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Dinero fácil



Dinero fácil
© Fénix Hebrón
Imagen: Moose Photos



Habían transcurrido un par de días, y Lorena ya se había olvidado por completo de su antiguo reloj, aquel que arrojó desde la carretera hacia el monte con rabia y desdén cuando, mientras repasaba unos documentos con su secretaria, ella observó su muñeca vacía:

- ¡Vaya! No lleva reloj ¿Qué ha sido de su Van Cleef?

Lorena se quedó un instante en silencio. ¿Por qué debía contestar a ese tipo de preguntas? No le apetecía nada. Pero para acabar con el tema, decidió decir:

- Bueno... No funcionaba.

- ¿Le dio cuerda? - Quiso saber la señora Valluart, conocedora de la desgana que hacia ese tipo de cosas sentía su jefa.




Lorena Gáez suspiró, intentando dejar bastante patente que no le interesaba para nada seguir hablando de su anterior reloj, pero parecía que a Valluart eso no le afectaba. En cierta forma, debía estar bastante inmune ante las muestras de hartazgo de Lorena, puesto que, en esencia, había pocas cosas que a su jefa no le molestasen.

- ¡Vamos a ver, Valluart! - Exclamó, elevando el tono de su voz -. ¡Era un modelo automático! ¿¡Para qué puñetas tendría que darle cuerda yo!?

La secretaria intentó mantener la compostura:

- Porque... Porque es un mecánico. Tal vez se paró porque no tenía cuerda. - Como Lorena seguía frunciendo el ceño, Valluart decidió no dejar de seguir hablando, y con gesto cariñoso le propuso -. ¿Podría dármelo, si no lo quiere? ¡Es un reloj de varios miles de euros! ¡A mi hija Vane le encantará, siempre le gustan mucho los relojes que usted lleva!

Lorena cambió de tono. Ver a su secretaria con la mirada iluminada ante la posibilidad de poder llevarle a su hija un reloj de varios miles de euros - en realidad más de cien mil, pero la señorita Gáez prefirió no desvelar esa cifra ante Valluart -, le hizo sentir cierta compasión. Musitó:

- Bueno... Tendría que buscarlo...

Valluart la abrazó:

- ¡Gracias, señorita Gáez! ¡Es usted una delicia!

Sí, ya... Pero a saber dónde estaría aquel reloj ahora.

En cuanto tuvo un rato libre, Lorena se subió a su Camaro y se detuvo en el mismo tramo de carretera desde donde recordaba haber arrojado su Van Cleef. Salió del coche, y miró hacia el desnivel lleno de árboles y matorrales que se extendían colina abajo. Suspiró, y tratando de no resbalar intentó bajar por aquella inclinada y peligrosa ladera de la montaña. Cuando, casi quince minutos después, a punto de caerse unas cuantas veces y luchando constantemente por desenganchar su pantalón de las zarzas, decidió dar por zanjada la tarea. Regresó a su Camaro y se quedó pensativa tras el volante, en silencio. Podría encargarle a algún trabajador de su central eléctrica la tarea de encontrarle el reloj, pero no confiaba en ninguno lo suficiente. Quién sabe, tal vez hasta se quedasen el reloj si lo encontraban. Un artículo tan exclusivo y caro era demasiada tentación como para no hacerlo, aunque fuese a cambio de un favor para su férrea y severa superiora, a la cual probablemente no le tendrían ningún cariño.

No, no había ningún empleado con el que ella tuviera el cien por cien de seguridad de que encontrarían el reloj. Mejor dejárselo a alguien experto. Fue entonces cuando recordó la compañía de seguros de la Central, la "LZ Insurances".


****



El señor Franz Lengyel Zsoldos tenía una mañana notablemente apurada, los informes se acumulaban sobre su mesa, y eran casos de todo tipo, así que tenía que lidiar con multitud de agentes y especialistas para ir encargándoselos uno a uno. Tenía frente a sí uno de ellos, en un dossier que le había preparado su secretaria dentro de una bonita carpeta azul con tapas de plástico semitransparentes, cuando sonó el teléfono. Estuvo a punto de pasarle la llamada a su secretaria, y casi lo hizo instintivamente cuando su dedo se detuvo ante el botón. En el display había visto un número que le resultaba familiar. Por su prefijo, seguramente era Lorena Gáez. Una de sus clientes más valiosas, influyentes y poderosas. Alguien con la que mejor tratar directamente.

Así que descolgó:

- Buenos días, "LZ Insurances". Franz Lengyel al habla, ¿en qué puedo ayudarle?

- Ayudarla. Soy Lorena Gáez.

Franz tragó saliva, conocía el temperamento de la señorita Gáez:

- ¡Ah, sí, perdone, señorita Gáez! Dígame.

- Me ha desaparecido un reloj, y recordé que ustedes tenían un departamento dedicado a recuperar esas cosas...

- Sí, así es. Tenemos a un especialista en recuperación de relojes, en realidad. ¿Cual es su problema?

- Mi problema es que necesito recuperar un reloj. Se lo acabo de decir. ¿Podrían enviar a alguien? Una mujer, a ser posible.

