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Un reloj de importación



Un reloj de importación (saga "Una cruz de color rojo. Historias de Paramedics Worldwide")
© A. Bial le Métayer
Fenix Hebron
Nadija Blju
Nirca Stevenson



HISTORIAS DE PARAMEDICS WORLDWIDE
UN RELOJ DE IMPORTACIÓN


Acababa de terminar mi jornada para Paramedics Worldwide, y conducía la furgoneta por el casco antiguo cuando me encontré de pronto con el cartel de una relojería. Era una vetusta tienda en la parte baja de un edificio antiguo, que a todas luces había visto tiempos mejores. Sin embargo, como el sitio estaba tranquilo y no había tráfico, decidí aparcar la Transporter a un lado y salir a echar un vistazo a su escaparate. Justo en ese momento de la tienda salía una señora con ropa "de viuda" - toda de negro - bastante anciana y de cabello blanco, y al verme sostuvo la puerta con su mano, seguramente con la idea de que yo fuese a entrar. Más bien para no dejar en saco roto su educación y el haber tenido ese detalle - imagino que todas las paramédicas somos, en el fondo, enormemente empáticas -, le di las gracias y accedí a entrar en el local.

Dentro de la tienda la atmósfera era lúgubre, casi tétrica, con una luz muy tenue que en parte se agradecía para no tener que contemplar los detalles decrépitos y de declive de aquella pequeña tienda de relojes que parecía haberse detenido en algún lugar de los años sesenta del siglo XX. Sin embargo me sorprendió que quien venía hacia mí tras el mostrador era una mujercita menudita y sonriente. Me habría esperado a otra ancianita como la de la puerta.



- ¿Qué desea? - Me preguntó como saludo.

- Estaba buscando un reloj...

- Bien... Creo que ha venido al sitio adecuado -. Comentó, riéndose.

- Pero uno grande. De muñeca y que se vean los número muy, muy grandes.

- De muñeca y grande... - Musitó, pensativa, apoyada con un codo sobre el cristal del mostrador, que hacía también de exhibidor.

- ¡Ah! - Añadí, deprisa -. ¡Y que sea digital!

Levanté un dedo:

- Digital, grande y de buena visibilidad... - Dijo, pidiéndome permiso con un gesto de su mano y agachándose tras el mostrador, abriendo y cerrando cajones -. ¿Es para un señor mayor? ¿Un anciano tal vez?

"Anciana es tu tienda, guapa", me dije a mí misma.

- ¡No! Es para clases...

Se detuvo, y me miró asomando su cara tras el borde del mostrador:

- ¿Para clases? ¿Es profesora?

- Soy paramédica. Además de ejercer, doy clases en el Hospital Central y en la Facultad de Medicina.

- ¡Oh, vaya! Puedo preguntar... ¿Y el reloj?

Tanto interés me empezaba a resultar, francamente, irritante. ¿Qué quería aquella mujer, que le diera mi clase también a ella? Sin embargo como aquella relojera monina parecía realmente interesada, decidí responderle:

- En una urgencia es muy importante anotar los procedimientos. Cuando comienza a tener contracciones la parturienta, cuando ha cesado de latir el cordón umbilical... Esas cosas...

- Entiendo, claro...

- Y para ello no es muy productivo detenerse a mirar un reloj de manecillas y calcular cuándo la aguja se detiene en un minuto o en otro. Mejor saber la hora directamente en un reloj digital y anotarla.

- Supongo que ahora la mayoría utilizarán el móvil...

La miré frunciendo el ceño: aquello era una relojería, ¿se estaba quedando conmigo?

- ¿Cómo te llamas?

- Adela -. Me respondió, tendiéndome la mano. Se la cogí:

- Yo soy Olaya. Pues Adela, con todos a tu alrededor gritando y llorando, una parturienta con el cérvix borrado ante ti, y tus manos con guantes de nitrilo llenas de líquido amniótico y meconio... ¿Crees de verdad que vas a querer coger tu carísimo smartphone y ponerte a encenderlo, pasar el dedo para retirar las notificaciones, mirar la pantalla, anotar la hora, y luego volver a apagarlo y guardarlo para que entre el barullo no se quede bajo las ruedas de un camión?

