Una vieja amiga (saga Erius el Inquisidor)
© Fenix Hebron
Eran casi las cinco de la madrugada cuando el Audi S5 Coupé apareció en la explanada, ante el cementerio. De él salió una agotada Noctae, llevando un minivestido rosa de lentejuelas, con unos zapatos rojos de alto tacón. Simuló una sonrisa al verme esperándola, apoyado en la parte delantera de mi Alfa.
Cogió un pequeño bolsito negro, y entró en el cementerio. La seguí, diciéndola:
- Llevo desde las dos de la madrugada esperándote...
Arrastrando la voz, con tono lánguido, dijo:
- Cariño, deberías saber, tú más que nadie, que los vampiros no madrugamos...
Sonreí la ocurrencia. Arrastró la pesada puerta de piedra, y tras ella entré yo. Descendió por la escalinata hacia la pequeña sala, y más que acostarse se tiró tal cual en el ataúd:
- ¡Estoy echa puré! - Exclamó.
Me apoyé en el ataúd, cruzando mis brazos:
- Estaba pensando que podríamos hacer algún viaje juntos...
Los vampiros son muy territoriales. No les agrada salir de su zona habitual, la cual controlan y conocen al dedillo. Viviendo como lo hacen en las sombras, en una realidad ajena al mundo de los humanos, y a espaldas de éstos, para ellos no existía motivo para ver lugares nuevos ni explorar. Algo que, en la sociedad actual, era un riesgo añadido.
- ¿Quieres hacer un viaje? ¿A dónde quieres ir? - Preguntó adormilada, y con los ojos cerrados.
- Un par de días, tú y yo solos...
Entonces alargó el brazo, me cogió por el codo, y me llevó hacia ella. Caí sin poder evitarlo dentro del ataúd. Me abrazó, sonriendo:
- Haz un viaje. A mis labios.
Le acaricié el cabello, y entonces noté que ella buscaba algo en su bolso. Me susurró:
- Tengo una cosa para ti. Iba a dártelo en otro momento, pero ahora que estamos tan "juntitos" creo que es la ocasión perfecta...
- No necesito "otra cosa", te necesito a ti. - Confesé.
Sacó del bolsillo una caja alargada, y la abrió ante mí. Dentro había dos preciosos y espectaculares anillos, de diseño gótico, y ambos con recubrimiento iónico negro. Noctae cogió el más delgado, con tres brillantes en rojo y con forma de espiral, dejándome el más grueso, y de un único brillante triangular de color también rojo en el centro, para mí.
- Pónmelo. - Dijo, dándome el suyo.
- Esto debió costarte una fortuna, nena... - Dije.
- Todo es poco para mi amor. - E insistió, ofreciéndome su dedito -. Pónmelo, anda.
Le cogí el anillo, y se lo puse, mientras la besaba suavemente. Luego ella cogió mi anillo, me cogió la mano, y me lo puso en ella.
La abracé, cogiéndole el tirante del vestidito y bajándoselo. Ella me susurró:
- Creo que me voy a quedar dormida de un momento a otro, pero puedes hacer conmigo lo que quieras.
La ceñí a mí, sonriendo, acariciándole la melena:
- Me quedaré dormido contigo.
- ¡Perfecto! - Musitó ella, sonriente y con un mimoso y cariñoso tono de voz.
Coral conocía de sobra los sitios que solía frecuentar Noctae Sinestrale. Los vampiros son gente de costumbres, les cuesta cambiar y, si lo hacen, no tardan en intentar volver a sus habituales rutinas. Y la cazavampiros de pelo castaño y mechas pajizas conocía muy bien las rutinas de la vampira. No en vano había estado a su lado durante años.
Por eso supo que seguía en León, cómo no. Y a pesar de que le había dicho que no regresaría, la vampiresa había cometido un gran error: no eliminarla cuando tuvo la ocasión. Ahora le tocaba mover ficha a ella.
Gracias al nuevo software facilitado por "La Organización", y con solo introducir el número de matrícula del Audi S5, Coral podía saber en todo momento la situación de Noctae Sinestrale. Una gran ventaja que ofrecían los coches nuevos puesto que, al poseer GPS y sistemas de seguimiento para casos de accidentes o robos, esos mismos sistemas se podían usar para cosas más "suculentas": el espionaje.