Franz carraspeó:

- Bueno... Señorita Gáez, le puedo enviar a nuestro mejor especialista, pero es un hombre.

- ¿Me asegura que recuperará mi reloj?

- Lo que le puedo asegurar es que si no lo hace él, nadie lo hará mejor.

- Pero es un hombre... - Musitó Gáez.

- Sí, es un hombre. El señor Paul Davis. - Confirmó Franz.

- De acuerdo, envíelo. ¿Pero puede decir que no me moleste? ¿Y que trate conmigo directamente?

- Verá, señorita Gáez... Puedo hacer que vaya acompañado de una señorita, pero la tarifa le costará el doble.

- ¿Cree que eso me importa?

Franz esbozó una sonrisa:

- Por supuesto que no. Pero tenía que informarle de ello.

- Pues envíelos. A él no quiero ni verlo, ¿me hará ese favor?

Franz se tornó serio. Las excentricidades de algunos de los magnates con los que trataba no le sorprendían ya:

- Por supuesto, señorita Gáez.

Cuando colgó, el jefe de la "LZ Insurances" tuvo la sensación de que a Lorena Gáez le habría encantado que el dueño de la firma de seguridad fuese también una mujer.


****



Franz Lengyel llamó de inmediato a Paul Davis y le urgió a que dejara apartado cualquier caso en el que estuviera metido. Darle prioridad al reloj desaparecido de Gáez era lo más importante en aquel momento. A cambio, Franz podría subirle la tarifa lo que quisiera.

No tardó el detective de relojes Paul Davis en hacer acto de presencia en el despacho de Franz. Se sorprendió, sin embargo, que frente a él, sentada, se encontrase una bella señorita de cabello largo y de tonos caramelo. Franz, nada más verlo, se levantó de su sillón y alargó su brazo hacia la mujer:

- ¿Conoce a la señorita Morgan?

- No tengo el gusto. - Respondió el detective, dejando sobre la única silla vacía, al lado de la señorita, su cazadora. Fuera hacía un frío bastante notable.

- Eveline Morgan, es periodista, una de nuestras relaciones públicas. Acaba de llegar de Bruselas.

Morgan miró dulcemente hacia Davis, sonriendo con unos sabrosos labios color cereza:

- Su fama le precede, señor Davis. Tenía muchas ganas de conocerle.

- Llámeme Paul. Muchas gracias, señorita Morgan.

- Entonces a mí llámeme Eveline, por favor.

Franz se vio en la necesidad de carraspear para interrumpir tanto formalismo. Mientras él y Paul Davis tomaban asiento, el dueño de la aseguradora preguntó:

- ¿Y conoces a la señorita Lorena Gáez, Paul?

- ¿Gáez? ¿La propietaria de Northwest? Sí... Bueno, ¿quién no la conoce? - Y añadió, mostrando lo evidente -. ¿Va a ser mi clienta? ¿Por eso ha hecho que lo dejase todo y me viniera hacia aquí?

Franz sonrió:

- No "su clienta" únicamente, sino la de los dos. En esta ocasión trabajaréis juntos. - Explicó, refiriéndose a Morgan.

- ¿Y eso? - Quiso saber un no poco sorprendido Davis.

- A Gáez no le agrada tratar con hombres. Supongo que si, sobre todo, estos representan una autoridad...

Davis no pudo evitar echarse a reír:

- ¡Oh, venga ya! ¿Un investigador de relojes es una autoridad? ¿Le dijiste que no llevaba pistola?

Franz no pudo evitar echarse a reír también, ante lo cual Morgan, para no ser menos, se puso a hacer lo mismo.

- No sé - dijo el dueño de la aseguradora -. Ya sabes cómo son algunos de estos acaudalados clientes. Por eso, digamos que la señorita Eveline os servirá de enlace entre tú y Gáez. Morgan tiene bastante experiencia en relaciones públicas, te resultará muy útil.

- ¿Y por dónde empezamos? - Preguntó Eveline. Franz la miró directamente a los ojos:

- Empezad dirigiéndoos a la sede central de Northwest. - Ambos se levantaron, pero antes de que se fueran, Franz dijo, dirigiéndose a Paul Davis -. ¡Ah! Y Paul, trata de que sea algo rápido: recuperar el reloj, cobrar, y listo.

- Dinero fácil, ¿no? - Dijo Davis. Franz sonrió:

- Así es. Dinero fácil.


****



Nada era fácil con Lorena Gáez. Y Valluart, su secretaria, lo sabía muy bien. Ir a cualquier sitio con ella era una tortura, desesperante. Cuando la simpática y bonachona secretaria vio aparecer al caballero de atuendo casual, y a la atractiva mujer de cabello con tonos caramelo, casi le entraron ganas de compadecerlos. Solo les dijo, antes de abrirles la puerta de robusta madera del despacho de su jefa:

- Hoy no tiene un día muy bueno. Intenten no enfadarla. - Les advirtió. Y con esa advertencia pesando como una losa sobre ellos, entraron.

Prudentemente, Paul Davis se quedó de pie junto a la puerta. Fue Eveline Morgan la que caminó, recorriendo la distancia que había entre la entrada y el enorme escritorio de Lorena Gáez.