Se quedó boquiabierta. Supuse que la habría impresionado. Entonces se lanzó a toda velocidad bajo el mostrador, y triunfal sacó una cajita negra:

- ¡Casio AE-1500! Una visibilidad de la mejor del mundo en digitales, pantalla de grandes dimensiones, y pila de diez años. ¡Ah, y por cierto! ¡Resistente al agua hasta cien metros con doble junta estanca en los pulsadores! Por lo de... Por lo del amniótico ese.

Sonreí.

- ¿Y su precio?

Me acercó la caja:

- Un regalo por la labor que hacen las paramédicas. Y... Y por los bebés que han ayudado a dar a luz.

Vaya. Me quedé impresionada. Al final la relojería aquella no estaba tan mal como inspiraba la primera impresión. Decidí devolverle el favor:

- Les recomendaré a mis estudiantes que vengan aquí a comprarlos -. Dije, cogiendo la cajita del Casio.

****

Dicen que las cosas que vienen sin esfuerzo, sin esfuerzo se van. Y eso parecía ocurrir con aquel reloj. Porque resultó que, en cuanto llegué a la mañana siguiente a la Facultad, el reloj no aparecía por ningún lado. ¡Si habría asegurado que lo había dejado, tras revisar y familiarizarme con su funcionamiento, en algún lugar del salpicadero de la Transporter!

He de confesar que parte de la culpa era mía: aquella furgoneta era un caos. Libros, folletos, publicidad de medicamentos, notas post-it, avisos, trozos de facturas y albaranes de farmacias... Allí no había quien encontrase nada. Y por supuesto cajas de suero y de perfusiones por cada recoveco. Me repetí a mí misma por enésima vez que tenía que tomarme una tarde para ponerle orden a todo aquello.

Pero ya no tenía tiempo. Tenía que entrar ya en la facultad con reloj o sin él. Salí con la bata blanca bajo el brazo y el maletín en la mano, y mientras ascendía por la escalinata estudiantes que estaban sentados por los rincones y los bordillos me saludaban a diestro y siniestro. "Hola doctora", "buenos días doctora"... La mayoría no recordaba ni quienes eran... ¿Alumnos de cursos pasados? ¿De tutorías de hacía años? ¿Compañeras de algún trabajo de fin de grado? ¿De algún máster? ¿De las aulas de docencia? A saber. Saludaba y sonreía. Sonreía y saludaba. No tenía tiempo para nada más que para devolver los saludos, hasta que:

- ¡Doc! ¿Dónde vas tan deprisa?

A ese sí que lo reconocí: Joaquín, decano de medicina interna. Un simpático anciano de cabello color nieve que siempre iba con un traje de tejido grueso, a cuadros.

- ¡Doctor! ¡Menuda mañana llevo!

- ¿Y eso? - Se interesó, colocando su mano cariñosamente a la altura de mi lumbar.

- He perdido el reloj que traía... Lo com... - iba a decir "lo compré", técnicamente no era así: la simpática Adela me lo había regalado -. Me lo dieron ayer para traerlo a clase...

- ¿Un reloj? ¿Das clases de relojería ahora? - Quiso saber él, gracioso. Decidí pagarle con la misma moneda:

- ¡No sé quién nos decía que las pulsaciones mejor comprobarlas con un reloj mecánico!

- Porque en cortos periodos de tiempo son más precisos, querida Olaya. El reloj puede ir atrasado o adelantado dos horas, da lo mismo. Pero si es para contar unos segundos, no hay nada más preciso.

Yo siempre pensé que era para poder presumir del apreciado Montblanc que le había regalado su mujer, y del que el decano se sentía tan orgulloso, pero no dije nada. Él presionó con su mano sobre mi lumbar, como guiándome con ella:

- Vente, creo que tengo a alguien que podrá ayudarte con ese problema del reloj.

- ¿Quién es?

- Ya lo verás.

