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Mis conversaciones con Catarina



Mis conversaciones con Catarina
© Lublaj Raffle


Sinopsis
Las naves de los alienígenas se posicionan en torno a la Tierra. Son pocas, pero están bien armadas y combaten sin piedad para exterminar al género humano.

Poco a poco, una ciudad tras otra va cayendo. Los últimos reductos de humanidad se cobijan en enormes campos de refugiados, y la última resistencia en bases militares.

En ese ambiente de caos, de destrucción, de miedo y desolación, la amistad cobra más fuerza, surge la búsqueda de una mano de apoyo, una mirada cómplice. Surge el amor.

Para el comandante Trek, la guerra solo puede tener un final: la claudicación de la humanidad. Solo sueña en escapar en su GAZ-24 cuando llegue ese día, y recorrer con él los últimos kilómetros de libertad.

Para la jefa de enfermeras Catarina, el mañana es un lujo que no puede permitirse. Hastiada y desalentada tras muchos años de trabajo viendo morir a multitud de soldados en las más crueles condiciones, solo vive el presente sin más.

Lo que surgió como algo casual, una conversación rutinaria entre dos desconocidos, va a transformar sus vidas para siempre. Puede que no cambie todo el mundo, pero cambiará sus propios mundos y, con ello, cambiarán sus corazones.

Experimentarán que el amor es más fuerte que la guerra, y por lo tanto no hay guerra que pueda destruir al amor.






Prólogo

Dicen que "somos lo que comemos, fruto de nuestras experiencias, y esclavos de nuestras palabras", y ciertamente no podemos evitar ninguna de esas tres cosas. En mi caso quisiera explicar los motivos de por qué acabé escribiendo yo, un escritor de ciencia-ficción de puro entretenimiento, relatos románticos como el que tienes en tus manos.

Tengo que decir que este relato bebe, en efecto, de esas experiencias de las que acabo de hablar. Tuve varias hermanas, y en su adolescencia era muy habitual que leyeran y consumieran revistas con alto contenido erótico (no pornográfico, pero sí erótico), con historias románticas que siempre acababan en el mismo sitio: en la cama. Eran publicaciones como la "Revista Vale" o, más tarde, "Nuevo Vale", llenas de contenidos de este tipo. No se quién las escribía, ni siquiera si eran reales - aunque fantaseaban con que lo fueran, era demasiado evidente, en muchos casos, que no -, pero en aquel tiempo yo leía todo lo que cayese en mis manos. Aunque no tenía ni el nivel intelectual para leer aquellas cosas, cuando mis hermanas terminaban de leerlas aquellas publicaciones acababan en mis manos, y terminé teniendo una buena colección de ellas. Por aquellos años no tenía muchas opciones de lectura, por desgracia Internet y sus múltiples posibilidades de acceder a libros aún quedaba muy lejos, de manera que era leer aquellos relatos, o nada. Por supuesto, los acababa leyendo.

Para bien o para mal, mis padres nunca nos controlaban ese tipo de cosas, de hecho a veces caían en mis manos novelas gráficas de terror para adultos - tenía un vecino que era un adicto absoluto a ellas, y nos las regalaba cuando terminaba de leerlas - que eran totalmente desaconsejables para mi edad, pero en mi afán de leer lo que fuera y mi gran afición a la lectura me impulsaba, aún en contra de mi voluntad, a leerlas. Luego terminaba con pesadillas, por supuesto - alguna que otra pesadilla todavía tengo a veces por culpa de ellas -, pero era casi mi única opción de lectura. En un sitio donde acceder a bibliotecas no era fácil, y la única que tenía más o menos disponible era la del colegio - cuyos libros también me sabía de memoria y tenían un fondo muy limitado -, se agradecía cualquier lectura diferente, por extraña, rara o perniciosa que fuese.

Tiempo después acabaría muy saturado de todo eso, y un poco odiando las historias de "chico-conoce-chica" tan habituales en aquellos relatos tan enormemente subidos de tono de las revistas juveniles, por lo que pasé a la ciencia-ficción y a historias muy diferentes de todo aquello. Sin embargo, hace unas semanas, mientras trabajaba en los últimos capítulos una de mis novelas, casi sin querer empezó a fluir todo aquello, y empecé a darme cuenta que estaba muy cerca de los relatos eróticos de mi preadolescencia o niñez.

Decidí dar un paso más allá, e implicarme en un relato de este tipo de lleno, aun corriendo el riesgo de entrar en cuestiones con las que no me siento muy a gusto, sinceramente. "Mis conversaciones con Catarina" entra, por lo tanto, en ese tipo de relatos erótico-amorosos, en donde la relación de pareja cobra tintes en ocasiones idílicos, que era muchas veces el contenido de la literatura que devoraba en los años que explicaba antes. Es una especie de exploración de un universo nuevo y diferente, en el que entro en contacto mucho más abiertamente y sin tapujos con el amor, las voluptuosidades femeninas, y la pasión y atracción entre sexos. Mientras iba trabajando en él me ha llamado la atención varios elementos. Uno de ellos es las muchísimas referencias a algunos atributos femeninos, dándome cuenta del juego que dan, con una variabilidad inmensa, rallando incluso la descripción poética. Supongo que también podría hacerlo describiendo el sexo (masculino o femenino), pero en ese caso de una novela erotico-romántica pasaríamos probablemente a una novela simple y llanamente "pornoliteraria", que no era el objeto de tratar aquí. He querido que sea lo más cercana a aquellos relatos para jovencitas de aquellos años setenta y ochenta, pero desde un punto de vista más personal, desde mi perspectiva, mucho más radical, poética y clara, que el simple "chico conoce chica" de los insulsos - desde mi percepción actual, claro - relatos de entonces. Quizá para hacerlo más atractivo a mí mismo, y menos tedioso, he añadido elementos que me agradan enormemente: alienígenas, automóviles..., relojería... Ese era el condimento que necesitaba para que me resultase más atractivo y agradable escribir sobre una relación amorosa tan en profundidad, quedándome en la línea - que tanto nos gusta, sobre todo a las mujeres - de ese cortejo que es más que amistad, pero es menos que relación amorosa.

Ha sido una tarea muy complicada, porque el autor, metido en estos lodazales, fácilmente se deja llevar y quiere que los protagonistas se amen, se besen, disfruten y se relaman todo lo que quieran y más. Además, llevando los sentimientos tan a flor de piel, como me gusta llevarlos, en ocasiones se tiende a desviar demasiado la atención en la atracción física, obviando todo lo demás. Y lo bueno, como bien todos sabemos, si es mucho y en gran cantidad, cansa.

En "Mis conversaciones con Catarina" el lector descubrirá a dos personajes ya maduros - la referencia a la edad no es casual: es la ventaja de tener muchos años, que puedes escribir con perspectiva tras haber vivido lo que los personajes pueden haber pasado, por lo que uno no escribe sobre personas mayores siendo joven, lo cual no pasaría de ser una simple teorización -, un tanto solitarios, asqueados de la vida (de sus propias vidas, y también del mundo que está yéndose por el desagüe a marchas forzadas), redescubriendo el amor, la atracción física, y el juego del galanteo quizá como último recurso para encontrar razones para la esperanza (aparte de sus creencias religiosas, en las cuales no he entrado pero que, como verá el lector, siempre he respetado en todo el texto). Sigue siendo una historia de "chico-conoce-chica" (o "chica-conoce-chico", como prefiráis), en donde escarbo y a veces exploro las fantasías de juegos sexuales nada peligrosos, pero sí muy agradables (sobre todo si uno los está viviendo, y supongo que todos tendréis vuestras propias experiencias respecto a ello).

No es, insisto, el "aquí te pillo aquí te mato" de aquellos relatos para niñas en pura efervescencia adolescente, sino que he ido más allá - cosa que queda más que evidente atendiendo a la extensión de la novela que tienes ante ti -, en unos juegos de seducción que van poquito a poquito, sumergiendo a los personajes - y con ellos al lector - en la pasión del corazón de cada uno, hasta darse cuenta que en realidad está uno "pillado" totalmente por el otro.

Me gustaría incidir, finalmente, en lo que os comentaba antes: y es que he obviado a propósito las referencias sexuales burdas, groseras e incluso soeces, que tanto abundan en la literatura de esta índole (sobre todo cuando el autor es un hombre). De hecho, veréis que las referencias de ese estilo son muy limitadas, y todo lo que tiene que ver con los encantos femeninos se rodea de fuertes palabras descriptivas que siempre recurren a analogías, dejando patente al lector lo que el protagonista experimenta. Estoy casi seguro que se podría hacer eso con cualquier parte del cuerpo del hombre (o de la mujer), pero entonces la novela entraría en un nivel superior y dejaría, probablemente, de ser una historia de amor para convertirse en porno puro (y probablemente también, duro). No es lo que quería, sino que buscaba quedarme siempre en la esfera de aquellos relatos de revista, aptos para todos los públicos pero con una carga emocional y sensual auténticamente bestial. Que lo haya conseguido o no será usted, mi querido lector, quien lo juzgue. Yo le aseguro que he puesto toda mi energía y mi destreza en que así sea. Confío en haberlo logrado.








Mis conversaciones con Catarina

A Angela, la Catarina real en la que se inspira este libro.


A mis cincuenta y un años podría pensarse que he visto de todo. Pero no, aquello nadie puede decir que lo vio o lo vivió antes, por muchos años que tuviese a sus espaldas. Era un día normal, de una semana normal, con la rutina normal, cuando aparecieron. Los "visitantes", los "aliens", o como los queráis llamar, surgieron de algún punto del espacio exterior - de dónde es algo que aún se discute -, y sin mediar palabra comenzaron una batalla feroz con un único fin: aniquilarnos. Aniquilar a la raza humana que era, a fin de cuentas, la única especie inteligente de este planeta y la única que podía hacerles frente.

Por supuesto, ellos no eran de este mundo, y por lo tanto tampoco humanos. Como todas sus máquinas eran autónomas, tampoco era fácil obtener ningún espécimen, al menos en un estado medianamente decente como para que los científicos pudieran examinarlo a fondo. Les llamaban "medusas" o "medusianos", porque eran de aspecto gelatinoso, con exoesqueleto formado por placas de un material semejante a la queratina, y uniones cartilaginosas. Por supuesto, no tenían ni por asomo aspecto humano, de hecho su envergadura era tal que la mayoría tenían el doble de la altura de un humano medio, unos tres metros y medio. Probablemente su mundo era mucho mayor en dimensiones al planeta Tierra.

Enseguida quedó en evidencia que su hostilidad era tal, que trataban de aniquilar a la especie humana sin piedad, y de hecho muchos países cayeron, masacrados por el fuego y la muerte procedente de sus naves. Muchos europeos huimos. Como en la Segunda Guerra Mundial, el destino de algunos fue Rusia, otros se arriesgaron a cruzar el océano hacia Estados Unidos. Podría decirse que solo quedaban tres naciones con la suficiente capacidad ofensiva y de respuesta como para considerarse territorio medianamente seguro: Estados Unidos, Rusia, y Sudáfrica. La zona africana había prosperado gracias a sus recursos y a que, al parecer, el clima desértico no sentaba muy bien a los "recién llegados".

Por fortuna para nosotros los invasores, aunque con tecnología muy avanzada, no eran muchos, de manera que tampoco podían ocupar el planeta con eficacia. Algunos creían que solo nos hostigaban mientras esperaban "refuerzos", pero dadas las enormes distancias existentes en el cosmos entre galaxias, pudiera ser que los refuerzos tardasen bastante en llegar. Quizá - eran puras hipótesis - esos primeros "medusianos" no eran más que avanzadillas conquistadoras en busca de nuevos mundos, que disponían el terreno para la llegada de milicias más numerosas. Pero mientras eso ocurría, la humanidad confiaba en encontrar la forma, o la tecnología, para acabar con ellos y/o para responder con mayor contundencia a los que vinieran luego.

Mientras tanto, con sobrevivir muchos tenían suficiente.

Yo había llegado a la base rusa de Vologda hacía algunos años. Era uno de los mayores complejos militares de Rusia - había bastantes más por todo el territorio -, y en él ocupaba el rango de comandante. Estaba destinado a la Subsección cinco, división de armas estratégicas, subdivisión de tecnología de la información, contrainteligencia y encriptación. Pero que no os asusten tantas denominaciones: básicamente, hacía el papel de codificación y de inteligencia. A mi mando tenía varios Grupos militares, batallones en realidad, que dependían de nuestro trabajo para realizar un desempeño eficiente en el campo de batalla. Pero yo no enviaba hombres a la guerra, para eso se encargaban los coroneles, más bien mi labor era considerada "estratégicamente vital", aunque cualquier gilipollas podría hacerla.

Sí, no creáis que yo era un superdotado o alguien muy inteligente, de ninguna manera. Simplemente no había muchos militares de carrera a los que recurrir, la mayoría habían caído en un conflicto que ya duraba demasiado. Eso y mis conocimientos de informática, además de hablar ruso, inglés y español, derivó en que me hicieran pronto comandante.

Mi labor consistía, básicamente, en reprogramar los transpondedores tras cada misión de combate. De no hacerlo, el enemigo podría abatir a los soldados y su equipamiento (vehículos, cazas, etc.) fácilmente desde el exterior de la atmósfera terrestre. Quería creer que mi papel modificando los códigos de encriptación salvaba la vida de muchos muchachos, aunque a veces tan solo retrasaba lo inevitable, y acababan cayendo en combate tarde o temprano. El enemigo, como os decía, era impasible y despiadado, aunque queríamos creer que no imparable.

Mientras los chicos (es decir, los soldados) se dedicaban a perseguir a las enfermeras (de todas partes de Rusia, Asia y Europa venían jovencitas para ser enfermeras, escapando también de la guerra hacia un sitio más seguro), y a divertirse con ellas, mi tiempo libre lo dedicaba en la restauración de un GAZ-24, un automóvil de la marca automovilística GAZ, de la época de la Unión Soviética, y que había conseguido durante una de mis salidas, en un pueblo abandonado - y en ruinas - ruso. El GAZ-24 estaba en la calle, y enseguida me enamoré de él, así que lo enganché al todo-terreno militar que conducía, y lo llevé a la base. No os extrañe: era muy habitual que aprovechásemos todo lo que pudiésemos de los sitios que habían sido atacados por los alienígenas, para nosotros eran muy importantes los repuestos de todo tipo, y piezas de lo más diverso. También traíamos mucho equipamiento hospitalario, para el complejo del hospital de la base, cuando algún hospital era atacado o tenía que ser cerrado por la amenaza de ataques.

Al GAZ-24 ya le había puesto un motor diésel, y estaba en proceso de reparación-reconstrucción. No era fácil obtener repuestos de ese coche en tiempos tan convulsos, máxime cuando hacía mucho que había dejado de fabricarse. Durante el descanso, o en mis ratos libres, me metía en el pequeño taller, un tanto alejado de todo el maremágnum de una complejo militar y base de actividades como aquél, y trabajaba en él. A veces, simplemente, me dedicaba a descansar leyendo sobre su mecánica, su historia, o cualquier cosa que cayera en mis manos, como catálogos. Podría decirse que era mi "rinconcito", más o menos, teniendo en cuenta que no me gustaba deambular por los bares de la base, lo que consideraba una pérdida de tiempo.

Como siempre estaba detrás de alguna pieza para el GAZ, o buscaba entre los restos de las piezas de automóviles por talleres o lugares por los que a veces pasábamos, los muchachos acabaron llamándome "Trek", una contracción de la palabra rusa "treker", "rastreador", aunque también podría servir escudriñador o, quién sabe, tal vez "chatarrero". Supongo que intentaron mantener la compostura y darme un apodo por el cual no me pusiera furioso. No es que el diminutivo de Trek me entusiasmase, pero son de esas cosas que pasan sin remedio y sin que puedas evitarlo: al poco tiempo, todo el mundo en la base me llamaba así. No os extrañe, en cualquier caso; que los soldados pusieran apodos a todo el mundo era lo más habitual. Supongo que era una forma de identificar a una persona fácilmente, y no tener que recordar (y luego olvidar, según iban cayendo en el combate) tantos nombres y apellidos.

Un día me encontraba a un lado del taller, ya os he dicho que era un sitio tranquilo, con paredes de chapa corrugada, y con el tejado ligeramente hacia fuera, para que uno pudiera sentarse a la entrada junto a una estufa y poder apreciar - y quizá, si se fuera capaz de ello, relajarse - el paisaje boscoso de los alrededores. Porque en la otra dirección los enormes edificios, hangares y demás construcciones ocupaban kilómetros hasta donde alcanzaba la vista.

Yo me había procurado un sillón de tres plazas, que había estado previamente en alguna casa rusa y que, como tantos otros equipamientos, habíamos ido recogiendo y almacenando. Precisamente del almacén lo había sacado, tras haber acudido allí con un general y haberle pedido su visto bueno para hacerme con él. A un lado estaba una estufa que funcionaba con todo lo que le echaras, la mayoría de las veces, desechos de todo tipo. Era una de esas sólidas estufas de la extinta Unión Soviética, pesada pero robusta, con tres patas gruesas de hierro fundido para apoyarse.

Una mañana me encontraba ojeando unos catálogos de GAZ, cuando vi acercarse a una enfermera. Vestía una bata blanca, y debajo llevaba el uniforme verdoso oscuro del hospital militar, cercano a donde yo estaba, de hecho quedaba al lado derecho, varias calles más allá. Caminaba tranquilamente, lo que me dio a entender que estaba también en su hora de descanso. Fumaba un vaporizador que, por el humo, debía de ser de alguna hierba aromática. No es que estuviese prohibido fumar, de hecho los soldados solían fumar (muchos "vapear") marihuana, para calmar la tensión o, quién sabe, la locura del momento antes de entrar en combate. Pero sin estar prohibido, ciertamente no estaba bien visto, mucho menos en una enfermera. Por eso supongo que ella se había alejado de la zona del hospital.

Al verme, casi por sorpresa, me saludó. Le respondí al saludo sin más, aunque instantes después, al ver que se quedaba de pie a corta distancia, decidí comentarle temas banales: el tiempo, y tonterías así. Como me respondió, le dije que por qué no se sentaba en el sofá, al calor de la estufa. Me contestó con mucha imaginación:

- ¿En serio puedo? - Como si aquello fuera un balcón teatral -. ¿O es solo para invitados?

- Sí. - Respondí, siguiéndole el juego -. Pero tú estás invitada.

- Ah... Muchas gracias.

Me hizo caso, y se sentó en el otro extremo. En su placa identificativa leí su nombre: "Catarina".

Conocía a Catarina de vista, de haberla visto por el hospital, y mi imagen de ella era de alguien siempre atareada, siempre dando vueltas. Siempre a tope. Claro que en un hospital militar, y en una época de combate, eso debía de ser lo normal. Era una de las jefas de enfermería, no era vieja, pero tampoco joven, podría decirse que era "madura". En su rostro se reflejaban bastante bien las arrugas, aunque a su favor diré que solamente tenía pintados los labios, y un poco la raya de los ojos. Poco más.

Su cabello era rubio clarísimo, con tonos plateados, un rubio brillante que a cierta distancia podría parecer de persona anciana. Obviamente ella no lo era, pero su cabello brillante resaltaba en cierta forma los tenues surcos de su tez. Aún así, no puedo decir que le quedase mal aquel tono, más aún: me llamaba poderosamente la atención. Tampoco sabría decir que fuese atracción, pero sí al menos me resultaba llamativo. Tenía el cabello lacio, recogido de una forma vulgar y notoriamente descuidada en una cola de caballo a la espalda. Todo eso era indicativo del enorme esfuerzo, trabajo y agotamiento que las enfermeras tenían que soportar a diario.

Catarina era bastante habladora, aunque no parecía en esa ocasión estar por la labor, pero sí era algo que descubriría más adelante. No obstante, en aquel nuestro primer encuentro hablamos un poco de pasada de cosas bastante superficiales: sobre su trabajo, sobre el mío... Y no mucho más.

