabajaba habitualmente en las oficinas de seguridad, relaciones con los medios o inversiones, estaba más que acostumbrado a que recorrieran sus pasillos altas personalidades de la nobleza de la Casa Solar Arja-Zaheda, sus familiares, y también personal especializado de diversos departamentos.
Nada en el exterior del señorial edificio, rodeado de una zona de murete enrejado, hacía destacar que aquella construcción perteneciese a los Arja-Zaheda. Solo una pequeña placa, visible tras pasar el amplio portón vigilado constantemente por un guarda de seguridad, y superar la zona de parking delantera, informaba que pertenecía a tan noble familia.
En la sala de reuniones, a las diez en punto de la mañana, y con la mesa presidida por Ferdinand Nizar Edmundo Arja-Zaheda Casoro Bherjaer, nada más y nada menos que el hijo mayor de Damar Rubini Lorenzo Arja-Zaheda Casoro Ponzano de Bodo, patriarca de la familia, había muchos altos cargos de los diferentes departamentos con los que trabajaba la noble casta. Enedine Elevi, jefa de prensa y una de las caras más visibles, estaba allí. También Mauricio Cinoem, responsable del departamento de comunicación y de relaciones con los medios de la familia; Norberto Núñez, que presidía el gabinete jurídico y legal, o Aroa Beltrán, del consejo asesor diplomático.
Era Mauricio precisamente quien, con voz grave, de pie, con aspecto ceremonial y gesto serio, ligeramente ladeado hacia Ferdinand, leía en voz alta un informe:
"... la señorita Tiffany Arja-Zaheda parecía tener mucha prisa por terminar la universidad. Una carrera que normalmente lleva cuatro años, ella la hizo en tres, al parecer porque, según su portavoz para la prensa, le convalidaban muchas asignaturas y tenía gran experiencia de 'exploración' y 'excavación'. Desde 'Arja-Zaheda News' nos preguntamos qué excavaba, ¿sus dedos en copas de champán en los restaurantes de lujo en Niza, cuentan como excavación arqueológica? Al parecer si eres un Arja-Zaheda, sí".
Y el mismo Mauricio, tras explorar brevemente las miradas expectantes del resto de asistentes, continuó con tono más profundo:
"Pero eso no es todo, pronto la pequeña de los Arja-Zaheda ha olvidado 'eso' de la arqueología, y el dinero que, según ella, le han dado sus progenitores para celebrar la licenciatura se lo ha gastado en uno de los últimos modelos de Peugeot, con el cual parece ser que se dedica ahora a 'estudiar' las noches de Ibiza, y no es la primera vez que la policía local se la encuentra ebria por las cunetas y tienen que llevarla a casa, un viaje que, por supuesto, pagan todos los gimnesienses. La policía argumenta que al ser un personaje famoso, lo hacen para evitar secuestros, no sea que claro, tengamos que pagar los ciudadanos también el rescate. Las guardaespaldas que tiene son de risa, algunas son tan niñas como ella y se pierden en la isla..., ¡le pierden la pista a su protegida en la isla! Eso sin contar que, según algunos rumores, se beben también en los bares hasta el agua de las macetas..."
- Y etcétera, etcétera, etcétera... - Dijo Mauricio, arrojando el pequeño taco de folios que sostenía en sus manos sobre la mesa, y volviendo a sentarse -. Siempre está así esa publicación, "Arja-Zaheda News", la llaman.
- "Arja-Zaheda Estupideces", la llamaría yo. - Dijo Ferdinand. El hijo del patriarca acababa de pasar los cuarenta. Vestía traje gris, y su pelo, rebelde, aparecía con rizos aquí y allá. Había hecho sus pinitos como modelo, pero prefirió quedarse en el mundo de las finanzas.
- La cuestión es que eso nos afecta, señor Arja-Zaheda - decía Enedine Elevi, la jefa de prensa -. El tipo ese...
- ¿Pero quién es "el tipo ese"? - Preguntó Ferdinand, cortándola.
- Es un don nadie - volvió a intervenir Mauricio, consultando su tablet -. Tiene un cuchitril a las afueras, y su publicación la realiza sobre una plataforma de código abierto...
- O sea, un muerto de hambre... - Opinó Ferdinand, con cierto "tonillo".
- Pero ese "muerto de hambre" - volvió a hablar Enedine - tiene más de doscientos mil lectores en su puñetera publicación "Arja-Zaheda News", le siguen más de trece mil personas, y sus patrañas...
- ¿Pero es verdad, o no es verdad? - Preguntó Ferdinand, abriendo los brazos y mirando hacia los puestos alrededor de la oblonga y larga mesa de reuniones -. Quiero decir, ¿el tipo ese cuenta cosas que realmente pasan?
Todos se miraron entre ellos, sin atreverse a intervenir. Ferdinand resolvió:
- O sea, sí... ¡Y airea nuestros trapos sucios, y nos quedamos de brazos cruzados!
- Lo de Tiffany... - Empezó a hablar Aroa Beltrán, de la diplomacia. Ferdinand volvió a interrumpir, haciéndole un gesto con la mano:
- A mí Tíffany me importa una mierda, a esa niñata la tendrían que haber atado corto hace mucho. Pero no nos centremos en eso: si no es Tiffany, es Gemma, sino, Paolo, sino... La cuestión es: ¿cómo callamos al imbécil ese? - Y miró hacia su jefe de abogados -. ¿Podemos taparle la boca de una puñetera vez? ¿Cerrarle el pico? ¡O por lo menos cerrarle la página esa web, coño!