Iba justísima de tiempo, pero decidí acompañarle. Una no le dice que no al decano de medicina interna de su Facultad.

****

Entramos en una de las salas de conferencias. Sobre el entarimado se encontaba un caballero de elegante vestimenta, aunque sport, preparando unas transparencias para proyectar. Al vernos, se fue hacia nosotros. Joaquín, el anciano decano, hizo las presentaciones:

- Señorita Olaya, él es Paul Davis, es un experto en relojería. Ha venido a dar unas charlas a los estudiantes de empresariales.

- ¿Qué tiene que ver la relojería con una empresa? - Pregunté, aunque sonaba un tanto estúpida. El tal Davis no lo tuvo en cuenta, me sonrió:

- ¡Mucho! Tenga en cuenta que en el mundo de los negocios el tiempo horario es esencial. Solo preste atención a un detalle: ¿le haría una videollamada a media tarde para una reunión, al directivo de una compañía colaboradora, estando usted en Alemania y su socio en Japón? ¡En Japón le despertaría de madrugada! No quedaría muy bien, precisamente.

- Tiene razón -. Admití.

- La señorita Olaya es paramédica, tiene problema con un reloj que tal vez usted pueda solventarle...

- ¿Qué ocurre? - Preguntó Paul Davis, realmente interesado. A mí el asunto no me parecía de tanta importancia como la que quería darle el decano, porque simplemente bastaba con que acudiera a clase y le pidiera el reloj a uno de mis alumnos. Así de simple. Pero probablemente el simpático y bonachón de Joaquín temiera que le fuera a pedir prestado su preciado Montblanc, ¡ni por asomo se me habría ocurrido tal cosa!

- Bueno, no tiene mucha importancia... - Traté de restarle peso al asunto. En serio aquellos dos estaban haciendo una montaña con mi pequeño infortunio de la mañana.

- ¡Vamos, cuente! - Insistió Joaquín, como si estuviera ante una colegiala de primaria.

Suspiré y dije, más que nada para acabar cuanto antes con todo aquel melodrama:

- Es que he perdido un reloj -. Y, a continuación, pasé a relatarle la anécdota en La Elegante. Cuanto más me oía, más interesado se mostraba Davis, y al terminar de exponer el asunto me dijo:

- ¡La Elegante! La conozco, una buena relojera esa Adela, no me extraña nada su gesto -. Y, acto seguido, me invitó a seguirle hasta unos asientos tapizados de un mullido beige, situados en la primera fila, donde él tenía colocados sus bártulos -: Venga aquí.

Nos sentamos delante del entarimado, y cogiendo una bolsa deportiva, sacó un pequeño estuche diciendo:

- Siempre viajo con varios relojes, y de varios tipos, por si en algún momento me hacen falta. No he tenido que recurrir en demasiadas ocasiones a ellos, pero me alegro de haber seguido con esa costumbre. Suelo ir con un G-Shock para imprevistos, un HD DW-291 por si las cosas se ponen complicadas, y... - Dicho esto, sacó del estuche un reloj compacto, digital -. Un F-84. Es un reloj de importación, Casio actualmente solo los vende en Japón. Sigue siendo, básicamente, lo mismo que era en los años ochenta del siglo pasado, cuando comenzó a venderse. Y por supuesto, tiene una genial visibilidad. A lo que hay que añadir - dijo, guiñándome un ojo - que posee el tamaño ideal para una mujer de acción como usted.

Y dicho esto, lo depositó con suavidad sobre mi muñeca, concluyendo:

- En dos días le han regalado dos relojes. No está mal, ¿verdad?

Me sentía abrumada:

- ¡No puedo aceptarle este obsequio! Debe ser un reloj muy exclusivo, además.

Con un gesto de su mano le restó importancia a mi comentario:

- ¡Ni mucho menos! ¡Es de los más asequibles! En Japón no tiene mucho valor.

- No quiero dejarle sin su reloj... - Confesé. Se echó a reír:

- ¡No se preocupe por eso! Tengo muchos más - pero, quizá para que le aceptara su reloj, añadió -. A cambio solo le pido un pequeño favor.