Estuvo unos veinte minutos allí, y luego se fue diciéndome que debía regresar.

Al día siguiente hice todo lo posible por volver al taller a la misma hora, supongo que, aunque no quisiera admitirlo, inconscientemente deseaba verla. Cierto que en esos tiempos tan convulsos, y en experiencias tan dramáticas como muchas veces teníamos los militares, la amistad y las emociones aumentan, se sobredimensionan. Se llega a dar demasiada importancia y relevancia a cosas que en otros momentos pasarían desapercibidas. Una de ellas era que uno trabase amistad con una enfermera, lo cual era, por otra parte, más antiguo casi que el mundo (me refiero a la relación sentimental entre un solado y una enfermera, tanto es así que era lo más habitual en la base), pero yo ya estaba un poco de vuelta de eso. Simplemente, hablar con ella me agradaba. Aunque inicialmente tampoco pensase en ello.

Me puse en pie, intentando disimular mi impaciencia por verla llegar y, cuando vi que los minutos pasaban y no aparecía, me recriminé a mi mismo la estupidez de mi actuación y regresé a trabajar un poco con el GAZ, antes de regresar a mi puesto. Pasarían quince minutos más, cuando escuché sus zapatos acercarse.

La saludé. Me sorprendió verla allí, ¡creía que no tendría para ella la mínima importancia nuestro anterior encuentro! O, al menos, no tanta importancia como para mí. Me preguntó si podía sentarse, y le dije que sí, por supuesto. Luego avivé un poco mas el fuego de la estufa, me lavé las manos, y regresé con ella. Catarina fumaba su vaporizador. Tenía el tiempo que tardase la hierba en quemarse.

- ¿Qué es lo que estás fumando, Catarina? - Pregunté.

Sonrió al oírme pronunciar su nombre:

- Valeriana. Me calma. Sé que los oficiales lo odiáis, si fuera por vosotros lo prohibiríais, pero ciertamente que lo necesito.

Carraspeé:

- Bueno..., yo ni entro ni salgo en ese aspecto, pero creo que prohibiríamos la marihuana. No tengo nada en contra de la valeriana. Por cierto, ¿de dónde la sacas?

- De la farmacia del hospital. Hay una herboristería muy surtida y variada, que casi nadie utiliza... Solo manzanilla de cuando en cuando. - Dijo, dándole otra calada. Tenía unos sabrosos labios, tengo que reconocerlo, y contemplar ver cómo salía el humo entre ellos no diré que me enardecía, pero sí que me agradaba enormemente. Además, fumaba muy sensualmente.

Cierto que no era joven, pero su cuerpo era el de una mujer ya hecha, madura, y poseía una bonita silueta. No era ni delgada ni gorda, pero sus piernas eran firmes, con notorios muslos, que hacían destacar todavía más su bonita y ondulante cintura. Las venas en sus manos se le notaban claramente, en donde tenía unos dedos delicados acabados en unas bonitas uñas, cortas, pero pintadas siempre. En este caso de granate. Su mentón era fino, puntiagudo, y por encima de sus expresivos ojos hazel tenía unas esculpidas y también expresivas cejas, que formaban una finita línea.

- Supongo que el día muy ajetreado, como siempre...

- Si nos dejaseis de enviar soldados masacrados nos haríais un gran favor. - Musitó, mirando hacia la derecha, arqueando sus bonitas cejas bien labradas.

- Ya... Eso quisiera también yo. Pero parece ser que esto no tiene final... Y vendrán más en las próximas semanas, de Severodnisk. Parece que allí les están dando una buena tunda, y van a cerrar el complejo frente al mar blanco.

- Sí, eso he oído. - Me decía, a la vez que inspiraba una honda calada -. También a nosotras nos van a llegar nuevas...

- ¿En serio? - Quise saber.

- Jovencitas que probablemente la única sangre que hayan visto sea la de su menstruación - normalmente, Catarina siempre hablaba de una forma directa, a veces resultaba hasta cortante. Supongo que las duras experiencias que ha vivido la habían hecho así. No obstante, a mí no me desagradaba -, y que en un par de días tendremos que ponerlas a ayudar en las salas de operaciones... No quiero ni pensarlo.

Decidí entrar en un terreno más personal:

- ¿Cuanto tiempo llevas de jefa de enfermería?

- Ni lo sé ni quiero pensarlo, porque me asustaría...

- Supongo que has visto de todo...

- Ya... - Dijo, sin mucha pasión.

- Muchos enamoramientos, los oficiales perdiendo el culo por vosotras...

Eso le hizo sonreír, cosa que me agradó:

- Eso era antes, al menos en mi caso. Los militares miran a las jovencitas, además, yo no tengo tiempo para eso. Ojalá, pero ya no. Bastante tengo con desinfectar heridas...

- Pero digo: que habrás vivido muchos casos de esos...

Giró su cabeza y me miró:

- ¿De enamoramientos?

- Claro.

- Cada día. - Volvió a mirar al frente. Su voz se hizo más suave -. Pero es una tontería enamorarse de un militar, sabiendo que tienen los días contados.

- ¿Tú no te enamoraste de ninguno? - Quise saber.

Volvió a mirarme:

- ¿Tú no te enamoraste de ninguna enfermera?

Sonreí:

- No.

- ¿Nunca? - Preguntó, incrédula.

- Jamás.

- Serías el único. - Y añadió -: En mi caso supongo que la guerra me cogió de mayor... Estuve en un hospital público mucho tiempo, cuando entré en uno militar ya había dejado mi "figura de bailarina" atrás.

Iba a decirle que seguía teniendo una bonita figura, o al menos eso me parecía a mí, pero lo obvié para no dar la impresión de ser un ligón de discoteca.

- ¿Dónde estudiaste, Catarina?

- En San Petersburgo, en la Escuela Oficial de Enfermería.

- Los estudios aquí en Rusia eran gratis, ¿no?

- Sí, el gobierno te formaba y si sacabas buenas calificaciones, podías elegir incluso la universidad a la que ir. Yo no era tan buena, pero vivía cerca y San Petersburgo no estaba mal. Aunque mejor hubiera sido Moscú. Pero total, al final es lo mismo.

- ¿Entraste aquí como jefa de enfermeras directamente?

- Ya trabajaba como jefa de enfermeras en el hospital de Smolenks.

- ¿Dónde queda eso?

- Cerca de Bielorrusia. - Me miró -. ¿Y tú? ¿Qué hay de ti?

Sonreí:

- No hay mucho que contar.

Hizo un gesto con su cabeza hacia el coche:

- ¿Cuándo vas a terminar de repararlo, Trek? ¿O es que no piensas hacerlo a propósito?

- No lo sé... Aún queda mucho que hacer en el GAZ-24, y poco tiempo que dedicarle...

- ¿Y cuando esté terminado?

- Cuando esté terminado espero que esta guerra también, y pueda cogerlo para irme de aquí...

Catarina sonrió:

- Bonito sueño...

- Si quieres te llevo. - Me atreví a proponer. Eso le hizo sonreír más:

- Gracias por la propuesta. La meditaré - se puso en pie -, pero ahora sí que tengo que irme, y no precisamente para escapar de aquí.

- Que pases una buena jornada. - Le iba a añadir: "gracias por venir"..., pero seguía pareciéndome también atrevido.

- Lo mismo digo. - Dijo, con un ademán de sonrisa girándose levemente hacia mí; y dándose la vuelta se fue.


****



- ¿Qué tal las nuevas enfermeras? - Quise saber. Ya había oído los camiones y autobuses con el símbolo de la Cruz Roja yendo y viniendo durante toda la mañana, y los chicos estaban más revoltosos que de costumbre por conocer a las nuevas enfermeras. O aspirantes a enfermera, más bien.

- Jóvenes, muy jóvenes, e inexpertas, demasiado inexpertas. Ya te lo dije ayer. - Me respondió Catarina, de nuevo sentada a mi lado en el sofá, ante la estufa. Le acerqué un café:

- He puesto esto al fuego, si te apetece...

- No soy mucho de café. - Me lo rechazó amablemente, pero poniendo cara un tanto de asco. Sonreí:

- Lo siento. No lo sabía.

Inspiró una calada de su vaporizador:

- Ya. No pasa nada. Pues las niñas, han venido ciento cincuenta - Catarina solía llamar a las enfermeras "sus niñas", aunque muchas rondasen ya la treintena... - y durante el resto de la semana esperamos otras tantas cada día.

- ¿Y de dónde proceden?

- De los países del este, pero muchas de la península escandinava, Severodnisk queda cerca de Finlandia, Suecia, Noruega..., esa zona. - Y me miró, entornando los ojos graciosamente -. Rubitas, altas, con ojos azules y unos senos a partir de la noventa... Imagínate, los chicos se van a volver locos con ellas.

Me eché a reír:

- No serán todas así...

- Es el prototipo de mujeres nórdicas que tenéis los hombres, ¿no? - Dijo, volviendo a llevar el vaporizador a sus bellísimos labios.

- Tú también eres nórdica...

- Yo soy rusa. Y en cualquier caso - se pasó una mano por sus caderas -. ¿No lo ves? Ojos azules, curvas, y una noventa...

Me volví a reír. Por supuesto, ella no tenía los ojos azules. Lo de la noventa no os lo puedo decir, siempre me confundo en ese tipo de tallas.


****



Al día siguiente Catarina no llegó a la misma hora, sino que lo hizo casi veinte minutos más tarde. Por supuesto, la esperé pacientemente: tenía muchísimas ganas de verla. Apareció con un termo de un litro en su mano, de aspecto metalizado brillante en su exterior.

- ¿Qué ha ocurrido? - Quise saber.

- ¡Ni te lo imaginas! - Me dijo, agitando su mano libre -. Hemos estado con las nuevas... ¡Qué locura! - Luego, se sentó en "su lado" del sofá, y añadió -. ¿Tienes las tazas de ayer?

- Claro. - Fui a buscarlas -. ¿Qué es eso? - Indiqué el termo.

- Como ayer solo tenías café... Esto me gusta más. Y espero que a ti también.

Era chocolate, y en su punto de temperatura. Me sirvió una taza, y se sirvió otra para ella:

- ¡Chocolate! - Exclamé -. ¿De dónde lo has conseguido? - No era nada fácil conseguir chocolate. La rubia-plateada sonrió:

- En el hospital se pueden conseguir muchas cosas...

No quise acusarla de que le quitase el chocolate de la comida del hospital para los heridos, además, era enfermera: ella sabría mejor que yo lo que hacía. Cualquier duda por mi parte, además de molestarla, sería infundada.

- ¿Y qué ha ocurrido con las nuevas?

Se empezó a reír. Parecía haberse relajado de pronto, y eso me gustaba. Se ajustó con ambas manos la cola de su pelo, intentando arreglársela un poco. Me habría gustado vérsela por la mañana, recién peinada... Seguro que estaría mucho más linda.

- Una se desmayó, la otra casi se corta un dedo con un bisturí... Otra vio sangre y empezó a vomitar...

- Buff... - Dije. No quiero ni pensarlo.

- Algunas no creas, tienen madera, pero otras parecía que en lugar de coser una herida estaban haciendo ganchillo...

- ¡Jajajaja! Pero supongo que es lo normal, ¿no?

Adelantó su cuerpo, y apoyó su mentón sobre su mano y su codo en su rodilla:

- Ya no sé lo que es normal aquí, Trek... - Musitó.

- Ya. - Tomé un sorbo del delicioso chocolate -. Gracias por traerlo.

Me miró. Sonrió dulcemente:

- De nada.

Entonces dije:

- Eres una buena chica, ¿sabes?

- ¡Jajajaja!

- ¿Estas casada? - Pregunté, intentando que sonase natural, pura curiosidad, y no puro interés, que es lo que era en el fondo.

- Estuve. Casada, divorciada, y vuelta a la soltería. Me casé antes de la guerra, en un juzgado del pueblo, con un buen partido, o eso decían mis amigas...

- ¿Y qué ocurrió?

- El buen partido era un gilipollas machista de tomo y lomo. Me casé un día, y a los dos meses ya estaba de vuelta en el juzgado pidiendo el divorcio. No soporto a tipos así.

- Ya...

- Si un hombre te quiere, mientras pueda perderte te dará la luna, pero en cuanto vea que ya te tiene se irá a por la siguiente. La mente de los hombres funciona de esa forma.

Me hacía gracia:

- Curiosa psicología...

- ¿No estás de acuerdo?

No se lo iba a negar, evidentemente tenía mucha razón:

- Sí, claro, sé de lo que hablas. Soy hombre.

- Por eso.

- ¿Y ahora?

- ¿Ahora qué?

- ¿No tienes pareja? Porque supongo que ahora el buen partido serás tú.

- Sí... ¡Jajajaja! Seguro... - Dijo, echando una calada a su vaporizador -. Ahora tengo 49 años, Trek, no estoy para gilipolleces de amoríos. Eso ya pasó para mí. Soy muy vieja para andar con esas historias. - Y añadió, tras exhalar un humeante vapor -. Si quisiera un hombre lo tendría, hay miles por aquí con la líbido a flor de piel que se mueren por echarle un polvo a cualquiera con un par de tetas. Pero no me va ese tipo de folleteo.

- ¿Incluso altos mandos? - Pregunté, por seguir la conversación, más que nada. Me encantaba escuchar su agradable voz.

- ¡Jajajaja! ¡Altos mandos sobre todo! ¿O qué crees, que solo se ponen cachondos los jovencitos?

- Espero que tus compañeras no piensen como tú...

- ¿En qué sentido?

- En que los que tenemos una responsabilidad actuamos así... - Confesé.

Se rió de nuevo, simpáticamente:

- Eso lo piensan y lo saben todas, desde las auxiliares hasta las cirujanas. A ver si crees que somos tontas y no os vemos las intenciones con las que venís.

- Supongo que no será solo cosa de hombres... Quiero decir, si ella no quiere...

- Sí, claro, algunas de las niñas que llegan también vienen encendidas, no creas. Hay alguna de esas "suecas" que piensan que se van a comer el mundo, y que vienen con la idea de que aquí van a encontrar al amor de sus vidas, hasta que se lo traen en una bolsa de plástico con sus miembros convertidos en puré para salchichas. Entonces es cuando empiezan a darse cuenta de la auténtica realidad. Tienen suerte si no llevan dentro ya una criatura, y pueden pasar al siguiente pretendiente. Que eso nunca les falta.

- Eres muy dura... - Opiné, sin tono de acusación.

- Digamos que soy realista. Hace ya mucho tiempo que dejé la inocencia y de soñar con príncipes azules y con hadas con alitas rosa. Tengo cuarenta y nueve años, colecciono arrugas, cada vez tengo que teñir más canas, y mis pechos son todo menos turgentes. Eso con veinte años puede que funcione, ahora estoy de vuelta de todo. No soy una niñita en busca de alguien que la rescate o le arregle la vida.

Sonreí. Me caía tremendamente simpática.

- Yo los veo turgentes...

- ¡Jaja, muy gracioso! - Y me lanzó -: ¿Quieres que me quite el sujetador? ¡No, espera! Retiro esa propuesta, porque igual me respondes que sí.

- No te iba a responder que sí.

Nos miramos. Cogió el termo:

- Creo que eso se está caldeando. Mejor me voy.

- ¿Te espero mañana?

- ¡Si no me mata una de las chiquillas nuevas a disgustos! - Me respondió, mientras se alejaba.


****



Catarina regresó al día siguiente, con otro termo, y con más chocolate, cosa que tengo que decir que me agradó, aunque tampoco quería que se molestara y así se lo dije. Ella me dijo que no era molestia porque, igualmente, lo hacían las otras enfermeras para todas. Así que en su momento de descanso podía también ella hacer uso del chocolate.

- ¿Pero sabes que invitas a desconocidos? - Le pregunté. Me sonrió:

- Un comandante de la base no es un desconocido... ¿O sí?

- Bueno, quién sabe... Para mí tú no lo eres, en todo caso.

- Además, mucho más invitan las niñas a sus novios...

Tomé un sorbo del chocolate de la taza:

- Supongo que en su caso es más comprensible, Catarina.

- Ayer por la tarde algunas de ellas hicieron una buena gamberrada... Tuvimos que echarles una bronca esta mañana.

- ¿Y eso?

Me miró, y sonrió:

- Pusieron la farmacia patas arriba, ¿sabes qué buscaban?

- ¿El qué?

Metió la mano en uno de los bolsillos de la bata blanca, y sacó un pequeño paquetito de plástico entre sus dedos:

- Ésto.

Me eché a reír: era un preservativo.

- ¿En serio? - Y añadí -: Supongo que los chicos están un poco exaltados: jóvenes, las hormonas a tope..., pocas neuronas... Y de esos no suelen abundar muchos por aquí, así que ellas estarían bastante desesperadas también, las pobrecillas.

- No digo que no, pero sabiendo el trabajo que tienen, deberían controlarse un poco.

- ¿Ellas o ellos? - Le pregunté. Me miró tiernamente:

- Ambos. Quizá si tus soldados no las estuvieran agobiando y persiguiéndolas...

- Qué te puedo decir, Catarina...

- Y si mis niñas no estuvieran tan predispuestas a veces...

La miré:

- ¿Por que no las dejas que disfruten, mujer?

Negó con la cabeza:

- Porque ya tenemos suficientes problemas aquí como para tener que lidiar también con enfermeras embarazadas.

- Ya... Entiendo.

- Y además, muchos de sus novios mueren, jamás regresan... - Musitó apesadumbradamente -.Y luego ellas se quedan "con el encargo" y sin su pareja, ya me entiendes. Si se quedan embarazadas todo son problemas; pero son jóvenes, no miden las consecuencias, solo se dejan llevar por un momento de arrebato sin pensar que luego ya no hay marcha atrás.

Acabé mi chocolate:

- Supongo que cuando no sabes si vas a volver a ver a tu novio, o si vas a regresar de tu próxima misión, eso de pensar en el futuro como que no tiene mucho sentido.

- Sí, lo entiendo. Pero nueve meses son muy largos aquí, y las necesito operativas, no preñadas. Porque si ese novio regresa desangrándose, no le va a detener la hemorragia una enfermera que esté rompiendo aguas ni que tenga que hacer un alto para darle de mamar a su bebé.

- Son todo complicaciones... - Opiné. Por eso lo llaman guerra y tiempos difíciles.

- Pero esa clase de complicaciones se las buscan ellas. Ellas, y ellos, porque si ellos no estuvieran tratando de llevarlas a la cama constantemente, ellas podrían resistir mejor sus instintos de mujer.

Me preguntaba si ella ya no sentía esos instintos pero, por supuesto, decidí no revelarlo en voz alta. En su lugar dije:

- ¿Y saben que tienes uno? Porque igual se tiran a ti para quitártelo a mordiscos... - Bromeé. Catarina sonrió:

- Digamos que tengo mis privilegios...

Eso sí me interesaba:

- ¿Pero los has usado?

Sonrió:

- ¿Mis privilegios?

Señalé el preservativo. Ella continuó:

- ¿Te interesa saberlo?

Me encogí de hombros:

- Puedes decírmelo si quieres, o no.

- Ya te lo he dicho...

- ¿Ah, sí?

- Los de mi edad o están casados, o buscan niñitas con un buen culito y con buena delantera... Y yo estoy un poco de vuelta de todo eso ya. Es lo que me faltaba. - Volvió a guardar el paquetito en el bolsillo -. Este se lo daré a alguna cuando la pille "in fraganti", y luego ya le echaré una buena reprimenda. - Y me miró -. Y quizá te envíe a algún soldado con una recomendación de castigo encima.

- Yo no me ocupo de esas cosas. Prefiero ocuparme del GAZ. - Le dije, suspirando para indicarle que me agobiaban ese tipo de responsabilidades -. Y hablando de encuentros amorosos, ¿tienes hijos? Porque me dijiste que estuviste casada.