Fue así cómo la cazavampiros dio con la cripta de Noctae, y pudo esperarla una noche, perfectamente camuflada para, con unos prismáticos, localizar el mausoleo donde la vampira descansaba en su sueño diurno.
- Así que es ahí donde te escondes... - Musitó la cazavampiros, con una sonrisa en sus labios.
Se fue del lugar, pero aquella misma tarde regresó antes de anochecer, acompañada de dos de sus colaboradores más habituales, los también cazavampiros Fran y Luis. Cuando vieron a Noctae irse, y tras constatar que ya estuviese suficientemente lejos, se fueron los tres hacia el mausoleo. Intentaron abrir la enorme puerta de piedra, pero era imposible hacerlo uno solo, ni siquiera Fran, que era el más fortachón y que, en su juventud, había competido en halterofilia. De hecho aún entrenaba esporádicamente. Era calvo, y siempre vestía con traje negro y corbata negra. Luis era todo lo contrario, ciertamente era alto, pero larguirucho, con gafas de pasta de diseño redondo, marrones oscuras, y un inseparable pañuelo empapado en esencia de ajo que, puntualmente, cada día se ponía atado rodeando su muñeca. Manías de cazavampiros. Lucía también un poblado bigote, desordenado y castaño ceniza, como su cabello, también alborotado.
Entre los tres podían mover el portón, pero a duras penas y tardando una eternidad. Imposible hacerlo sin hacer ruido.
Su idea inicial, por tanto, de sorprender a Noctae dormida, "cazarla" y matarla, se fue al traste. Tenían que pensar en otra alternativa.
Coral se paseó por los alrededores del mausoleo. Era una construcción pequeña, pero sólida como el granito. Acabó pegándole una patada al murete que la rodeaba:
- ¡Este sitio es inexpugnable, coño! - Bramó, poniendo sus brazos en jarra.
Entonces Luis gritó:
- ¡Aquí! ¡Aquí!
Ambos se fueron a la parte trasera corriendo, a la par que Fran increpaba a su compañero:
- ¡Cállate, imbécil! ¡Vas a despertar hasta a los muertos!
Avergonzado, Luis explicaba, señalando la parte trasera de la construcción:
- ¿Si hacemos un agujero en la estructura?
Coral se acercó. Golpeó con su menudo puño la pared:
- Estos ladrillos son bloques macizos. Haríamos más ruido que abriendo la puerta.
Luis no quería darse por vencido:
- ¿Si lo hacemos por el día, y luego lo cubrimos con disimulo, para que sea fácil quitarlo?
Fran y Coral se miraron. Ahora la idea no parecía tan descabellada. Podían hacer pasar al enterrador que eran obras del dueño del mausoleo, ya lo habían hecho en otras ocasiones. Pero la cazavampiros dijo:
- Caerán muchos cascotes dentro. Noctae lo notará enseguida.
Pero Luis, que parecía estar inspirado, no quería dar su brazo a torcer:
- ¡Espera, espera! - Exclamó, poniendo sus brazos en alto -. Un momento. ¿Y si limpiamos el interior cuando terminemos?
Tanta insistencia parecía haber convencido a Fran:
- No está mal. Podría funcionar.
Pero Coral, que sabía muy bien lo brutos que eran sus acompañantes, y que ella era, con diferencia, la más inteligente de los tres, exclamó:
- ¿¡Estáis locos!? ¡Mirad el muro, tíos! Sólo en hacer un boquete tardaríamos horas, aunque trajésemos martillos neumáticos. Estaríamos horas para reconstruirlo de nuevo y simular que no ha pasado nada, y limpiar y adecentar todo el interior. Se os olvida también que tendremos que dejar como estaba este sitio - señaló el lugar donde se encontraban, de pie - que llenaríamos de polvo, huellas... Eso nos llevaría más de un día. Ya no sería factible. Y aunque con suerte lo consiguiésemos, si ella nota algo raro, por mínimo que sea, desconfiará y habremos perdido la ocasión. Ya no se dejará cazar tan fácilmente. Ahora es nuestra oportunidad, que cree que estamos lejos.
Ambos hombres se dejaron vencer por la evidencia, bajando sus hombros apesadumbrados. Fran, entonces, preguntó:
- ¿Y entonces qué?