- Señorita Gáez... - Comenzó a decir una titubeante Morgan con voz temblorosa. Paul Davis empezó a sentir un cierto desconsuelo. "¡Empezamos bien!", pensó, "¡y ésta es la que decía Franz que tenía mucha experiencia en relaciones públicas!".

Sin levantar su vista de los papeles que tenía sobre el cubre-escritorio, Gáez señaló un sillón de cuero ante ella. Morgan se sentó. Ni siquiera saludó, ni abrió la boca. Para qué. Era el privilegio que le daba su posición: podía ser todo lo maleducada que quisiera. Le importaba un pimiento.

- ¿Conoce a Van Cleef? - Preguntó, finalmente, Lorena, uniendo los dedos de sus manos frente a ella, con los codos apoyados sobre la mesa.

Morgan no sabía muy bien qué responder. Miró hacia uno y otro lado rápidamente, en un giro ágil de cuello, como buscando ayuda. Paul Davis, al fondo, sentía deseos de morderse las uñas hasta los huesos. No dejaba de pensar en que debía haber preparado un sistema de comunicación inalámbrica, dándole auriculares a Morgan. Pero ahora era ya tarde. El investigador de relojes pensaba para sí, con rabia: "¡Dí que sí! ¡Dí que sí!".

- No tengo el gusto... - Respondió Morgan. A Paul Davis casi se le cae el mundo encima. Deseó que la tierra se lo tragase, o que el alto techo de aquella lujosa estancia cayese sobre él. Esperó, sin embargo, un atisbo de sonrisa aflorar en los labios de Lorena, eso le daría esperanzas. Pero nada. La dueña de Northwest se mantenía inalterable, mirando con seriedad a Morgan.

- ¿Es usted tonta? - Preguntó al fin. Eveline se quedó boquiabierta, sin saber qué decir ni cómo reaccionar ante aquello. ¿Escapar? ¿Huir? ¿Echar a correr? ¿Replicarle a aquella estúpida empresaria con otra palabrota? ¡Oh, cielos, no! ¡Franz se tiraría de los pelos! Aguantaría el tipo, decidió al fin. Eso sí, también decidió pasarle una factura de órdago en cuanto terminasen el trabajo.

Entonces Davis no aguantó más. Sin moverse, con un tono de voz templado, elevó sutilmente el brazo y dijo:

- Señorita Gáez, permítame. - Lorena le miró de reojo, pero no dijo nada, y entonces él continuó -. Van Cleef & Arpels, compañia de alta relojería que destaca por sus colecciones como Poetic Astronomy, Midnight Planetarium Complication, o los Heures d'ici o Constellations. Si me permite, con maravillosas realizaciones para señora, como los Lady Arpels. La casa fue fundada en Francia en 1896, y tienen unas complicaciones tanto en relojería como en joyería maravillosas, si me permite añadir.

Lorena le miró entonces directamente, desde la distancia:

- ¡Una basura de relojes es lo que tienen!

Davis mantuvo la compostura, pero pensó para sí: "Si usted lo dice...".

- ¿Ha desaparecido un Van Cleef, señorita Gáez? - Preguntó Morgan, totalmente acobardada ante Lorena. Ésta se puso en pie y caminó hacia la izquierda, en donde estaba un enorme ventanal con visión sobre buena parte de la central hidroeléctrica:

- Hace unos días lo arrojé por una de las laderas que circundan la central. - Miró a uno y a otro indistintamente, y continuó -. Ahora quiero recuperarlo. ¿Podrían hacerlo en, digamos, un día?

"O sea, que no era un reloj desaparecido, sino perdido", pensó Davis. Y curiosamente, empezaba a no sorprenderse demasiado de que la misma Gáez lo hubiese arrojado colina abajo, aún tratándose de un objeto tan valioso.

- ¿Podría llevarnos al lugar donde lo perdió? - Preguntó Davis.

Lorena se giró. Su semblante serio no desaparecía de su rostro.

- Por supuesto. - Respondió, pero al instante señaló hacia Morgan -. A ella.

"Sí, claro, cómo no...", pensó Davis.

- ¿Y tendría una foto de él? - Quiso saber también el investigador -. Eso ayudaría. Por supuesto, désela a ella. - Añadió, intentando no resultar burlón.

- ¿Para qué iba a tener una foto de mi estúpido reloj? ¿Por quién me toma usted? - Preguntó Lorena -. ¿Se saca una foto usted de su afeitadora?

- Perdón, no me expliqué bien. - Insistió Davis -. ¿Tiene alguna foto SUYA, en la que esté el reloj? Es solo para saber qué modelo buscar.

Ahora sí se echó a reír a carcajadas, y de una forma totalmente desternillante, ante la atónita mirada de Morgan y Davis. Finalmente, cuando recuperó el aliento, Lorena dijo:

- ¿¡¡Cuántos puñeteros Van Cleef cree usted que habrá tirados por ahí arriba!!? - Chilló -. ¿¡¡Cree acaso que está la montaña llena de Van Cleefs!!? ¿¡¡Que me los regalan y que cada mañana me dedico a tirar uno para ver dónde cae!!? - De improviso, a paso rápido se fue hacia la puerta. Paul se echó a un lado para dejarla pasar. Gáez la abrió, y lanzó:

- ¡¡Búsquenlo o váyanse, pero dejen de hacerme perder el tiempo!!