- Bueno casada... Porque lo ponía un papel en el juzgado, nada más. Aquello no fue ni un amago de casamiento. Así que no. Cuando vi lo que había lo tuve bien claro, y luego estaba demasiado ocupada cuidando a enfermos como para poder pensar en mí y en tener niños. Pero no importa, no me arrepiento: mejor. Si no estarían ahora jugándose el tipo en esta estúpida guerra. Sino a saber qué les ocurriría... Tal vez hubiesen muerto ya en algún campo de batalla, y tuviese que ir a visitarlos a una tumba anónima o a una fosa común. Y eso con suerte.

- O tal vez estuviesen con enfermeras por las esquinas de los hospitales militares...

Esbozó una sonrisa:

- No se ven cosas muy bonitas últimamente en esos sitios.

- En ningún sitio, Catarina, en ningún sitio hoy en día se ven cosas bonitas.

Pero sus ojos, y su atractivo cabello despeinado, eso sí era bonito. Al menos para mí.


****



Al día siguiente mi enfermera favorita llegó sin termo, con las ropas manchadas de sangre, e incluso había restos de sangre por algunas de sus uñas, sin pintar. Se sentó en el sofá sin decir nada, inhalando de su vaporizador de una forma más tenaz de lo que solía hacerlo. Me fui hacia ella, dejando la llave inglesa que tenía en mi mano al lado del GAZ-24:

- Vaya... Un día duro...

- Ni te imaginas... - Musitó.

- Lo suponía, por el ruido de los aviones, y las sirenas de los equipos de extinción de incendios. Supongo que no son muchos los que habrán muerto...

- Debió haber sido una masacre... No quiero contar el número...

- Yo tampoco, aunque seguro que en cuanto llegue lo tendré delante del ordenador.

Me miró, seria:

- ¿Por qué hacemos estos, Trek? ¿Por qué estamos aquí?

Yo estaba sentado sobre el brazo del sofá, en el otro extremo del mismo donde estaba Catarina. Me encogí de hombros:

- Supongo que por no rendirnos, Catarina...

- ¿No crees que esta guerra está ya perdida? ¿Cuantos jóvenes tendrán que morir? ¿Cuántas extremidades tendremos que cortar nosotras, para que ésto pare?

- Mientras no vengan más, puede que haya esperanza...

- Esperanza... - Susurró, dándole otra calada más a su valeriana -. Bonita palabra para tiempos de paz, bonita quimera para tiempos de guerra.

Imaginé que parte de la tristeza era contagiada por sus compañeras. Muchas de las jovencitas que habían llegado días atrás cargadas de ilusión, se habían encontrado probablemente con la desesperación más absoluta. Las más desafortunadas, sin el compañero que acababan de conocer... Por lo menos se tenían las unas a las otras, cosa que mis soldados no podían decir. Aunque no mencioné nada, dudaba de que eso fuera un alivio para algo.

- ¿Sabes qué me apetece? - Comentó la jefa de enfermeras, con la mirada fija al frente -. Emborracharme. - Me miró de soslayo -. ¿Tienes whisky? ¿Alguna bebida parecida? Seguro que por ahí los chicos destilan algo...

- Seguro, pero a mí no me contarían esas cosas.

- A mí tampoco, pero si tuviera una botella...

- Borracha dudo que pudieras hacer tu trabajo...

Sonrió:

- Borracha puede que lo hiciera mejor. A veces vale más no saber qué miembro tocas, qué arteria comprimes, ni a qué moribundo engañas diciéndole que se va a poner bien y que volverá a ver a sus padres...

No sabía el número de jefas de enfermería que habría en el hospital militar, y lo cierto es que tampoco me preocupé nunca en mirarlo, pero debían ser más de un centenar. Si todas estaban tan deprimidas como Catarina, los heridos iban arreglados...

- ¿Sabes qué? - Volvió a mirarme. Parecía que hablarme la desahogaba, de hecho ya no fumaba tan obstinadamente como minutos antes -. La mayoría de doctores del hospital son mujeres... ¿No te habías dado cuenta? - Me encogí de hombros -. Pero tiene una razón...

- ¿Ah, sí?

- A la mayoría de médicos los han ido enviando a hospitales de campaña, al frente... Con las compañías y los regimientos...

Supongo que una mujer podía hacer también ese trabajo, pero por diversas causas - por supervivencia de la especie, así pensaban algunos altos militares, y por supuesto por el machismo que seguía imperando en el mundo castrense - cuando había que exponerse claramente, seguían siendo los hombres. Claro que ellas tampoco tenían la fuerza de un hombre, y para manejar las pesadas máquinas de artillería se requería mucho músculo. La electrónica era un peligro, porque no era tan fiable como las antiguas máquinas de guerra mecánicas. Y con unos países cada vez con más refugiados y zonas despobladas durante kilómetros y kilómetros, era mejor no tener que recurrir a baterías.

También estaba el hecho de que los alienígenas podían atacar los microprocesadores de muchas formas, y no tanto las herramientas mecánicas.

- Deberías descansar un poco... - Le recomendé. Se echó a reír:

- ¡Si quieres me tumbo en el sofá a echar una cabezadita! - Y añadió, más calmada... - Lo siento...

- No te preocupes...

Me miró. Sus preciosos ojos hazel estaba acuosos:

- Esta noche será muy larga. - Musitó.

- Intenta descansar, ¿vale? - Me atreví a acariciarla en el hombro. Ella sonrió:

- Ojalá tuvieras tu GAZ-24 ya listo para irnos de aquí...

Se puso en pie, y se alejó a paso rápido:

- Tengo que irme ya.

Me habría ido con ella a donde fuera. Al fin del mundo. A cualquier país, si pudiera tenerla a mi lado. Con GAZ o sin él.


****



- ¿Hoy estás mejor? - Con rostro menos cansado, pero con mirada desanimada, había llegado aquella mañana Catarina. Yo ya estaba sentado en el sofá, y ella se acomodó en su lado habitual. Llegó con los brazos cruzados, como cubriéndose con la bata, caminando despacio, y curiosamente no venía "vapeando".

- Hoy han muerto unos cuantos - me informó con suave voz-, siempre ocurre... Muchos no superan las graves heridas...

- Sí... Se nota el descenso de efectivos...

Me miró, seria:

- ¿Eso son para vosotros? ¿"Efectivos"? - No dije nada. Inmediatamente añadió -: Lo siento...

- Tranquila... No pasa nada.

Seguía de brazos cruzados. Seguía con aspecto de cansada, pero seguía siendo preciosa. Al menos para mí, claro.

- ¿Qué quieren, Trek?

- ¿Los aliens? Creo que está claro... Matarnos y luego supongo que adueñarse del planeta, o convertirlo en una granja de sus verduras o animales domésticos, o explotar sus recursos... O a saber qué, Catarina...

- No, pero me refiero... - Me miró con unos ojos muy expresivos - ¿Alguien lo sabe realmente? ¿Alguien ha ido allí a preguntárselo? Tal vez combaten porque no entienden otra forma de diálogo...

- ¿Y quién va a ir? ¿Salir al espacio exterior y hablar con ellos? Ya se ha intentado, y todos los vehículos, tanto tripulados como los vehículos con mensajes, los han destruido antes siquiera de poder acercarse... Con alguien que no atiende a razones y que es el primero en no querer dialogar, no se puede establecer diálogo.

- Pero... Si han llegado hasta aquí, tienen que ser inteligentes, ¿no? No beligerantes.

- Tal vez lo sean hacia los demás únicamente, y no entre ellos, claro. - Conjeturé, recordando los numerosos informes con las hipótesis más dispares que sobre los medusianos los departamentos de inteligencia de multitud de gobiernos habían redactado.

Catarina se tocó el pequeño reloj que llevaba en su muñeca. Decidí cambiar un poco el tema de conversación:

- ¿Es cierto que las enfermeras no podéis llevar anillos?

- Anillos sí, las que están casadas los llevan sin problemas. Lo que no es aconsejable llevar son sortijas voluminosas, pulseras, pendientes grandes... Esas cosas.

Ella tenía unos minúsculos, pero bonitos, pendientes con una perlita en cada lóbulo de sus orejas.

- Claro, porque se puede enredar con vendas y esas cosas, es comprensible...

- Sí...

La miré:

- ¿Porqué estás triste?

- ¿Estoy triste? - Preguntó a su vez.

- Eso parece... - Opiné. Se encogió de hombros:

- Quizá por las cosas que veo...

- Deberías estar bastante acostumbrada, ¿no?

- Hay ciertas vivencias a las que una nunca se acostumbra. Además, creo que cuanto más mayor soy, más sensible me vuelvo.

- ¿En serio?

Afirmó con la cabeza, diciendo:

- De jovencita habría estado en el quirófano viendo cortar extremidades todo el día, y luego podía salir a bailar toda la noche... Y sin embargo ahora a veces, ni dormir puedo.

- Pero también hacías una vida normal... Aquí hacéis un trabajo extenuante y, la verdad, diversiones tenéis pocas, estamos en un lugar sin nada en kilómetros a la redonda.

- Ya...

- Por eso es comprensible que las chicas busquen diversión, tus enfermeras, del otro día...

Sonrió, al recordarlo:

- Hoy algunas están triste, es lo que les digo: no te enamores de un soldado, porque te puede llegar mañana partido por la mitad. Y si tienen suerte y les llega. Luego llegan los llantos y tengo que andar consolándolas...

Sonreí:

- ¿Las consuelas?

- Sí... Más de lo que debería. - Esbozó una sonrisa -. Bueno, a veces, cuando tengo paciencia. Sino se consuelan entre ellas.

- ¿Y qué les dices? "¿Te lo dije?".

Se echó a reír:

- ¡No! Solo les digo que nuestra profesión es muy dura, esas cosas que por otra parte, ya deberían de saber. Pero estos días no hay mucho tiempo para consolar a nadie. Que hagan de tripas corazón, y que sigan adelante.


****



- ¡Tengo que decirte algo! - Era Catarina, y venía más animada, o eso parecía. Venía también con el vaporizador entre sus lindos dedos. Salí de debajo del GAZ:

- ¡Hola Catarina! Tú dirás...

- ¿Qué ocurre con Andreiv?

Andreiv Volchenko, era uno de los pilotos más aguerridos de mi grupo, pero también un creído y un "guaperas" de cuidado. Un "valentino" que traía a muchas chicas por la calle de la amargura. Lo sabía bien: era conocido que tenía multitud de seguidoras que bebían los vientos por él.

- Es un buen piloto... - Dije, yéndome hacia Catarina y sentándome a su lado, puesto que ella ya estaba acomodada en el sofá. Sonrió:

- Y un casanova también.

- Lleva bastante tiempo aquí, es de los más veteranos. Lleva la velocidad y el riesgo en la sangre.

- Y eso atrae a muchas chicas... - Observó la jefa de enfermeras.

- Puede ser. - Dije, y pregunté - ¿Se ha metido en algún lío?

- En unos cuantos...

- Si me lo dices tú, es un lío de faldas entonces.

Me miró, entornando los ojos, un gesto característico en ella cuando quería decirme algo importante. Eso, y elevar sus guapísimas cejas:

- ¿Sabes que tengo a tres enfermeras embarazadas de él?

- ¡Huau! - Di un resoplido-. Eso sí es fuerte. ¿Tres? - La miré... No sabía si echar a reír, o llevarme las manos a la cabeza... - ¿¡Tres!?

- ¿Le caerá un castigo por eso?

- No sé, depende... Depende de lo que digan las enfermeras, de lo que haya ocurrido...

- Claro. Las tres dicen que lo quieren y que las ama a ellas.

Entonces sí sonreí:

- Tendremos que partirlo en tres trozos, al parecer. - Y añadí -. Ese tipo de hombres son un peligro, tus chicas no deberían ser tan inocentes...

- Creo que no es esa la cuestión... Él también se aprovecha de su fama a su favor...

- Claro...

- Y que a algunas indecisas o no muy seguras de sí misma les hagan caso, pues para ellas es el no va más. Da igual que las advierta que quiere lo mismo que todos los hombres, se obcecan en que no es cierto, en que es el hombre de sus sueños, y luego descubren que es el de sus sueños y el de unas cuantas más.

- ¿Y qué queremos todos los hombres? - Quise saber. Sonrió:

- ¿Te lo digo?

Me encogí de hombros:

- Bueno, yo puedo decirte lo que quiero yo...

Me regaló una dulce sonrisa:

- Pues dímelo...

- Estar a tu lado charlando.

Se echó a reír:

- ¿Y si un día no vengo? ¿Me irás a buscar?

- Tal vez...

- ¿Qué dirían mis compañeras?

- No sé... ¿Qué dirían?

Se quedó un rato en silencio, y luego dijo:

- Volvamos al tema: una de ellas dará a luz dentro de poco, y puede que la perdamos como enfermera, la enviarán al centro materno-infantil, o puede que fuera de aquí... - Y me miró -. Y no puedo permitirme perder más enfermeras, Trek... Controla a tus chicos.


****



Como suele ocurrir, pronto comenzaron a circular por la base habladurías: que si Catarina era mi novia, que si nos veíamos a escondidas, que si hacíamos guarrerías por el garaje... Ella no les daba importancia, y a mí, francamente, tampoco me importaban. Algunos de los soldados llegaron a venir de improviso por la mañana, fingiendo que iban a recoger o a traer algo al taller, con la esperanza de pillarnos en un renuncio, entre arrumacos. En alguna situación comprometida con la que dar veracidad a los rumores.
Un día el teniente coronel me llamó a su despacho. Me dio un sermón sobre las normas de conducta entre oficiales y enfermeras, y la necesidad de mantener las apariencias. Normas que ni ellos mismos cumplían. Tal vez por eso me "recomendó" que me viera con Catarina en la intimidad de su habitación, y luego actuase de puertas para afuera como si nada. Por supuesto no le hice ni puñetero caso. El mundo se iba a ir al carajo tarde o temprano, y era el amor por lo único por lo que merecía la pena luchar. La dulzura y la compañía de Catarina era lo que me motivaba a seguir en la brecha. Lo demás, me importaba un pito todo.

Esas estupideces que tenían los militares solo para dar buena imagen, nunca las he entendido. En mi tiempo libre podía ir a donde me diera la gana, y ver y estar con las enfermeras que me diera la gana. De otra forma, mejor nos pegásemos todos un tiro allí mismo.

Supongo que a ella le echarían una bronca similar, porque dejó de acudir al taller durante dos días. Decidí ir a verla al hospital. Sus compañeras me dijeron que estaba en quirófano, y que había estado muy ocupada toda la mañana.

Pasaron un par de días, y una mañana oí su preciosa voz, mientras estaba en el GAZ-24, limpiando su interior:

- ¡Gracias por ir a buscarme...! - La miré. Añadió -. El otro día.

- Estaba preocupado. - Dije, acercándome a ella. Llegaba con las manos en los bolsillos de la bata, y el anorak rojo del cuerpo de enfermeras bajo el brazo -. ¿Te han estado molestando tus superiores como a mí?

Esbozó una sonrisa y elevó una ceja. Típico gesto que me indicaba que ya tenía edad como para que esas cosas le importaran un pimiento. Lo mismo que yo.

- Me han "sugerido" que te viese a escondidas... ¿Este sitio no es lo suficientemente "escondido", me pregunto yo?

- Podríamos fingir que somos pareja, así al menos nos criticarían con razón. - Le dije, mientras nos sentábamos ambos en el sofá.

- ¿Novios, quieres decir?

- Claro...

- ¡Jjajaja! Lo que te gustaría... - Dijo, riéndose y alisándose la cola de caballo.

- No digo que no.. - Confesé.

Creo que se ruborizó un poco, pero tras estar un ratito sonriéndome seductoramente, me dijo:

- ¿Y tendría que ponerme como mis niñas hacen con los soldados, no? Coquetita y aleteando las pestañas mientras te miro...

Adoptó una pose mimosita y sonreí:

- Pues no estás mal así...

Mas volvió a ponerse seria:

- Soy muy mayor ya para estos juegos, Trek. Que los demás piensen lo que les dé la gana..

- Puede que lo que piensen sea que estás esperando un bebé... O que teman que te quedes embarazada...

- ¡Jajajaja! Ya... A mi edad...

- ...puede que piensen que el coche solo lo quiero para usarlo de "picadero" contigo...

- ¡Huyuyui...! - Fingió alarmarse por mis palabras -. No creo que ese coche resulte muy cómodo para eso que dices... - Dijo, lanzándole una mirada al GAZ-24.

- No minusvalore usted, señorita, lo que puede dar de sí un GAZ. - Dije con tono gracioso.

Ella se echó a reír:

- ¡Ah!, vale, vale... - Fingió admitirlo.

- ¿O es que quiere comprobarlo? - Seguí en mi tono. Sonrió simpáticamente, enseñándome el bolsillo vacío de su bata:

- ¡Lo siento! Ya le he dado a una niña el último preservativo que me quedaba...

- Mejor aún...

Me lanzó una mirada mientras se mordía el labio inferior, que me desarmó completamente. Y me golpeó en broma estirando su brazo hacia mí, con su puño en la parte delantera de mi hombro, exclamando:

- ¡Me vas a hacer sentir como una universitaria!

- Entonces puede que piensen que pasar este rato contigo sea lo mejor del día para mi...

- No sigas por ahí o me acabaré yendo... - Amenazó, haciendo ademán de levantarse. La detuve pasándole mi mano por su brazo izquierdo:

- ¡Vale, vale, Catarina! Ya paro.

Se echó a reír. Qué mujer más estupenda... Me encantaba. ¿Que estaba enamorado de ella? Al principio acudía al taller para tener un lugar donde esconderse a fumar, pero últimamente apenas vapeaba. Eso me hizo considerar que tal vez volviese por estar conmigo, o por charlar un rato a mi lado. Pensar que así fuese hacía que me sintiera agradablemente bien. Noté con satisfacción, además, que no había respondido que no a mi propuesta. Lógicamente tampoco iba a proponerle fríamente que la hiciéramos realidad. Al menos, no de momento. No quería estropear por correr ese riesgo mi buena sintonía con ella.

Cuando la conocí quizá solo me atrajera por curiosidad. Ahora por supuesto había mucho más, no era curiosidad, era interés franco en estar con ella, y deseo de tenerla siempre conmigo. ¿Que podría echar a perder mi posición, poniendo en peligro mi rango de comandante, si seguía viéndome con aquella jefa de enfermeras? Dejo a vuestra consideración que valoréis lo que me importaba eso. Ante lo que suponía Catarina para mí, todo me daba igual.


****



Durante toda la jornada había habido mucho trasiego en la base. De hecho, también había un gran movimiento durante toda la noche: helicópteros, aviones de transporte despegando y aterrizando, movimiento de tropas, y camiones yendo y viniendo por todos los rincones y entre carreteras de uno a otro hangar, o de una a otra zona de la enorme base militar.

Yo encontré un hueco, no para estar en el GAZ-24, al que tenía pendiente ponerle algunas piezas y repararle otras, pero era algo que podía esperar - o mejor dicho, que tendría que esperar -, para mejores momentos, sino para estar con Catarina. Cuando llegué, ella ya estaba sentada con las piernas cruzadas en el sofá, sola, agitando el termo con su mano derecha. Era una de las pocas veces que yo llegaba después de ella. Me saludó e inmediatamente me sirvió una taza de chocolate:

- He visto que tenéis nuevos reclutas... - Me dijo, mientras se sentaba y doblaba con cuidado el anorak que normalmente usaba, rojo, poniéndoselo sobre su regazo.

- Reclutas, oficiales..., y bastante armamento. Llegan de la base siberiana.

- Son dos las que se han clausurado en Rusia... Esto no pinta nada bien, Trek.

- No, nada bien. Pero mientras ellos sigan allí arriba, y nosotros aquí abajo, podremos resistir.

- Supongo que te referirás también a que no lleguen en más número... Del sitio de donde hayan venido, cualquiera que haya sido. Pero lo que me pregunto es hasta cuándo podremos estar así, si las fábricas comienzan a cerrar...

- Lo suyo es que las fábricas estén en las bases militares, y se fabrique lo que necesitemos aquí. Por eso están trayendo tanta maquinaria pesada.

- Pues tendrán que ampliar el hospital...