Norberto Núñez, del gabinete jurídico, carraspeó antes de intervenir por primera vez:
- Podríamos denunciarle por injurias... - Musitó. Enedine Elevi dijo entonces:
- El caso es que la repercusión sería mayor... Lo hemos visto otras veces, si no fuera cierto lo que dice...
Ferdinand golpeó la mesa, y miró con un gesto de hartazgo a su jefa de prensa:
- ¡Eso me importa un bledo! Si hoy Tiffany es portada de una revista de la prensa rosa, pues bien, pero lo será esta semana, ¡pero ese tipo está dale que te pego todo el día! ¿¡Es que no podemos parar eso, o qué!?
Norberto decidió salir en auxilio de su compañera de reunión:
- Aunque le metamos a juicio no estaríamos seguros de conseguir hacerle callar. Las noticias son públicas, él lo que hace es reunirlas...
- ¡Y criticarnos, coño! - Bufó Ferdinand. Mauricio entonces, cogió un folio de los que tenía ante sí y leyó:
- "... ese automóvil y las joyas que llevaba la señorita de los Arja-Zaheda esa noche tienen un coste estimado de más de quinientos mil euros, y luego ella salía fardando que era solo un pequeño regalo por haber sido buena estudiante. Cuando hay tantas personas que lo pasan tan mal en este mundo, no es de recibo..."
Ferdinand le cortó:
- ¡Vale, vale, Mauricio! Me sé la historia. - Miró hacia Enedine:
- ¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Qué sugiere el departamento de prensa?
La señora, delgada y de casi sesenta años, se encogió de hombros:
- Bueno... No trabaja en un medio público, no es alguien que pertenezca a una asociación de la prensa y que se le pueda controlar... Al ser independiente...
El hijo de Damar Rubini miró hacia el fondo, en un lado de la mesa escuchaba expectante Narciso Oderiz, director de seguridad de los Arja-Zaheda:
- ¿Se le puede "acallar" por otros medios?
Narciso sonrió ante la ocurrencia de Ferdinand:
- ¿Usar la fuerza? Eso sí que nos pondría en la picota...
- ¿Quién es ese tipo? ¿Lo habéis investigado? - Le preguntó entonces Ferdinand. Narciso, entonces, consultó también su tablet:
- Es un reportero del tres al cuarto, venido a menos. Se hace llamar Zyle Tera. Tiene algunas cosillas publicadas, nada serio...
- ¡Quiero saber todo de él! ¡Quiero un informe detallado! - Exigió Ferdinand.
Narciso continuó, con voz calmada:
- Lo tendrá en un instante en su casilla de correo... Pero no hay demasiado, en realidad del tipo no hay mucho más. Vive centrado, obsesionado o como lo quiera llamar con su publicación online de "Arja-Zaheda News", mantiene de cuando en cuando una página de aficionados... - deslizó el dedo varias veces sobre la pantalla de la tablet - sí, son "pirados" de unos modelos de relojes, los "Mud Resist"...
Ferdinand frunció el ceño, y la mayoría de los que estaban allí presentes, también:
- ¿Qué narices es eso? - Preguntó el hijo de Damar.
- Modelos de relojes G-Shock, parecidos a los que llevan nuestros detectives - respondió Narciso -, pero "para frikis".
- ¿Y no hay más? - Quiso saber el de los Arja-Zaheda que presidía la reunión.
- No... - Musitó Narciso, preguntándose para sí qué se esperaba su superior.
Ferdinand miró hacia Mauricio:
- Señor Cinoem, dígame que se le ha ocurrido algo para que no sigamos soportante este panfleto web de... De... - Pidió ayuda con la mirada, Enedine se la dió:
- "Arja-Zaheda News"...
- "Arja-Zaheda News", exacto.
Mauricio se quedó traspuesto, con gesto sorprendido, como preguntándose por qué tenía él que tener la solución, ¡ni siquiera había pensado en que su departamento tuviera que darle respuesta a aquello! Había mucha más gente que trabajaba para los Arja-Zaheda, ¿por qué él?
Ferdinand, al ver que no salía ni una palabra de la boca de Mauricio, abrió ligeramente las manos:
- ¿Y...?
La mayoría de los presentes se miraban entre ellos, con rostros temerosos, como quien desean vehementemente que el profesor no le busque para preguntarle la lección ni la solución al problema escrito en la pizarra. Por fortuna, Narciso rompió el tenso silencio:
- Yo tengo una... Si me permite, ilustrísima... - Dijo.
- Adelante. - Le invitó Ferdinand, mientras el resto de presentes respiraba con alivio.
- Verá... Ese tipo, por lo que sabemos, tiene... Demasiado "tiempo libre", diría yo. - Explicaba el director de seguridad de los Arja-Zaheda -. ¿Y si le contratamos?
Todos se echaron a reír, pero al ver el rostro serio de Ferdinand, que pedía calma con la mano, el silencio fue inmediato:
- Continúe. - Dijo el hijo del patriarca de los Arja-Zaheda.
- Digamos tenerle en nómina... Un tiempo, unos meses, darle espacio para que publique no solo los escándalos que de los Arja-Zaheda salen en la prensa, sino que de verdad tenga que escribir crónicas y hacer reportajes fotográficos, pero para nosotros. Cuando regrese a su publicación, nadie le creerá, y habrá perdido toda credibilidad, en cuanto vean que ha estado trabajando para la familia y, además, escribiendo crónicas "normales", no críticas ni ataques sacados fuera de contexto.
- Con eso le daremos pie para que luego escriba un libro, por ejemplo, criticándonos por todas partes. - Advirtió Mauricio Cinoem. Narciso le lanzó una mirada, recordándole que él le había salvado el culo cuando le inquirió sugerencias Ferdinand, y se calló de plano.