Coral echó a andar, deprisa, mientras cogía el móvil que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón, diciendo:
- ¡Hay que avisar a Caifa!
Caifa era el tipo de persona al que un cazavampiros recurría cuando se veía en problemas. Era un asesor, y así trabajaba para "La Organización", pero era también mucho más. Ex-miembro de los GEO, de las fuerzas armadas, instructor de combate de élite, escolta para las más altas personalidades, era todo un estratega, y una persona habituada a mil y una soluciones para múltiples problemas e imprevistos que se presentasen en los escenarios bélicos y con compromiso de la seguridad más variopintos. La persona a la que se llama cuando se requiere una solución eficiente y perentoria a los problemas más dispares.
Llegó a las pocas horas a León, procedente de Madrid, y se reunión en la capital castellana, en un nuevo piso franco de La Organización, con Coral, Luis y Fran. Caifa vestía una chaqueta gruesa, una cazadora de tipo militar, llena de las insignias de las múltiples unidades en las que había servido, y de las que se encontraba muy orgulloso de haber pertenecido. Llevaba pantalones de camuflaje y en su cara, de piel tostada, destacaba una barba no demasiado poblada y una cicatriz en la nariz. Su cabello - lo que le quedaba - estaba cortado al estilo militar, al mínimo.
No perdió tiempo y aquel mismo día fue a ver el lugar que les daba tantos problemas a sus compañeros: el mausoleo de Noctae. Revisó la entrada, los muros, el tejado, el portón... Lo hizo acompañado solo de Coral, para no llamar demasiado la atención ante esporádicos curiosos o familiares de los enterrados en el cementerio que, por otra parte, al ser de una aldea tan pequeña apenas recibía visitas.
Tras analizar todos los detalles, y sacar bastantes fotos de muchos de los elementos de su estructura, quedaron en reunirse para el día siguiente.
Así que, a primera hora de la mañana, mostrando en su ordenador portátil algunas de las fotos que había hecho en la visita anterior, Caifa dijo:
- Lo he analizado y lo he estado repasando y meditando mucho esta noche. Como Coral ha dicho, el practicar un túnel hasta la cripta queda descartado: demasiado riesgo. - Luis bajó la vista, al ver que su idea no había prosperado -. El sitio parece una fortaleza, como bien sabéis. El problema es que es una estructura pequeña, compacta, donde es fácil de diferenciar cualquier mínimo cambio.
- ¿Y entonces? - Preguntó Coral.
Caifa mostró una foto de la sólida puerta de piedra:
- El punto débil que me parece más exitoso de explotar es este: las argollas.
Los tres cazavampiros se miraron entre sí. Fran preguntó, incrédulo:
- ¿Las argollas?
- En efecto -. Dijo Caifa -. Son dos tiradores firmemente anclados a la puerta, que sirven para abrirla.
Coral no entendía:
- Pero, ¿qué quieres hacer con ellas? Aunque las usásemos para abrir, enganchándolas a algo, no sé, una camioneta por ejemplo, haríamos el mismo ruido o más.
Caifa sonrió:
- Sí, eso también se me ocurrió. Y lo descarté por eso mismo. Pero no: no queremos abrir. Usaremos las argollas para que Noctae no entre. - Como veía las caras de incredulidad de los tres cazavampiros, Caifa decidió dejar de andarse por las ramas -. Os lo explicaré: debilitamos las argollas, no las rompemos, solo las debilitamos un poco, para que la vampiresa piense que se están dando de sí, que se están aflojando. Lógicamente no llamará al momento para que las reparen, lo más seguro es que considere que aguantarán un tiempo flojas. Tras un par de días, se las debilitamos aún más, de manera que tras intentar tirar de ellas, se partan y la dejen fuera. Como recordará que llevaban unos días flojas, no sospechará de nada. Nosotros la estaremos vigilando, y dado que le quedará poco tiempo de oscuridad, buscará un escondite "fácil" para pasar la noche y, por supuesto, mucho más inseguro. Y ahí la podremos atrapar.
Luis aplaudió, entusiasmado, como si estuviera ante un concurso de televisión:
- ¡Bravo! ¡Fantástico!