Sonreí, y me fui a su lado en el sofá:

- Por falta de espacio no será: tenemos todo el que necesitamos.

- ...y más zonas de servicio...

- Sí, esta base se está quedando pequeña para todo.

- Pero hay una cosa buena en todo esto...

- ¿Cual?

- Que no podrán trasladarnos... Jajaja...

Yo también me eché a reír, aunque con cierta desgana:

- Es cierto.

- Pero puede ser que en cuanto descubran la base...

- Mientras el radiofaro continúe emitiendo no lo harán. Estaremos seguros.

- ¿De verdad?

Le respondí, más para tranquilizarla que para otra cosa:

- Claro, mujer. Si esa tecnología funciona en los aviones, ¿por qué no aquí? Ya está muy probada. Si no, nos habrían atacado hacía mucho.

- ¿Cada cuanto se renueva la clave?

- Toda esa información es reservada y lo sabes, Catarina. No deberías preguntar. - Le recordé. Ella era jefa de enfermeras, y trataba muy habitualmente con oficiales de alto rango. Sabía de sobra sobre qué hablar y sobre qué no, aunque supongo que en mi caso no se sentía "en su trabajo", y obviamente estaba más relajada, intentando llevar una conversación "normal", dentro de la anormalidad de todo lo que nos rodeaba; de la misma situación.

- Lo siento. Era solo curiosidad.

- No pasa nada. La verdad es que tampoco es tan complicado, no se por qué guardan tanto misterio.

- Para que no les saboteen...

- ¿Quién iba a sabotearlos? ¿Alguien que se alíe con ellos?

Se encogió de hombros:

- Hay gente para todo... Con tal de salvar su pellejo puede que lo hicieran.

- Sí, pero los medusianos no creo que estén por la labor. Si solo alguien pudiera contactar con ellos, ya sería un gran paso. Claro que también es verdad que para qué, porque dudo que, tras todo lo que han hecho, decidieran irse sin más de este planeta...

- Pero tal vez una tregua, Trek, piénsalo: igual podríamos hasta convivir ambas especie - me eché a reír -. ¿Por qué no? ¿No convivimos con los insectos?

- Porque no hay otro remedio.... ¿No has oído hablar de los matamoscas? ¿Los insecticidas?

- No sé... Pero si son inteligentes...

- No te esfuerces. - Le cogí la mano-. Ellos no van a ceder, Catarina.


****



Mi enfermera favorita llegó exhalando vapor entre sus labios. Cogí una manta y, nada más sentarse, se la puse encima. Ella se rodeó con ella, regalándome a cambio con el obsequio invalorable para mí de una dulce sonrisa. Observé que tenía un color especial en su rostro:

- ¡Vaya! ¡Hoy te has maquillado!

- Sí, por darles un poco el gusto a las niñas. No paraban de insistir que me pusiera algo de maquillaje.

- Pues te queda muy bien, estás muy guapa, que lo sepas. - Confesé.

- Gracias.

- Lo único que ahora sí van a pensar que hay algo entre nosotros. - Bromeé, para añadir -. Pero no hagas caso de lo que diga la gente.

- Nunca lo hago. Si hiciera caso de lo que la gente dijera, habría dejado de ser enfermera hace mucho tiempo.

Me encantaba aquella mujer. Llevaba también el cabello más cuidado. El despeinado de los primeros días, con aquella cola a la espalda que se deshacía por todas partes y malamente recogida por una cinta elástica cualquiera, ahora solía estar muy bien definida y la cinta solia hacer juego con la ropa: o blanca, o roja. Era evidente que se peinaba antes de salir a verme.

- Ahora lo siguiente será teñirte. - Comenté, esperando no haber cometido un desliz, al apreciar ya unas notorias raíces negras en su clarísimo cabello rubio plateado.

- ¿Sabes? Me da bastante pereza ponerme en la sala de peluquería... Yo, que a veces les hago el turno a alguna de las niñas para que vayan ellas, ya ves...

- ¿Haces eso? ¿Las sustituyes para que puedan ir a la peluquería?

- En ocasiones.

- ¡Qué buenaza de jefa tienen!

Hizo ademán de darme un cachete en la cara:

- ¡No te pases!

Pero realmente lo pensaba.

- Pues tienes un pelo muy bonito, el color es una pasada... Ese claro brillante es alucinante. - Dije sinceramente. Ella se mostró confusa:

- ¿Te quedas conmigo? ¡Muy romántico estás hoy! ¿A qué se deben tantos halagos?

¿A que era guapísima y no podía dejar de pensar en ella? Bueno, mejor no decirle eso, así que le dije:

- ¿No puedo decirte lo que pienso? Es la verdad.

- Te estás pareciendo a los soldados cuando intentaban ligar conmigo...

- ¿Qué te decían?

Se echó a reír:

- De todo, desde burradas hasta piropos bastante "currados", no creas...

- ¿Burradas? ¿Como cuales?

Me miró de reojo. Catarina extrañamente se ruborizaba, es la ventaja que le daba la experiencia:

- Mejor no te las digo.

- Dime una.

- ¡No!

- Venga, tampoco será para tanto...

- "Aprovecha ahora que esto que se me ha puesto así para ti"...

Me eché a reír. Bueno, nos echamos a reír. Seguro que anécdotas como esa, enfermeras como ella tendrían a montones, para escribir un libro de varios cientos de páginas.

- ¿Y qué respondías? - Quise saber.

- ¿Se puede responder a eso? Mejor intentas simular que es gracioso, haces una mueca de sonrisa mientras realizas tu trabajo, y te vas.

- ¿Así? ¿Sin más? Pobrecillos...

- Sí, "pobrecillos"... - Me decía, mientras aspiraba bajo la manta ante el frío del aire. Y eso que le reservaba siempre el mejor sitio junto a la estufa. Pero lo hacía con gusto, que conste.

- ¿Y si te gustaba?

- ¿El soldado que te lo decía?

- Sí.

- Pues bueno, eso depende de cada enfermera y de lo que esté dispuesta a arriesgar...

- ¿Y tú alguna vez cediste? ¿Alguna vez "arriesgaste"?

Me miró. No veía sus labios, ya que los tenía bajo la manta, pero me pareció que sonreía:

- Si lo hice fue hace mucho tiempo, Trek. Porque para mí eso era antes, ahora se lo dicen a las niñas.

- ¡Venga ya!

- Piensa lo que quieras...

- ¿No te siguen diciendo esas cosas?

- Intento aparentar que estoy muy ocupada, poner cara seria, ir a lo esencial, y que no tengo ganas ni paciencia para hacer disminuir el nivel de hormonas masculinas de nadie.

Una buena respuesta. Si respondía así a los pacientes, estaba seguro que la dejarían en paz.


****



Me encontraba limpiando el reloj de los restos de grasa del coche, había caído una nevada bastante fuerte, de esas que solo pueden caer en Rusia. Pensé que Catarina no acudiría al taller, por eso me sorprendió verla dirigirse hacia mí sobre la nieve, abrigada con el anorak rojo del personal de enfermería. Dejé el reloj sobre una caja de armamento vacía, cogí un paraguas y salí a su encuentro.

- ¡Qué frío! - Me dijo, al acercarme y ponerme a su lado para resguardarla de la nieve. La habría abrazado. La habría besado. La habría arrojado sobre la nieve y me la habría comido a bocados. Estaba preciosa, por otra parte, bajo el voluminoso gorro del anorak con piel en el borde. Le iba a decir que no habría hecho falta que viniese, pero no lo hice porque... ¡Claro que me hacía falta verla!

Se sentó junto a la estufa, y le serví una taza de chocolate caliente que ella traía bajo el anorak. Me la cogió con un "gracias" y regalándome una sonrisa tan angelical y luminosa que pensé que el corazón se me caía del pecho y se me rompía en añicos en el suelo a sus pies. Cogí el reloj de encima de la caja, y me lo puse. Supongo que le llamó la atención ver brillar su caja metálica:

- ¿Qué llevas ahí?

- Es un viejo G-Shock de la Serie 5 con caja de metal... Aquí debería haber un bisel de plástico, pero se rompió hace tiempo. - Le dije, enseñándole el hueco vacío en el frontal. Lo cierto es que sin bisel quedaba horrible, pero me agradaba aquel reloj, y estéticamente me gustaba mucho. Era una máquina fiable y segura, y eso me bastaba.

- Creía que os aconsejaban llevar relojes mecánicos a los oficiales, por eso de las interferencias alienígenas...

- Sí, pero no me acostumbro a ellos. Además, sin caja de Faraday no creas que los mecánicos son tan inmunes a la tecnología alienígena... Incluso fácilmente con los instrumentos que manejamos, se pueden inmantar. De nada sirve un mecánico que sea inmune a impulsos electromagnéticos, si no lo es a todos los campos magnéticos que nos rodean. No es la primera vez que un comando o un escuadrón se queda sin sincronización y sin poder saber la hora, porque algún instrumento alienígena magnetizó sus relojes. Al menos con éste - giré mi muñeca, enseñándoselo de nuevo - eso no ocurrirá. De hecho, hace tiempo envió el alto mando una notificación para que los relojes de cuarzo de los equipos estuviesen en hora antes de cada operación y, en su caso, hubiera ambas tecnologías entre los miembros que lo componen. Lo que ocurre es que los oficiales suelen preferir los relojes mecánicos por estética, apariencia, y para alardear. Pero yo prefiero un cuarzo.

- Pero ese está roto, Trek... - Dijo, tras escucharme atentamente y beber luego un sorbo del chocolate. Negué con la cabeza:

- No está roto, Catarina... Solo le falta una pieza.

- Está roto. - Concluyó ella. Suspiré:

- Si quieres ganar te dejo ganar.

Me regaló una agradable sonrisita, mientras me decía:

- Entonces deberías coger alguno de los soldados caídos, ellos ya no lo van a necesitar.

- Esos van a las pertenencias para enviar a sus familias.

- ¿A qué familias? Supongo que sabes cómo está el almacén de objetos a enviar.

- Sí, claro que lo sé.

- Sus familias nunca recibirán nada. Probablemente ni tengan familia ya.

En efecto. Probablemente se guardaban objetos allí solamente para que los que quedaban vivos siguieran con la esperanza de que sus familias habían sobrevivido en alguna parte. Lógicamente las dimensiones del contenido en el almacén habían alcanzado cotas bastante difíciles de manejar, por lo que se había tomado la decisión de ir reutilizando, reciclando o destruyendo, aquellos objetos personales que tuvieran una antigüedad mayor de los seis meses.

- Pero dejémosles esa esperanza. - Dije.

- Trek, eso no es esperanza. Es fantasía.


****



- Hoy te traigo algo especial. - Me dijo de pronto Catarina, casi asustándome por lo concentrado que estaba reparando el cuadro de instrumentos del GAZ-24.

- Guay. ¿Qué es? ¿Que vienes de minifalda? - Quise saber, mientras salía del interior del coche a su encuentro.

- ¡No! No creo que me vayas a ver ya de minifalda.

- Bueno, nunca se debe perder la esperanza.

- Es algo mejor...

- ¿Que el verte en minifalda? ¿Qué puede haber mejor que eso?

Ella era bien consciente de que ya no tenía las mejores piernas para ponerse minifalda, más que nada debido a sus caderas bastante notorias. Por supuesto yo también lo sabía, pero a ella le agradaba que le propusiera ponérsela y jugar a que seguía teniendo una perfecta figura, y a mí me agradaba que le agradase, así que se lo proponía. No obstante, con minifalda o sin ella, seguía siendo guapísima, por supuesto.

- No te empeñes, no voy a venir en minifalda. Además, no tengo ninguna.

- Pídele prestada una a alguna de tus ayudantas.

Eso sí le pareció gracioso:

- ¡Jajaja! No creo que me entre...

- Sí te entra...

- Yo creo que no. - Insistió, mirándome muy coquetamente.

- Fijo que sí, solo déjala deslizar...

- ¿Es de minifaldas de lo que hablamos, no?

Sonreí. No dije nada. Me mostró lo que traía: nueva bebida en el termo. Concretamente, zumo de naranja. Me quedé gratamente sorprendido, eso sí que era un hallazgo. Conseguir fruta fresca era complicado, más aún naranjas. La mayoría de nuestra comida eran raciones militares. La fruta iba destinada - siempre que se conseguía - al hospital, o al Centro Materno-Infantil para los niños.

- Me da reparo que hagas esto por mí...

- No es por ti. Es por la Compañía. Para mantener alta la moral.

Me hizo gracia, sonaba a eslogan.

Sabia riquísimo. Hacía mucho que no probaba zumo de naranja, ya casi había olvidado su sabor.

- Pues a mí no me va mucho el zumo de naranja, no creas. - Me confesó Catarina -. No es que me emocione demasiado. Lo tomo sin problema, pero no es lo que elegiría.

- Ah, ¿no?

- No. Prefiero el zumo de piña. Y de conservas, las de escabeche; las de aceite no puedo verlas.

- Vale. Lo tendré en cuenta cuando te invite a cenar.

- Jajaja! ¡Gracias! - Y añadió, graciosa -: ¿Vas a invitarme a cenar?

- ¡Claro! Elije restaurante...

- Uno con vistas a la playa. - Me dijo, sonriendo muy tiernamente. La miré y la hubiese besado en los labios, os lo aseguro.

- Mmmm..., no sé, señorita. Me temo que eso va a ser difícil en la estepa rusa...

- ¡Oh, vaya!

- Ya no podremos dar un paseo romántico cogidos de la mano y viendo el vaivén de las olas del mar...

- Bueno, no pasa nada. Nos cogemos de la mano a la luz de la lumbre...

- Sí... - Supongo que se referiría al calor de la lumbre. Pero daba igual, estaba bien así, y estaba bien imaginárselo y quedarme abrazado con ella.


****



Ya mencioné al principio que había conocido a Catarina de vista, y por supuesto en alguna que otra ocasión tuve que ir al hospital militar, por causas personales - por encontrarme enfermo o porque me hubiesen herido -, o para visitar a compañeros y amigos. Así que conocía a bastantes enfermeras, doctores y personal que trabajaba allí. Pero el hospital era tan grande que, por supuesto, ni muchísimo menos los conocía a todos.

Por eso no reconocí a la compañera que se acercaba con Catarina al taller. Era la primera vez que ella llegaba acompañada de alguien, y en este caso era una jovencísima enfermera, Eryka, que era un poco "la niñita de los ojos" de Catarina, no me preguntéis la razón (tal vez por su carácter, porque era buena en su oficio, o porque se apreciaban mutuamente...) quien se acercaba hacia mí. Me extrañó que Catarina llevase a alguien, en fin, no era ningún problema, pero aquel sitio, y aquella hora, era como algo "especial", por lo menos para mí, y tenía la esperanza de que también lo fuese para ella. De manera que "invitar" a nadie, era como invadir un poco nuestro territorio.

Pero por supuesto no dije nada. Catarina me la presentó "formalmente", y nos dimos un par de besos. Olía muy bien la chiquilla, tengo que decirlo, un perfume muy femenino y seductor.

Normalmente las enfermeras no visten sexy, quiero decir que no visten sexy a propósito: las que son guapas lo son porque sí, pero no tienen una ropa que resalte sus encantos en especial, algo lógico, porque su ropa o uniforme debe ser, ante todo, práctico. Pero dicho esto, Eryka vestía todo lo sexy que su uniforme le permitía: su bata era bastante cortita, su camiseta, de cuello en uve, era más ajustada de lo habitual, y ello unido a que sus tamaño de pecho era bastante abundante (o sea: tenía un par de atributos "delanteros" realmente "esplendorosos"), hacía resaltar su exuberante "delantera". Con lo cual casi sin que uno lo quisiera, de sus ojos - de un precioso azul, por cierto - a uno se le iba la vista de forma inevitable hacia sus dos protuberancias. Es decir, uno hablaba con ella y era como si tuviera ante sí un par de pequeñitas - bueno, en el caso de Erkya como he dicho no tan "pequeñitas", y ese era el problema - frutitas sabrosas, empalagosas, traviesas y juguetonas, diciendo todo el rato: "¡eh, míranos!", "¡pero mira para aquí, pero mira para aquí!", "¡cucú!, ¡cucú!". Supongo que si sois hombres sabéis de sobra a qué me refiero. Más aún cuando era ella quien te hablaba, y en cada movimiento que hacía sus dos encantos femeninos bailaban y se bamboleaban dentro de su sujetador como dos criaturas traviesas haciendo malabarismos sobre una cama elástica. Claro que si las mirabas estabas perdido, porque notabas en seguida a través de su escote las olas de aquel embravecido mar encerrado en dos globitos esponjosos y blanditos, que luego no querrías mirar otra cosa.

Por supuesto, y a pesar de su juventud, ella lo sabía, y Erika - incluso a propósito - trataba de hacerte caer en la trampa y el hipnotismo de aquel par de auténticas bellezas naturales que exhibía orgullosa, mientras te miraba inocentemente. Porque debía haber experimentado muchas veces que eso hacía perder la cabeza a los hombres. O al menos a muchos hombres, jovencitos sobre todo claro, que debían ver aquel espectáculo y sentir el efecto de subírsele la moral de inmediato.

Por lo tanto no sé si Catarina la llevó ante mí para tentarme, para examinarme, para analizarme, o simplemente por curiosidad y para conocer mi comportamiento. Como una forma de sopesar y descubrir si realmente estaba por ella, o estaba por cualquier mujer que estuviese bien dotada. No os extrañe que sea eso: las mujeres son así de rebuscadas (¡y mucho más!).

Tengo que decir que si era eso, Catarina había elegido una mala carta, porque podría haber llevado ante mí a una chica un poco más "insípida", o que no llamase tanto la atención con su escandaloso cuerpo de hembra. Porque, ante Eryka, francamente Catarina no tenía nada que hacer. No voy a decir que fuese porque la diferencia de edad era abismal - que lo era -, sino porque la exuberancia de la jovencita enfermera eclipsaba a cualquier cosa que hubiera a su alrededor. Eclipsaba hasta al GAZ-24, así que con eso os lo digo todo.

Pero dicho todo lo anterior, tengo también que decir otra cosa: Catarina era "más mujer". O dicho de otra forma: si uno busca una mujer para llevársela "al catre", sin duda se iría por Eryka, pero si uno busca una mujer "de verdad", la jefa de enfermeras era muchísimo más atrayente en ese aspecto. Sus gestos, sus miradas, su voz... Te daban seguridad, "te acunaban", te embelesaban por todo lo que era y lo que suponían. Eryka era solo tetas, cuerpo y curvas. Catarina no solo tenía esos atributos - aunque fuesen de forma más "moderada" -, sino que tenía además la mente, el carácter, y el temperamento de una mujer al completo. De una mujer ya hecha. De una mujer en el amplio sentido de la palabra. Y eso sí me atraía.

Por lo tanto, y para evitar caer en la trampa de una y de otra, de Eryka meneando "sus dos bebés" ante mí diciéndome con sus ojos que los meciera en mis manos y les diera un besito, y por supuesto mi mente diciéndome que ni soñase con hacerlo, y Catarina clavando sus ojos en mí como científica que mira un espécimen bajo el microscopio, a ver qué hacía y hacia dónde se me iba la lengua y las babas, decidí dejarlas a las dos en el sofá y fingí tener muchísimo trabajo - pero mucho, muchísimo, no veáis - en el GAZ-24. Por fortuna, tenía el coche allí para servirme de excusa, ¡y de cuántos "marrones" me había sacado aquel viejo trasto de la Rusia soviética!

Ellas mientras tanto conversaban animadamente en el sofá, hablando entre las dos con risitas - más escandalosas y vivarachas las de Eryka, más comedidas y apacibles las de Catarina -, y emitiendo de cuando en cuando aguditos grititos cuando recordaban algún hecho anecdótico del día, o de la semana, o de a saber cuándo, del hospital. Típica conversación de mujeres, pero en el fondo sabiendo muy bien dónde estaba yo, y controlando a ver qué hacía. Supongo que en el caso de Eryka pensando: "qué le ocurrirá a éste que no viene a ver mis dos hermosas gemelas", y en el caso de Catarina..., bueno, no sé, pero en el caso de Catarina yo esperaba que estuviese pensando: "¿será que le gustan más mis humildes chiquitinas, simplemente porque son mías, en lugar de estos dos depósitos lácteos de Eryka que podrían alimentar a un batallón entero?".