- No tiene por qué. Le daremos la información y le enviaremos a los actos que nos interesen a nosotros. - Sugirió Narciso -. Actos donde podamos controlarle, y en donde nos convenga que los divulgue.
- ¿Y dónde los divulgará? - Preguntó Enedine.
- A los medios de comunicación, en su página, y por supuesto en nuestra sala de prensa.
Enedine fue cortante, y levantó su dedo ante Narciso, moviéndolo hacia los lados, en clara negación:
- ¡No, no! ¡En mi departamento de prensa no quiero a ese tipo! - Miró hacia Mauricio. En cierta manera, ellos trabajaban juntos:
- No, desde luego que no. - Reforzó la opinión de su compañera Mauricio.
Entonces, la voz profunda de Norberto rompió el empate:
- Nosotros lo incorporaremos.
Ferdinand le miró directamente a los ojos:
- ¿Qué hace un periodista en un departamento legal, con abogados?
- No es periodista. - Puntualizó Narciso -. Es reportero...
Norberto le miró, y luego miró hacia Ferdinand:
- Mejor aún. Así el colegio de periodistas no podrá decirnos nada si lo ven por libre. Y podremos revisar lo que publica de forma más precisa y cercana. - Opinó Norberto.
Ferdinand hizo una mueca con sus labios:
- No está mal...
- Dices que publicará..., ¿pero dónde? En las revistas oficiales de Arja-Zaheda no lo quiero, ni en nuestros medios. - Insistió Enedine.
- En su página, como hasta ahora. Pero la diferencia es que ahora publicará NUESTRAS noticias - aclaró Norberto -. Y también nos vendrán bien sus informes. Normalmente tenemos informes del servicio de seguridad - miró hacia Narciso -, de las agencias de medios - miró hacia Enedine -, pero no de alguien directo. Podremos decirle a dónde queremos que vaya y qué queremos que nos diga. Puede sernos muy útil, si le sabemos aprovechar.
- Puede ser un estorbo. - Opinó Enedine, que aquella idea de Narciso no le parecía nada bien ya desde el principio.
Aroa Beltrán, de la diplomacia, intervino tras permanecer un buen rato en silencio:
- Olvidáis un detalle. - Dijo la pelirroja natural, que vestía un elegante traje azul oscuro - . ¿Quién dice que él va a querer trabajar para los Arja-Zaheda?
- Yo me encargo -. Dijo Narciso. Norberto le miró:
- No. Yo me encargo. - Y añadió -: Pásenos los informes que tengan de Zyle.
Ferdinand apuntó hacia Narciso con su dedo índice de la mano izquierda:
- ¿Cómo lo ibas a hacer? ¿Amenazándole? No me busques más problemas...
Narciso esbozó una sonrisa:
- No. Advirtiéndole que podemos cerrarle el sitio web si no colabora.
Entonces, el hijo del patriarca miró hacia Norberto:
- ¿Y tú?
- Haciéndole ver que le podemos dar lo que quiere: seguir a los Arja-Zaheda mucho más de cerca.
Ferdinand entrecruzó las manos, miró alternativamente hacia Narciso y hacia Norberto, y al final fijó la vista en éste:
- ¡De acuerdo! Todo vuestro, entonces, adelante.
Los presentes se fueron poniendo en pie, Ferdinand aceleró el paso hacia la puerta y salió rápido. Norberto abandonó la sala de reuniones a continuación. Tenía mucho que hacer con los miembros del gabinete para labrar la estrategia más conveniente y certera con la que atraer a Zyle Tera. De ella dependía en gran manera el éxito de la operación.
Nunca quise ser una estrella. Ni darme a conocer. Ni que yo me llevara el papel protagonista. Supongo que la vida te hace ir a donde no quieres (y aunque quieras, quizá a donde no debas) y tendrás que lidiar entonces con lo que te vaya apareciendo por delante. Creí que aquella notificación era un nuevo reto de ese tipo, una carta proveniente del gabinete jurídico de los Arja-Zaheda, con el membrete en donde destacaba en letras con elegante tipografía inglesa antigua: "Casa Arja-Zaheda". Casi nada.
Yo no tenía ni idea de cómo habían conseguido mi dirección postal, y por supuesto ni se me pasó por la cabeza intención alguna sobre denunciarles o protestar "oficialmente", lo había intentado con cosas mucho menos serias y compañías menos importantes, y la Agencia de Protección de Datos poco menos que se había reído de mí. Si un "don nadie" les llega así por las buenas y sin más, llorándoles porque le llegó una carta de los letrados de los Arja-Zaheda, no harían ni caso los funcionarios. Y de hacerlo, me dirían con adornadas palabras que intentase no enfadar a tan noble e influyente familia.
Pero yo no había querido enfadarles. Solamente eran ellos el tema central de la publicación en mi página web porque, además de interesante, creía que era defender la justicia el ver cómo algunos miembros de esa familia se comportaban, pero también aplaudía y apoyaba - o, bueno, me enternecía o sentía una atracción especial - a otros. En especial de Gabriela Fabiana Tizza Arja-Zaheda Belgio y Calzavara Sardella. Quizá lo que me atraía de Gabriela Fabiana era, en parte al menos, la piedad. Mientras la mayoría de los Arja-Zaheda se divertían y pasaban los días de lo lindo en mil y uno entretenimientos, ella desde pequeña se había visto obligada a vivir casi enclaustrada. La razón era una enfermedad de su piel, un grado de fotosensibilidad pero, en su caso, extrema, que hacía que cualquier contacto con la luz la dañara hasta el punto de hacerle peligrar su vida. De manera que las veces que salía, y que se la veía, eran muy pocas. De hecho he de confesar que yo empecé el "Arja-Zaheda News" por ella, ya que era tan poco lo que se difundía sobre su persona, que decidí reunirlo en un mismo lugar, recabando artículos, fotografías y reportajes en revistas y portales de Internet. Con el paso del tiempo fui incorporando temas y apartados para el resto de miembros de la familia, dado que lo que conseguía de Gabriela era muy poco.