Coral y Fran le lanzaron una mirada de fuego y, rojo de vergüenza, el larguirucho cerró la boca de inmediato y dejó de aplaudir. Coral se levantó y le tendió la mano a Caifa, sonriente:
- ¡Muchas gracias!
Se abrazaron, y luego se acercó a ellos Fran:
- ¿Podremos contar contigo? - Le preguntó. Caifa sonrió:
- ¡No me lo perdería por nada del mundo! - Exclamó, con evidente ansia por empezar a poner en marcha su plan.
Por la tarde volvieron a acudir Caifa y Coral al cementerio. Mientras Coral vigilaba, con una maza y gran precaución, el experto de La Organización aflojó los dos tiradores. Se aseguro de que ambos giraban, pero no demasiado. Limpiaron luego el suelo del más mínimo rastro de polvo, y se fueron.
Aquella misma noche Coral comprobó cómo, puntualmente, Noctae Sinestrale llegaba pasadas las cinco al mausoleo. Abrió la pesada puerta de piedra con agilidad, como solo un vampiro podía hacerlo, y se quedó unos segundos comprobando los tiradores. Lógicamente había notado algo raro. Pero, para alivio de la cazavampiros, finalmente entró.
Durante un par de noches más ocurrió lo mismo. Noctae parecía haberse acostumbrado incluso a sus flojos tiradores, aunque con toda seguridad no tardaría en hacérselos reparar. Aquella noche sería, pues la definitiva. En lugar de golpearlos, Caifa había llevado una sierra y los había debilitado hasta el extremo. Luego, para simular el rastro de corte en las argollas, usó pasta de secado rápido. La pasta se adhería y al tirar se desprendería como gelatina, dejando una capa rugosa sobre la parte cortada.
Noctae Sinestrale apareció otra vez de madrugada, se puso a abrir el portón de piedra, y ambas argollas saltaron por los aires al primer tirón. La vampiresa gritó de rabia, pegándole una patada a uno y haciéndole saltar por los aires. Coral y Caifa seguían sus movimientos desde la distancia con prismáticos. La vampiresa se quedó de pie, de brazos cruzados, un buen rato, mirando hacia la robusta puerta de entrada, con una pequeña chaquetilla que llevaba cayéndole por los codos.
Cogió la chaquetilla, su pequeño bolsito, y se fue hacia su coche. Caifa entonces se fue hacia el walkie-talkie, e informó a Luis y Fran, situados en su auto en un camino rural cercano:
- ¡Atentos chicos! ¡Preparaos para seguirla!
Pero, tras dejar la chaqueta y el bolso en el asiento delantero del Audi, la vampira abrió el maletero y entró. Coral miró hacia Caifa. Ambos sonrieron, aguantándose las enormes ganas de gritar de alegría que empezaban a sentir.
Sin mover un dedo, esperaron tras la espesa vegetación, con paciencia, el amanecer. La paciencia era una de las grandes cualidades que todo cazavampiros debía tener, eso lo sabían muy bien.
Cuando el sol estuvo en lo más alto, salieron. Caifa corrió hacia su todo-terreno, un armatoste de varias toneladas de peso y ruedas casi de camión, y enganchó su cabrestrante con cuidado al frontal del Audi S5, sacándolo del abrigo del muro exterior del cementerio y girándolo de frente al sol.
Con una sierra mecánica, el forzudo de Fran rompió sin dilación el cierre del maletero del S5. Se apartó a un lado para que Coral hiciera los honores. Con la alta bota azul oscuro de su pierna derecha, le pegó una patada al portón de abertura del cofre. Éste se abrió, y Caifa lo aseguró trabándolo con una llave de grifa.
Noctae Sinestrale apenas pudo abrir los ojos para gritar. Trató de incorporarse, y se convirtió en una tea viviente. Quedó carbonizada dentro de su propio coche entre desesperantes alaridos, mientras Fran y Luis gritaban emocionados, Caifa reía a carcajadas, y ante una impasible Coral que, desafiante, frente a víctima, le lanzaba unas últimas palabras:
- ¡Arde, perra!
El resto del día fue una fiesta para el equipo de cazavampiros. Tras llevarse el coche con una grúa, fueron a celebrarlo durante toda la noche.
Ahora se sentían más seguros y fuertes que nunca.
FIN
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