Entonces fue cuando, por su walkie-talkie, llamaron a la jefa de enfermeras desde el hospital, y tuvo que acortar más su tiempo de descanso. Le dijo a Eryka que se quedase y acabase el chocolate tranquilamente. Catarina se despidió de mí con dos besos en las mejillas. Nunca me daba dos besos al marchar. Supongo que el hecho de que estuviese allí la jovencita enfermera tendría algo que ver, o es que era una forma de agradecerme el no haberme dejado caer entre las fauces devoradoras de las peligrosas hermosuras con la que la naturaleza había dotado a su pupila. Y era peligroso, porque si aquella niña aprendía de Catarina su compostura y seducción, y la unía a sus propias cualidades físicas, podría acabar convirtiéndose en toda una devoradora de hombres. Menudo peligro. O quizá el beso se debía a que entre ellas hablarían de "novietes", y probablemente Catarina quisiera hacer ver que, como "sus niñas", también ella tenía "sus ligoteos", y quisiera dar imagen ante sus aprendizas de que entre nosotros había "algo más". Me costaba imaginarme a Catarina intentando simular algo así, era una persona afable en el trato y simpática, pero como enfermera tenía fama de dura, y de muy estricta con sus compañeras y subordinadas. De hecho, la mayoría trataban de que no les tocase estar bajo sus órdenes. En cualquier caso, no dejé pasar la oportunidad y mientras nos despedíamos con un beso en la mejilla, le acaricié su curvada cadera izquierda con mi mano derecha. Por desgracia, fue breve el lapso de tiempo en el que pude disfrutar de semejante contacto.

Me consolé pensando que, a partir de ahora, ya tenía una excusa para reclamarle dos besos cada día al despedirnos. Lo cual suponía una caricia cada día también. Me alegré por ello y traté de hacerme recordar a mí mismo el no olvidarme de solicitarle esos dos besos al marchar al día siguiente. Con lo despistado que soy, no os extrañe que tuviese que anotarlo en la palma de mi mano.

Lo bueno era que aspirar tan cerca el aroma de su piel y poder rozar su carita con mis labios me haría ya estar flotando durante el resto del día. Era la droga más efectiva, adictiva y sabrosa. Y mucho más, por supuesto más, que el beso de Eryka. La cual allí estaba, sentada tan tranquilamente, como si la cosa no fuese con ella, como si no quisiera correr e irse a contar a sus otras compañeras que había visto a su jefa besándose conmigo... En las mejillas.

Ahora sí me senté en el sofá y, cosa curiosa, aquellas dos fantásticas protuberancias seguían allí, pero habían dejado de tener efecto sobre mí. Le pregunté a Eryka:

- ¿Qué te parece Caterina?

Sonrió, quizá sorprendiéndose por mi pregunta:

- Es muy buena enfermera, muy profesional. Una siempre puede contar con ella.

- Y tú, ¿querías ser enfermera?

- ¡Qué bah! Hubiera ido al frente a pegar tiros... Esto me vino impuesto. Mi hermano fue llamado a filas y le hirieron, yo me enteré que estaba en el hospital militar y me fui voluntaria para atenderlo. Luego ya me quedé...

- Una historia muy tierna...

- Sí, pero no sirvió de mucho. Yo apenas tenía conocimientos de enfermería, así que solo podía acompañarle...

- Que no es poco. Seguro que eso le alegró muchísimo.

- La mayoría de nosotras hemos ido formándonos así, con la práctica y con cursillos rápidos... Pero Catarina es enfermera de profesión, tiene formación universitaria... Eso se nota.

- Quizá si hubiera universidades en tu tiempo, también podrías haber estudiado.

Las universidades fueron abandonadas poco a poco, lo mismo que colegios e instituciones similares, la gente no podía permitirse el lujo de ir ocho horas a clase cada día. Eso sin olvidar el peligro que ello suponía si el lugar era atacado. Y Eryka era muy joven, probablemente no tendría más de veintiún o veintidós años, de manera que, en teoría, su carrera universitaria tendría que estar empezando. Si todo fuese normal, claro, tuviese una vida normal, y no hubiera guerra.

- ¿Y a ti qué te parece? - Quiso saber la jovencita rubita, porque sí, entre tanto quedarme con sus pechos no os he dicho que era rubia, un rubio beige que, dependiendo de cómo incidiera la luz, podía llegar a parecer castaño claro -. ¿Te gusta?

Sonreí. Me hizo la pregunta con ese desparpajo y atrevimiento propio de la juventud de su edad, sin pararse a medir las consecuencias de lo que realmente me preguntaba. Pero yo sí tenía que medirlas, al fin y al cabo era un oficial del ejército y, por otra parte, mis palabras podrían complicarle el trabajo a Catarina, por lo que no podía expresarle sin más mis sentimientos a una "niñata", por mucho que esa a niñata fingiera interesarles. Decidí recurrir a la táctica de la misma Catarina:

- A nuestra edad lo de gustar es un poco irrelevante, Eryka. Lo sabrás cuando tengas nuestros años.

Sonrió muy gentilmente, y me miró con sus radiantes y profundos ojazos azules. Aquella mujer sabía usar sus seductoras armas de una forma prodigiosa, sobre todo teniendo en cuenta su edad:

- Yo creo que sí le gustas. Porque siempre se acuerda de ti, aunque no lo quiera reconocer. - Y cogió su taza de chocolate -. Y llega la primera para poder preparar el chocolate... Eso nunca lo había hecho.

La verdad es que Eryka estaba hablando demasiado. Pero no puedo negar que no me gustase lo que decía. Claro que a saber, puede que solo fuese su estrategia para que nos "enganchásemos" su jefa y yo.

- Y antes no se pintaba ni los ojos, y ahora se pasa media hora ante el espejo antes de salir al descanso. Así que el que le gustas creo que es más que evidente.

- Ya vale, Eryka. - Le dije -. Ya es suficiente.

Se calló de plano, dándose cuenta de que estaba hablando demasiado y de que sus armas de vampiresa habían dejado de surtir efecto en mí desde hacía mucho. Al fin y al cabo, yo era su superior. Tomó otro sorbo de chocolate sin decir una palabra más. Adoptó entonces la pose de niña modosita e inocente. Supongo que ese recurso le funcionaba con los soldados.

- No me riñas...

Dijo, haciendo morritos, y sonaba más a un "no me pegues" de una sumisa sexual. Buff..., menudas cosas se me pasaban por la cabeza. No me extrañaba que los jovenzuelos se volvieran locos y perdieran los estribos por aquellas chavalillas. Sí, se sabían "mucha letra", como dirían en mi pueblo. Pero yo era un viejo lobo, los encantos de Catarina podrían tumbarme en un milisegundo, porque los de aquella niñata, desde luego, no. Aunque sus curvas fueran de escándalo y sus pechos estuvieran más altivos y en punta que la torre Eiffel. Sin olvidar sus pómulos de manzana y su culito duro como una piedra. En fin, que todo eso me resbalaba bastante, como veis, aunque sin embargo a los muchachos del regimiento los pusieran bravucones y los encendieran como si fuesen mecha para dinamita. Claro que todo formaba parte del mismo juego: a los altos mandos les interesaba más que jovencitas como la que tenía a mi lado estuviesen en los hospitales y no siendo acribilladas en el frente, y con su bonita carita desfigurada por los ácidos que lanzaban los medusianos. Cuando un soldado llegaba al hospital, quizá verlas les hacía olvidar la estupidez que era seguir combatiendo. Y quizá el conquistarlas les animase a seguir teniendo esperanzas para vivir sin las dos piernas, los brazos, o todo a la vez. En el fondo, es simple cuestión de atracción biológica elemental. Como ya os dije antes, el soldado que se enamora de su enfermera es una de las relaciones más antigua del mundo. Quizá porque a ellas se les refuerza y resurge su instinto maternal. Quizá porque a nosotros, los hombres rudos y en apariencia depredadores, no somos en el fondo más que unos niñitos desamparados que buscan con ahínco unos brazos cariñosamente femeninos en los que refugiarse.

Pero ya que Erika quería hablar de ese tema, me dispuse a darle el gusto:

- ¿Y qué me dices de ti, Eryka? ¿Tienes novio?

Me sonrió como diciendo que tenía pretendientes como para estrenar uno cada semana durante el resto de su vida. Y no lo dudaba: era muy atractiva, para qué lo voy a negar, la evidencia saltaba a la vista.

Su rostro se iluminó al decirme:

- Sí. Es de infantería.

La infantería. Pobre chica. Me compadecía de ella. Cambiaría de novio como de bragas.

- ¿Lleváis mucho tiempo juntos?

- Bueno... Un par de meses o así.

Lo que os decía. En la próxima misión más o menos importante, se quedaría sin noviete. Los de la infantería eran los primeros en caer. Qué razón tenía Catarina cuando me decía que lo único que les pedía a "sus niñas" era que no se quedasen embarazadas... Empezaba a entender muy bien el por qué. Con veinte años y embarazada de un soldado que jamás volvería... Claro que para ella la vida era como un mercado de frutas que nunca se acababa. Pero no frutas sabrosas como las que ella poseía y estaba dotada. No. Frutas en un mercado en el que cuando fuese llegando a los últimos puestos ya se daría cuenta de lo que en realidad ofrecía la vida. La mayoría de los días, penas y miserias.


****



Catarina llegó, corriendo, más animada que de costumbre. Casi "se tiró" al sofá, abrió su termo y llenó las dos tazas que yo ya dejaba siempre sobre la estufa. Cerré el capó del GAZ-24 y me fui hacia ella:

- Me alegra verte tan contenta.

Bebió un sorbo de café, y se limpió un resto de la bebida en sus labios con su lengua... Sentí deseos de tener aquella bonita lengüita también lamiendo mi boca:

- ¡Te he traído un regalo!

Me senté a su lado:

- ¡Ah, es eso! Pero no te molestes...

Sacó del bolsillo de su anorak un paquete y me lo acercó. Lo cogí. Era minúsculo, no me imaginaba qué podría ser aquello... Estaba envuelto en papel de embalar de hierbas, con bonitos dibujos difuminados de florecillas violetas, y pegado con esparadrado. El papel de regalo era un lujo innecesario que nadie se podía permitir.

- ¡Ábrelo! - Me pidió, sonriendo.

Había llegado a la conclusión de que mis conversaciones con Catarina eran enormemente apacibles. Podría decirse que nos llevábamos bien, nos compenetrábamos, al menos dialécticamente. Sí, podría decirse que éramos buenos amigos. Supongo que a ella le agradaban las cosas tal como estaban, aunque yo quisiera tener también su corazón.

Abrí el paquetito, y vi un repuesto para un reloj G-Shock Serie 5, el bisel que necesitaba.

- Te lo limpié, te lo desinfecté... - Me informó.

- No hacía falta que te molestaras, Catarina...

- No es molestia.

- Pero sin ánimo de ofenderte, ¿saquear a los muertos sabes cómo se llama?

- Era un brazo sin nombre, ni siquiera se conoce su propietario. Acabará en el crematorio.

- Muchas gracias, Catarina. Pero insisto en que no era necesario, cielo...

Tomó un sorbo. Advirtió mi piropo:

- "¿Cielo?". ¿Ahora soy tu "cielo"?

Sonreí:

- Siempre lo has sido... - Me di cuenta que no iba a continuar por ahí, así que dije -. Ahora tendré que regalarte yo algo...

- No es necesario.

Miré en círculo por el interior del taller:

- ¿Quieres una llave inglesa? - Se echó a reír, casi escupe el chocolate que estaba bebiendo. Si haces reír a una chica, tienes mucho ganado con ella -. ¿Una rueda del GAZ?

- ¡No! ¡Que tendrías que ponerte a buscar otra!

- No importa, a ti te la daría. ¿O una bujía de precalentamiento? - Continué, ella me miraba, sonriente. Con esa mirada me la habría comido a bocados -. ¿O un catálogo de los setenta? ¿Un espejo retrovisor? - Y concluí -. ¿Un beso en la boca?

- ¡Jajajaja!

- Con lengua, si quieres...

- ¡Lo que te gustaría! Entonces eso sería un regalo para ti, no para mí..

- Un bebé, también puedo dártelo...

Me golpeó en broma:

- ¡No! ¡No, gracias!

- Pensaré en algo...

- Si puede ser, que no tenga que ver con nada sexual... - Advirtió.

- Va a ser difícil, porque si pienso en ti es lo que me sale...

- Sí. Como a todos.

- Lógico, con la linda que eres...

Me miró como para abalanzarse sobre mí, pero no lo hizo porque sabía muy bien que eso me alegraría aún más. En lugar de eso se puso en pie. Miró su reloj:

- He de irme...

- ¡Oye! ¿Y los dos besos de despedida?

- Hoy castigado, no te has portado muy bien.. - Respondió, en tono de broma, y lanzándome un dedo acusador.

- ¡Eso no vale!

- Ya has tenido tu regalo.

Extendí mi brazo hacia ella con el bisel en mi mano:

- No quiero ser descortés, pero te lo cambio por un beso. Ya ni siquiera te pido dos.

Se echó a reír:

- ¡No! Además, Trek, tu mano empezó aquí - tocó su cadera por fuera de la bata - y cada vez va subiendo más...

- ¡No sube!

- ¡Sí sube!

- Pues lo haría sin darme cuenta...

- ¡Llegará un día en que suba demasiado y no quiero darte una bofetada! - Dijo, yéndose sonriendo. Era evidente que todo aquello la divertía, su fingida resistencia - bueno, o real resistencia -, le gustaba, probablemente la agradaba, claro, sentirse adulada, deseada, y por alguien que la quería por lo que era y como era, no un viejo verde del hospital que intentase alargar el brazo demasiado para intentar meterle mano. Que eso, supongo, ellas lo veían venir a leguas.

Me levanté. Le grité:

- ¡Te iré a buscar al hospital por ese beso!

Se giró:

- ¡No te atrevas!

- ¡Claro que sí! "¿Dónde está la enfermera Catarina?". "¿Por qué?". "Me debe un beso".

Se dio la vuelta, sonriente, e hizo algo inusual, algo que jamás creí que haría: regresó hacia mí. Con paso rápido. Me fui hacia ella. La abracé. Me sonrió:

- ¡Uno! - Dijo, poniéndome su mejilla. Le cogí el mentón. Solo quería saber si oponía resistencia si la hacía mirarme. Y como no la puso, acerqué mis labios a los suyos.

Sus labios sabían deliciosamente. Una fruta prohibida, un manjar sobrenatural.

- ¡Eso es traición...! - Musitó, melosa.

Casi habría añadido un "te quiero", pero sería demasiado. Sobre todo cuando dejó de abrazarme inmediatamente:

- Este beso vale para toda la semana, ¿eh? Ya no me pidas más.

Le agradaba sentirse deseada, sí. Y a mí me agradaba hacerla sentir así. Se dio la vuelta.

- ¡Gracias! - Exclamé.

Me despidió con su mano, ya no se giró hacia mí. Regresé al sofá, levitando. Me quedé un buen rato allí, saboreando el regusto de sus labios, rememorando una y otra vez aquel beso, lo más íntimo que había conseguido de ella. ¡Qué delicia!


****



No iba a decirle nada hasta última hora, porque no quería darle más en qué pensar, pero obviamente las noticias volaban y había pocas cosas de las que, trabajando en el hospital, no se enterase Catarina. Me alegré que fuese lo primero que me dijera nada más verme aquella mañana, mientras limpiaba la carrocería del GAZ-24. Porque eso significaba que, en efecto, no solo pensaba en mí, sino que se preocupaba por mí.

- He oído que te vas mañana... - Dijo, poniéndose a mi lado

- Solo por unos días. Vamos a actualizar un faro emisor en Karatayka, y luego regresamos.

- ¿No puede hacer eso alguien más?

Sonreí:

- No hay nadie más, Catarina.

- Entonces ten cuidado... - Me dijo con voz suave.

- ¿Te preocupas por mí? Vaya... Qué bien. Me alegro...

- No te emociones, es puro interés: ¿quién me iba a sacar de aquí en su GAZ, sino, cuando todo acabe?

- ¡Jajaja! Ah, vale.

- Para despedirte he traído chocolate...

- Siempre traes chocolate. - Observé, aunque en cierta manera después me arrepentí: la pobrecilla ya hacía bastante consiguiendo el chocolate.

- Pero hoy es una ocasión especial...

- Vale. Gracias entonces, Catarina. - Dije, intentando enmendar mi anterior error.

- De nada. - Respondió, con una melosa y preciosa entonación. Llenó mi taza, y a continuación llenó la de ella.

- ¿Brindamos? - Le propuse, mientras nos íbamos hacia el sofá junto a la estufa. Se echó a reír poniendo una mano sobre su boca:

- ¿¡Con chocolate!?

- ¿Por qué no?

Acercó su taza hacia la mía:

- De acuerdo. ¿Por qué brindamos, entonces?

Tenía curiosidad por ver qué decía:

- No sé, ¿qué propones?

- Para que vuelvas bien... - Dijo, en tono más serio.

- Yo brindo... Para que me eches mucho de menos.

Se echó a reír:

- ¡Vale!

Brindamos, y tras tomar un sorbo me preguntó:

- No irás solo, ¿verdad?

- No, vendrá una escuadra de cuatro hombres conmigo. Pero no pasará nada, no vamos a enfrentarnos al enemigo...

- Pero ahí fuera... No solo están los medusianos. Hay grupos de forajidos que se dedican al saqueo, solitarios armados, locos... Y animales salvajes.

- Imagino que en parte ese es el lado bueno de todo esto: los animales recuperan su territorio, y crecen en número...

- Sí... - Puntualizó ella -. Hasta que los aliens ocupen el planeta y los masacren más que nosotros lo hemos hecho.

Me encogí de hombros:

- ¿Quién lo dice que será así, Catarina? Puede que no...

Me miró con sus atractivos ojos hazel:

- Yo lo digo. Claro que ocurrirá, ¿qué crees? A ellos les importa la fauna y la flora lo mismo que les importamos nosotros.

- Quién sabe... - Musité -. Quién sabe...

- ¿Por qué es tan importante que vayas a la señal de la baliza mañana, Trek?

- Por muchas cuestiones... Cumplen funciones de comunicaciones muy importantes, sin satélites desde que los alienígenas acabaron con casi todos, estaríamos ciegos sin ellas.

- Pero esos radio-faros... ¿Cuantos hay?

Formé como una bola con mis manos:

- La base está rodeada de ellos, y forman una línea cada algunos cientos de kilómetros, dependiendo de la orografía...

- ¿Allí hay gente?

Sonreí:

- ¡Claro que hay gente! Ellos se encargan de protegerlas.

- ¿Quienes? - Quiso saber la enfermera..

- Pues a veces familias, a veces parejas, a veces soldados que se van turnando... Gente que pueda defender en un momento dado cada torre.

- No parece tan mal destino...

- El trabajo es sencillo, pero depende del lugar. Si estás en medio de un bosque en donde apenas ves nada entre la niebla y los árboles... O en medio de una carretera, en donde pasen asaltantes y bandidos... Entonces no es tan idílico como parece.

- Podríamos ir tú y yo...

- ¿A una torre? ¡Jajaja!

- ¿Por qué no? Llevaríamos chocolate...

- Sí... - Musité -. El caso, Catarina... El caso es que haces más falta aquí que allí. - Le dije, mirándola con sincero aprecio.

- No creas. Hasta las chicas que vinieron el otro día ya están cosiendo heridas... Taponar heridas y poner sueros e inyecciones es básicamente lo que se hace... Para eso sirve cualquiera.

- Para eso no sirve cualquiera. Tú haces mucho más. Y no solo por los heridos, por las chicas... Por todos. Eres una enfermera genial...