Así fueron pasando los años, bastantes años, hasta que mi página empezó a tener un público bastante fiel y a seguirla mucha gente, y eso lo cambió todo, porque comenzaron a escribirme y a intentar comunicarse conmigo de todas partes, algunos medios incluso fuera de España, para pedirme opinión, ayuda o verificar sus noticias.
Pues así estaba yo, aquella mañana, con el sobre del bufete de los Arja-Zaheda abierto ante mí, y una carta "invitándome" a pasar por sus oficinas para notificarme ciertas cuestiones. Me temía que una de ellas fuera el cierre de la página web pero, si así era, ¿por qué no me lo pedían directamente? Bueno, claro, muchas veces ese tipo de personas hacen sus peticiones, o dan sus órdenes, mucho más sutilmente. Eso de ser directo no siempre ocurre.
Me invitaban, decía, a verles, aunque más bien era una citación encubierta, adornada por palabras y términos legales, en donde básicamente intentaban hacerse las víctimas y actuaban como si me hicieran un favor. El problema es que yo estaba bastante lejos de su sede, pero ellos, por supuesto, ya debían tenerlo previsto, no en vano conocían mi dirección, y junto a la "invitación" me adjuntaban un billete de avión, clase ejecutiva, casi nada. Y junto al billete, una reserva de hotel con tarjeta electrónica pre-pagada: tres días y tres noches. Es decir, además de visitarles, me permitirían hacer "turismo" durante tres días, ni más ni menos. Parecía que ya lo habían previsto todo: que llegase a la ciudad un día, al siguiente fuese a verlos, y pasara finalmente la noche en el hotel hasta el día siguiente para coger el vuelo de regreso. Aquella gente lo había planeado todo. Y si habían sido tan concienzudos, me estaban dejando también muy claro que lo mejor era hacerles caso "por las buenas", antes de que me metieran "un paquete" y por mandato judicial tener que ir yo pagándolo todo de mi bolsillo. Pero como no tenía un centavo, decidí hacerles caso y averiguar cara a cara lo que querían de mí. O, que era lo que me parecía más probable, sentarme a escuchar sus amenazas para obligarme a cerrar el sitio web de "Arja-Zaheda News".
Sea como fuere, les hice caso. Tenía tiempo, y todos los gastos pagados así que, ¿por qué no?
El viaje, como todos los viajes que hago, fue un medio desastre. No me siento cómodo en los aeropuertos, esa especie de psicosis que existe entre el personal de seguridad en donde todos los viajeros son culpables hasta que no se demuestre lo contrario, y potenciales terroristas y delincuentes. Para sentirme así, no necesito un aeropuerto: bastaba darme una vuelta por mi barrio, donde magrebíes y sudamericanos están siempre liándola, y has de caminar por la calle con la mano cogiendo el documento de identidad porque en cuanto te cruces con un policía te pedirá que se lo muestres. Esa psicosis, repito, que te incomoda con interminables esperas, burocracia y desdén, junto con esas sonrisas falsas del personal de atención en tierra (y también del de vuelo), hartos de todos y hartos de ti, pero que no pueden ni deben expresar tales sentimientos. A todo ello se unen las prisas propias de los viajeros, el nerviosismo de coger un avión, y las idas y venidas de maletas, equipajes que van y vienen hacia y desde cintas transportadoras.
Para encima, yo tenía el vuelo reservado y pagado, y la habitación del hotel, pero nadie me fue a recoger al aeropuerto. Lo cual demostraba que en realidad a los abogados de los Arja-Zaheda les importaba un pimiento mi comodidad - tampoco hacía falta que me lo dijeran, ya lo sabía -, y tuve que pagarme la carrera yo. Y no estaba cerca precisamente el aeropuerto de la ciudad, porque como es lógico, los aeropuertos los intentan poner en las zonas más alejadas de los núcleos poblacionales.
Los taxistas son muy listos, aquí en España o en la india, da igual. Con "listos" me refiero a lo que ya os imagináis: a que son embusteros y timadores casi por naturaleza. No sé si es por inercia, porque su profesión los hace así, o porque al coger un taxi se transforman y se convierten en unos sinverguenzas. Sea como fuere, es muy difícil que encuentres un taxista en cualquier parte del mundo, sea Nueva York o Calcuta, que no intente robarte. En unos sitios te tratarán de entretener para que no les pidas poner el taxímetro y así cobrarte lo que les apetezca y, en otros, si notan que no conoces la zona te harán dar vueltas hasta cansarse. Ya lo reflejaba muy bien aquella película española del año 1953 titulada, precisamente - qué casualidad - "Aeropuerto". Por eso, en cuanto vi que entrábamos en la ciudad, nada más salir de la autopista le dije al conductor que me dejara a un lado de la carretera, en el arcén. Se quedó a cuadros y me miró como si hubiera perdido la cabeza, probablemente entre espantado por una decisión tan inusual, y decepcionado por no poder cobrarme mil y unas vueltas por el centro de la ciudad. Y es que una vez en la urbe, a mí me daba igual tener que recorrer cuatro kilómetros o veinte buscando mi hotel, llevaba brújula, mi móvil con GPS, y una sola mochila que cargar, en previsión de cualquier contratiempo. Así que le pagué, y caminé por el arcén hasta que vi un lugar por el que salir hacia alguna zona más habitada, con edificios. Era un caminito trazado en el borde de la carretera, por fortuna no llovía, y aunque el cielo estaba prácticamente despejado, no hacía mucho calor, con lo que se podía andar con bastante comodidad.