- Claro. Dígame, si está en mis manos, encantada.

- Por supuesto que está en sus manos. Déjeme acudir a esa clase donde hablará de relojes.

Eso sí me sorprendió:

- ¡No sé si le gustará! Es una clase de medicina...

- Me encantará, se lo aseguro. Y luego usted vendrá a mi conferencia.

Extendió su mano hacia mí:

- ¿Hay trato?

Miré al decano, y él me animó a decir que sí con su cabeza. Siempre le hacía caso al decano de medicina, por lo que dije, tomándole la mano a Paul Davis:

- De acuerdo. ¡Trato hecho!

****

Paul Davis hacía de tripas corazón ante los primeros vídeos de parturientas. Lo veía en uno de los últimos asientos del foro, apretándose el estómago con gestos nerviosos de su mano, y tratando de mantener el tipo. En cierta forma, empezaba a sentir lástima de él, aunque no era menos cierto que ya se lo había advertido.

Decidí dejar de torturarle y pasar lo antes posible a lo que le interesaba. Aunque tal vez la palabra "interesante" no fuera, bajo el punto de vista de un investigador de relojes, la más apropiada.

- En cuanto a la asistencia de urgencia, lo más primordial, además de mantener la calma y demás cuestiones que ya deberíais saber, algo esencial es anotar todo. Y para ello es muy útil... Esto - y seguidamente, procedí a mostrarles el reloj -. La hora en la que canalizáis la vía, en gestantes por ejemplo el inicio de la fase activa y la rotura de bolsa... Porque sino, en una nulípara, ¿cómo sabremos que ha transcurrido un tiempo demasiado corto? Recordad que puede estar anticipándose al parto una hora.

Y añadí, mostrándoles el cronógrafo:

- Cada quince minutos, y durante unas dos horas, controlaréis TA y FC...

"TA", es decir, Tensión Arterial, y "FC", o sea, frecuencia cardíaca. En ese punto uno de los estudiantes me interrumpió:

- Perdón... Doctora, ¿no sería mejor en tal caso, hacer uso de un temporizador que nos avisara cada quince minutos, y que el médico de urgencia pudiera seguir tranquilamente los procedimientos?

- Sí, eso sería muy adecuado. Si éste reloj tuviera esa función de temporizador - dije, ante lo cual la clase comenzó a reírse, y creo que a Paul Davis se le subieron los colores.

Di por terminada la exposición, y nos retiramos. He de decir que luego asistí a la conferencia de Paul Davis con gusto, aunque imagino que me entraba el sueño en ella, tanto como a él le entraba en mi clase.

Unos días después recibí un paquete en mi casa. Venía de Barcelona y lo remitía el mismo Paul Davis. Dentro había una nota manuscrita, firmada de su puño y letra, que decía:

"Doctora, tras tener el privilegio de asistir a una de sus clases me he dado cuenta de la importancia de un temporizador en el entorno médico. Le ruego que conserve el F-84 como recuerdo pero, como acertadamente le había hecho la elección nuestra querida amiga Adela, coincido con ella en que el modelo más conveniente para un trabajo como el suyo es el AE-1500, de buena visibilidad, y además con temporizador de retorno automático. Tenga la bondad de aceptar este obsequido".

"Siempre suyo, Paul Davis, investigador especializado en relojes".

Revolví por el paquete y encontré entre bolsitas de protección una caja conteniendo un flamante Casio AE-1500. Obviamente Paul Davis ignoraba que ya había encontrado en mi furgoneta el modelo que se me había extraviado. Ahora me quedaba el dilema de qué hacer con dos relojes repetidos. Supongo que mi amiga Alice "la ratita" estaría encantada con adoptar uno, así que dejé en su caja el que me acababa de enviar el señor Davis: sería un bonito regalo para mi colega la paramédica del servicio de emergencias de ambulancias.

FIN

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1 comentario:

  1. Me ha gustado poder leer a Paul Davis sin dominar la situación y sufriendo con la medicina.
    Muchas gracias por compartirlo.

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