Paul Davis y Eveline Morgan se miraron, atónitos. No salían de su asombro. Valluart entró entonces, llevando unas carpetas y colocándolas sobre el escritorio de la dueña de Northwest y, al ver las caras de asombro de los dos recién llegados, dijo:

- Tranquilos, suele causar esa impresión en las personas.

- Pero... ¿Está loca? - Preguntó Davis, mientras acompañaban hacia el pasillo a la secretaria.

- ¡No diga eso! Solo que es... Un poco "especial".

- ¡Y tan especial! - Dijo Morgan, aún dolida -. ¡Me insultó!

- ¿La insultó? - Preguntó Valluart, mientras regresaba a su despacho.

- ¡Me llamó tonta!

- ¿Y eso? - Quiso saber Valluart. Davis sonrió:

- Confundió una marca de lujo con una persona...

Morgan empujó con desdén a Davis:

- ¡Cómo iba a saber que no era el apellido de un hombre!

El investigador no pudo evitar echarse a reír, y Morgan, finalmente, también lo hizo. Necesitaban descargar la tensión. Con un poco de suerte, pensó Paul Davis, no tendría que volver a tratar con Lorena. Que Morgan se las arreglase, que para eso la había llevado con él.


****



- No te lo tomes como algo personal - aconsejó Paul Davis a Eveline Morgan -, ese tipo de gente suele ser un tanto rara.

- Estoy acostumbrada a tratar con muchas personas raras - respondió la de cabello caramelo -, pero la Gáez esta se lleva la palma...

Davis conducía su Seat 124 Sport colina arriba, hacia el punto en el que, les había indicado la propietaria de Northwest, una mañana arrojó su reloj. El investigador dejó su coche a un lado, lo más alejado posible para no entorpecer el escaso tráfico de la pequeña carretera, y salieron. Ambos iban equipados con botas de montaña, bastón de trekking, y cazadoras deportivas. Y por supuesto la inseparabla linterna del investigador. Davis no podía dejar de sentir una notable extrañeza, como si estuviera fuera de su elemento. En cierta forma, no solía recuperar relojes de esa manera, poniéndose a rebuscar entre hierbas y matorrales. Sus investigaciones solían ser más técnicas, incluso a veces tratando con peligrosos delincuentes. Allí lo único peligroso eran los desniveles del terreno y los lagartos.

Se detuvieron al borde de la ladera, y al ver el desnivel, Morgan exclamó:

- ¡Madre mía!

- Acabemos con esto de una vez, Eveline. Busquemos ese reloj, y larguémonos de este sitio cuanto antes.

Morgan recibió las palabras de su acompañante como una bendición:

- ¡Sí, y que lo digas! ¡Será lo mejor!

- Tú vete por la izquierda. Yo iré por la derecha. - Sugirió.

Descendieron varios metros, dándose cuenta de que, a pesar de todo su equipamiento, no era fácil avanzar por aquel terreno, encima húmedo por las lluvias casi constantes del invierno en aquella región. Oyó la voz de Morgan pensar en voz alta:

- ¿Cuánta distancia puede recorrer un objeto como un reloj, arrojado por alguien desde ahí arriba? - Preguntó la mujer, mirando hacia la carretera.

- ¡No lo sé, pero con esta inclinación, seguro que más de lo que te puedes suponer! - Observó Paul.

Miraron entre la hierba, la hojarasca caída, iluminando con linternas el interior de zarzas y matorrales... Así transcurrieron casi dos horas.

- ¡No veo nada, Paul!

- Tiene que estar por algún sitio, un reloj no se lo va a comer un zorro...

- ¡Pero lo pueden haber llevado a sus madrigueras! - Adujo Morgan -. ¿No?

Paul prefirió no pensar en cosas de ese tipo, y albergar la experanza de que el Van Cleef seguía tirado por allí. Mientras lo hacía, pensaba en lo casi cómica de la situación, y en lo raros que eran los ricos: pagaban a dos especialistas para buscar un reloj, por no hacerlo ellos ni encargárselo a cualquier persona. Porque aquel no era un trabajo precisamente especializado, que digamos...

Entonces, el investigador de la "LZ Insurances" se detuvo. Observó que un sendero atravesaba la ladera en diagonal. Se acercó, y no tardó en descubrir huellas con profundos tacos. Y eran bastante recientes. Enseguida supuso de qué se trataba: motos de trial. Si aquel lugar lo usaban trialeros para practicar con sus motocicletas, el reloj podría estar ahora en cualquier parte. Ya no parecía un trabajo tan sencillo.


****



Paul Davis compadecía a Morgan. La señorita caminaba hacia el despacho de Lorena Gáez como un preso que fuera a cumplir su condena a la cárcel. Debía pedirle a la dueña de Northwest más tiempo. Y probablemente la empresaria no recibiría la noticia con aplausos, precisamente. Davis decidió quedarse junto a la recepción, un mostrador de madera de color claro que daba hacia el despacho de Valluart.