Seguí el camino, serpenteante entre la maleza, y que luego descendía unos metros con no demasiado desnivel, hasta un pequeño solar, al cual iban a dar ya las aceras y las calles asfaltadas. Allí hacía sombra. Sabía que el centro de la ciudad, donde estaba mi hotel, se encontraba hacia el oeste, por lo que saqué mi brújula, comprobando que mis pasos me llevaban hacia el norte. Viré a la izquierda. De momento no tenía necesidad de conocer más, con dirigirme al oeste bastaba, puesto que, lo que sí sabía, era que aún estaba muy lejos del hotel. No sabría decirlo, pero cuatro kilómetros seguro que no me los quitaría nadie.
Me perdí varias veces y estuve caminando durante casi cuatro horas, pero finalmente llegué a mi destino. El sitio estaba, en efecto, muy céntrico. Se trataba del hotel Wellington, un "cuatro estrellas y media" muy señorial, con fachada de grandes bloques marrón y una puerta doble de hierro forjada, sobre la cual se alzaba como visera envolvente un toldo rojizo-aladrillado con rebordes en blanco. En menudo "hotelito" me habían metido los de Arja-Zaheda, era evidente que, o querían impresionarme, o amilanarme. Reconozco que, en parte al menos, lo lograron: no estaba ni mucho menos acostumbrado a sitios como aquel.
En la recepción tomaron mi documentación, y el tipo tras el mostrador, alto y con rostro cansado, tendió hacia mí un sobre:
- Le han dejado esto, caballero. - Me informó.
Miré el sobre por el exterior. No había nada, ni una señal ni un logotipo. Nada que pudiera dar una pista de quién me lo había dejado, aunque en realidad yo ya lo suponía. El sobre estaba cerrado, por lo que decidí abrirlo una vez estuviera en la habitación.
Aún no había dado un paso, cuando vi que un botones se acercaba hacia mí. Se detuvo, decepcionado en parte al ver que solo llevaba una mochila, y que ésta la cargaba yo a mi espaldas. Por supuesto, allí no debían estar muy habituados a ver "mochileros". Dudó un instante en acercarse, pero supongo que el verme sudando como si llegase caminando desde el Nepal le retuvo. Aún así, su instinto hizo que se quedase "en mi entorno", por lo que le pregunté:
- ¿Los ascensores?
Me señaló un hueco, doblando la pared. ¿A quién se le habría ocurrido colocar escondidos tras una esquina los ascensores en un hotel? Mientras pulsaba el botón de llamada, el botones, que no era un chiquillo ni mucho menos, sino que debía rondar los treinta, con un corte de pelo perfecto y un pulcro afeitado que le hacía brillar las mejillas, se mantuvo frente a mí, expectante. Seguramente esperando propina. ¿Propina por qué? ¿Por decirme dónde tenían los ascensores? Ni siquiera había pulsado el botón para llamarlos - claro que yo me había adelantado -. Imagino que era un poco deformación profesional, también. Mientras las puertas deslizantes se cerraban y yo ascendía hacia mi habitación, no pude evitar recordar el dicho de "por el dinero baila el perro". Hay que ver lo que eran capaces de hacer algunos por un par de euros. Aunque, por supuesto, y dada la categoría de aquel hotel, allí las propinas debían de ser mucho más abundantes y generosas.
Dejé de pensar en el botones y abrí la puerta de la habitación. Abandoné la mochila sobre un portamaletas al pie de la cama, y sin perder un segundo abrí el sobre. No me gustan las sorpresas, y soy un impaciente.
Dentro, de nuevo el membrete de los Arja-Zaheda. Aquello me estaba resultando agobiante. Pero bueno, recordé que ellos pagaban la factura. Había un escueto texto, escrito por ordenador usando una elegante fuente itálica. Hasta para esos detalles era rebuscada aquella gente:
"Señor Zyle Tera, gracias por aceptar nuestra invitación. Un chofer le pasará a recoger mañana a las nueve. Por favor, recíbalo puntualmente a esa hora ante la puerta, ya que no se permite aparcar frente al hotel".
"Disfrute de su estancia en el Wellington".
Ninguna firma. "Invitación", sí... Seguro. Estaba impaciente por saber qué habría detrás de todo aquello pero, por de pronto, lo más urgente era una ducha. Me fui hacia el cuarto de baño sin perder un segundo más.
A las nueve en punto por mi reloj, estaba en el hall del hotel. A las nueve en punto, un automóvil negro se detuvo ante la puerta principal. Caminé, y nada más verme aparecer en lo alto de la escalinata de acceso al edificio hotelero, el hombre que conducía salió y abrió la puerta trasera del auto. Era un lujoso Peugeot 608. Me miró, y me fui hacia él, preguntándole al llegar a su altura:
- ¿Para mí?
- Sí, señor. - Me respondió.
Me metí en el coche, y el chofer volvió a su lugar, poniéndonos en marcha. Era un anciano decrépito, y digo anciano porque debía tener casi setenta años. De rostro rosáceo pálido, una sombra de pelo blanquecino en las sienes, y un mentón pequeño y hundido hacia atrás.