Me miró, riendo simpáticamente:

- ¡Pero si apenas me has visto en el trabajo!

- Pero lo sé. Además... Si a mí me parece duro acercarme al hospital, solo con eso y que lo soportes cada día, tienes todo mi reconocimiento, Catarina.

- No es para tanto. - Se puso en pie -. Y hablando de trabajo, tengo que irme. - Se giró, y me miró. Susurró -: Suerte mañana, Trek

Caminó, y la miré alejarse, sintiéndome un poco desalentado. Desilusionado. Esperaba algo más. Bueno, no es que me fuese a la guerra: ya estaba en la guerra, pero también podrían cortarme la cabeza unos forajidos... Creía que me apreciaría más... Acabé el chocolate y dejé la taza sobre la estufa. Se giró. Sonreí. Le hice una señal de que regresase. Miró hacia los lados, y regresó. Me levanté y me fui hacia ella, abrazándola.

- Ten cuidado, ¿eh? - Musitó. Eso sí me gustaba. La apreté fuerte contra mí. Y añadió:

- Regresa conmigo.

- Claro, cielo...

Hizo ademán de separarse. Le rogué:

- Espera un poco por favor... Espera un poco... - Le decía, mientras la abrazaba.

- Tengo que irme, tengo que irme... - Susurraba junto a mi oído.

- Espera... Espera un minuto, Catarina.

- Tengo que irme, Trek... En serio.


****



Habíamos regresado tras estar casi una semana fuera y, como es natural, tenía muchísimas ganas de ver a Catarina. Por eso la noche anterior redacté los informes, y me busqué un rato en la mañana libre para irme al taller. Esperé con ansia y muchísima impaciencia el verla aparecer por la calle que salía del hospital. Ella ya sabía que habíamos regresado, solo era necesario consultar las actividades del día en el diario de misiones para saberlo, una información accesible a su rango.

Por fin, la vi caminando hacia mí desde la distancia. Se había puesto radiante: su rostro estaba maquillado con tonos rojizos, se había teñido el pelo y, además, lo llevaba recogido en un coqueto moño. Venía enfundada en su largo abrigo rojo, sonriente. Me acerqué para abrazarla. No se si me podía permitir tal libertad, pero lo deseaba muchísimo y, además, tras nuestra despedida, creo que me lo consentía.

- ¡Te eché mucho de menos! - Le dije, muy sinceramente.

- ¡Sí! ¡Y yo a ti! ¿Qué tal todo? Por cierto - añadió, con cierto tono de disculpa - no he podido traer chocolate...

- No te preocupes. Tú eres el mejor chocolate.

- A cambio te traigo algo - dijo, avanzando hacia el taller y obligándome a dejar de abrazarla. Cosa que lamenté, por supuesto -. Pero no te rías.

- ¿Reírme? ¿Es que es gracioso? - No sabía qué podía ser que me hiciera gracia, la verdad.

Hizo un gesto, una mueca... Por primera vez parecía ruborizarse de verdad. La animé:

- ¡Venga, Catarina! ¡No seas niña!

- ¡Vale! - Cedió, finalmente -. Pero tú te lo has buscado. Era... Como mi regalo de bienvenida.

Se quitó el abrigo y lo puso sobre el sofá, y se abrió la bata. ¡Minifalda! ¡Se había puesto minifalda!

- Como no callabas... ¿Querías verme en minifalda? Pues aquí me tienes...

La abracé, sonriendo:

- ¡Pero si estás preciosa!

Bueno, no lo estaba tanto, qué puedo decir... La minifalda con unos zapatos de enfermera y camiseta de enfermera no se llevan muy bien, aunque la minifalda fuera azul, de tablillas... Demasiado infantil para ella. Probablemente se la había prestado una de sus pupilas. A Catarina me la imaginaba con minifalda negra, ajustada, suéter negro y botas altas de plataforma. Claro, en mi imaginación. Pero al menos ella había hecho el esfuerzo.

Puso un dedo ante mí, en actitud de amenaza:

- ¡Como le digas a alguien esto...!

Sonreí:

- Señorita, su secreto está a salvo conmigo.

Se volvió a cubrir con la bata. Protesté:

- ¡Pero no te cubras! ¿No era mi regalo?

- Sí. Era tu regalo y ya lo has visto.

Se sentó. Protesté, y me senté a su lado:

- Pero quería seguir viéndolo...

- Ya está, Trek, no insistas.

Me acerqué y le di un beso en la mejilla, musitándole un "¡gracias!". Ella sonrió dulcemente. En recompensa, disimuladamente, hizo que la bata se le cayera hacia un lado y mostrase su pierna superior, que tenía cruzadas, hasta la altura del muslo. Me hizo sentir muy bien, pero habría sido mejor que me hubiese mostrado más su escote. Quizá con una camiseta más ajustada porque, la verdad, su ropa de enfermera no dejaba ver mucho.

Me preguntó qué tal nos había ido en la misión, mientras sacaba su vaporizador de un bolsillo de su abrigo. Se lo cogí para que no fumara, pero me dijo que no quería fumar, solo tener algo entre las manos. Le acerqué mi mano:

- Toma, juega con mi mano, si quieres.

No me la rechazó, ni me dijo que no tampoco. Tampoco me reclamó el vaporizador. Pero como castigo, se cubrió la pierna desnuda.

- Al ir casi no tuvimos mayores incidentes, aunque no recordaba que hubiese tantos desplazados...

- ¿Son muchos? - Quiso saber.

- ¡Montones! Cada dos por tres nos encontramos grupos de personas que buscaban refugio. Al parecer, según averiguamos..., bueno, nos lo fueron contando, el campo de refugiados de Andeg se cerró. Así que muchos se dirigieron hacia el este. Les indicamos que se dirigieran al campo de refugiados de Vorkuta. Allí hacen un gran trabajo las organizaciones humanitarias...

- ¿Tienen protección de radio-faro?

- Que yo sepa sí... - Respondí.

Comprobé que Catarina jugueteaba con sus propias manos. Tal vez consideraba que ya me había concedido demasiado contacto "íntimo" para ese día. Decidí continuar un poco con el resumen del viaje a Karatayka:

- Al regresar vimos bastantes cuerpos, calcinados, algunos quemados, otros consumidos por los ácidos. Los alienígenas habían atacado varios grupos, algunos de desplazados, pero otros eran asaltantes de caminos, saqueadores...

Los medusianos no hacían distinción entre humanos criminales o inocentes: atacaban a todos por igual. Para ellos, todos éramos lo mismo.

- Incluso vimos algunos incendios recientes, y naves... Pero nos cubrimos. No queríamos poner en peligro a nuestra aviación llamándoles...

Catarina se llevó una mano a la boca, y abrió los ojos. Creo que empezaba a darse cuenta de que podría haberme perdido en un instante. Confiaba en que le importase:

- ¡Cielo santo! - Exclamó, con expresión de terror -. Si llego a estar allí me habría puesto a correr y a gritar...

- No fue para tanto. Nos refugiamos en las montañas cercanas, esperando a que se fueran. Eso sí, con las armas apuntándoles.

Me envalentoné, pero probablemente yo estaba tan asustado como ella cuando los ví. Pero al notarla tan miedosa, supongo que me dejé llevar por la emoción para transmitirle la sensación de que conmigo estaría segura. Puro cuento, ya veis, pero es lo que ocurre cuando ves a una damisela en apuros: todos los hombres creemos que podemos ayudarla. Tal vez Catarina fuese en realidad mucho más valiente que yo.

- ¡Menos mal que no os vieron! - Suspiró, soltando aire.

- Por cierto, antes de irme vino a visitarme tu "enfermera favorita". - Le dije. Catarina frunció el ceño, interesada:

- ¿Eryka?

- Sí. Me esperó un buen rato en la sala de oficiales y luego me pidió hablar un rato a solas. ¿Sabes qué quería?

- ¿El qué? - Me preguntó a su vez, con verdadero interés.

- Que le cuidara a su novio... Yo no sabía que era Berhan... Nos acompañaba de soporte, como contención.

- Sí, es Berhan. Pero no sabía que fuese contigo... La verdad es que estuvo unos días algo "enfadadilla" conmigo.

- ¿Por qué?

- Me pidió la noche anterior libre. Para estar con su novio, claro, y despedirle con un buen sabor de boca.

- ¿Y se la diste? - Pregunté.

- ¡Claro que no! - Exclamó ella de inmediato.

- No me extraña que luego te tengan miedo... Y eso que es una de tus enfermeras favoritas.

Me explicó, mirando al frente:

- Por eso mismo, Trek. Iban a pasar la noche juntos, no quiero riesgos innecesarios. No si se los puedo evitar. Ella ahora se enfada, pero luego me lo agradecerá.

- Sí, yo también la noté un poco... Bueno...

- ¿Cómo?

- Demasiado... "Atrevida", por decirlo de alguna manera. Venía con una camisa medio desabrochada y, bueno, con los atributos que tiene... - Catarina esbozó una sonrisa -. Solo le falto decir: "te dejo tocarlas si me cuidas a mi novio".

- Ya... Te las "lanzó" a la cara, ¿no?

- Más o menos. - Musité.

- Pues son naturales. Cien por cien pura leche escocesa.

- ¿Es escocesa?

- ¿Eryka? Sí. - E inmediatamente después añadió -: Por cierto, si llego a saberlo no vengo en minifalda, porque ya has tenido tu ración de goce visual.

- ¡Oh, vamos! - Le dije. Parecía celosa, y eso me encantaba, porque quería decir que no le gustaban rivales -. ¡Si es una niña!

- Niñas, las que os gustan a vosotros.

- No generalices, a mí me gustan mujeres ya hechas. Como tú.

Se puso en pie:

- Otro día tal vez continuemos esta conversación. Descansa.

- ¡Espera! ¿Te enfadas?

- ¡No, claro que no! - Dijo, yéndose -. ¡Bienvenido, Trek!

- ¡Oye! - Le dije mientras se alejaba -. Gracias... ¡Por el regalo!

Me despidió con la mano, alzando su brazo y sin volverse siquiera. No tendría que haberle mencionado a Eryka, y mucho menos sus protuberancias. Actué como un idiota, sabiendo lo competitivas que son las mujeres entre ellas. Ahora tendría que volver a ganarme su confianza.


****



Por fortuna, al día siguiente Catarina regresó al taller. Temía que el enfado le durase todavía, o los celos, o lo que fuera lo que le había producido el día anterior aquel repentino malestar.

- Ayer por la tarde estuve en el hospital. - Le dije.

- ¿Estuviste allí? ¿Y no me saludaste?

- No sabía si estabas de turno. En todo caso no fui por mí, acompañé al capitán Humbert a una revisión que debía hacerse.

- Ah. ¿Humbert qué es? ¿De la marina?

- Aviación, Catarina. - Yo siempre la llamaba por su nombre completo. Algunos la llamaban "Cat", pero a mí me encantaba "Catarina", era un nombre precioso, y muy conveniente para ella -. Es un caos, no sé cómo lo soportáis...

- Sí, y que lo digas...

- Pues el caso es que nos encontramos con Eryka y nos saludamos, iba con una compañera, pelirroja...

- Wanda, puede ser... No sé. O Estela.

Sonreí diciendo:

- El capitán se quedó enamorado de tu Eryka, me preguntaba de qué la conocía, que se la presentase...

Catarina se echó a reír:

- Sí, lo imagino... Como todos. A veces ocurre - añadió - que hay soldados que prefieren que ella les atienda, aunque lo haga peor que otras. Solo por tenerla delante.

- Bueno, por tenerla a ella no... Por tener su cuerpo.

Catarina se empezó a reír a carcajadas:

- Bueno, el cuerpo es de ella... ¿O de quién es el cuerpo?

Sonreí al notar mi desliz:

- Ya, cierto.

Pero fue condescendiente conmigo, y me tocó cariñosamente con su mano izquierda mi muñeca derecha:

- Sé a qué te refieres... - Y miró hacia mí, lanzándome una de sus preciosas preguntas envenenadas -. Si tuvieras su edad, ¿saldrías con ella?

- Si tuviésemos su edad - apliqué el plural -, saldría contigo.

Me sonrió coquetamente:

- ¡Conmigo puedes salir ahora!

- ¿Ah, sí? ¡Pues adelante!

Eso la divertía:

- ¿No es esto "salir"?

- Me refiero a "salir" como pareja.

Ya empezaba a transformarse. Ya empezaba a volverse seria:

- Eso es cosa de jóvenes, yo ya estoy un poco-bastante de vuelta de eso.

- Yo tampoco soy joven...

- Por eso. No deberíamos ni hablar de ello. Parecemos dos verdes carcamales...

- Yo no creo que seas una carcamal. Eres muy atractiva. - A pesar de su resistencia y sus palabras, sus gestos me transmitían el mensaje de que le agradaba oírlo.

- A veces cuando me dices eso casi, y digo casi, me parece volver a los veinte años y estar lidiando con los soldados intentando cortejarme...

- Pero nunca me cuentas si caías o no.

- ¡Sí te lo he contado! - Exclamó -. Te he dicho que en ocasiones sí, cuando me interesaba, y en ocasiones no.

- O sea, que tenías un novio en cada planta del hospital...

Negó rotundamente con su cabeza:

- ¡No! Yo siempre fui de parejas fijas. Y les digo siempre a mis chicas que no anden "de flor en flor", es lo peor y un riesgo para ellas.

Supuse que se refería a las ETS, una plaga bien común en las bases militares.

- ¿Por qué no te volviste a casar?

Jugó con sus dedos en su cola de una forma muy encantadora:

- No quise repetir ese error. Además, Trek, ¡a mí los novios me duraban muy poco!

- ¿En serio? ¿Y eso?

- No los soportaba, o no me soportaban. Tras la atracción inicial todo se iba pronto al garete, por lo que llegué a tratar de distanciarme, hacer mi trabajo y punto.

Era una magnífica enfermera. Yo la habría querido tener atendiéndome, eso por descontado.


****



Llegué al edificio del hospital, y entré. Me acerqué a la recepción. A aquellas horas de la tarde solo había una soldado, uniformada, tras el mostrador. Al verme se puso en pie y me hizo un saludo militar.

- Descanse, cabo. - Le dije. Volvió a sentarse. Le acerqué un papel cerrado con cinta de embalar. Fuera, estaba escrito el nombre de Catarina.

- ¿Puede entregarle esta nota a la jefa de enfermería Catarina?

- ¡Por supuesto, señor! - Me respondió, cogiendo el papel y poniéndolo en algún lugar oculto a mi vista bajo el mostrador de información. Salí con mi gorra en la mano.

Al día siguiente, ya desde bastantes metros, Catarina se acercaba hacia mí con el papelito desplegado en sus manos, como si fuera un cartel, mostrándomelo y recriminándome:

- "¿Muchas gracias, cielito?". "¿Muchas gracias, cielito?".

Sonreí. Lo repetía tanto, que me hacía ruborizar. Quería agradecerle el detalle de haberse puesto la minifalda el otro día, pero también, cómo no, el regalarme el bisel para el reloj. algo que yo apreciaba especialmente:

- ¡Venga, Catarina! ¡Para ya!

- ¿Pero qué crees? ¿Que soy una niñita como las aprendices de enfermera? - Decía, mientras se sentaba y se quitaba el anorak. Luego, se puso ante mí, apoyando su codo en el respaldo del asiento. Eso hizo que la bata, que estaba sin abrochar, se la abriera (o se la abrió ella, no podría decirlo a ciencia cierta). Entonces, observé que llevaba una camiseta, de enfermera, pero no la habitual. La que vestía era al menos dos o tres tallas más grandes, y por ello su escote en uve llegaba bastante por debajo del canalillo. Pero lo más alucinante era que se había puesto un sujetador push-up... ¡Nunca había visto a Catarina con un push-up! Daba la sensación de que tenía más pecho, daba la sensación... En fin, de más exuberancia. - ¿Y a qué viene lo de "cielito"?

No lo entendía. Quiero decir: si tanto decía molestarle, ¿por qué acudía a verme así? Era evidente que aquella no era su camiseta, o al menos no de su talla, y su cintura encorvada solo para mostrarme mejor su par de atributos, que surgían elevados y esculpidos en dos bonitas y sugerentes formas globosas por el efecto push-up, me transmitían otro mensaje.

- ¡Venga ya! ¡Para!

- No me van estos juegos de niñata, Trek... - Me advirtió, seria. Su sujetador era negro, por cierto, con unos bonitos adornos de encaje. Lo siento, se me iba la vista a él, o más bien a su contenido...

- Creí que te gustaría...

Por supuesto, ella no era tonta, y era bien consciente de que la vista se me dirigía a sus preciosas gemelitas, y no tanto a sus ojos como habitualmente ocurría.

- ¡No! - Bramó, seria, como una institutriz ante su pupilo.

Pues vale, si quería jugar duro...

- Muy guapa te has puesto hoy... ¿Quieres otro beso?

- Te he dicho que ya te lo he dado por una buena temporada.

- Me dijiste por una semana...

- Da lo mismo. - Dijo, cortante, haciéndome ver que no quería discutir a ese respecto.

Me acerqué. Le acaricié el mentón. Era algo que ella no se lo esperaba. Le susurré:

- Yo no las veo tan flácidas como decías... - Le dije, recordando una de nuestras conversaciones.

Me miró, seria. Si algo tenía Catarina, era carácter y decisión. Y eso sus pupilas lo sabían muy bien, porque lo sufrían en carne propia. Me lo demostró una vez más: se llevó las manos hacia atrás, eso sí que me sorprendió a mí. Se desabrochó el sujetador. Se lo aflojó. ¡Plof! Las preciosas protuberancias altivas y descaradas de hacía un segundo, desaparecieron como por arte de magia ante mi vista, debido a la fuerza de la gravedad:

- Esta es la realidad. - Dijo. Y añadió -. Yo no soy Eryka, Trek. No te confundas.

Estaba claro que mi nota la había enrabietado. Pero si sus rabietas eran así, tal vez debería hacerlo más a menudo.

Me fui hacia ella. La abracé. Por fortuna, no me separó.

- Nunca creí que lo fueras... - Musité. Y añadí -. Pero cambiaría un millón de Erykas por tus dos flácidas.

Se echó a reír. Volvía a ser ella:

- ¡Qué estúpido!

Le acaricié la cola de caballo:

- Perdona por lo de la nota...

- No es que... Es decir... Te perdono. - Dijo finalmente. Pero ipso facto, deshizo mi abrazo:

- Voy a tener que ponérmelo... - Dijo, poniéndose en pie.

- Vuelve a colocártelo aquí...

Se alejó hacia el servicio, con una risita:

- ¡Qué más quisieras!

Regresó a los dos minutos, ahora con su bata bien abrochada. Ya no podía disfrutar del espectáculo de mi atractiva amiga, que me llevaba por la calle de la desesperación. Por supuesto, sobre ese tipo de juegos ella sabía de sobra, yo solo era un pelele en sus manos, si ella quisiera. Solo deseé que no abusara demasiado.

- Nadie nos va a ver, podríamos haber seguido abrazados...

- ¡Jajaja! Quién sabe. No me apetece dar más motivos a habladurías.

- ¿Sabes que van a trasladar a Berhan?

- ¿En serio? - Abrió mucho sus expresivos ojos, sorprendida -.

- Sí. A Tyumen, han destinado a unos cuantos allí para formación.

- Tienes que hacer algo, a Eryka le dará un ataque...

- ¿Qué quieres que haga? Trasládala tú... - Noté que no le agradaba la idea -. Claro, es tu niñita preferida...

- ¿Y si pido yo el traslado con ella y nos vamos las dos? - Me amenazó. Sonreí:

- No me harías eso. - Se encogió de hombros. Le cogí la cola de caballo, acariciándosela. Ella no me la apartó, de hecho pareció agradarle. Normalmente a las chicas les agrada que les acaricien el cabello. Estaba de suerte yo por el momento -. Le diré al coronel que no acepte tu traslado.

- Y yo se lo diré a la general... - Repelió.