Morgan se puso ante la puerta de la oficina de Gáez, y se detuvo. Davis sonrió al ver que su compañera inspiraba aire. Luego, se giró, le miró, y con una sonrisa forzada hizo como si dijera algo con sus labios, pero sin hacer sonido alguno. Seguramente le había dicho: "¡deséame suerte!". Davis, sin dejar de sonreír, la animó con un gesto a que siguiera adelante y se enfrentara con valentía "al monstruo".

Al fin, Morgan entró con decisión, gesto serio, cerrando a continuación la puerta tras de sí. La suerte estaba echada. Pero sin poder evitarlo ni explicárselo, cuando vio a Lorena, que llevaba unos documentos desde un archivador hacia el escritorio, se puso a temblar como una hoja.

- ¡Señorita Morgan! ¡Qué bien! Supongo que su visita se debe a que ya han encontrado mi reloj. Me encanta la eficiencia, le daré mi enhorabuena al señor Franz Lengyel.

Morgan carraspeó. Si por ella fuera, echaría a correr. Pero sus piernas parecían de hormigón.

- Señorita Gáez... - Titubeó. La dueña de Northwest alzó la vista hacia ella, de pie, apoyada sobre su escritorio:

- ¿Y bien? ¿Y mi reloj?

- Verá... Creo que el tiempo que nos ha dado es muy corto...

- ¿Perdón? ¿Cómo ha dicho?

Morgan tragó saliva. Cerró los ojos.

- ¡Creo que el tiempo que nos ha dado es muy corto! - Repitió, alzando la voz.

Al oír eso Lorena se incorporó, cruzándose de brazos caminó hacia el ventanal. Eveline añadió:

-. Necesitaríamos varios días más... Queremos seguir unas pistas...

- Cuando mi abuelo inauguró esta central todo el mundo decía que estaba loco... - "¡Oh, cielos!", pensó Morgan, "¡qué tendrá que ver esto ahora con su central!" -. ¡Una hidráulica en medio de la nada!, le decían. Pero con tesón y perseverancia la sacó adelante. - Gáez volvió a dirigir su mirada hacia Morgan -. Tesón, ¿entiende lo que es eso, señorita Eveline? ¿El verdadero sentido y significado de esa palabra?

- Sí... Ejem... Claro... - Respondió ella, mordiéndose un labio. Lorena regresó tras su escritorio deprisa:

- ¡Usted qué va a entender! ¡Solo luce palmito en esas recepciones de la alta sociedad, en esas reuniones burguesas, embaucando a millonarios y funcionarios influyentes para favorecer los intereses de su compañía de seguros!

- Perdón... - Musitó Morgan, hilvanando con un hilillo de voz su réplica -. Usted no sabe nada de mí...

Gáez, sin intentar simular su rabia siquiera, extrajo de un cajón de la mesa un expediente:

- ¡Claro que lo sé! ¿Cree que no me informo sobre quiénes contrato, o sobre el personal que trabaja para mí? - Abrió el documento, y pasó hoja tras hoja unas cuantas -. Periodista, claro que en esa universidad madrileña de la que usted procede puede que regalen los títulos... ¡¡Señorita Morgan, usted no encontraría mi Van Cleef ni aunque yo misma se lo colocara dentro de su bolso, junto con su máscara de pestañas y sus profilácticos!!

Entonces, medio llorando, Morgan abrió la puerta y echó a correr. ¡Qué desastre! ¡Quería salir de allí! ¡No soportaba un minuto más ante Gáez!

Por el pasillo, oyó aún gritar a la dueña de Northwest:

- ¡Sí, váyase, váyase, Morgan! ¡Váyase y dedíquese a lo suyo, a saborear caviar y lucir vestidos de noche!

Paul Davis vio, sorprendido, cómo Morgan pasaba ante él como una exhalación. El investigador, atónito, no daba crédito a lo que veía. Dejó la revista que estaba ojeando sobre el mostrador de Valluart, y echó a correr tras Morgan:

- ¡Eh! ¡Tranquila! ¡Cálmate!

Llorando, sin detenerse, Eveline le dijo:

- ¡No aguanto un segundo más en este sitio, Paul! ¡¡No sé cómo alguien puede trabajar con una persona así!!

Davis la alcanzó:

- ¡Vale, vale, nos iremos! ¡No pasa nada! ¡Pero cálmate, por favor! - Le dijo. Morgan se abrazó a él, y echó a llorar como una magdalena. Davis le acarició con ternura su largo cabello -. Cálmate. Nos iremos y está, no te preocupes. Nadie te va a obligar a seguir aquí.

Paul Davis la acompañó hasta su Seat 124 Sport, y tras dejarla, ya más tranquila, dentro del coche, y pedirla que esperase unos minutos en él, regresó hacia el despacho de Lorena. Al pasar frente a la oficina de Valluart, ésta salió a su encuentro, asustada:

- ¡Señor Davis! ¿Qué ha ocurrido?

- Nada, tranquila. - Respondió él.

- ¿Su compañera está bien? - Insistió Valluart, visiblemente afectada por la escena que acababa de presenciar.