- ¿A dónde vamos? - Quise saber yo, mientras nos internábamos entre el tráfico.
- A la sede del departamento jurídico de los Arja-Zaheda, señor. - Me respondió, mirándome brevemente por el espejo interior.
- ¿Y para qué me han citado allí?
El anciano hablaba cortésmente, despacio y en un tono más bien bajo. Debía estar acostumbrado desde hacía muchos años a las exigencias de confidencialidad y parquedad dialéctica que exigía el servicio a familias nobles.
- No lo sé, señor. Únicamente tengo orden de llevarle.
- ¿Orden de quién? - Insistí. Supongo que mi lado de reportero comenzaba a aflorar.
- Órdenes de mis superiores, por supuesto.
Se iba por los cerros de Úbeda. Por supuesto, debía tener ya mucha habilidad para ello, así que seguí probando:
- ¿Y quienes son sus jefes? - Inquirí.
- El servicio jurídico, son para quienes trabajo.
Y poco más podría conseguir, supongo. El anciano conducía impertérrito, sin inmutarse ni hacer un gesto. No conducía mal, en todo caso. O pudiera ser que, como me gusta conducir despacio, y él iba a bastante reducida velocidad, me agradaba.
Salimos hacia un lugar del extrarradio, bastante alejado del hotel Wellington, puesto que había pasado mucho tiempo desde que el chofer me recogiera. Claro que el tiempo conduciendo en una gran ciudad es relativo, porque atravesar el caótico centro obligaba a circular con constantes detenciones.
Finalmente, llegamos a una construcción con muros de piedra, de generosas dimensiones, con un estilo arquitectónico casi medieval, diría que renacentista, con enormes columnas y ventanales en forma de arco. Nos abrieron el enorme portón de acceso, y el chofer condujo hasta el lateral de la escalera de la entrada. Allí se detuvo, y me miró:
- Salgamos. - Dijo, saliendo él mismo del coche, con cierta dificultad. Cerré la puerta y esperé de pie a que él rodease el coche y llegase a mi lado, junto a la escalera -. Subamos -. Indicó.
Estuve a punto de sugerirle si quería apoyarse en mí, aquel anciano ya no estaba para muchas escaleras, pero como eran pocas, y pronto alcanzamos la parte superior frente a la puerta de entrada principal, opté por no decir nada.
Un guarda de seguridad me registró en el listado de visitas de su aplicación de ordenador, y me dio un pase de invitado. Que obligaran a portar tal identificación me dejó claro que no debían ser muchas las visitas de gente externas o ajenas a los Arja-Zaheda que recibían.
Tomamos un ascensor y luego accedimos por un pasillo con recubrimiento de madera noble y bustos escultóricos por los laterales, hacia una estancia al fondo. De un lateral de paredes acristaladas, salió una señora. Era rubia, delgada, y tenía el pelo recogido en un pequeño moño. Sus gafas de estilo "cat eye" sesentero le daban un aspecto gracioso.
- Gracias Andrew, yo me encargo. - Dijo ella, y el chofer se fue sin mediar palabra. La señora, de unos cincuenta años, me tendió la mano. Con una media sonrisa en su cara dijo -: Soy Gwen, la secretaria del señor Norberto.
Le di la mano:
- ¿Puede explicarme alguien para qué estoy aquí?
- Sí, claro. Solo espere un momento - dijo, indicándome una pequeña sala al otro lado - voy a ver si el letrado le puede atender.
Entré en la sala. Había varios sillones de un aspecto fastuoso, de cuero, muy acolchados. Tres de uno y uno de dos. Me senté en el de una plaza. Una pequeña mesita esquinera albergaba revistas, de economía principalmente. La otra, una lámpara y una lustrosa planta tipo ficus que parecía artificial. Frente a mí había un alargado cuadro, de arte abstracto, pintado al óleo. Debía medir casi dos metros de largo, por uno y medio de ancho. Las paredes, recubiertas también de madera, brillaban de limpias. Miré mi reloj y puse un cronógrafo, quería conocer cuánto me harían esperar. Escuché pasos, tacones. Una chica de falda más bien corta entró al despacho de Gwen. Se oyeron unas risitas, y me levanté. Comencé a deambular por la pequeña salita, por desgracia no había ventana. La secretaria salió, abrió la puerta del despacho del tal Norberto, y al pasar a mi lado me miró de reojo. Confié en que me diera paso, pero cuando regresó, con unos papeles en la mano, hizo como si me ignorase. Suspiré y di otro paseo. Sentía deseos de asomarme al pasillo y deambular por él, pero recordaba las palabras de mi madre cuando íbamos al médico o al hospital, siempre me decía que me quedase quieto. Y quiero me quedé. Casi veinte minutos quieto. Escuché pasos acercarse, y Gwen apareció por la puerta:
- Señor Tera, el señor Núñez le recibirá ahora.
"¡Menos mal!", pensé interiormente, mientras me ponía en pie. La seguí hasta la puerta de madera frente al pasillo, la secretaria la abrió pero no entró. Se hizo ligeramente hacia un lado para dejarme pasar a mí. Di varios pasos y me encontré en un enorme despacho, con una pequeña sala de reuniones a mi izquierda, y un enorme escritorio a mi derecha. Frente a mí, unos amplios ventanales se abrían al exterior. Tras el escritorio, un tipo de traje negro, corbata azul y camisa blanca, de hombros anchos y cuello poderoso - en realidad toda su constitución era fuerte - se irgió de su asiento de ejecutivo, con apoyacabezas, y me tendió la mano extendiendo el brazo, sonriente:
- ¡Señor Zyle! Gracias por venir.