- Pues te quedarías sin mí...

Se encogió de hombros:

- Hay miles como tú...

- Vaya... - ¡Jajaja! Lo tenía bien empleado. Admití mi derrota: no importaba, que me venciera Catarina me agradaba -. Bueno, es cierto...

- Aunque tendría que perder mucho tiempo para ir conociéndoles... - Resopló -. Como que no me apetece mucho...

- Pero quizá sean más jovencito, y estén mejor dotados...

- Los que están bien dotados no quieren a una con las tetas flácidas...

Eso me hizo brotar una sonrisa:

- Oh sí, tú que sabes...

- Lo sé.

- Mientras estén dispuesta, quieren a cualquiera...

- Pues peor aún, porque ya ves lo dispuesta que estoy yo...

- Eso es cierto. De acuerdo, intentaré ver qué puedo hacer por Berhan...

- ¿De verdad?

- Pero si mañana vienes con ese mismo sujetador...

Se echó a reír, muy tiernamente. Aquello sí pareció agradarle.

- Si me pongo ésto - explicaba, señalando por encima de la bata a su par de gemelas con los dedos índice de ambas manos -, va a ser un problema con los pacientes...

- Póntelo antes de venir... - Sugerí.

Empezó a contar graciosamente con los dedos de su bonita mano izquierda:

- Antes de venir tengo que preparar el chocolate, peinarme, repasar el maquillaje... ¿Y ahora también cambiarme de sujetador? ¿Sólo para que te pongas cachondo? ¡Anda ya!

Me eché a reír ante su protesta:

- Pues nada, Catarina.

- Mejor envío a Eryka a que te convenza, y me ahorro el esfuerzo.

- Sabes que Eryka no produce en mí lo que tú me produces.

Estoy seguro que iba a preguntarme: "¿Qué produzco?", pero decidió morderse la lengua. Solo me miró simpáticamente.

Estiró el brazo hacia el anorak, y lo puso sobre su regazo, para irse. Pero antes de ello, hizo como si se acomodase la bata, desabrochándosela y abriéndosela, mientras se ponía en pie ante mí, mostrándome su escote con aquellas dos delicias de mujer suspendidas como por ensalmo en formación. Supongo que era su forma de compensarme ante sus palabras siguientes:

- ¡Hoy no hay beso!

La dejé ir, mientras la ayudé a ponerse el anorak, y le dije:

- Cuídate, Catarina.

Me miró unos metros más adelante:

- ¡Luego te envío a Eryka! ¡Para que te persuada y te alegre la vista!

- ¡No! - Le pedí -. ¡Vuelve tú mañana!

Pero a pesar de mi rogativa, allí llegó Eryka solo una media hora minutos después, cuando iba ya a cerrar el taller:

- "Cat" me dio esto para ti... - Dijo. Otro papelito. Vaya, debía ser el día de las notitas... Y eso que me acusaba de habérsela dejado a ella por ser un juego de niños. Se la cogí de las tiernecitas y cuidadas manitas de Eryka, y me fui hacia dentro del taller, diciéndole a la guapísima enfermera:

- Siéntate, Eryka, ahora estoy contigo...

Ella debió pensar que iba a hacer algo en el coche, pero me fui hacia la mesa de trabajo. Abrí la nota:

"Es un rollo ponérmelo. Parece que las voy enseñando por ahí".

Me hizo soltar una sonrisa. Aquella guapísima mujer era el no va más. Por supuesto, era evidente a qué se refería. Cogí un bolígrafo y escribí a continuación:

"Pero me las enseñas solo a mí, no tiene por qué mirarlas nadie más".

Lo cerré. Le puse cinta adhesiva, y se lo devolví a Eryka:

- Llévale la respuesta, por favor.

Ella lo guardó, y me dijo a quemarropa:

- Creo que se avergüenza de ellas...

Había olvidado que Eryka no era tonta y, encima, era una de las preferidas de Catarina. Pero no estaba dispuesto a discutir con ella acerca de los atributos mamarios de la mujer de mis sueños. Si quería entrar en el trapo, hablaríamos de las suyas, que no tenía precisamente de qué avergonzarse, como bien sabéis.

- No todas pueden tenerlas como tú. - Le dije. Sonrió, como si hubiera sido una declaración de amor por mi parte. Era mejor que no jugase con fuego con aquella niñata, podía complicarme la vida a lo tonto. Y no merecía la pena por muchos pechos almidonados que luciese.

- Los chicos no veis mujeres, solo veis un par de protuberancias blanditas caminando...

En su caso debía ser cierto, además. Noté también que me había llamado "chico", probablemente para ella todos los hombres éramos ligones de discoteca, y no me extrañaba que más de un oficial le hubiera tirado ya los tejos, prometiéndole el oro y el moro, a cambio de manosear sin parar su ondulante y exuberante cuerpo. No sé qué podía ver Catarina en ella, la verdad, aunque probablemente la prefiriese para mantenerla a su lado y que los pacientes se hipnotizasen por los encantos de la jovencita y a ella la dejasen en paz.

- ¿Sabes que hay un oficial en una de las salas, que no para de tirarle piropos?

¿Ahora quería ponerme celoso? Aquella muñequita era incorregible...

- Dice que ya tiene una edad y que aproveche los últimos cartuchos antes de que se le pase el arroz... - Seguía hablando, y hablando, y hablando... -. Le ha dicho que aún le puede ofrecer ser madre... - Y dale. Seguramente quería que le preguntara el nombre del oficial para ir allí a partirle la cara... Qué estupidez, Catarina ya era adulta como para saber elegir con quién estar y con quién no. Además, y a diferencia de la niñata que tenía ante mí, la jefa de enfermería tenía muchísima experiencia como para lidiar con esas cosas. Lo último que necesitaría sería un "pseudo-noviete celoso". De hecho, a saber escapar de esos hombres-pulpo es una de las primeras cosas que aprendían. Claro que hacerlo con sutilidad y sin que se notara demasiado solo lo aportaba la experiencia.

- Yo creo que a ella le iría muy bien un hombre a su lado, ¿tú que piensas? - Insistía la rubita. Claro. Para alguien que tiene detrás a medio hospital militar, tener un hombre a su lado debe ser esencial y hasta obligatorio.

- Ya tiene a un hombre. Me tiene a mí.

Sonrió, graciosa:

- Tú eres muy poco lanzado. - ¡Oh, claro! Mejor sería que cuando la viese la tirase a la nieve y la desnudara a dentelladas... "Poco lanzado", bueno... -. No te enfades - no tenía mucha experiencia en disculpas, la guapita jovencita.

- Pues que busque a alguien más lanzado. - Concluí.

- ¿Y si te quiere a ti?

¿Entonces me quería o no? ¿En qué quedábamos?

- Pues aquí me tiene. - Respondí, abriendo los brazos. Sonrió radiante:

- Pero ella no va a dar el primer paso, tendrás que hacerlo tú.

¡Oh, sí, claro! ¡Como había dado "pocos primeros pasos"! Creo que la psicología amorosa, francamente, a Eryka le venía muy grande. Claro, a ella las propuestas indecentes debían llegarle "ipso facto", así que un hombre debía ser "lanzado" por naturaleza.

Pero Eryka no paraba:

- Yo creo que aún es muy guapa, si no te decides a ir a por ella lo hará otro.

Sí, como si fuese un sorteo, ¡jajajaja! ¿Pero no veía que sus intentos de despertar en mí los celos no funcionaban? ¿Por qué seguía intentándolo?

- Esto... Ya tienes la respuesta en la nota para llevarle, ¿a qué esperas, Eryka?

Se quedó traspuesta:

- ¡Ah, sí! Por lo de Berhan...

Ni se acordaba de su novio. Menudo enamoramiento, ¡jajaja!

- "Cat" me ha contado que lo iban a trasladar... Quería pedirte que si por favor, por favor, por favoooor... - Lo repitió tres veces, y cada vez con un tono más agudo y mimoso... La última hasta parecía llorar -, que si puedes hacer que se quede junto a mí. Que no lo trasladen.

- Hagamos una cosa. - Le propuse -. Tú haces que Catarina se enamore de mí, y yo intentaré hablar por tu novio.

Me sorprendí a mí mismo con esas palabras... Empecé a temer lo que podía acabar de desatar. Además, ¡como si Eryka pudiera hacer que otras personas se enamorasen! Por supuesto, ella se lo tomó como un juego: se levantó del sofá de un salto - ya no se acordaba de llorar, claro - y se abalanzó hacia mí haciendo saltar su par de melones. Me abrazó, aplastándolos sin miramientos contra mí. Me quedé alucinando. Se fue como una pimpolla contoneándose y bailoteando contenta, como si estuviera repartiendo magdalenas a los niños pobres. O, en su caso, merengues o dulces de leche en bola.


****



No me esperaba gran cosa respecto a las dotes de convicción de Eryka y, en efecto, el día siguiente se confirmaron mis predicciones: Catarina llegó, sin su sujetador push-up, con su uniforme habitual, y su chocolate bajo el brazo. Tanto es así que ni siquiera hizo mención de nada de lo ocurrido la jornada anterior. Llegué a temer que todo fuese invención de Eryka, quiero decir, que la nota la hubiese escrito la niñata. Aunque a decir verdad, la letra era de Catarina. O eso me parecía, al menos... Ahora todo eran dudas en mi cabeza, tal vez incluso Eryka pudo llegar a falsificar - o simularle - la letra.

De maner que decidí decirle a Catarina:

- Recibí tu nota ayer, me la trajo Eryka...

- ¡Ah, sí! - Suspiré aliviado, no había sido una "trampa". En el futuro tendría que ser más cuidadoso -. También recibí tu respuesta.

Así, sin más. O los intentos de "celestina" de Eryka estaban consiguiendo el efecto contrario, o Catarina tenía la cabeza en otras cosas. Sabiendo el estresante trabajo que tenía la jefa de enfermeras, no era algo tan inusual, por otra parte.

Decidí no seguir con el tema ni profundizar en él, si Catarina no estaba por la labor, no merecía la pena insistir. La dejé que disfrutara de su chocolate caliente en paz y tranquilidad. Ya habría ocasiones mejores para hacernos cariñitos.


****



Lógicamente hablé con algunos de mis superiores, en especial con gente con los que tenía un cierto "feeling", como el coronel Paulov, acerca de Berhan. Ni qué decir tiene que tampoco insistí demasiado, había muchachos con razones mucho más de peso que el tener una novia con buenos atributos para quedarse en Vologda. Además, los motivos que me expuso Paulov para llevar a cabo el traslado me parecieron lo bastante convincentes como para no necesitar insistir más sobre el particular.

Por lo tanto, unos días después se hizo efectivo el traslado, y Berhan voló unos cuantos miles de kilómetros hacia la base de Tyumen, alejándose otro tanto de su "muñequita" de excitante figura. Tengo que decir que a ella le duró el enamoramiento lo que a un niño un frasco de detergente para pompas de jabón: un visto y no visto. A los pocos días ya estaba "tonteando" con otros, o quizá "consolándose" con ellos. Tenía alrededor de veinte años, no la culpo. Además, todo el mundo sabe que las mujeres llevan muy mal la distancia. Nosotros, los hombres, podemos amarlas con un trozo de foto en donde se vea media cara y medio pecho de la chica de nuestros sueños, pero ellas... Ellas necesitan el contacto físico, no un contacto sexual, quiero decir el contacto cariñoso del hombre al que aman, sentirse mimadas, protegidas, valoradas... Y eso es muy difícil a distancia, máxime a una distancia con una situación como aquella, en mitad de un conflicto armado, y en donde las comunicaciones estaban muy restringidas. Las comunicaciones de larga distancia eran difíciles, y solo se utilizaban para coordinación militar y como información de inteligencia, poco más. El correo..., bueno, quien fuese el listo de andar vagando por aquellos parajes desérticos llenos de bandidos y con el riesgo de ser quemados vivos por naves alienígenas, no era listo: más bien estaba loco.

Claro que eso tuvo sus consecuencias, y no digo que no me las mereciese, por haberle propuesto el absurdo trato con Eryka en su momento. Como yo no le había "retenido" a su amorcito, ella debió creerse en el derecho de alejarme de Catarina. No fueron pocas las veces en las que la jefa de enfermeras llegaba tarde a "nuestra cita" porque Eryka la había retrasado, Eryka la había llamado, Eryka tenía un problema... Claro, siempre a la hora en la cual la niñata sabía que saldría para conversar y estar conmigo.

Así pasó medio mes, más o menos, y un día me encontraba por los pasillos del hospital, había llevado unos documentos, me parece. El caso es que encontré a Eryka y a Catarina, hablando, cerca de una de las pequeñas salitas - o más bien "esquinitas" - con agua para beber y algunos folletos de información sanitaria esencial, hechos con fotocopiadoras. La jovencilla le estaba diciendo a su superiora, a media voz, pero se oía bastante bien:

- ¿Por qué sigues viéndole? ¡Déjalo! Hay muchos mejores que él, y oficiales de alto rango, que son mejor partido.

Salí hacia ellas como quien acababa de llegar y oírlas, y le dije a Catarina:

- ¡Buen consejo señorita enfermera! ¡Hágale caso!

Saludé a un oficial mientras nos cruzábamos, y continué mi camino. Catarina me llamaba, y oí que le lanzaba a su pupila:

- ¡Estúpida!

Si algo tenía Catarina era carácter, y por supuesto Eryka no había medido sus palabras, para no variar. Pero yo hice oídos sordos y continué. No esperé a Catarina, y me largué de allí.

Al día siguiente pensé en no ir al taller, y la verdad es que hasta el último momento lo dudé, total, que le hiciera caso a Eryka, no me importaba. Pero algo sí debía importarme, porque al final sí que fui. Catarina ya me esperaba, sentada en el sofá, con las piernas recogidas y sentada sobre sus tobillos. Me saludó simpáticamente al verme:

- ¡Llegas tarde! - Dijo, acercándome una taza de chocolate. Se había maquillado, pero se había maquillado de verdad, o sea: se había pasado mucho tiempo ante el espejo. Pero eso no era todo: estaba sin bata, la tenía a un lado hecha un ovillo, y llevaba el uniforme con la camiseta que le quedaba súper-grande, con el único objetivo, claro, de tener más escote donde mostrar sus dos bellezas. Unas bellezas que estaban bien erguidas, derechas y duras, muy juntitas como dos coquetos y chiquitines bebés dormilones, acunadas por el provocativo sujetador push-up de color negro. Era evidente lo que quería, es decir: complacerme para hacerme sentir bien. Hacer las paces.

Me senté a su lado. Honestamente: me olvidé de la taza de chocolate, la verdad. Solo quería tomar leche en aquel momento.

- Siento lo de ayer. Eryka... No te enfades... Está molesta y, es tonta. Ya le he dado una buena reprimenda.

- No, si no pasa nada... Además, creo que tiene razón.

- No seas así... - Me dijo. Creo que le dolía más el que yo no me enfadara, que el que me mostrara impasible -. Además, yo no quiero oficiales de los que ella menciona, ya he tenido oportunidades bastantes si lo hubiera querido. No estaría aquí si no quisiera venir. Los pacientes... La mayoría de oficiales están casados, o lo que quieren es echar un polvo, sin más. Y ya sabes lo que pienso de eso.

- ... Y solo miran jovencitas, ya...

- Sí, solo miran jovencitas, a poder ser. - Recalcó.

Me rasqué un poco la frente:

- No me enfado, pero en fin, puedes hacer lo que quieras, Catarina, faltaría más. Yo no te voy a querer menos por eso...

- Ya estamos...

- No sé, no tienes por qué venir aquí...

Me cortó. Quería zanjar el tema, y creo que sabía de sobra cómo hacerlo:

- Mira, Trek, no me he puesto así para nada... - Sonreí -. ¿Por qué no me abrazas y te callas? - Dijo, yéndose hacia mí. No hizo falta que me lo pidiera dos veces. Sentirla en mis brazos era alucinante. La abracé con fuerza, notaba sus senos pegándose a mí, aplastándose como dos pelotitas tiernecitas... Le acaricié el cabello, y la miré, casi pidiéndole permiso para llegar a sus labios. Me sonrió, y musitó:

- Venga, vale...

La besé apasionadamente, tanto, demasiado apasionadamente, que ella se dejaba llevar, lo que provocó que me acabase apartando, jadeando, y exclamara, recogiendo la bata:

- ¡Tengo que volver! ¡Tengo que volver!

- ¡Catarina!

Se fue. Turbada, enamorada, o demasiado excitada, no sé. Una pena, porque se había maquillado estupendamente bien, y lucía sugerentemente atractiva.


****



Acababa de llegar al taller, cuando vi que se acercaba a lo lejos Eryka. Se sentó sin decir nada, pero llorando como una magdalena. ¡Venga, por favor! Ya estaba hasta la coronilla de aquella jovencita.

Pensé que habría acudido a pedirme perdón, incluso que estaba llorando por ello, pero ni mucho menos, ¡qué poco conocía a aquella chiquilla!

- ¿Qué te ocurre? - Quise saber, porque ella lloraba y lloraba sin parar, a lágrima viva. - Eryka...

Intenté apartarle las manos de su cara, pero nada, hasta que dije:

- Pues vale... - Dándome por vencido. Entonces exclamó sollozando con más fuerza aún (si cabe):

- ¡Estoy embarazada!

Acabáramos... No me eché a reír por compasión con ella, pero la situación era realmente cómica. Por cierto, ¿por qué venía a contarme eso a mí? Por fortuna, yo no era su padre - y de ello estaba seguro, a no ser que las miradas bobaliconas a sus dos sabrosos senos embarazasen, lo cual habría sido un problema para ella, claro, porque iría de una a otra preñez constantemente-. Le hice la pregunta del millón, una cuestión muy imaginativa, como veréis:

- Pero... ¿Y quién es el padre? - Le di un pañuelo, me empezaba a dar auténtica lástima, ver su cuerpo perfecto de mujer "estropeado" por un embarazo... En fin, dudaba si estaría preparada para semejante shock. Aunque la lástima también me la daba la criaturita que empezaba a gestarse en su interior... No la envidiaba en nada, la verdad.

Aún así, su edad no era la peor para tener niños, que conste. De hecho era una edad perfecta, pero claro, con pareja estable, no yendo de flor en flor. Era uno de los peligros de ser tan sugerente y atraer tanto al sexo varonil, que una acaba cansándose de rechazar proposiciones y tarde o temprano termina por ceder.

- Es de Berhan...

- ¿En serio? ¿No será Leonti? - Leonti era el niñato con el que ahora se relacionaba. No creáis que lo sabía porque me importasen los chismorreos, ni mucho menos. Lo sabía porque les había visto manosearse por los rincones oscuros al anochecer.

- ¡No! Es de Berhan... Con Leonti he tomado precauciones.

O sea, que hasta Leonti se la había pasado ya por la piedra... Madre mía... Claro, "tanto va el cántaro a la fuente"...

- Ya... ¿Y por qué no las tomaste con Berhan? - Lógico.

- Porque lo hicimos la noche antes de que se fuera, me dijo que igual no me iba a ver en mucho tiempo, que lo necesitaba... Yo le dije que no había podido conseguir preservativos, pero él me dijo que daba igual, que así era más natural...

¡Jajajaja! ¡Por supuesto que era "más natural"! Y ella, como una tonta, accedió. Una veinteañera, claro.

- ¿Pero intentaste rechazarlo? - Intentaba ver si era o no violación, en cuyo caso hablaríamos de otras cuestiones.

- ¡Pero si era mi novio! ¿¡Cómo le iba a decir que no!? - Protestó, como si yo fuera el mayor idiota de la galaxia y no supiese lo que era ser novio de una chica. Claro, igual es que pensaba que ya había nacido con cincuenta y un años.

"Pues nada, ahora a dar de mamar con esos bonitos biberones, que para eso los tienes", en serio, se me había pasado por la cabeza responderle así, no se merecía otra cosa. Pero decidí dejarlo pasar dado "su estado de gestación", jeje...