- Sí, por supuesto. Ya está más tranquila.

- Si necesita algo...

Davis no siguió la conversación. Abrió la puerta del despacho de Lorena Gáez y ésta, al verle, dijo:

- Creo que con usted teníamos un trato... - Dicho esto, se fue hacia el teléfono, descolgó, y comenzó a marcar un número. Entonces Davis, continuando caminando, dijo:

- Puede llamar a Franz Lengyel, pero él no va a ponerse contra mí, si es eso lo que pretende. Supongo que sigue queriendo que recuperemos su reloj...

Lorena colgó el auricular. Se acomodó en su sillón de ejecutivo:

- Usted dirá.

- He encontrado algunas pistas. Hay una suerte de trazados con marcas de motocicletas, usted conoce la zona, ¿ha visto últimamente practicantes de trial por las colinas de los alrededores?

- De vez en cuando. Llegan con sus todo-terrenos cargados con esas máquinas estúpidas y se ponen a dar vueltas como imbéciles. ¿Me está diciendo que tienen ellos mi reloj?

- No es seguro... Pero pudiera ser.

Lorena se mostró abatida. Se echó la cabeza entre las manos:

- ¡Oh! ¡Vaya!

- Por eso Morgan le pedía que... En fin - trataba de explicar Paul -. Por eso necesitamos más tiempo.

Lorena le miró directamente:

- ¿Ya sabe el modelo de reloj que era?

- Sí. Eveline Morgan me enseñó algunas de las fotos que le envió.

- Si no lo encuentra en un par de días, quiero que adquiera un reloj igual, y me lo entregue como si no fuera nuevo... Es decir, raye el embalaje, quítele los plásticos protectores... Esas cosas...

- Señorita Gáez... Permítame: ese reloj cuesta más de cien mil euros. ¿En serio quiere que haga eso?

- ¿Quiere que le extienda el cheque ahora, señor Davis?

Paul tragó saliva:

- Usted manda. - Dijo, dándose media vuelta.

- Eso quería oír. - Le despidió Gáez.


****



Davis había conseguido dos días más de plazo, pero aún así no era mucho. Quienes fueran a practicar trial por los senderos de las colinas, podían hacerlo los fines de semana, o cada quince días. Incluso más. Si realmente ellos se habían hecho con el reloj, y eran conocedores de su precio y su valor (algo muy factible con una simple consulta por Internet), probablemente no aparecerían durante un tiempo.

Y ya que la fortuna parecía esquiva, lo que hizo fue acudir él en su busca. Bien temprano por la mañana se subió a su Seat 124 Sport, y se puso a recorrer las pequeñas carreteras comarcales de los montes de alrededor. Era una mañana gris y desapacible, con lluvia persistente, lo que propiciaba la aparición de charcos constantes en el mojado asfalto. Y las enrevesadas carreteras no ayudaban en nada. El investigador de relojes constantemente tenía que correguir la dirección de su coche para lograr mantener sus cuatro ruedas sobre el estrecho plano negro de asfalto. Siguiendo desde la carretera algunos senderos que se veían por entre los árboles de la ladera, llegó a una pequeña aldea, situada en lo alto de uno de los montes. Las vistas desde allí debían de resultar espectaculares durante los días claros. Sin embargo, en aquel momento solo se veía un brumoso manto negro desplazándose lentamente bajo sus pies.

El único sitio abierto era una pequeña tiendecita de ultramarinos, y un bar. Junto a éste, pudo ver un par de todo-terrenos tipo pick-up, con una moto de trial cada uno en la parte de carga, sujetas por varias cintas de amarre con tensores. Apagó el motor de su auto, decidió probar suerte, y entró. Dentro, entre la oscuridad del recinto, pudo ver un par de vejetes parroquianos en la barra, pero a él lo que le interesaban eran los dos chicos, de unos veinte y bastantes años, que tomaban café alrededor de una pequeña mesa cuadrangular con la parte superior de fórmica blanca, o mejor dicho, color crema que en sus tiempos seguramente habría sido blanca.

En la barra atendía un señor gordo, con pelo blanco, y una barba blanca con la perilla afeitada, bastante rara. Pidió un café, y miró a los parroquianos:

- Vaya tiempo, ¿eh?

Ninguno respondió. No le quitaban ojo de encima, y Paul Davis temió que en cualquier momento uno de ellos desenfundara un Colt y le preguntara: "¿qué buscas, forastero?", en esas escenas tan típicas de las películas del Far West.

Decidió tomar un sorbo del café, como quien no quiere la cosa. Uno de los ancianos de la barra dijo algo sobre una tal Elisa, una señora del pueblo seguramente. Davis giró su cabeza hacia los dos moteros:

- ¿Vais a hacer trial con este tiempo?

Uno de ellos le mostró una bota, alargando su pie:

- Nos gusta el barro. - Dijo, y mirando hacia su compañero, rieron entre sí.

Paul Davis se bajó del taburete donde se había sentado junto a la barra, y se fue hacia ellos, cogiendo una silla de una mesa cercana y sentándose sobre ella:

- ¿Puedo preguntaros algo?