Me acerqué. El tal Norberto olía a perfume muy masculino. Y muy caro.
- Creo que no he tenido más remedio. - Dije tras saludarle.
Volvió a sentarse, y yo me senté frente a él:
- Así es. - Reconoció, haciéndome ver que mis sospechas eran ciertas respecto a la invitación, que era más bien una orden.
- ¿Y para qué estoy aquí? - Quise saber.
- Creo que eso usted ya lo sabe, también. - Me respondió, recostando su espalda en el sillón y adoptando una pose desenfadada -. Soy Norberto Núñez, jefe del gabinete jurídico de los Arja-Zaheda.
Eso, para mí, solo podía significar una cosa: amenazas. Pero le dejé continuar:
- Le confieso que la familia Arja-Zaheda no está, digamos, "cómoda" con su trabajo al frente de la publicación "Arja-Zaheda News".
- Yo no hago más que reflejar en ella lo que sale en los medios. - Dije.
- Principalmente lo malo que sale en los medios. - Opinó.
- Eso no es así. - Me defendí.
- No vamos a discutir sobre ese particular, sea como fuere, no les agrada. Por ello me gustaría hacerle una pregunta: ¿la cerraría, si le obligaran a ello?
Su propuesta era claramente concluyente y obvia:
- Si me obligan no podré hacer otra cosa, ¿no?
Cruzó las manos, como masajeándoselas, sobre el vade del escritorio:
- No le convendría enfrentarse a los Arja-Zaheda. Cierto que hay libertad de opinión en nuestro país, y libertad de prensa, por fortuna. Pero ya hemos ganado algunas millonarias querellas por injurias a medios periodísticos de gran nivel, y con buenos bufetes de abogados. El caso es que, ¿podría usted también pagarlas?
- Ya sabe usted que no. - Confesé. Sonrió, quizá cómodo ante mi sinceridad:
- ¡Pero no le he echo venir para amenazarle, señor Tera! Póngase cómodo - se levantó, dirigiéndose hacia un mueble-bar en una zona apartada de su izquierda - ¿quiere beber algo? - Preguntó, mientras se servía un bourbon.
- No. - Respondí.
- ¡Vamos, acompáñeme! - Y, cogiendo un vaso, me miró -. ¿Mirinda, verdad? - Dijo, abriendo un pequeño botellín de soda.
- Veo que han hecho sus deberes... - Musité. Se acercó, sonriente, y puso un posavasos y la bebida frente a mí:
- Tome, del tiempo. - Y añadió -: ¿Sabía que los Arja-Zaheda tienen inversiones en la compañía matriz de Mirinda?
- No. Pero no me sorprende.
Volvió a sentarse, con su vaso en la mano. Cruzó las piernas:
- Es raro que lo ignore. Con lo que usted sabe de los Arja-Zaheda.
Sonreí, miré hacia los lados, y le dije luego, mirándole a los ojos:
- Escuche, señor Núñez...
- Llámeme Norberto.
- De acuerdo... Norberto... Aún no me ha dicho para qué me ha hecho venir, y la razón de que se hayan molestado tanto en ello.
- ¡Cierto! - Dijo, carraspeando, luego bebió un sorbo del contenido del vaso, y finalmente lo dejó a un lado del escritorio -. Yo voy a llamarte Zyle, ¿te parece? Verás: hace unas semanas, tuvimos una reunión con algunos de los integrantes de la Casa Arja-Zaheda, en donde se contemplaba la posibilidad de cerrar tu publicación. Ya te he dicho que están muy preocupados. Pero como eres reportero, y te lo voy a decir claramente, creímos que estaría bien que, en lugar de ir contra nosotros, tú trabajases para los Arja-Zaheda.
Esa propuesta sí me descolocó:
- ¿En serio? ¿Haciendo qué?
Norberto sonrió:
- ¡Haciendo lo que haces, por supuesto! Pero para nosotros. Te enviaríamos a los actos que quisiéramos cubrir.
- Pero no soy periodista. Además, supongo que el departamento de prensa tendrá sus propios periodistas.
- Verás... - Norberto hizo ademán de morderse una uña, que de inmediato rechazó. Debía ser un tic nervioso -. El departamento de prensa de los Arja-Zaheda no quiere ni necesita ningún reportero...
- No entiendo... ¿Y entonces?
- Por eso estás aquí, en el gabinete jurídico. A nosotros sí nos vendría útil. No queremos un periodista, ni necesitamos un investigador. La flexibilidad de un reportero como tú nos iría de perlas.
- ¡Un momento! - Dije, abriendo los brazos ligeramente -. Ya me estoy imaginando la situación: me meto donde están los periodistas de la agencia de medios de los Arja-Zaheda, y habrá roces y conflictos cada dos por tres. Me verían como un intruso. ¡No es demasiado halagueño, sinceramente!
- Pero tú no trabajarías con ellos...
- ¡Pero tendría que estar donde ellos están! ¡No, gracias!
- Serías independiente. Vamos, piénsalo: podrás estar donde siempre has querido estar, informar de primera mano...
Le corté:
- ¿Informar a quién?
- ¡A nosotros, claro! Pero podrías poner tus crónicas también en tu publicación on line.
- ¿Sin censura? - Pregunté.
Norberto se encogió de hombros:
- ¡Podrás publicar lo que te apetezca! Pero claro, estarás en la nómina de este departamento, así que ten eso en cuenta.