- Entonces tendremos que llamar a Tyumen, tal vez puedan destinar a Berhan aquí, o destinarte a ti allá.... - Era factible, se trataba siempre que se podía de no separar a los padres. Pero saltó enfurecida, y con ella todo su "armamento":

- ¡No! No te imaginas lo que puede pasar si se entera que estoy con Leonti.

Claro, los dos machos pelearían "hasta la muerte" por su exuberante hembra... Qué curioso, hacía pocas semanas Eryka me suplicaba para que Berhan no se fuera de su lado, y ahora no deseaba que volviese. Niñata caprichosa...

Solo quedaba la opción entonces de abortar, seguro que era lo que ella prefería, pero eso no era tan fácil, aunque trabajase en un hospital. Con la humanidad siendo masacrada, y un notorio descenso de la natalidad, el aborto era muy penado. Eso sin olvidar que tenía bastantes riesgos implícitos. Aunque podría optar por tenerlo, y una vez diese a luz enviar al recién nacido al Centro Materno-Infantil. Claro que probablemente, lo que Eryka quería en el fondo era no pasar los nueve meses de embarazo. Y para eso necesitaba a Catarina. Ella sí podía ayudarla a abortar, o darle el permiso. Pero Catarina no cedería tan fácilmente a semejantes pretensiones, aunque fuese su "niña mimada". Y por ello...

- ¿Se lo podrías decir tú a Catarina? - Me rogó -. A ti te aprecia - que pena, no usó el término: "te quiere" -. Si se lo digo yo me mata...

- ¿¡Yo!? - Dije, señalándome a mí mismo. Entonces empezó otra vez a llorar a moco tendido:

- ¡Por favor, Trek! ¡Te pido esto y nada más en toda mi vida!

Me lo decía como si yo fuera su mejor amigo, ¡cuando no hacía tanto intentaba separarme de Catarina! Pero supuse que aquello me devolvería la paz con ella, y dejaría de incordiar a Catarina sobre el desacierto que supondría elegirme como su pareja. Eso sí, tuve buena precaución de no pedirle nada a cambio. Ya había aprendido bien la lección. Además, no perdía nada diciéndoselo a Catarina, y luego que entre ellas se arreglasen.

- Si quieres a cambio... - Me ofrecía con una vocecita, y se me ocurrió que a cambio me dejaría sobarle las mamas o a saber qué. Tal vez volver a intentar que Catarina "se enamorase" de mí. Pero la corté enseguida:

- ¡No! No hace falta. Yo se lo diré, tranquila.

Se lanzó a mí, fogosa, y exclamó, abrazándome:

- ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!

La separé enseguida, no fuera a vernos alguien y les saliera con el cuento de que la criaturita era mía. A saber, ya no me fiaba de nada de lo que dijera aquella muchacha. ¡Menudo elemento!


****



Estuve trabajando un poco en el GAZ-24, más que nada arrancándole el motor para que no se estropease, y luego limpié en profundidad el reloj G-Shock, teniendo especial cuidado en el bisel que, tan gentilmente, me había regalado Catarina. En esas tareas me encontraba, cuando la jefa de enfermeras apareció. Intentaría encontrar el momento adecuado para dejarle caer "el boom", "el notición del año", el embarazo de su pupila... Aunque ella parecía venir también con alguna novedad.

- ¡He conseguido zumo de piña! - Agitaba el termo. Seguro que algún vuelo lo habría traído de a saber qué lugar. Me sorprendía la de cosas que Catarina podía conseguir. Por desgracia, la piña no era algo que me entusiasmase tanto como a ella, pero para no hacerle un feo la acompañé, eso sí, bebí solo media taza, y dejé que ella se acabara el resto. Otras dos tazas, tampoco demasiado. Me alegré por haber evitado beber más, y así dejar que ella disfrutase de su bebida favorita durante más rato.

Cuando ya habíamos terminado el zumo, y ella estaba más relajada, le dije:

- ¿Sabes que Eryka ha estado aquí?

Me miró, muy sorprendida:

- ¿En serio? Eso sí es raro... ¿Y qué quería?

Casi me echo a reír... Bueno...

- Darme la buena nueva...

- ¿La enhorabuena?

No me fastidies, Catarina, cielo, ¡la enhorabuena no!

- "LA BUENA NUEVA", recalqué. Te lo digo si me abrazas... - No penséis mal, más que nada para que no saliera con una escoba a partírsela en las espaldas de la aprendiz.

- ¡No! ¡Dímelo, Trek! - Me pidió. ¿Qué se creía, que estaba ante una de sus subalternas? Aunque bueno, preferí no llevarle la contraria, no quería enfadarla. Pero puse mi mano ante ella, para demostrarle que no me valían sus órdenes:

- Pues cógeme la mano...

- ¡Trek!

- ¡Solo la mano, mujer! - Vamos a ver: nos habíamos besado en los labios ya un par de veces, la mano en comparación con eso no era nada.

Me la tendió finalmente. Se la cogí con cariño, tenía una linda mano mi chica:

- Pues me ha dicho que está embarazada...

Con la mano y todo, se soltó. Se puso en pie con furia:

- ¿¡Qué!? ¿¡Pero qué son, idiotas!? ¡Si se lo tengo dicho un millón de veces! - Exclamó, gritando.

Me levanté, me acerqué a ella pero me apartó:

- Pero espera... Espera mujer, tranquila...

- ¡Estas niñas son estúpidas!

Ella no sabía ni a dónde mirar, de enrabietada que estaba; le pedí que se sentara:

- Espera, que tengo que decirte más cosas... Venga, siéntate...

- ¡Trek!

- Ya vale, Catarina... Siéntate, por favor.

Por fin se puso a mi lado. No se por qué, se me pasó por la cabeza al verla allí delante de mí, tan preciosa y linda, que fuera ella la embarazada, y no Eryka. Por supuesto, embarazada de mí. Tonterías que a veces me venían a la mente.

- Creo que te va a proponer que la dejes abortar...

Abrió la boca, escandalizada:

- ¡Y una mierda! ¡Que apechugue con ello!

Menuda papeleta la que tenía ahora entre manos Catarina: si avisar al padre real, si decírselo al novio, si dejarla abortar... No me habría gustado estar en su piel, desde luego. Aunque probablemente no sería la primera vez que se enfrentase a algo así. Bueno, y sin el "probable".

- Mándala al Materno-Infantil, que lo tenga... - Sugerí. Ella musitaba, mirando al vacío:

- O sea, me quedo sin una enfermera, y la gilipollas se queda preñada precisamente cuando su novio se va... ¡Es que no piensan, coño! ¡Si se lo tengo dicho a las niñas un millón de veces! ¡No os dejéis llevar, que ellos disfrutan un momento, pero las que luego tenemos que cargar con las consecuencias somos nosotras! Claro, él se va, y ahí tienes, "un regalo"... - Decía con un tono de desdén..., me hacía gracia, pero claro, no me reí.

Y continuaba:

- Los hombres son todos iguales, ¿pero no lo sabe ya?

Creo que ahora sí lo iba a saber.

- Y él, menudo elemento - me miraba como si el culpable fuese yo, ¡chiquilla, que yo no le hice nada! Cogió el termo -. ¡Me tengo que ir!

Me puse en pie a la vez que ella, llamándola:

- ¡Catarina! ¡Espera! Un momento, mujer - me acerqué. Ahora sí dejó que la abrazase, menos mal. Le acaricié el cabello -. No te estreses con esto, ¿vale? - Que consejo más estúpido, pero no sé, ¿qué queréis que dijera? La miré -. Por favor, cielo...

- Te veo mañana...

Deshizo el abrazo, la cogí de la mano:

- ¡Vale! Pero oye... No te comas la cabeza, seguro que no es la primera vez que te ocurre. Cuídate, ¿vale?

Debió notar que estaba realmente preocupado por ella, porque acercó sus labios y me dio un besito en la mejilla:

- Tranquilo.

Y se fue. Me habría gustado llevarla en mis brazos hacia el hospital, mientras la llenaba de mimitos para que no se preocupara tanto.

Pero lo que sí no me habría gustado era ser Eryka cuando ella llegase al centro hospitalario. Menuda le iba a armar.


****



La decisión de Catarina respecto a Eryka fue tajante: enviarla a Tyumen, con el padre que le había engendrado la criatura. No puedo decir que fuese la decisión que yo habría tomado, pero no obstante no había ninguna decisión fácil. La que deseaba Eryka, abortar, jamás se lo iba a permitir Catarina.

Aquella mañana la jefa de enfermeras llegó con cara de circunstancias, lo cual era lógico. Llegó también vapeando, cosa que hacía bastante tiempo que no solía hacer, se sentó en el sofá, y se acurrucó a un lado, inspirando y aspirando vapor en silencio.

Me acerqué, me puse a su lado, y pregunté con mucho tacto:

- ¿Qué tal?

Se encogió de hombros, sin mirarme, con su vista dirigida hacia el exterior. Noté sus ojos enrojecidos, sin duda había llorado. No me resultaba extraño, aquella enfermera la agradaba, y la quería como a una hija. O no tanto, pero sí era una de sus predilectas.

- Si quieres hablar, o decirme algo...

- No me apetece. - Musitó.

- Vale, vale. - Dije, poniéndome en pie y volviendo hacia algunas piezas del GAZ-24 que estaba engrasando. Fumó en silencio, un buen rato, y luego dijo:

- A veces era tan infantil...

- Creo que lo era siempre, Catarina... - Le comenté. Me acerqué, y me senté en el brazo del sofá, frente a ella -. Por si te sirve de algo, creo que tomaste una buena decisión.

Una lagrimilla corrió por su mejilla:

- Gracias, Trek.

- Podrías haberla enviado al Centro Materno-Infantil, pero lo que hiciste también está bien.

Suspiró sutilmente, con el cigarrillo electrónico en la mano:

- Si hacía eso, el padre se quedaría tan tranquilo. Ahora tendrá que apechugar también con lo que ha hecho.

- ¿Crees que lo acabará queriendo tener? Eryka, me refiero...

- Es su hijo, cuando lo tenga entre las piernas y lo vea nacer, claro que lo querrá.

- Mejor, entonces. - Opiné. Supongo que ella sabía de lo que hablaba, no por experiencia propia, claro, pero sí por haber estado en muchos partos. Añadió:

- Además, está muy bien dotada para tener bebés, le ira bien.

Sí, claro, eso desde luego. Supongo que también era una forma de "aviso a navegantes", de hacerles ver a las nuevas enfermeras que habían llegado durante los últimos meses, que sería inflexible e implacable con todas ellas, y que si alguna acababa en estado de buena esperanza, tendrían que afrontar las consecuencias y tener al niñito. O niñita.

Catarina se levantó, se cruzó los brazos con el anorak para abrigarse, y musitó:

- Adiós, Trek.

- Adiós, Catarina. Cuídate. - La despedí.


****



Durante todo el día los vehículos de emergencias iban y venían por la base. Se había producido una explosión en un polvorín, y había afectado a varios hangares. Por ello, ni Catarina ni yo tuvimos tiempo para vernos: ella estaba trabajando a destajo en el hospital, y yo prestaba ayuda combatiendo el fuego.

Lo más grave fue cuando cayó la torre del radiofaro. Desde la distancia escuchamos el enorme estruendo, luego la humareda... Luego la desesperación. Los vigías situados a kilómetros de distancia nos avisaron de que nuestra posición había sido comprometida, así que se prepararon las defensas, mientras se intentaban extinguir los incendios. Desde el puesto de mando nos pedían que transmitiésemos tranquilidad, que eso era lo que ordenaba el Estado Mayor. Pero cuando alguien pide tranquilidad en una situación así, es que ni hay tranquilidad ni, por supuesto, estaba la situación controlada. Y yo que estaba a pie de tierra lo sabía.

Regresé a mi habitación, recogí las cosas en mi mochila y un detalle que, desde hacía tiempo, tenía guardado para Catarina. En ese momento ocurrió la tragedia: los medusianos aparecieron. Y cada uno de los oficiales intentaba salvarse como pudiera. Corrí hacia el taller, entre el polvo, el hollín, las explosiones, el fuego y la metralla. Allí estaba, temblando y cobijada en una esquina, llena de manchas del hollín, Catarina. Me fui hacia ella:

- ¡Tenemos que salir de aquí, cielo!

- ¡Te vine a buscar! ¡No sabía dónde estabas! ¡Han atacado el hospital!

La abracé:

- Coge lo esencial y vamos. Te acompaño a tu habitación...

Estaba temblando de miedo. La abracé, y fue ella quien me besó. Le susurré:

- Vamos, cariño, yo te acompaño.

Caminamos abrazados entre el humo, el hospital ardía en llamas, pero las estancias del personal estaba en la parte de atrás, aún en pie. Catarina me dijo, señalándome un edificio cercano:

- ¡Vamos por la capilla!

Nos dirigimos hacia la pequeña capilla, de piedra grisácea y techo elevado, y la dejamos a nuestra izquierda. La gente corría despavorida, y nosotros tratábamos de esquivarlos. Subimos a la habitación, y esperé, vigilando, mientras mi chica recogía algunas de sus pertenencias, las metía en una maleta, y se limpiaba un poco. Se cambió de ropa, quitándose el uniforme de enfermera, pero no había tiempo: el fuego se acercaba muy amenazante. No quería que nos asfixiásemos con el humo. Entré en su habitación, ella aún se estaba vistiendo, en ropa interior, sin sujetador... Me miró. Corrí hacia ella, y nos besamos. Le susurré:

- ¡Te quiero, mi amor!

- ¡Y yo a ti, Trek!... Te amo...

- ¿De verdad?

- Sí...

Le acaricié un pechito, se lo besé... Pero no era la situación ideal precisamente para aquello, así que dejé que terminara de vestirse mientras le cogí la maleta. Salimos cogidos de la mano. Ella vestía el uniforme de la Cruz Roja, de campaña, militar, de color verde oliva. Era la mejor ropa para aquella situación: cómodo, confortable, y de tejido resistente. Salimos de la zona residencial, y al pasar por la capilla vi a un sacerdote saliendo de ella. Le pedí a Catarina que me acompañara.

- ¿¡A dónde!? - Me gritó. Entonces saqué de mi bolso su regalo: un anillo de compromiso. Me agaché ante ella:

- ¡Cásate conmigo! - Le rogué. Me miraba, incrédula, nerviosa, pero sonrió:

- ¿Ahora?

- ¡Sí!

No tenía tiempo para esperar su respuesta. Me dirigí hacia el sacerdote:

- ¡Padre, cásenos!

El cura, de nombre Vardik, que intentaba salvar las pequeñas imágenes de la capilla llevándolas en una caja, delgado, con unas profundas arrugas, y enormes bolsas bajo los ojos, me miró tan sorprendido como Catarina. Le insistí:

- ¡Nos tenemos que ir, y no queremos irnos sin estar casados! - Miré a Catarina, que ya se había acercado -. ¿Verdad?

Me sonrió:

- Sí.

La abracé, la besé. Y nos pusimos ante el sacerdote.

- Pero esto... - Decía el religioso... -. No debería ser así...

Le indiqué las naves que nos rodeaban, el fuego, las explosiones:

- ¡Nada debería ser así!

- ¡De acuerdo, de acuerdo! - Dijo, dejando junto a él la caja de cartón negro con las imágenes. Abracé a Catarina. El cura tenía prisa por salvar las imágenes, yo tenía prisa por irme con Catarina, y Catarina estaba impaciente y nerviosa. Vardik comenzó a decir, gritando sobre el ruido ensordecedor, rodeado por el humo:

- ¡Trek, ¿quieres a Catarina por legítima esposa, para amarla....?

- ¡Sí! - Respondí sin dudar.

- Catarina, ¿quieres a Trek por legítimo esposo, para amarlo...?

Casi no había terminado aún, cuando mi chica gritó:

- ¡Sí, quiero!

Nos besamos, apasionadamente, en la boca, mientras el reverendo Vardik decía:

- ...y yo os declaro marido y mujer...

Las naves silbaban sobre nuestras cabezas. Toqué al religioso por el codo:

- ¡Corra, padre!

- ¡Gracias! - Le gritó Catarina.

- ¡Cuidaos! - Nos dijo él, yéndose hacia el otro lado, de donde nosotros habíamos venido.

Atravesamos de nuevo la zona del hospital, pegados a los hangares, muchos ahora en llamas, semiderruidos. Llegamos finalmente al taller, y cogí las llaves del GAZ-24. Le dije a mi recién estrenada esposa, mientras yo metía el equipaje en el maletero:

- ¡Cariño, sube!

- Pero..., ¿no lo estabas reparando?

Le sonreí:

- Lleva reparado desde hace mucho tiempo. - Cogí una rueda que estaba guardada entre unas mantas -. Solo le faltaba una cosa: esta rueda.

Le puse la rueda, metí todas las latas que encontré de combustible en el depósito, y entré. Puse el motor en marcha, que rugió como una bestia despertándose... Mi chica me miraba, intentando adecentarse el cabello:

- Lo tenías... ¡Lo tenías listo para cuando ocurriese algo así!

La miré. La abracé, la estrujé contra mí, la besé:

- ¡Te quiero, preciosa!

Sonrió:

- ¡Ahora eres mío!

- ¡Y tú toda mía! - Le dije a mi vez, intentado llegar a sus senos bajo la ropa militar. Me susurró, al oír una explosión demasiado cerca:

- Vayámonos... Y luego tendremos tiempo para amarnos todo lo que queramos.

Tenía razón. Pisé el acelerador. Hasta donde alcanzaba la vista, solo había cuerpos por el suelo. Cuerpos y cráteres de las explosiones. Busqué el humo más denso, y me metí contra el viento para que nos resguardase de las naves de los medusianos. Por más que aceleraba, parecía que la base no se terminaba nunca, recorrer unos pocos metros era una fatigosa tarea, debido a los constantes obstáculos que había sobre el terreno, y que era necesario esquivar. Un bache no pude superarlo, el coche rebotó, Catarina chilló. Le lancé una mirada de confianza:

- ¡Tranquila, cielo! El GAZ es resistente, no pasa nada. Más resistente que esos todo-terrenos que tienen los de infantería.

Todo-terrenos que, por cierto, estaban muchos de ellos volcados o reventados a nuestro alrededor, en un espectáculo dantesco con la explanada sembrada de escombros. Ya no había carretera alguna. Solo éramos nosotros dos, el GAZ, y el humo... Humo denso y aterrador que venía de todas partes y que ocultaba la luz del sol.


****



- ¡Para, para! - Gritaba Catarina. Me detuve. Tenía razón: llevábamos muchos kilómetros recorridos, ya no había de qué huír. Apagué el motor. Ya no se divisaban torres, ni humo, ni se oían explosiones. Solo la calma y el silencio. Miré a mi chica, a mi lado, dentro del GAZ-24. La abracé, besuqueándola por la carita:

- ¿Sabes qué, tesoro? - Le dije -. Es curioso, pero enviando a Eryka con su novio a Tyumen, creo que probablemente la hayas salvado.

Era cierto. Ella sonrió:

- Eso espero, cariño...

- ¿Cariño? - Le dije, sonriente. Entonces pulsé la palanca de su asiento, y se lo eché hacia atrás. Me puse encima de ella. Me recibió en sus brazos:

- ¿A dónde vamos? - Me preguntó.

- Nos iremos hacia la base de Igarka. Tenemos combustible suficiente, llegaremos en unos días. Estaremos bien, no te preocupes.

Introduje mis manos bajo su ropa, busqué sus pechos. Le retiré el sujetador hacia arriba, y los liberé de él. Se los cogí con mis manos. Ella entonces empezó a gemir. Le susurré:

- No sabes cuánto deseaba hacer ésto... - Y le apreté con ternura sus mamitas. Sonrió. Le desabroché el pantalón, y entonces musitó:

- Cariño... No he podido recoger preservativos...

La miré, tras besarla de nuevo:

- ¿Los necesitas?

Sonrió:

- No.

Nos besamos, y la noche nos cubrió con su manto de estrellas para adornar nuestro amor.


FIN

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