Uno de los moteros era algo pelirrojo, con barba de dos días, y llevaba un traje de moto de agresivos motivos, color gris con detalles amarillos. El otro era rubio, con algo de melena rizada, y traje negro con detalles rojos oscuros. Fue el pelirrojo quien le dijo, frunciendo el ceño, y de malas maneras:

- ¿Qué quiere?

- ¿Sabéis qué fabrica una marca que se llama Van Cleef? - Se miraron entre ellos -. Veréis, una amiga ha perdido un reloj, cerca de esos senderos de trial de por aquí...

- Si lo ha perdido, será de quien lo encuentre. - Dijo el rubito -. Eso no es un robo.

Paul Davis esbozó una sonrisa:

- ¡Claro, claro! Lo que os quiero decir es que ese reloj es muy caro, pongamos no sé... Que uno de vosotros lo encuentra. Si lo vende, un prestamista en el mejor de los casos, ¿cuánto le dará? Dos mil... Tres mil euros a lo sumo. Sé quién podría darle cincuenta mil, solo por devolverlo a sus manos.

Los dos tipos se miraron, con evidentes muestras de asombro. Y entonces Paul Davis vio claramente que puede que aquellos hubiesen encontrado el Van Cleef, pero si así fuese, con seguridad ya no lo tenían. El investigador se puso en pie, diciendo:

- Vaya... Sí, probablemente os hayan estafado.

El pelirrojo se puso también en pie. Era un tipo más alto y fornido de lo que parecía sentado:

- ¡A nosotros nadie nos estafa! - Bramó.

El barbudo de la barra se vio obligado a intervenir:

- ¡Chicos, tengamos la fiesta en paz! ¡Os he dicho mil veces que no vengáis aquí a armar jaleo!

- ¡Empezó él! - Exclamó el pelirrojo.

Davis regresó hacia su café, musitando, pero con el suficiente volumen como para que le oyesen todos:

- Yo solo quería informarme sobre el reloj.

El pelirrojo hizo ademán de volver a levantarse, pero se mantuvo de pie al oír al orondo dueño del bar exclamar:

- ¡Ya sabía que ese reloj no os iba a traer nada bueno! ¡Siempre estáis metidos en jaleos!

Sin decir palabra, el pelirrojo caminó hacia la puerta. El rubio acabó su consumición deprisa, y corrió tras él, saliendo ambos fuera. Una vez se hubieron ido, Davis miró al de la barra, enseñándole su smartphone:

- ¿Era un reloj como éste?

- ¡El mismo! - Dijo de inmediato el tabernero -. ¿Qué pasa, lo han robado? No me extraña. ¿Es usted policía?

Davis no respondió, pero decidió adoptar una posición "de autoridad":

- ¿Y sabe dónde está?

- ¿Con esos? Lo habrán vendido "por cuatro perras".

El Van Cleef podría estar en cualquier sitio. Davis podría haber seguido tirando del hilo, intentando encontrar al usurero a quienes se lo hubieran vendido aquellos dos, y luego tratar de negociar con el comprador - si no lo despiezaron - para que se lo devolviera a cambio de un buen puñado de euros. Pero sería una investigación larga, y no tenía tiempo. Ni por asomo podía volver con Gáez y decirle que le diera al menos un par de semanas más. Le tiraría la lámpara de su escritorio a la cabeza.

Pagó el café y regresó a su coche. Entró, y revisó la agenda de teléfonos de su móvil. Buscaba a Archer. Era un tratante de relojes, si alguien podía conseguirle un nuevo Van Cleef, sería él. Le envió la imagen del modelo de reloj, y luego le llamó.

- ¿Archer?

- ¿Qué pasa, Davis? Que sea rápido, estoy a punto de coger un avión hacia Zurich.

- ¿Dónde estás?

- ¡En la ciudad del amor!

Davis sonrió:

- París. Ok. ¿Te ha llegado la foto?

- Sí, la estaba mirando ahora. ¿Qué tienes que ver con ese Van Cleef?

- ¿Me lo podrías conseguir? El precio no importa. - Le dijo. Pero la exclamación que escuchó en su oído casi le deja sordo:

- ¿¡¡Qué!!? ¡Pídeme comprarte la estatua de la libertad antes que eso! ¡¡Era una edición limitada!! ¡Y de las más exclusivas! Los coleccionistas que la tengan, deben guardarla bajo siete llaves.

Davis suspiró:

- Entiendo... Lo suponía... ¿Y conoces algún coleccionista que...?

Archer no le dejó continuar:

- ¡No! ¡¡Paul, yo vendo, no compro!

- Compras para vender... - Corrigió Paul.

- ¡Pero no a particulares! Mis clientes son coleccionistas y joyerías elitistas, y te aseguro que si alguno tiene ese modelo, jamás de los jamases me lo venderían!

- De acuerdo... Vale. Gracias de todas formas.

Paul Davis colgó, y arrojó el smartphone sobre el asiento del acompañante. Con sus dedos, golpeó de seguido y con delicadeza el volante del Seat 124 Sport. Miró al smartphone, y tras un rato volvió a cogerlo. Realizó otra llamada. Tuvo que esperar un buen rato a que se lo cogieran:

- ¿Dígame?