Aquello olía a encerrona por los cuatro costados. Norberto no me veía muy convencido, porque insistió:
- Tendrás acceso, más que nunca y más que ningún otro medio, a los Arja-Zaheda. ¡Vamos, piénsalo. - Y añadió, señalando con un dedo hacia mí como si me acabase de tocar un precio -. Y te daremos un coche.
Más bien quería decir que me lo prestarían, claro, aunque su tono quería indicar falsamente como si me lo regalaban. ¡Qué asco me daban los abogados y sus dobles intenciones y engaños! Me lo decía como si cederme un coche fuese lo mejor que me hubiese ocurrido en la vida, como si solo por ello debiera decir "sí" y aceptar todo lo que les apeteciese ponerme delante.
Entonces pregunté:
- ¿Podría acceder a la señorita Gabriela Fabiana?
Esa pregunta descolocó por completo a Norberto. Se quedó traspuesto y, tras un breve silencio, titubeó:
- A... A todos, claro.
- No creo que sea tan fácil.
Un repentino interés se despertó en el jefe del gabinete:
- ¿Por qué quiere acceder a su ilustrísima, la señorita Gabriela Fabiana?
- ¿Y por qué no? Es una Arja-Zaheda más. Usted me dijo que podría estar más cerca de ellos.
- Dentro de unos límites, claro. Y usted debe conocer que los límites y las dificultades para llegar a su ilustrísima son bastantes.
- Ya...
- Pero eso no quiere decir que no pueda. Más aún: desde su puesto de reportero, tendrá más posibilidades de hacerlo que tal como ha estado hasta ahora, eso desde luego.
Era encerrona, pero no le faltaba razón. Y si quería llegar a Gabriela, seguramente no iba a tener oportunidad más favorable en toda mi vida. Era un sí o sí, pero a Norberto no quería darle a entender que ya había tomado mi decisión. No se lo iba a poner tan fácil, quería que tuviera la sensación de que contratarme y hacer que publicase para ellos era algo muy duro y difícil de asumir para mí. Pero, en el fondo, saltaba de alegría por poder entrar, al menos en parte, en el círculo de los Arja-Zaheda. ¿Quién no lo haría? Sobre todo si uno lleva años escribiendo en una publicación sobre ellos.
- Pero si soy reportero rozaría constantemente con el resto de periodistas - insistí. Era evidente que el departamento de prensa no me quería con ellos, de lo contrario, no estaría frente al jefe del gabinete jurídico. Aunque Norberto no me lo hubiese dicho claramente, por supuesto -. Necesito otra tapadera.
Norberto frunció el ceño. Eso tampoco se lo esperaba:
- ¿En qué estás pensando?
- Quiero ser steward para su departamento.
Un steward me daría mucha flexibilidad. Podía ser acomodador en una reunión, guía en una visita, auxiliar en una conferencia, fotógrafo en una fiesta, o servir bebidas en un viaje. Siendo steward podía ir donde no llegarían los periodistas, y hacer lo mismo que un reportero, pero con flexibilidad.
- Tienes una curiosa manera de actuar, imprevisible. Pero no tenemos stewards en el gabinete jurídico, eso forma parte del personal auxiliar.
- Pues ahora ya lo tienen.
- Todo el mundo se preguntará qué hace un steward en un departamento jurídico...
- Eso es precisamente lo que busco.
- Pero no acordamos eso en la reunión. ¿Un steward yendo por ahí con una cámara de fotos, o armado con una grabadora? ¿Qué sentido iba a tener eso?
Era evidente que Norberto se estaba mostrando muy inteligente. Si ser reportero me haría chocar con mis compañeros, ser steward me haría rozar con todo el mundo.
- Siendo reportero parecerías un intruso. - Le dije.
Quería que pudiera darse cuenta de mi punto de vista. Se quedó un instante pensativo, y se frotó la frente:
- Tiene que ser un cargo que tenga que ver con la información, eso puedo presentarlo ante mis superiores sin problema, pero steward no resultaría creíble. - Me estaba diciendo que me olvidase de la "tapadera steward" -. Puede ser analista de información, al fin y al cabo es lo que va a hacer.
- Ellos ya tendrán analistas de información, es algo habitual en las agencias de medios. Estaríamos en las mismas -. Dije.
Volvimos al silencio. Norberto se tocaba los labios mientras pensaba. Yo movía el pie ensimismado.
- ¿Analista de comunicaciones? - Propuso al rato.
- ¡No pienses en analista! - Exclamé -. Yo no voy a analizar datos, supuestamente lo haríais vosotros, el gabinete. Yo solo os informaré.
- Pues dado que vas a hacer eso, informar, ¿qué tal formar parte de unos, digamos, "information services"? O sea: "informer". Informador. Es lo ambiguo que querías, está relacionado con las tecnologías de la información y comunicación que quería yo, y te daría pie para desenvolverte bien en múltiples escenarios.
Me eché a reír:
- Suena a espía...
Norberto se encogió de hombros:
- O a soplón... O a reportero. Eso es lo bueno: que suena tan banal o serio como cada uno lo quiera interpretar. No eres periodista, así que no se sentirán que te estás entrometiendo y, a la vez, tendrás excusa para ir por ahí armado con cámaras de fotos o los artilugios que quieras, y acceder a salas de prensa, eventos y demás...
- ¡De acuerdo! - Resolví, finalmente -. Ya tenéis a vuestro nuevo informador.
Mi interlocutor sonrió, se puso en pie y, tendiéndome la mano, me dijo:
- Prepararé tu documentación. ¿Estarás dispuesto a cambiar de residencia?
- Por supuesto. Pero no conozco a nadie aquí.
- Nosotros nos encargaremos de ello. Bienvenido a mi gabinete, Zyle.
FIN
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