- ¿Adela Crowdler? ¿Estabas ocupada?

Adela era la dueña de La Elegante, una tienda que conservaba viejas reliquias en relojería y que tenía debilidad por ediciones de relojes exclusivas y limitadas. Era su último cartucho para conseguir el preciado Van Cleef.

- Estaba en pleno proceso de reconstrucción de un Arly.

- Siento interrumpirte, pero eres mi último recurso. Necesito un Van Cleef muy especial.

- ¿Cómo de especial?

- Más de lo que te puedas imaginar.


****



Paul Davis salió del ascensor situado en el edificio administrativo de la sede de Northwest. Fuera, con su Seat 124 cargado con el equipaje, le esperaba Eveline Morgan. Ella no había querido ni salir del coche. Lo que quería era regresar a la Ciudad Condal cuanto antes. El investigador caminó con paso tranquilo por el largo pasillo, y se detuvo ante el mostrador de Valluart, la secretaria personal de Lorena Gáez. Depositó sobre él un pequeño paquete envuelto en papel de embalar color marrón. Mientras la señora se acercaba, Paul le pidió:

- ¿Podría entregarle esto a la señorita Gáez? Dígale que ya está como pidió.

- ¿"Como pidió"?

- Ella lo entenderá.

Valluart lo cogió, y sonrió:

- Usted no quiere dárselo en persona, ¿verdad?

Davis le devolvió la sonrisa:

- Mejor no.

Regresó sobre sus pasos, y caminó hacia el aparcamiento. Abrió la puerta del coche, y mientras entraba Morgan le pidió, nerviosa:

- ¡Paul, vámonos ya de aquí, por favor!

Giró la llave del contacto:

- Sí, tranquila. Ya está terminado el trabajo.

A medida que transcurrían los kilómetros, Eveline se empezó a relajar. Estaban ya en plena autopista cuando sonó el teléfono. Paul Davis puso el manos libres:

- ¡Hola, Franz! - Era Franz Lengyel, el dueño de la "Franz LZ Insurances" y, a la sazón, jefe de Morgan.

- Me ha llamado Lorena Gáez hace un momento. Está muy disgustada con vosotros.

- Ya... No me extraña. - Dijo Paul.

- Sé que es difícil de tratar... - Siguió Franz.

- ¡No lo sabes tú bien! - Exclamó Morgan.

- En fin. Me ha dicho que la hemos decepcionado, que no habéis recuperado su reloj, y que el que le dísteis era demasiado nuevo.

- Franz - dijo Davis -, deberías haberle respondido que eso no es un problema: que le de unos cuantos pisotones y le pegue un par de patadas. - Morgan se echó a reír al oír a su acompañante.

- ¿Por qué no lo envejeciste más? - Quiso saber el dueño de la "LZ Insurances".

- ¿Sabes lo que nos ha cobrado Adela por él? ¡Es un objeto casi único! Honestamente: maltratar un reloj así me hace hervir la sangre. Lo que hice fue arrugarle un poco los papeles, quitarle los plásticos protectores, y listo.

- En todo caso dudo que nos vuelva a llamar. - Opinó Franz.

- Eso que ganamos. - Dijo Paul Davis.

- ¿Estaréis aquí para esta noche? Tengo algunos encargos que haceros. - Pidió Franz.

- Hasta mañana no llegaremos. Esta noche invitaré a mi querida Morgan a una cena. Se lo merece. - Confesó, guiñandole un ojo hacia la de cabello acaramelado que, en un gesto simpático, abrió la boca fingiendo sorprenderse y empujó con delicadeza a Paul golpeándole suavemente a la altura del hombro.

- ¿Y quién paga esa cena? - Quiso saber el dueño de la aseguradora.

Paul y Eveline se miraron. Ella respondió:

- A medias.

- Querida Morgan, no te dejes embaucar por Paul, que pague él.

El investigador de relojes sonrió, diciendo:

- ¿Embaucar? Llevo unos días que no veo más que caramelos.

- ¿Y eso qué significa? - Quiso saber Franz Lengyel.

Morgan cogió un mechón de su cabello entre sus dedos, diciendo a la vez:

- Yo sé lo que significa.

De repente, Paul Davis sintió que se le subían los colores a la cara. Colgó la llamada y sujetó con fuerza el volante. Ambos necesitaban de manera urgente olvidarse de la señorita Gáez, y de todo lo que tuviese que ver con ella. Y cualquier cosa que les ayudase a ello bienvenida sería. Aunque a decir verdad, para Davis le bastaban para lograrlo los labios cereza de su temerosa, asustadiza y sumisa compañera.


FIN

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| FenixHebron |

4 comentarios:

  1. Dónde está publicado este relato? Tengo un deja-vu de haberlo leído.

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    1. Iba a ir en "Frío febrero", pendiente de publicar. Digamos que esta es una especie de adelanto/exclusiva :D

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    2. Perdonad por mi pésima memoria entonces. Quizás es porque además de Davis había algunos elementos que me sonaban y pensé que ya la habría leido. En cualquier caso, gracias por el anticipo.

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